Capitulo 4. Negación.

Capítulo 4.

Negación.

Emmanuel intenta mediar con ella de todas las maneras posibles.

— Si no me haces caso, te vas a morir, no hay emergencia y no pienso permitir que te mueras, te he prohibido morirte de esta manera…— Emmanuel nota la herida en su piel, ella tiembla, está muy fría y su mirada delira débil.—Estás herida, siéntate sin hacer un berrinche, te vas a tomar el té, ¿me escuchaste?— Él la acomoda para que ella lo mire, esa mirada de sus ojos color miel lo distrae.

Rosaura se sienta sin darle respuesta y sujeta la taza con dificultad, lo que lleva a Emmanuel a agacharse para ayudarla. Hasta que no se toma hasta la última gota, él no se aleja. Al terminar, la cubre con la cobija y la deja en la cama para buscarle ropa abrigada. Al revisar la ropa de ella, no tiene nada apropiado para el momento; la brisa abrazadora empieza a golpear los vidrios de las ventanas. Están cerca de las montañas, lejos de la ciudad, lo que empeora la situación.

Emmanuel saca del armario suya para ella y ropa abrigada para él, se aproxima a ella y la despoja de las sábanas, cambiándola con su ropa; ella lo nota, sorprendiéndose ya que él jamás había tenido estos gestos con ella. Se siente pequeña entre sus prendas de vestir que le producen calor; su abrigo cubre sus manos.lla, muy delgada, de 160, y él, un hombre alto de 1,89 cm, fornido por el gran ejercicio que ejecuta, la hacen ver pequeña y su mirada de esos hermosos ojos azules la inquieta . Es muy guapo su esposo, de tez clara, cabello castaño claro, un hombre atractivo que llama la atención al pasar, sin duda alguna.

Tras cambiarse, Emmanuel revisa su celular para intentar comunicarse con sus hombres de seguridad, pero no tiene señal; la cobertura se ha ido, la nieve cubre las salidas de la casa, lo que los deja encerrados en medio de la nada. Rosaura está muy débil, no para de temblar y sus labios están muy pálidos, lo que lleva a Emmanuel a bajar a la sala y formar una cama con almohadas frente a la chimenea. Sigue las indicaciones que dice en las capturas que tomó de internet y vuelve por ella.

— Ven aquí.— Ordena y ella lo mira incómoda sin atreverse a moverse.— ¿Debo repetirlo?

Ante sus palabras duras, ella se mueve débil, dejando que él la tome en sus brazos, la carga en su hombro recogiendo la sábana de la cama y la lleva a cuestas hasta la sala, donde la acomoda frente a la chimenea y se mueve para regular la calefacción e ir por el poquitín para limpiar su herida del pie. Ella no hace más que seguirlo con la mirada; está realmente sorprendida de que él la esté cuidando. En el pasado, cuando se enfermaba, siempre estaba sola, muy poco le traía medicina, incluso le prohibió llamarlo, a menos que fuera urgente. Un dolor de cabeza no era urgente, fiebre no era urgente; por ello era muy rara la vez que él la cuidaba. A diferencia de ella, a él, siempre que viene ebrio, ella lo atiende con amor; incluso un dolor de cabeza es atendido. Por ello, cada gesto, incluso que cure la cortada de su pie, es sorprendente.

— Lamento haber arruinado tu viaje—dice débil, siendo ignorada.

— Tú, herida en un poco profunda, no hagas tonterías para que se infecte; estamos atrapados aquí.

— ¿Atrapados?—pregunta ella desconcertada.

— Sin comunicación, ni salidas, hasta que la señal vuelva y pueda llamar a alguien que nos saque de aquí deberás hacer todo lo que te diga, debes obedecer y todo saldrá bien. —Ella lo mira y luego a las ventanas que son abarrotadas por la nieve; están solos, por primera vez, solos por tanto tiempo.— Duérmete.— Ordena acomodándose a su lado.

Ambos se quedan en silencio; él ve hacia el techo, mientras que ella no demora en quedarse dormida. Estos no eran los planes que tenía para pasar sus vacaciones; la observa dormir, notando cómo sus labios pasan de pálidos a rojos. No pasa más de una hora cuando ella empieza a temblar descontrolada; la temperatura le está subiendo, lo que causa incomodidad en él. Jamás había cuidado a alguien hasta ahora; está acostumbrado a que los doctores hagan el trabajo, esto lo saca de su zona de confort. Emmanuel pasa su mano izquierda por su rostro con frustración, acercándose a ella para tocarla. Está muy caliente, es sorprendente lo rápido que pasó de fría a caliente. Su débil cuerpo empieza a temblar, sus mejillas se tornan rojas y ella empieza a delirar llamando a su mamá, de la que no había escuchado nunca. Emmanuel se levanta buscando compresas y la desarropa, desnudándola por completo para frotar su cuerpo.

— ¿Emmanuel? —pregunta débil, levantando su mano para acariciar su mejilla y confirmar que es real— . Déjame ir, déjame morir, por favor, no me salves, no esta vez.

Emmanuel no la escucha, frota su cuerpo tratando de bajar la fiebre de manera natural. Intenta colocando compresas en su débil y hermoso cuerpo desnudo expuesto ante él. Emmanuel jamás la había detallado tanto como hasta ahora, incluso la levanta, notando un lunar pequeño en su hombro derecho muy sexual.

Después de varios minutos, casi una hora, Emmanuel logra estabilizarla. Está cansando, se levanta buscando su celular para ver si hay señal, fracasando en el intento. La tormenta aún no pasa, la noche es fría, lo que lo lleva al almacén por más leña; al acomodar la madera en la chimenea, se vuelve a acomodar junto a Rosaura, quien permanece dormida.

Él la cubre con su manta mientras intenta alcanzar el frasco de pastillas para la fiebre y se toma una sintiéndose congestionado.

*

Una noche larga, apenas ha logrado dormir dos horas cuando siente nuevamente que ella empieza a temblar acurrucada en su costilla, aferrándose a él, lo que lo hace levantarse, intentando moverse, pero ella se apoya en su pecho. Está muy roja, sus orejas y mejillas hierven por lo caliente que está, incluso ha empezado a delirar de nuevo llamando a su madre.

— Mamá, mamá, por favor no me dejes, mamá…

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