Muy agradecida a quienes siguen leyendo mi historia y espero que se animen a decirme si les está gustando en sus comentarios. No queda demasiado para su final, pero estoy segura que esta recta (con alguna que otra curva) no les defraudará. Y como siempre, gracias por seguir leyendo.
Una mañana más a la que debía enfrentarme. Otra en la que las tareas de un jefe debían ir por encima de mi vida privada y mi incapacidad de dejar de pensar en otra cosa que no fuera en estar con ella. Pasé las reuniones impuestas con sobresaliente, cerrando tratos con nuevos asociados en la isla y por supuesto, empleando todos los métodos de negociación aprendidos en el paso de los años de formación. Era, en parte, una buena manera de mantener mi mente ocupada y mi parte ociosa, ahora más alentada que de costumbre, en un rinconcito esperando la hora de apoderarse nuevamente de mi persona. Alejandro volvió a demostrar su empeño y valía durante toda la jornada, en cambio Mario, quien llegó de Londres demasiado avispado e insolente, solo consiguió decepcionar en sus escuetas obligaciones, esas que habían quedado reducidas tras mi llegada a la sucursal. Tenía que buscar una solución a este asunto, me dije convenciéndome de que había llegado el momento de hacer algunos cambios en su a
Abrí los ojos un segundo sumido en mis pensamientos más alegres. — ¿Qué te divierte tanto ahora? —Nada en concreto, solo esta rutina a la que me tienes sometido —confesé contagiándome de su fanfarronería. — ¡Sometido? —reía escandalizada por mi elección de palabras - Sí, estoy segura de que lo estás pasando fatal con estos momentos - alzó una ceja irónica pasando la mano por mi pecho -, debe ser muy sacrificado para ti seguirme el ritmo. ¡Ja! por supuesto que lo era, pero me consolaba el poder notar sus mismas ganas de besarme y tocarme a cada segundo. —Es solo que —continué explicándome manteniéndole la mirada —, no quiero que esto acabe nunca Olympia. No me imagino una vida mejor que la que estoy compartiendo a tu lado, ahora mismo. Me miró pensativa un largo tiempo, buscando seguramente las palabras adecuadas, unas que no la expusieran demasiado. ¿Qué iba a hacer? ¡Así era ella! —Mmm... —murmuró —. Sí, no está mal, estoy segura de que no puedes quejarte de la novi
La miraba de soslayo encantado de pasear a su lado, sujetando su mano con delicadeza y en silencio. — ¿Aceptaría mi bella novia que la invite, mínimamente, a un helado? —insistí, adivinando cual podría ser su respuesta. —Sí, está bien —¡genial! sonreí triunfante —, pero sigo sin entender qué celebramos. — ¿Me lo dices en serio? —dije haciéndome el afectado parando mis pasos, ella me miró con una pregunta en la mirada —. Mira que estas semanas han pasado rápido, pero olvidar que hoy hace tres meses que nos conocimos, eso es demasiado. Me encogí de hombros, esperando todo menos su reticente reacción. Su expresión se volvió seria y pensativa continuando con su camino como si no tuviera nada que añadir. — ¿Qué pasa Olympia? —la seguí acelerando para quedar a su altura —, ¿he dicho algo que te haya molestado? —No —suspiró —, solo es que no me he dado cuenta, y lo siento. Vale, ahora sí que no entendía nada, así que tomé su cintura y besé la punta de su nariz con ternura. —
Me despedí llevando en mi pecho, no solo el malestar por la separación sino además, un intrincado nudo por los motivos que me llevaban a viajar nuevamente a Londres. Quedaba un largo trayecto donde pensar en todos los factores que tendría que enfrentar, pero al menos esa preparación me tendría alerta ante cualquier contratiempo. En primer lugar, me instalaría en mi hotel habitual donde Henry traería los informes semestrales que debía revisar antes de acudir a la reunión en la central. Quizá, no tendría cabeza para ponerme a adelantar trabajo, pero al menos con su ayuda podría intentarlo. Tras la comida sería el momento en que me acompañaría a la sede para la reunión ejecutiva donde se debatiría el asunto primordial de aquella visita. La denuncia de Mario. Su sola mención en mis pensamientos me hacía sacar la frustración y la furia que sus acciones me llevaban a temer. Ahora, solo podía verle como al desgraciado que buscaba arruinarme la vida, sin quedar atisbo de cualquier camar
La respuesta de Olympia no se hizo esperar. — ¿¡Sorpresa!? —cuestionó cargada de ironía, pero sin negarse a que la rodeara con mis brazos. —Cómo me alegro de que estés aquí —aseguré mirándola de frente y rozando sus labios con un tímido beso —, ya te echaba de menos. No me pasó por alto cómo su ceja se levantaba interrogante. —Bueno, pensé en darte una sorpresa y pasar estos días en la ciudad contigo, pero... —pausó mirando directamente hacia la recepción, donde sabía, me esperaba Gisela —, quizá te viene mal mi presencia aquí. Pero ¿qué estaba diciendo? expresé abriendo los ojos con asombro y riéndome burlón por su arranque de celos. La acerqué posesivo a mi cuerpo, sin contener mi necesidad de aclararle que aquel arrebato no tenía sentido, pero ella no respondió a mi beso. Sospeché entonces que la existencia de aquel mail podría ser el detonante de sus desvelos, empujándome a llevarla hasta el lugar y aclarar la situación. Las presenté sin dejar de notar la tensión e
Un silencio se hizo tras aquellas palabras. Mis ojos, se abrieron con espanto centrándome en Olympia, quien dándome la espalda parecía querer echar a correr. —Olympia... —susurré como acto reflejo, sosteniéndola de su brazo —, no te vayas, por favor. Ella se giró, con la mirada desorientada, pero fingiendo una sonrisa amable. —Estoy bien, les dejaré a solas —dijo con voz neutra —. Yo iré avanzando hasta la terminal. Allí te espero. —No tardaré —prometí, recibiendo un suave beso que supo a presagio, poniéndome más difícil aún, encajar aquella situación. ¿Gisela? ¿¡embarazada de mí!? gritaba mi subconsciente sin poder aceptarlo, y con el escepticismo asociado a su silencio. Miré a la chica que disimulaba su llanto frente a mí, manteniendo una distancia prudente temiendo sin duda, una posible mala reacción por mi parte. — ¿Estas, segura? quiero decir... —pensé en voz alta —, ¿es mío? Gisela solo aceptó con un gesto afirmativo de su cabeza ¡Mierda! maldije en mi interio
Durante las siguientes semanas y por estricta restricción médica, fuimos prisioneros de la lluviosa ciudad de Londres. Allí, mi tarea consistía en la ardua tarea de hacer que mi novia siguiera las pautas básicas para su recuperación. Muy a su pesar me esforzaba a diario en buscar entretenimiento para ambos, consiguiendo sosegar en ocasiones su habitual mal humor naciente de la inactividad y mi patente reticencia a consentir sus deseos en el plano sexual. "Por favor" me suplicaba en muchas ocasiones llevada por el anhelo apasionado que ambos sentíamos y que una vez más me esforzaba por controlar por miedo a lastimarla. Y sí, podría parecer estúpido viéndola tan recuperada y enérgica, jurándome insistente que ya no sentía ningún malestar. — ¿Estas, segura? —susurré reticente junto a sus labios y a punto de sobrepasar esa barrera de autocontrol que yo mismo me había impuesto. —Sí, por favor —decía tentándome nuevamente — no me hagas soportarlo más. Necesito todo de ti ahora mismo
Tras escucharla finalizar, me atreví a contárselo. — ¿¡A qué te refieres con que no estarás en su boda!? —exclamaba Olympia sin controlar su genio, contestando a mi obligada negativa. —Pues, que estoy a tope y sabes que pronto debo viajar a Londres, son compromisos que no puedo trasladar de fecha o lugar —aclaré con desamparo, deseando poder evitar aquella eventualidad. Y entonces, Olympia desapareció de mi vista caminando precipitadamente hacia el balcón, haciéndome temer el estar sometiéndola a la peor prueba de fuego por mi amor. Sopesé un instante en silencio mis opciones: ¿sería capaz de apartarme de Gisela? ¿podría ser un padre en la sombra que la ayudara en la distancia, aportando tan solo, la pertinente manutención? Si Olympia me lo pidiera, lo haría, pues quizá, era la única opción que me quedaba para no perderla. No obstante, un sentimiento agridulce me contendría a actuar de ese modo con un inocente bebé, sangre de mi sangre. Suspiré agobiado, frotando mi frent