2 Ella.

Mateo:

Gracias al cristal que remplaza la pared frontal de mi oficina, puedo ver todo lo que pasa en este sector, aunque no son muchos los empleados que comparten mi piso, a decir verdad, tampoco me interesa lo que ellos hacen, solo una persona es el centro de mi mundo, siempre lo fue, la había perdido, me la habían arrebatado y yo solo lo permití, pero el tiempo y la suerte la puso nuevamente frente a mí y yo me encargué de mantenerla allí, a solo unos metros de distancia.

Observó cómo sus labios atrapan la punta de la pluma, y mi pene crece de solo imaginarla haciendo con él lo que hace con esa bendita pluma, como a veces la aleja de sus labios, pero aun así su lengua la sigue tocando, me remuevo en el sillón, y no puedo evitar que un suspiro pesado salga de mí, ¿Cuántas noches la imagine dormida a mi lado? ¿Cuántos años desperdicie buscando a una mujer con su mismo color de cabello, sus mismos ojos? ¿y para qué? Todo fue inútil, porque ella es única.

Mis ojos bajan para apreciar sus piernas, de más está decir que yo elegí el modelo de escritorio, ese mismo que ahora me deja apreciar sus piernas bien torneadas y un poco gruesas, sonrió sin poder evitarlo, se ha quitado los zapatos una vez más como cada día, y mueve sus dedos para aliviar la molestia que debe sentir, aunque no comprendo por qué, nunca usa tacones, siempre lleva zapatos bajos y por lo que he podido observar en este tiempo solo tiene tres pares y son del mismo estilo, claro que ella no necesita tacones, tiene casi mí misma altura, aun así, no debería sufrir por llevar sus zapatos, me molesta ver que lleva medias negras, siempre medias negras, ella las odiaba, decía que una mujer no debería cubrir sus piernas con aquellas cosas, pero fueron muchos años que sufrí por no saber de ella, quizás cambio de pensamiento, todos cambiamos, yo incluso la quise remplazar, y solo conseguí arruinar todo.

Observo la delicadeza con la que lleva sus pies dentro de sus zapatos negros y juro que estaría más que dispuesto en arrodillarme y colocárselos, pero soy consciente que no puedo hacerlo, solo puedo admirarla, como lo he hecho estos últimos tres años, verla a través del cristal y soñar que algún día dejara al perdedor de marido que tiene, no la merece, nunca la mereció, si fuera mi esposa no estaría trabajando, sería una reina, sería mi reina, recorrería cada día su cuerpo hasta dejarlo grabado en mi mente, en mi piel, y aun así la seguiría besando, follando y adorando todo de ella.

Disimulo al verla ponerse de pie, sé que viene hacia mí, es su único trabajo, venir a mi oficina, darme un poco de alivio al dejarme oír su voz.

— Mateo, ¿puedo pasar? — la veo, y casi rio a su pregunta.

— Tu siempre puedes pasar, y lo sabes Elizabeth. — sonríe, y mi mundo cobra sentido, se llena de colores, deja de ser gris y aburrido, camina con esas largas piernas que en más de una ocasión sueño con tener enredadas a mi cadera, mientras le hago el amor o sobre mis hombros mientras bebo todo de ella.

— El señor Halle quiere hacer una reunión contigo, para el próximo martes, dice que quiere cambiar unas cosas del proyecto. — me pierdo en ese gesto casi imperceptible que hace con sus labios rellenos, cada vez que algo no le gusta, los devoraría como un maldito animal y nunca me saciaría de ello, estoy seguro.

— ¿Y cuál es el problema? — me ve sorprendida, casi con horror, y estoy tentado a tomarle una foto, sus ojos cafés brillan, y hace meses que no lo hacen, algo que me molesta, no saber qué pena la embarga.

— ¿Cuál es el problema? No puedo creer que preguntes eso, es tu cumpleaños Mateo. — mi corazón se acelera, ella lo recuerda, cada año, ella me recuerda. — ¿Recuerdas cuando te hice un pastel en la universidad? — niega mientras habla y sé muy bien porque, esta apenada.

— Era de vainilla, pero creí que era de chocolate porque estaba quemado. — una sonrisa estira mis labios, si tan solo supieras que solo sonrió en tu presencia.

— Si, aun lo recuerdas. — sus mejillas se sonrojan, se ve tan deliciosa como una manzana tentándome a devorarla. — A mi defensa era el primer pastel que hacía y tu fuiste mi víctima. — mi amada Elizabeth, si supieras que ese día fue uno de los más felices, porque te tenia a mi lado. — Imagino que ahora debes tener algún plan con tu familia, no es como que estas en otro país como cuando íbamos a la universidad y nos hacíamos compañía.

— Es un día más, deja de ser especial con los años, más cuando lo debes compartir con cuatro personas. — me sonríe, solo a mí, ella me comprende, mi Elizabeth no me ve como un ser frio como los demás, ella sabe cuándo rio, aunque mi rostro permanezca neutro.

— Aun así, debe haber alguien que quiera hacer algún plan solo contigo…

— ¿Tu? ¿Pasarías el próximo martes conmigo? — lo dije, y me arrepiento, no sé de qué pueda ser capaz de hacerle si estamos solos, después de todo, hay algo en lo que nadie se equivoca, cuando pierdo el control de mis emociones, soy capaz de cualquier cosa.

— Puedo, aunque debería llevar a los niños. — sus niños, genial o si, Mateo el sarcástico ya llego a mi mente.

— Bien, sorpréndeme, tienes mi tarjeta de crédito, no escatimes en gastos, después de todo es mi cumpleaños.

— Como ordene señor. — mis testículos duelen, y estoy a punto de lanzarme sobre ella, cuando unos golpes en la puerta nos hacen girar.

— Adelante… Macarena. — digo con mi seriedad habitual, aunque estoy seguro de que Elizabeth sabe que estoy un poco sorprendido con la visita de esa latina a mi oficina, ¿Cuándo fue la última vez que estuvimos solos? Nunca, desde que la tome a la fuerza y mi familia se enteró, nunca más dejaron que estuviera a solas con ella.

— Hola… — Maca queda muda viendo a Elizabeth y se por qué.

— Elizabeth, ese es mi nombre. — se presenta con una sonrisa tirante el amor de mi vida. — Si me disculpan los dejare solos. — por un segundo las veo una al lado de la otra, tan iguales y a la vez tan diferentes, una siempre fue inalcanzable y la otra una víctima de mi lado… ¿frio? ¿insensible? ¿egoísta? No puedo ponerle nombre a lo que le hice a Maca.

— Hola Mateo. — la latina, madre de mi único hijo, camina tan rápido que apenas alcanzo a ponerme de pie para saludarla.

— Hola Macarena, ¿Cómo estás?

— Preocupada, ¿Cómo quieres que este? — le indico con la mano que tome asiento y lo hace.

— ¿Sigue sin aparecer?

— Si, y Hades solo dice que está bien, que si algo le hubiera pasado ya lo sabríamos. — sus ojos, sus ojos son cafés como los de Elizabeth, las dos son latinas, pero Macarena es baja y Elizabeth es… — ¿Me estas escuchando? — espeta la latina actual esposa de mi primo golpeando el escritorio.

— No, a decir verdad, no lo hacía. — Maca tiene esa mirada de te voy a matar y lo merezco.

— ¡Mateo te estoy hablando de nuestro hijo! — pura sangre latina, de eso no queda dudas, siempre fue una bomba de tiempo, y el hecho que su esposo sea el mejor asesino del mundo, solo la volvió más peligrosa.

— Un hijo que llama padre a mi primo Maca, dime ¿Qué te hace pensar que, si no contacta con ustedes, lo hará conmigo? — es lamentable, pero es la verdad y sé que lo merezco.

— Si él llama padre a Hades es porque sabe cómo quedé embarazada, no toques ese tema por favor, además los vi más unidos en Sicilia, creí que con todo lo que le sucedió a Alejandra…

— No, lamento decirte que no, él solo…

— ¿Qué?

— Lo de siempre Maca, me dijo que era una m****a y que antes de llamarme padre se cortaría la lengua, un digno hijo mío. — rebato con una sonrisa, eso es lo que más le molesta a Baltazar, podrá negar que soy su padre, pero lo rencoroso y vengativo lo heredo de mí, no de su madre.

— Lo siento, sé que tengo culpa en todo esto, debí obligarlo a ir a un psicólogo de niño, para que pueda comprender porque quien él pensó que era su tío, es en realidad su padre, pero… — se toma un momento para pasar sus manos por su larga cabellera, quitando un poco de estrés. — Eso ya no importa, lo importante aquí es que Baltazar está mal, está sufriendo Mateo, hablé con él y estuvo de acuerdo en pasar unos días contigo, entonces viaja con Hades aquí y luego desaparece, comprende que no es igual que su desaparición de hace un año, Baltazar te necesita. — sus ojos se escarchan reteniendo las lágrimas, algo que me hace sentir aún más culpable, no solo arruine mi vida, arruine la de esta mujer y la de mi hijo.

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