Capítulo IV

Massimo Onuris

La luz de la ventana pegaba justo en mi rostro. Me di vuelta sobre la cama y busqué a mi pequeña acompañante, pero no estaba. Me senté sobre la cama y observé confuso a mi alrededor, enseguida me levanté y comencé a buscarla. No estaba en el baño, en la cocina y tampoco en las habitaciones contiguas. Me había dejado solo.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo y enseguida llame a mí equipó de seguridad, necesitaba saber qué había ocurrido. Caminé desde la cocina pasando por el recibidor, llegando al comedor y de pronto me di cuenta de que sobre la mesa había algunas cosas. Me acerqué y vi las joyas, ¡No! Esto no podía estar pasando.

―Señor, estamos aquí ―dos chicos de seguridad entraron por la puerta principal.

―Necesito las imágenes de las cámaras en la madrugada ―ellos asintieron y tan pronto como se pusieron en marcha los seguí.

Recorrimos algunos minutos y de pronto la vi. Ella me siguió y escuchó cuando contesté mi teléfono. ¡No! Eso no debió suceder. Solté un suspiro y comencé a hacer algunas llamadas. Traté de ubicarla, la llamé innumerables veces. Al final opté por marcarle a mi hermana; qué más podía hacer, ella no volvería a la empresa.

Me preparé algo de café y de paso tomé una botella de whisky, me instalé en el despacho de la casa y acomodé una silla junto a la ventana que daba al jardín. El día estaba como para estar acostado, pero no quería volver a la habitación.

Bebí de golpe un corto de licor mezclado con mi café y fijé la mirada en aquel pequeño invernadero. Aún no me lo creía, ella, Dulce, mi Dulce; había sido mía. Se había entregado a mí, pero no podía entender por qué se fue, por qué decidió dejarme. No recuerdo haber hecho algo mal, nadie habló con ella más que yo y algunos conocidos en el evento.

Mi cabeza no paraba de dar vueltas. No sé en qué momento mi botella se acabó, solo sé que hubo un momento en que la llame y deje un mensaje en su buzón de voz. Hasta yo sabía que era desesperado, pero qué más iba a hacer. Luego, me vi subiendo las escaleras y acostándome en la cama. Su aroma aún cubría la almohada que había ocupado, me abrace a ella y poco a poco me fui durmiendo.

―Hola ―canturrió mi hermana. Me sonrió, apenas comencé a abrir los ojos―. Creo que es momento de levantarte dormilón ―restregué mis ojos con mis manos y luego me enderecé en la cama―, ten, bébelo despacio ―era café―. Creo que ya dormiste lo suficiente ―asentí, porque al mirar hacia afuera me di cuenta de que estaba oscuro.

―¿Qué hora es? ―pregunté.

―Las nueve de la noche ―su mirada en el suelo me decía que ya sabía lo que había sucedido, sé que no quería decirme nada, pero de pronto volvió su mirada hacia mí―. Georgina estuvo en casa de nuestros padres hoy ―soltó―. Le dijo a nuestra madre de tu compañía de ayer. También le contó algunas cosas. Que Dulce la maltrato en los baños, que la escupió en la cara y que estaba tras tu fortuna ―me puse de pie de inmediato.

―¡¿Qué?! ―me sorprendí.

―Así como lo oyes ―sonrió con malicia.

―Eso …

No pude terminar la frase, no sabía que decir. Jamás vi a Dulce como una mujer interesada, ella era muy feliz con lo que tenía. Siempre me habló de sus sueños y de que estaba cómoda en la empresa. Por el momento me perdí en mi cabeza y pronto Samanta salvo mis pensamientos.

―Vete a duchar, pedí los videos de los sanitarios ―sorprendente, aún más inteligente que yo―. Aún no llegan, pero aun así los esperaremos. Quiero saber cuál es la realidad de lo que sucedió ―se puso de pie y caminó hacia la puerta―. Te dejé una muda de ropa encima ―indicó un taburete―. Tengo fe, mucha fe en tu cenicienta, pero esto ―indicó la habitación provocando que me diera cuenta de que se refería a su desaparición―, las palabras de Georgina me hacen dudar de sus motivos ―solté el aire mientras me ponía de pie.

―A mí no. Sé qué Dulce es una mujer íntegra ―escupí sabiendo el acuerdo al que habíamos llegado un par de días atrás.

Sin poner mayor atención a Sam, me metí bajo la regadera e hice lo que ella me había pedido. Cambié mi ropa y salí hacia el despacho de la casa. Me había dado cuenta de que las joyas ya no estaban, pero apenas abrí la puerta vi a mi hermana con ellas. Algunos chicos de seguridad con ella y otros estaba moviendo algunos muebles.

En el momento en que me vio se puso de pie, dándome el lugar en mi escritorio para que viera el video. Apenas le puse reproducir, me di cuenta de lo que realmente había sucedido. Tenía razón, ¡tenía la jodida razón! Sonreí ampliamente cuando no se dejó cachetear por Georgina. Quién diría que con ese cuerpo tan menudo tuviera tanta fuerza. Es ágil.

Me quedé sentado allí, pensando. Ella tenía razón, no había muchas cosas en el mundo que me sorprendieran, pero desde que la conocí, fue una variación en mi vida. Aprendimos juntos, me hizo ser más responsable, puntual y autoritario; menos frío y algo más familiar. Aunque mi familia en esos momentos no fuera lo que necesitaba, ni sus demandas para que armara familia. Rodé los ojos, Dulce siempre estuvo a mi lado sin juzgarme, pero diciéndome las cosas en mi cara, siendo condescendiente cuando me lo merecía y felicitándome cuando las cosas iban bien.

Hace un par de meses había decidido confesarle lo que estaba sintiendo por ella, declararme en frente de ella, hablar sobre de lo que sentíamos en uno por el otro. Una vez que nuestros labios chocaron sin querer y fui yo quien salió corriendo de mi despacho. El tema no se volvió a tocar, pero esos labios, el simple sabor de ellos me hipnotizaron y luego solo lo dejé pasar. ¡Estúpido!

Ahora me veía tan arrepentido, rogando por unos minutos de su vida para que me diera la simple oportunidad de dejar claro todo; de poder hablar sobre sentimiento y no negocios. Me puse de pie y caminé por la casa. Era tarde, pero quería hacer algo. Por mí saldría corriendo a buscarla, pero primero haría algo para demostrarle que lo que quería con ella, era serio.

―¿Podemos conseguir muebles a esta hora? ―pregunté y mi hermana, quien observaba las joyas, asintió―. Necesito llenar la casa, desde ahora en adelante esta será mi residencia oficial ―avisé y Sam levantó la vista.

―¡¿Qué?! ―ella estaba sorprendida―. ¿Estás seguro? ¿Vas a establecerte?

Asentí.

―Sí, lo haré. Quiero arriesgarme por esta relación, quiero buscarla y aclarar las cosas ―sonrió―. Dulce, se merece eso, siquiera quiero tener la oportunidad de confesarle mis sentimientos y luego ver qué es lo que ella piensa ―solté un suspiro―. Dejar en sus manos nuestro futuro.

―Lo peor que puede suceder, es que te rechace ―me le quedé viendo mientras ella se carcajeaba.

Pero, aun así, mi hermana me ayudó. En cosa de horas, comencé a ver las diferencias en la casa. Ya tenía una estancia en tonos grises y negros. Nana Grece llego y se instaló, trayendo con ella mi equipaje. Ahora solo me quedaba elegir algunos muebles, sé que Dulce querrá elegir las cosas a su gusto, por eso solo se está comprando lo básico.

Explico a mi Nana, qué es lo que haremos y es ella quien se ofrece a decorar un poco. Aceptó y de nuestra caja fuerte son sacadas algunas piezas de arte. También mandó a buscar plantas a una botánica y un enorme ramo de rosas a una florería. No llegaría a su departamento con las manos vacías.

Cuando vi todo terminado sonreí y bebí de mi taza de café. El dinero es maravilloso cuando se trata de consumismo. Me fui hasta la oficina y me pareció extraño ver a mi hermana aún en la casa. Supuse que, a esta hora, estaría con su novio.  Bueno, ahora prometido.

―Pensé que estarías con tu prometido una noche de sábado ―me senté enfrente de ella.

―Cancelé el compromiso, lo anuncié ayer ―me quedé sorprendido, pero callé, era su decisión. Jamás había visto un futuro para su relación, los dos lo hicieron por sus familias―. Quiero trabajar, quiero salir de casa de nuestros padres ―mi hermana se veía algo perdida―. ¿Qué opinas? ―preguntó y solté un suspiro.

―Opino que es tu vida, que son tus decisiones ―esto era nuevo, pero podía adivinar que a nuestros padres no les había caído nada bien la noticia―. Múdate, quédate conmigo o en mi departamento de soltero ―asintió.

―Gracias ―soltó en un suspiro―, mi trabajo me da para vivir y papá me felicitó por mi decisión, pero nuestra madre…

―Nuestra madre ―palmeo su mano―, no puede dirigir tu vida. Debe aprender que eres una mujer de veintisiete años y entender que debes vivir lo que tú quieras, como tú quieras y compartir con quien tú quieras. ¿OK? ―vi como mi hermana asintió con lágrimas en los ojos.

Luego de eso me fui a mi habitación, puse la alarma a las nueve de la mañana y luego traté de dormir las pocas horas que me faltaban. Fue cosa de segundos, como si solo hubiera pestañeado, pero lo claro del día me decía que no escuché la alarma y salté de mi cama prácticamente. Tomé mi móvil y vi algunas llamadas de mi padre. Las ignoré, hoy no necesitaba drama familiar.

Me di una rápida ducha y luego me enfundé en un traje sin corbata. Solo algo casual, no quería que pareciera visita de negocios. Pasé por la cocina y le pedí a mi Nana que preparara algo dulce. Luego, uno de los chicos de seguridad me pasó la dirección de mi Dulce. Tan pronto tuve la información me monté en mi carro junto al ramo de rosas y me dirigí hacia la ciudad en un tráfico relajado.

No me tomó mucho tiempo en llegar al edificio donde Dulce compartía apartamento con una de sus amigas. Nervioso como un niñato, bajé del carro y toqué el timbre. La puerta se abrió y subí por las escaleras los cinco pisos que debía. Al llegar toqué la puerta, pero me di cuenta de que estaba abierta. Al entrar había un grupo de albañiles, luego de un segundo de verlos un hombre salió de entre ellos.

―Disculpe, ¿a quién busca? ―preguntó muy educado.

―Hola, buenos días ―correspondí―. Busco a Dulce y a su amiga, ellas vivían aquí ―afirmó y el hombre me sonrió.

―Si, ellas vivían aquí, dejaron el apartamento ayer. Hoy deben ir viajando ―¿Qué? Pero, ¿cómo?

Me quedé en silencio escuchando al hombre. Resulta que mi bella morena se había ido y por lo que me contaban, era muy lejos, inclusive otro país. Me retiré del lugar dando las gracias por la información. Enseguida contacté a mi equipo de seguridad, necesitaba que investigaran algunas cosas.

Antes de mediodía tenía todo lo que necesitaba, ella se había ido. Dulce se había marchado a otro país, ahora entiendo por qué dejó las joyas. Tiré el ramo de flores a la basura y decidí guardar aquellas joyas en la caja fuerte. Mi tarde fue completamente negra. Pensé en cómo podía haber pasado esto, incluso, fui hasta el aeropuerto, pero no había nada que hacer; su vuelo había partido en la mañana aún más temprano.

Aquella fue una de las noches más largas de mi vida. Lo único que recuerdo es que me subieron entre dos hombres hasta mi habitación, en donde dormí en uno de los sillones. La cama aún tenía ese dulce aroma de ella.  Le había tratado de abrir mi corazón a alguien que solo me vio como un cheque. Estaba decepcionado, triste y roto; más roto de lo que algún día estuve.

El lunes por la mañana me enfundé en uno de mis trajes, bebí medio litro de café y puse mi mejor cara para poder llegar a la oficina. Quería olvidarme del mundo. Cuando entré de mis documentos cayó un sobre. Lo observé y quería dejarlo a un lado, pero de pronto vi mi nombre escrito con una letra que me hacía identificarla enseguida… Dulce.

Abrí con cuidado y lo primero que cayó fue un cheque, el cheque que le había dado por su compañía en la gala. Este estaba envuelto en una hoja que tenía un par de líneas escritas. Empezaba despidiéndose y dándome las gracias por todo. ¿Qué es todo? ¿Por qué no me lo dijo en la cara? Solté un suspiro y seguí leyendo.

“Sé que todo entre los dos fue muy brusco, el cambio vino luego de aquel beso. Quiero pensar que allí hubo un cambio para los dos. Pero últimamente nos tratamos diferente, como un negocio. No te odio por ello, también mi actitud no dio para otra cosa; desearía haber sido más emocional.

Fue un gusto haber coincidido contigo en esos años.

Dulce”

Así se despidió de mí, dejándome con lo que le había dado. Mucho mejor de lo que me había encontrado, pero con un inmenso nudo en la garganta. Entendí que no quería ser encontrada, por lo que le dejé al destino nuestro próximo encuentro.

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