La prisionera

Brianna

En cuanto Pietro me empujó dentro del coche, me vendaron los ojos y me llevaron maniatada durante todo el camino, dándome cortos sorbos de agua, de tanto en tanto. No sabía a donde me llevaban, e intenté con todas mis fuerzas memorizar las curvas, como eran los movimientos del coche. Necesitaba saber cuánto tiempo recorríamos una carretera o si el camino era pedregoso, pero no logré nada de aquello. Me apresaron como un cordero que va al matadero. Era incapaz de defenderme por más que rogué, lloré y me sacudí, esperando que se apiadasen de mí.

Pensé en Apolo y en lo que sentiría cuando se enterase que no había llegado al pequeño aeropuerto privado tal como había planeado, lo imaginé destrozado, sintiéndose culpable por no haber ido conmigo.

No lo culpaba a él. ¿Cómo lo sabría? Era imposible saber que Pietro me entregaría de esa manera tan cruel. Sin embargo, me desgarraba pensar en su dolor y culpa.

El automóvil se detuvo súbitamente cuando un torrente de lágrimas empapó l
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