Capítulo III

Dulce García

Todo había sido casi mágico. La entrada al evento, las luces, las cámaras, nuestras manos entrelazadas y su atención hacia mí. Solté un suspiro y me afirmé en el lujoso lavamanos del baño, tome un pañuelo y seque mis manos. De pronto, escuché un ruido que venía desde el fondo. Tomé mi pequeña cartera y caminé en dirección al ruido, que, finalmente, fueron sollozos.

Me acerqué de a poco, pero al darme cuenta de que se trataba de Georgina quise retroceder, ignorar su presencia y su supuesto sufrimiento. No era la primera vez que la veía montar una escena solo para que Massimo se apiadara de ella y cogerse de su cuello cuál llavero.

―Eres solo una presa más ―soltó amargamente―, un capricho que soltará en un fin de semana ―seguí caminando―. Eres una simple asistente. ¿Qué le podrías ofrecer a un hombre como él? ―no quería girarme, pero lo hice y me le quedé viendo.

―Nada, porque no somos nada ―ella levantó la mirada―. Yo renuncio a mi puesto y este es el último evento al que lo acompaño, me lo pidió por protocolo.

Quise mentir, no sería parte de un chisme. Sabía cómo era el carácter de la modelo.

―Pero, ¿por qué? No lo entiendo. Teniendo mi número de móvil, ¿por qué prefiere venir con su asistente a este tipo de eventos? Pudo habérmelo pedido a mí ―la veo resoplar.

Me acerco a ella y la consuelo, ahora soy yo la que no entiende tanta devoción hacia un hombre que la ha tratado mal, que no ha estado con ella. Se le ha demostrado que es una persona que no depende de una relación mientras que ella se nota a leguas que es una persona emocionalmente dependiente. Suelto un suspiro y veo mi reloj de reojo, quiero marcharme, pero Georgina vuelve a sollozar.

―Soy una mujer que cualquier hombre quisiera tener ―se levanta de donde estábamos―. Modelo, millonaria, con buenas conexiones ―derrocha resentimiento―. ¿Por qué no me quiere? ―casi grita. Ruedo los ojos y me pongo de pie―. ¡¿Por qué prefiere a una simple asistente?!

―Porque te arrastras por él ―dije y ella se dio la vuelta para verme―. Eres como una babosa que lo sigue y persigue. Debes dejarlo, alejarse por un tiempo, provocar que sea él quien te busque.

La mujer me levanta la mano y por poco me da una cachetada. Que no llega a su fin porque la tomó de la muñeca.

―¿Cómo te atreves? ¡Suéltame! ―exigió, mientras negaba con la cabeza―. Esto lo sabrá tu jefe, ya veremos si ahora te tratará igual.

Escupió, la pena no le quita el veneno de víbora.

―Creo que no nos estamos entendiendo ―la vi directo a los ojos―. Yo vine aquí, porque Massimo me pidió que lo acompañara. Él prefirió que yo lo acompañara. ¿Ok? ―solté su mano provocando que trastabillara y cayera sobre el sofá―. Supéralo, podrás tener contactos, millones en tu cuenta y conexiones sin límites, pero creo que le apuntas al objetivo equivocado ―me lave las manos y arregle mi cabello―. No creo que él se impresione por algo que también tiene, ¿o no? ―sin mediar palabras, salí de allí encontrándome con mi cita afuera del lugar.

Apenas salí me encontré con Massimo, él me sonrió y ofreció marcharnos del lugar. Acepté de inmediato, la verdad es que ya no aguantaba a las personas que había en ese sitio, sabiendo que lo que me esperaba sería maravilloso.

Y no me equivoque, todo fue a pedir de boca. Su trato, sus caricias, nuestra comunicación. Había sido mágico. Su cuerpo junto al mío en aquel lugar; ni siquiera nos habíamos preocupado de las etiquetas. Eso me demostró que el dinero solo eran números en una cuenta y que para él estaba teniendo el mismo significado que para mí.

****

―Esto es solo un negocio, ya verás que no durará más que un fin de semana.

Lo escuché decir al teléfono y todas las ilusiones que me había hecho durante la noche se cayeron. Sabía que todo no podía ser tan perfecto y no me equivoqué al levantarme cuando él lo hizo y escuchar. Cuando la noche anterior la modelo Georgina me había hablado de su noviazgo con Massimo, me había hecho dudar de sus palabras, aunque me dejé llevar y me entregué a él. Lo hice por elección.

Nadie me podía decir que tenía una venda en los ojos, porque no era así, pero si por un momento las ilusiones de ser algo más que una noche se habían formado en mi corazón, mi consuelo era que los dos habíamos podido disfrutar de todo.

Me volví a acostar y descansé un par de horas más, sentí cuando él se acostó a mi lado y aproveché cuando se dio vuelta para poder zafarme de su agarre. Sin nada más que decir, tomé mis cosas y bajé a la primera planta. Allí terminé de vestirme y le marqué a Mara.

―¿Qué pasó? Dime ―enseguida contestó.

―Buenos días, amiga ―sonreí―. Nada, necesito que vengas por mí ―le envié la dirección y ella no dudó en partir enseguida.

―Estaré allí en unos veinte minutos ―corté la llamada.

Observé todo a mi alrededor, era irreal, era algo que ni en mis más mágicos sueños habría aspirado. Suspiré pensando en que el pequeño cuento de hadas había terminado. Una traicionera lágrima rodó por mi mejilla. Vamos, Dulce, sabías que esto era solo una estúpida ilusión. Gritaba mi subconsciente.

Quité mis pendientes, aquel precioso collar de cristales y el anillo a juego. Acomodé todo en la mesa del recibidor y luego me quité la tiara. Era estúpido seguirla portando después de la revolcada que me había pegado en la noche. Sonreí como una tonta al recordar aquellas palabras, aquellos detalles. Solté un suspiro y negué con la cabeza.

De pronto aquel cheque junto a la incómoda conversación, se me vinieron a la mente. Qué estúpida había sido, cómo no iba a ser un negocio, si incluso recibí dinero de su parte. Cerré los ojos con fuerza y me maldije por no traer el documento conmigo, pero se lo devolvería; no guardaría algo que no me corresponde.

El final del cuento para mí, había llegado. Un mensaje de mi amiga me avisaba que estaba a una calle de la casa. Con solo el vestido puesto, me fui de allí. Este cuento no sería como el de cenicienta, por lo que dejé los dos zapatos. Él me los había comprado y, sinceramente, en este momento de mi vida, no quería nada que viniera de Massimo Onuris.

No fue necesario explicarle a Mara, lo que había sucedido. Solo me bastó con guardar silencio cuando quiso saber cómo lo había pasado. Apenas toque la habitación de hotel, me saqué el vestido y tomé una botella del bar. Bebí por primera vez, bebí con ganas. Había whisky, no lo había probado, pero sabía de mil maravillas con la pena que me cargaba.

No supe bien a qué hora me dormí, como me acosté, ni quien me quitó la botella y me termino de poner pijama, pero podía adivinar que mi amiga me había cuidado todo el día. Cuando abrí los ojos estaba oscuro. Enseguida busqué mi teléfono, este marcaba las dos de la madrugada. ¿Cómo había dormido tanto? Solté un suspiro al ver las llamadas perdidas, los mensajes acumulados en el buzón de entrada y los pequeños textos en el chat de W******p. Sabía perfectamente de quién se trataba, por lo que saqué la tarjeta SIM del aparato y la tiré por el excusado.

―Bella durmiente ―era Mara quien estaba afirmada en la puerta de la habitación―. ¿Comemos algo? ―preguntó y solo me quedó asentir.

―No tengo mucha hambre ―respondí mientras camina detrás de ella―. La verdad es que el alcohol no me cae nada bien ―encogí los hombros.

―Solo a ti se te ocurre beber poco antes de un viaje ―nos sentamos en la terraza, extrañamente la noche estaba cálida―. Ahora quieres contarme, ¿qué pasó? ―negué con la cabeza―, sabes que lo tendrás que hacer en algún momento, ¿verdad? ―asentí y reí.

―Lo sé, pero no quería hacerlo hoy. Solo necesito despejar la mente ―ella lo aceptó en silencio, con un leve movimiento de cabeza.

No hablamos mucho, solo me contó qué había hecho durante el día. Le agradecí por entregar las llaves de nuestro apartamento y disculparme con la dueña por no estar presente. Luego, buscó dónde cambiar algunos dólares por euros y así fue su día. También me reprendió por beber más de la cuenta, cosa a la que le bajé la importancia de inmediato.

La cena de las dos terminó en algunos minutos. Hablábamos de nuestros planes, de lo que haríamos en España. Teníamos ganas de recorrerla, pero antes debíamos fijarnos una meta.

―Está claro ―dijo mi amiga―. Primero creo que debemos establecernos, un apartamento en la zona céntrica de Madrid ―sonreí.

―Primero hagamos cursos, yo de repostería y tú ―la indiqué con mi dedito acusador―, sobre turismo o traducción ―ella asintió―. La cosa de buscar, yo ya he visto algunos, pero en Barcelona, no en Madrid.

―Entiendo ―asintió. Miraba hacia la nada y recordé el cheque aquel. Maldito cheque―. ¿En dónde dejaste mi bolso? ―pregunté y Mara me indicó a mi habitación.

Enseguida me puse de pie y caminé hasta mis cosas, allí en una carpeta estaban mis documentos. Apenas vi aquel cheque con su firma y su estampa me llené de rabia e impotencia. No podía negar que estaba molesta con él, con el tiempo; conmigo misma.

Sin dar mucho detalle me coloqué ropa y tomé mi cartera. Salí de la habitación y prometí a Mara volver antes de la hora estimada para irnos al aeropuerto. Bajé hasta la recepción del hotel y allí pedí un sobre en donde metí el documento bancario. Tomé un taxi y me fui directo a la empresa. Saludé al guardia de seguridad quien me reconoció enseguida. Me dejó pasar y me entregó las llaves del despacho.

Subí con toda confianza. En cada paso que daba recordaba los primeros días en este lugar, la verdad es que nunca pensé que duraría tanto en esta oficina. Lo mejor que sabía hacer era un buen café y los nudos de la corbata de Massimo. Sonrío porque es inevitable. Cuando llego al piso de la que era mi oficina entre a paso seguro hasta el despacho grande. Me senté en la ventana, observando la gran vista que esta tenía a la quinta avenida. Saqué de mi cartera aquel papel y lo metí en el sobre. Sin él me costaría más, pero prefería eso a ser un “negocio”.

Una ola de recuerdos me embargó, algunos mejores que otros. Estaba dejando atrás algo que me hizo feliz por algunos años, pero sabía perfectamente que se venía muchas cosas mejores. Me puse de pie y caminé hasta el escritorio, centré el sobre en él y deslicé mi mano por última vez por aquella madera procesada.

No miré hacia atrás, me fui de allí agradeciendo el detalle del guardia de seguridad y dejando parte de mi corazón en aquel lugar. No me dolía, pero había algo dentro de mí que me decía que no sería la última vez; solo era cuestión de tiempo. Traté de quitar ese pensamiento de mi cabeza. Pronto tomé un taxi y me fui al hotel.

Esa noche no dormí, organicé lo último que necesitaba. Hablé con mi hermano y me preparé para las horas de vuelo que me esperaban. Todo estaba saliendo como quería, a las siete de la mañana partí junto a Mara a abordar lo que sería el viaje de mi vida. Me centré en lo que estaba haciendo.

―¿Todo está bien? ―preguntó mi amiga.

―Sí, todo bien, ¿por qué? ―devolví la pregunta.

―Traes cara de arrepentimiento ―sonreí y negué con la cabeza―. Sé que no quieres hablar, pero siento que te haría bien sacar la noche del viernes de tu sistema.

Aún nos quedaba tiempo, por lo que le ofrecí un café y una vez que estábamos sentadas, solté lo que necesitaba.

―Solo fui un negocio ―dije y mi amiga empuñó sus manos―. Yo lo sabía, pero quise creer otra cosa. ¡Soy una estúpida! ―solté un suspiro―. Acordamos ir al evento juntos, él me ofreció un cheque y sin pensarlo mucho acepté. Ahora me veo arrepentida, pero no por la experiencia, sino por verlo como un negocio ―me lamenté.

―Devuélveselo ―Mara se me quedó viendo―. No importa cuánto nos cuesta ponernos en marcha, solo déjalo.

―Lo hice, ya lo hice ―respondí cabizbaja. No me dolía, pero como todo había sucedido aún estaba impreso en mi pecho.

Por altoparlante escuchamos el número de nuestro vuelo, caminamos hasta la plataforma y luego de entregar nuestros tickets abordamos. Caminar por aquel pasillo era algo surreal, lo había soñado tantas veces y ahora se estaba haciendo realidad.

Sin mirar atrás abordé el avión. Respiro profundo cuando este despegó y no puedo negar que se hizo un nudo en mi vientre, pero sabía que estaba bien lo que estaba haciendo.

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