Cuenca- Ecuador. Alex enseñaba a Emma a lanzar el anzuelo a la laguna. Dos meses habían pasado desde el día del trasplante, en ese tiempo Lola y Alejandro, a más de fortalecer su relación empezaron a trabajar en los nuevos cambios para el hotel, se mudaron a Cuenca, y aquella hermosa mañana se encontraban los tres disfrutando de un paseo en el parque nacional el Cajas. María Dolores observaba con el corazón henchido de felicidad a su pequeña disfrutar como nunca antes lo había hecho. Ellas jamás imaginaron estar a más de tres mil metros de altura, y que el corazón de Emma no colapsara. Aunque debía tomar medicamentos de por vida, y realizarse constantes chequeos y exámenes, esta nueva oportunidad no la iban a desaprovechar. Además, que la chiquilla tenía una conexión especial con Alejandro, mucho mejor que con la de su verdadero padre, quien en todo este tiempo jamás había llamado a averiguar por su hija. —¡Lo hice! —gritó Emma al instante que pescó una trucha, y abrazó por la c
—¿Qué dijiste, María Dolores? —cuestionó Alex atónito. Clavó en ella sus ojos, observándola con profunda contrariedad—. No hablas en serio. María Dolores mordió sus labios, necesitaba ser fuerte; sin embargo, sentía que las fuerzas la abandonaban. Su corazón se partió en miles de pedazos al contemplar en la mirada de Alex, decepción, entonces tomó una gran bocanada de aire. —No es falta de amor —expuso sintiendo una profunda tristeza, que hizo liberar sus lágrimas—, al contrario, te amo, más que a mi propia vida, jamás pensé llegar a sentir todo este remolino de emociones que percibo cuando estoy a tu lado —confesó y la voz se le cortó—, no puedo ser egoísta y condenarte a vivir al lado de una mujer que jamás te dará la dicha de ser padre —habló en un hilo de voz. Alex tensó la mandíbula al escucharla, su corazón dolió, y resopló apretando sus puños. —Quedamos en vivir el presente, sin pesar en el futuro —rebatió. Lola pasó la saliva con dificultad, y luego elevó sus parpados par
María Dolores sacudió su cabeza, y se llevó las manos al rostro. —¡Ay Dios! —exclamó sintiendo hormigueo en su cuerpo debido al nerviosismo que le generaba ver a los padres de Alejandro, de inmediato se puso de pie y entró a la ducha, luego de bañarse buscó el mejor atuendo para recibir a sus suegros; sin embargo, se quedó pensativa, no iba a disfrazarse para aparentar, así que ahora que había adelgazado, se colocó unos pantalones de mezclilla azules, se calzó unas botas largas negras, y un blusón que se ceñía a su cintura y caía en forma de campana sobre sus caderas. Ella misma se sorprendió al ver lo bien que le quedaba aquel atuendo, además tomó un secador de cabello, y cepilló sus hebras, luego se maquilló lo más natural que pudo, enseguida arregló la habitación, bajó a la cocina a preparar el desayuno y se sorprendió de ver en casa a la señora que les ayudaba con la limpieza. —Buenos días, señora Lolita —saludó la chica con una sonrisa—, el joven Alex me llamó hoy, me dijo que
Los ojos de Emma brillaron al contemplar la ciudad de Cuenca desde el mirador de Turi. —Qué hermoso paisaje —dijo la niña—. Sácame una foto, mami —solicitó. De inmediato Lola empezó a fotografiar a su hija, de fondo las luces de la ciudad de Cuenca adornaban la panorámica. Alex les sacó varias fotos a madre e hija, y luego él se unió a aquellas postales, también los padres de él, aparecieron en algunas imágenes. —Este es el lugar favorito de María Paz y Joaquín —informó Santiago caminando por la adoquinada plazoleta, abrazado a su esposa. —Es un sitio muy romántico —contestó Alba sonriente—, imagino que jamás pensaste tener como cuñado al Duque de Manizales. —Ni en mis peores pesadillas. —Carcajeó Santiago. Ambos giraron y observaron cómo Alex compartía con Emma, la pequeña se veía tan feliz al lado de él. Luego de recorrer unos minutos y de disfrutar del mirador, se dirigieron al acogedor restaurante. «La mujer que no soñé by Eduardo Capetillo» se escuchaba en las bo
Samantha les había dicho que se colocaran ropa cómoda, que el paseo al palenque era un trayecto largo. María Dolores se preguntaba que era ese lugar, y Alex le explico que era el sitio en donde se fabricaba de forma artesanal el tradicional mezcal mexicano. Entonces Lolita se colocó unos pantalones de mezclilla azul marino, había dejado de ser talla dieciséis, para pasar a la doce, y cada que se miraba al espejo sonreía porque estaba recuperando su antigua figura, aunque jamás fue talla cero, y en su juventud era ocho, se sentía orgullosa de sus curvas. Se puso una camisa de la misma tela que los jeans en tono celeste, encima se cubrió con una chaqueta blanca, se calzó unos converse del mismo color de la leva, dejó su largo cabello suelto, y se colocó el sombrero de paja toquilla. Alejandro ingresó a la alcoba luego de finalizar una junta virtual, mojó sus labios al mirar el curvado cuerpo de su pareja. —Luces muy bien —dijo él, y le brindó un beso en el cuello. —Tú más —respo
María Dolores sacudió su cabeza, y sonrió al escucharlas, luego observó a Samantha. —¿Cómo se llama el apuesto joven que acompaña a nuestros chicos? —indagó. —Carlos Gabriel Duque —respondió Sam. —Ponle Charly —sugirió Lolita a Gaby, bebiendo un sorbo de su bebida. Gaby volvió a carcajear. —Esta noche estrenaré a Charly —declaró divertida y mordió su labio al ver con discreción a Gabo. —Y yo pondré en práctica el consejo de Samantha, veremos si es cierto que funciona. —Observó a Alex, y mojó sus labios. —Y yo les recomiendo usar protectores para oídos esta noche —dijo Samantha, observando con descaro a Óscar—, no se vayan a espantar si de pronto escuchan que se rompe algún mueble en una de las suites. —Carcajeó. **** Los tres chicos charlaban acerca de la próxima boda de Sam y Óscar, y aunque no tenían fecha, y eran esposos, habían decidido casarse por la iglesia, entonces Alex propuso una despedida de soltero, y Carlos Gabriel apoyó la moción. Sin embargo, cada que pod
Las manos de María Dolores cubrieron su rostro al instante que Alex le contaba todo lo que había dicho, después de beber los tragos de mezcal. —¡Qué vergüenza! —exclamó. —Contaste nuestras intimidades —reprochó negando con la cabeza. Lola frunció los labios, y luego sonrió. —Tus amigos son peores que nosotros. — Encogió sus hombros, y bajó de la cama para dirigirse a la ducha y alistarse para el evento de la noche. Después de eso se comunicó con Emma, la niña sonreía feliz al otro lado de la pantalla del computador, y le contaba a su madre los increíbles lugares que conocía junto a los padres de Alex. Instantes después cuando Alejandro ingresó a la ducha ella aprovechó para buscar a Samantha, sabía qué la suite de ella, quedaba junto a la suya. Tomó dos vestidos, salió y tocó a la puerta de la otra habitación. Sam apareció enfundada en un elegante y seductor vestido dorado. Sonrió al ver a María Dolores, sobria. —¿Todo bien? — indagó ladeando los labios. Las mejillas de Lola
Chicago, Illinois. Alexa miró con ternura como sus compañeros se despedían de sus padres con abrazos y besos, anhelaba en algún momento percibir aquella calidez; sin embargo, en su caso no era así, a su madre no le gustaba que la tocara, siempre la regañaba diciendo que la iba a ensuciar. La pequeña parpadeó, y se despidió agitando su manita de la niñera, muy pocas veces su mamá la iba a dejar en la escuela. Sus ojitos azules se cristalizaron al ver a sus compañeras de la mano de sus padres, ella tan solo tenía una madre ausente y carecía de papá, aunque sabía que lo tenía, desconocía de su existencia. «Diosito, haz que algún día conozca a mi padre» rogó en su mente, y se limpió las pequeñas lágrimas que rodaron por su blanca y tierna piel. Entre tanto la madre de la pequeña en su oficina hablaba con el investigador. —Así que la tipa esa es casada —gruñó apretando sus puños. —Sí, señora —respondió el hombre, y le colocó sobre el escritorio un folder—, esos son los datos del suj