Selene se encontraba arrodillada en el suelo frío y húmedo de la cueva, un lugar oscuro y sombrío donde la luz apenas se atrevía a entrar. Con ambas manos presionadas sobre la herida profunda en su vientre, sentía el pulso del dolor a través de su cuerpo. La marca de las garras del reptiliano era una herida visible, un recordatorio de la brutalidad que había enfrentado. Pero, a pesar del dolor que la consumía, había algo dentro de ella que comenzaba a despertar, una chispa de esperanza que luchaba por salir.Con un esfuerzo notable, Selene logró ponerse de pie. Cada movimiento era un desafío, pero el destino la había llamado y no podía ceder a la desesperación. Avanzó titubeante hacia el cáliz que brillaba débilmente en el centro de la cueva, recordando una advertencia que había recibido en un sueño: “Toma del cáliz”. Era una instrucción que resonaba en su mente, un eco del consejo divino que la había guiado a lo largo de su vida."pronuncia las palabras iluminadas por la luz de la lu
Selene regresó al apacible pueblo de Hunulú, un rincón olvidado del mundo donde la brisa suave acariciaba los rostros de sus habitantes, difundiendo un aroma a flores silvestres y tierra húmeda. El murmullo del río cercano se entrelazaba con las historias que los ancianos compartían alrededor de la hoguera, narrando leyendas de valientes héroes y criaturas mitológicas que una vez habitaron las tierras. Sin embargo, esta vez, el aire estaba cargado de una inquietud palpable, una curiosidad oscura que se extendía como una sombra sobre los rostros del clan Lira y del clan Rokar, quienes la esperaban con ansias mezcladas de desasosiego.Los guerreros que habían salido esa mañana en busca de caza y aventura ahora regresaban con relatos inquietantes que envolvían al pueblo en una nebulosa de temor. Habían vislumbrado una criatura tan extraordinaria que alimentaba tanto su curiosidad como su pavor, y ahora temían por la seguridad de su hogar.En su regreso buscaban al viejo chamán, conscient
Selene se encontraba sumida en la calma del lago, sus pies sumergidos en el agua cristalina que reflejaba los destellos plateados de la luna llena. El suave murmullo de las hojas meciéndose en la brisa no hacía más que añadir serenidad al ambiente nocturno, permitiéndole sumergirse en sus pensamientos. Los recuerdos de la reciente batalla aún danzaban en su mente, pero por un momento, se permitió dejar de lado la carga que llevaba. De repente, una figura familiar se acercó y se sentó a su lado. Era su madre, Kyra, quien la miró con preocupación pintada en el rostro.—¿Qué haces aún despierta? Pensé que estabas cansada tras la batalla —preguntó Kyra, su tono era suave pero firme.Selene giró su cabeza hacia su madre, sintiendo cómo el agua parecía abrazar sus pies. —Yo... solo pensaba un rato —respondió, tratando de ocultar la profunda reflexión que la envolvía.Kyra frunció el ceño, deseando comprender la tormenta emocional que se escondía tras la mirada de su hija.—¿Solo eso? No p
En un remoto y olvidado pueblo, donde la evolución humana aún no había sido descubierta y la vida transcurría de manera primitiva y rudimentaria, dos clanes mantenían una rivalidad que parecía tan eterna como la misma naturaleza que los rodeaba. Los Rokar, guerreros invencibles y orgullosos de su linaje; y los Lira, astutos y hábiles en el arte de la estrategia. Ambos grupos habían coexistido, pero siempre a una distancia prudente, como dos sombras que nunca se cruzarían. Sin embargo, una chispa inesperada encendió el fuego de lo prohibido: el amor entre kyra, una joven del clan Lira, y Kael, un valiente guerrero de los Rokar.Sus corazones se entrelazaron en secreto, impulsados por una pasión desenfrenada que desafiaba las advertencias de sus pueblos. El canto de la leyenda ancestral resonaba en sus oídos, un ecos que hablaba de la destrucción que seguiría a la unión de sus clanes. Las viejas historias, contadas al rededor de las fogatas por los ancianos, advertían que el amo
En una región apartada, donde el tiempo parecía haberse detenido, se erguía el pueblo de Hunulú. Este lugar, abrazado por montañas nevadas y frondosos bosques, había sido olvidado por el mundo moderno. Las calles de tierra se entrelazaban en un laberinto que contaba historias de generaciones, y las casas, construidas con madera y piedra, parecían surgir de la tierra misma, como si deseasen preservarse de la vorágine del tiempo. Los aldeanos vivían en armonía con la naturaleza, llevando una vida marcada por ritmos sencillos y ciclos de la agricultura y la caza. Los días transcurrían tranquilamente en Hunulú, donde el amanecer traía consigo el canto de los pájaros y el brillo del sol filtrándose entre las hojas de los árboles. Los aldeanos se despertaban temprano, con una rutina arraigada en tradiciones ancestrales. Los hombres de los clanes salían a cazar, mientras que las mujeres se ocupaban de los cultivos y de cuidar a los pequeños. En el corazón de Hunulú, un lugar remoto y casi
Kira y Kael se encontraban inmersos en una tensión amorosa, un delicado equilibrio entre el deseo y el temor que les impedía expresar abiertamente lo que sentían el uno por el otro. En su entorno, las circunstancias parecían conspirar para mantenerlos alejados, y sin embargo, era imposible ignorar la atracción que se manifestaba entre ellos en cada mirada furtiva. Se suponía que no deberían sentirse de esa manera, pero en ese momento, todo se volvió inevitable. Sus miradas se buscaban en la distancia, como imanes irresistibles que se atraen a pesar de las barreras. Una de esas miradas se produjo en un momento particularmente intenso, mientras Kira exhibía su habilidad con el arco. Se encontraba en el centro de un pequeño círculo de personas, rodeada por sus compañeros de clan que la animaban con gritos entusiastas. La atmósfera estaba cargada de emoción y camaradería, pero Kira no podía evitar sentir una mezcla de nervios y determinación. Con una concentración casi palpable, alineó la
Kael se acomodó en el suave y fresco pasto junto a Kyra, ambos rodeados por la serenidad del bosque que se extendía a su alrededor. La noche había desplegado su vasto manto de estrellas, y juntos se sumergieron en la contemplación del cielo nocturno, donde las constelaciones brillaban como faros en la oscuridad. Sin embargo, más que el espectáculo celeste, lo que realmente atesoraban era la compañía del otro. En ese instante compartido, el bullicio del mundo exterior parecía desvanecerse; era como si una barrera mágica los protegiera de las antiguas rivalidades y de las pesadas sombras de su pasado. Aquella noche, bajo la luz plateada de la luna, habían creado un refugio donde el tiempo parecía detenerse, y solo existía el ahora, un ahora cargado de esperanzas y posibilidades. La paz del momento fue interrumpida por la voz suave y contemplativa de Kael, quien rompió el silencio que los envolvía con una pregunta que había estado rondando en su mente. — ¿Crees que algún día la rivalida
El sol se ocultaba lentamente detrás de las colinas, tiñendo el cielo de un suave tono anaranjado que prometía una noche estrellada, como un tapiz de sueños esperando ser tejido. Kyra se adentraba en el bosque, sus pasos silenciosos sobre la hojarasca húmeda que crujía suavemente bajo sus pies. Había algo sagrado en esas horas crepusculares que la llenaban de una mezcla de excitación y ansiedad, un sentimiento que la envolvía como un abrigo cálido en el frío de la inminente noche. Sabía que su encuentro con Kael estaba a punto de comenzar, y cada vez que se veían, un torbellino de emociones la invadía, un mar de sentimientos intensos que la hacían sentir viva. Desde aquel día en que sus labios se encontraron por primera vez, sus encuentros habían adquirido una nueva dimensión, convirtiéndose en momentos cargados de pasión y deseo. Ambos se encontraban atrapados en un éxtasis de amor desenfrenado que los mantenía en un estado de euforia constante. Se habían vuelto inseparables, sus encu