En una región apartada, donde el tiempo parecía haberse detenido, se erguía el pueblo de Hunulú. Este lugar, abrazado por montañas nevadas y frondosos bosques, había sido olvidado por el mundo moderno. Las calles de tierra se entrelazaban en un laberinto que contaba historias de generaciones, y las casas, construidas con madera y piedra, parecían surgir de la tierra misma, como si deseasen preservarse de la vorágine del tiempo. Los aldeanos vivían en armonía con la naturaleza, llevando una vida marcada por ritmos sencillos y ciclos de la agricultura y la caza. Los días transcurrían tranquilamente en Hunulú, donde el amanecer traía consigo el canto de los pájaros y el brillo del sol filtrándose entre las hojas de los árboles. Los aldeanos se despertaban temprano, con una rutina arraigada en tradiciones ancestrales. Los hombres de los clanes salían a cazar, mientras que las mujeres se ocupaban de los cultivos y de cuidar a los pequeños. En el corazón de Hunulú, un lugar remoto y casi
Kira y Kael se encontraban inmersos en una tensión amorosa, un delicado equilibrio entre el deseo y el temor que les impedía expresar abiertamente lo que sentían el uno por el otro. En su entorno, las circunstancias parecían conspirar para mantenerlos alejados, y sin embargo, era imposible ignorar la atracción que se manifestaba entre ellos en cada mirada furtiva. Se suponía que no deberían sentirse de esa manera, pero en ese momento, todo se volvió inevitable. Sus miradas se buscaban en la distancia, como imanes irresistibles que se atraen a pesar de las barreras. Una de esas miradas se produjo en un momento particularmente intenso, mientras Kira exhibía su habilidad con el arco. Se encontraba en el centro de un pequeño círculo de personas, rodeada por sus compañeros de clan que la animaban con gritos entusiastas. La atmósfera estaba cargada de emoción y camaradería, pero Kira no podía evitar sentir una mezcla de nervios y determinación. Con una concentración casi palpable, alineó la
Kael se acomodó en el suave y fresco pasto junto a Kyra, ambos rodeados por la serenidad del bosque que se extendía a su alrededor. La noche había desplegado su vasto manto de estrellas, y juntos se sumergieron en la contemplación del cielo nocturno, donde las constelaciones brillaban como faros en la oscuridad. Sin embargo, más que el espectáculo celeste, lo que realmente atesoraban era la compañía del otro. En ese instante compartido, el bullicio del mundo exterior parecía desvanecerse; era como si una barrera mágica los protegiera de las antiguas rivalidades y de las pesadas sombras de su pasado. Aquella noche, bajo la luz plateada de la luna, habían creado un refugio donde el tiempo parecía detenerse, y solo existía el ahora, un ahora cargado de esperanzas y posibilidades. La paz del momento fue interrumpida por la voz suave y contemplativa de Kael, quien rompió el silencio que los envolvía con una pregunta que había estado rondando en su mente. — ¿Crees que algún día la rivalida
El sol se ocultaba lentamente detrás de las colinas, tiñendo el cielo de un suave tono anaranjado que prometía una noche estrellada, como un tapiz de sueños esperando ser tejido. Kyra se adentraba en el bosque, sus pasos silenciosos sobre la hojarasca húmeda que crujía suavemente bajo sus pies. Había algo sagrado en esas horas crepusculares que la llenaban de una mezcla de excitación y ansiedad, un sentimiento que la envolvía como un abrigo cálido en el frío de la inminente noche. Sabía que su encuentro con Kael estaba a punto de comenzar, y cada vez que se veían, un torbellino de emociones la invadía, un mar de sentimientos intensos que la hacían sentir viva. Desde aquel día en que sus labios se encontraron por primera vez, sus encuentros habían adquirido una nueva dimensión, convirtiéndose en momentos cargados de pasión y deseo. Ambos se encontraban atrapados en un éxtasis de amor desenfrenado que los mantenía en un estado de euforia constante. Se habían vuelto inseparables, sus encu
El sol se ocultaba lentamente en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y morados. Este momento del día siempre había sido especial para Kyra. Le encantaba cómo la luz del atardecer transformaba el paisaje, pero era innegable que hoy había algo diferente en el aire. Aristán, su pueblo, se encontraba en un estado de inquietud latente. Por eso, las palabras de sus amigos y ancianos resonaban en su mente como ecos persistentes, recordándole el peligro que su amor representaba. Era una tarde cálida cuando se reunió con sus amigos en el claro del bosque, un lugar donde habían compartido risas y secretos desde la infancia. Sin embargo, hoy se respiraba una tensión palpable. Alrededor de una fogata crepitante, Valen, uno de sus amigos más cercanos, soltó una risa nerviosa. -Kyra, tienes que entender que Kael no es como nosotros. Todo el pueblo lo sabe -dijo, mirando a los demás en busca de apoyo. -¿Qué quieres decir con eso? -respondió Kyra, con un destello de desafío en sus o
El viento soplaba suave entre los árboles, creando una danza de susurros que solo Kyra y Kael podían entender. La luz dorada del atardecer se filtraba a través de las hojas, creando manchas de luz en el suelo cubierto de hojas secas. En ese instante, el mundo parecía detenerse a su alrededor, y el peso de su amor prohibido era más ligero que nunca.Kyra miró a su alrededor, asegurándose de que estaban solos, antes de centrar su atención en Kael. Sus ojos, que normalmente reflejaban un océano de emociones, ahora mostraban una complejidad de sentimientos que solo se intensificaban con cada segundo que pasaban juntos. Sabían que su amor era un secreto, un fuego que podía consumirlos si alguien llegaba a descubrirlo."¿Por qué debemos esconderlo?" preguntó Kyra en un susurro apenas audible. "¿Por qué es tan prohibido amar y sentir lo que sentimos?"Kael la miró con ternura, sus manos, callosas de trabajos en el campo, encontraron las de ella. "A veces, Kyra, el amor más hermoso es el que
Kyra se adentraba en el bosque como lo hacía cada tarde, confiando en que la frescura del aire nocturno y el aroma terroso de las hierbas la ayudarían a despejar su mente. Sin embargo, esa semana había sentido una extraña debilidad, un mareo persistente que la acompañaba cada vez que se inclinaba para recolectar las hojas y raíces que tanto necesitaba para sus pociones. Habitualmente, el acto de recolectar hierbas era un ritual que la conectaba con la naturaleza; cada planta cantaba su propia canción, cada olor le susurraba antiguos secretos. Pero en esos días, el bosque parecía murmurarle con un tono de advertencia, y cada vez que se agachaba, una nube de peso le caía sobre el estómago.Mientras sus dedos se cerraban delicadamente en torno a una rama de saúco, el mareo que la había estado acosando se intensificó, como si una sombra pesada se cerniera sobre ella. La visión se nubló, y por un momento, el mundo a su alrededor giró descontroladamente. Desesperada, se tomó un instante par
La noche se cernía sobre el pueblo de Hunulú, bañado en una luz plateada que emanaba de la diosa Luna. Era el momento del gran festival, una celebración ancestral que unía a los clanes Rokar y Lira en un rito de veneración y festividad. Los murmullos de la tribu reverberaban en el aire fresco, mezclándose con el crujido de las hogueras que iluminaban el claro central, donde un altar adornado con ofrendas brillaba bajo el fulgor lunar.Las flautas de caña y los tambores resonaban en un ritmo hipnótico mientras los danzantes se movían con gracia y vigor. La multitud, ataviada con coloridos atuendos que reflejaban la luz lunar, giraba en un frenesí de alegría y celebración. Este era su momento, un tiempo en el que todos los rencores se olvidaban por unas horas, donde la unión y la paz reinaban por encima del orgullo y la competencia.Kael era uno de los participantes más destacados en las danzas del festival, sumido en una euforia que parecía vibrar en cada rincón del claro. Sus compañer