119. AMIGOS

Al regresar, la casa del señor Muñóz estaba envuelta en un silencio sepulcral. El único sonido que se escuchaba era el tintineo de los cubiertos en la cocina, indicando que Viviana y la señora Asunción estaban allí. El resto de la casa estaba sumido en la oscuridad y un silencio lúgubre. Hugo avanzó cautelosamente hacia la habitación matrimonial que compartía con su amada esposa Trinidad. Al entrar, la encontró acurrucada en la cama, abrazada a su almohada, durmiendo profundamente.

Sin querer molestarla, se dirigió al baño para darse una ducha. Había estado en el hospital y no quería correr el riesgo de transmitirle cualquier posible enfermedad.Con delicadeza, se deslizó en la cama, reemplazando la almohada en los brazos de su esposa por su cuerpo.

Fue entonces cuando notó una lágrima que aún permanecía en el rabillo del ojo de Trinidad. ¿Por qué había llorado? Se preguntó, mientras la estrechaba suavemente contra su pecho, tratando de no despertarla. Con un tierno beso, secó esa l
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