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32. DÉJAME SER TUS OJOS

Hugo alejó lo más que pudo a Trinidad de su padre para que no escuchara ese momento de debilidad y desesperación. Mientras la abrazaba muy fuerte y le tomaba las manos que le temblaban de una manera descontrolada. Sabía lo que estaba pasando con su falsa esposa. Se había dado cuenta en verdad de la realidad abrumadora. ¡Era ciega! Hasta ese día ella había actuado segura de sí misma como desde que la conoció. Pero hoy por algún motivo, todo eso había huido de ella.

—Y este que tenemos aquí debe medir por lo menos un metro cuadrado, si no me equivoco eres tú con tu mamá —seguía describiendo los increíbles y hermosos cuadros que se encontraban en aquella galería subterránea muy bien preservados. —Tienes el cabello largo hasta la cintura y vistes un juego de sayas amarillito. ¡Eras muy linda de niña, Trini!

—Mamá, descríbeme a mamá —le pidió ella alargando la mano y tocando el lienzo que solo le devolvía la frialdad, y alguna que otra textura de la pintura, pero nada más.

—¡Oh, tu madre e
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