Se mostraron tan alborotados los alumnos con el desmayo de su compañera, que el profesor prefirió la ayuda de una mujer.
Llamó a Andrea para dirigirse hasta la enfermería de la universidad.
Andrea no era muy cercana a Abigaíl, por lo que no se mostró muy satisfecha de abandonar la clase, pero mantuvo la sonrisa dibujada en la cara cuando vio que el Señor Lane iría con ellas.
—De seguro se desmayó porque sabe que va a reprobar —burló la joven que caminó a su lado cargando el bolso y las pertenencias de la afectada.
Oliver mantuvo la boca cerrada y es que le requería un gran esfuerzo cargar a la joven desvanecida entre sus brazos, más al notar la poca ropa que vestía.
La falda corta era todo un problema para él. Podía sentir la piel de sus piernas rozando sus brazos. Y, de alguna extraña manera, eso lo hacía sentir nervioso e incómodo.
La joven ingresó a la enfermería con cara de pocos amigos y miró al profesor Lane con los ojos brillantes. Le parecía tan guapo y masculino que no podía evitar poner cara de boba embrujada, justo como a Abigaíl le ocurría.
—Señorita Toledo, le traje a una alumna que se desmayó en clases —habló el profesor, buscando una camilla para recostar a Andrade y quitarse su cálido cuerpo de encima.
—¿Se desmayó? —preguntó y apareció curiosa—. Ah, Andrade —susurró cuando vio que se trataba de Abigaíl.
Lane se acercó a la camilla con el cuerpo de la joven, el que caía laxo entre sus brazos y la acomodó suave en la cama.
En vista de que nadie le ayudó, le puso las manos sobre el abdomen sin verse muy atrevido y le estiró las piernas con los dientes apretados.
Era tan suave que en algún segundo quiso tocarla con el dorso de la mano y deslizarle los dedos hasta la rodilla, tal vez meterle las manos bajo la falda, pero tuvo que contenerse y es que tenía dos pares de ojos atentos a cada uno de sus movimientos.
—¿Cuál es el protocolo? —preguntó el hombre cuando logró acomodar a la joven y suspiró aliviado—. ¿Llaman a sus padres o le hacen un examen?
—A Andrade no —respondió la enfermera a cargo, rellenando una ficha con prisa—. Sus padres nunca contestan y se niega a recibir exámenes.
—¿Cómo así? No entiendo... —El profesor parecía confundido e intercaló mirada preocupada entre Andrea, la enfermera y Abigaíl, quien seguía durmiendo profundamente—. ¿Acaso no es la primera vez qué se desmaya?
Quiso saber.
Tenía el ceño arrugado y las manos acomodadas en las caderas. La enfermera negó soltando un suspiro y cubrió el cuerpo de la estudiante con una manta delgada.
—¿Y la dirección no ha insistido sobre esto? —preguntó otra vez Lane, indignado con lo que veía y escuchaba.
Andrea cambió de fastidio a lástima en cosa de segundos.
—Estamos hablando de universitarios, señor Lane, no de alumnos de primaria —refutó ella de mal humor y le acomodó una cinta en el brazo para tomarle la presión—. Andrea, por favor, ¿nos dejas a solas? —pidió amable y le sonrió a la curiosa estudiante.
La aludida asintió un tanto disconforme, pero tuvo que salir de la enfermería cuando Lane fijó sus ojos en ella.
La enfermera esperó a que Andrea saliera y cerrara la puerta para hablar con tranquilidad.
—Abigaíl no se alimenta bien eso le ha acarreado algunos problemas de salud. ¿Acaso no ve lo delgada que está?
Lane no entendió muy bien lo que la enfermera trataba de decirle. Pudo imaginarse muchas cosas. Era una tendencia cruel entre las jovencitas pasar hambre para verse más delgadas.
Nunca se imaginó que para Abigaíl no era una elección.
—¿Tiene algún problema con la comida? —preguntó ignorante.
La enfermera se rio con dulzura.
—No, para nada, ella podría comer todo el día —dijo y acarició el cabello de la estudiante—. Es solo que no tiene para comer. Hace un gran esfuerzo para estar aquí.
—¿Y la beca de alimentación? —preguntó él, alterado.
—Abigaíl tiene tres hermanos y con la tarjeta de la beca les compra comida a ellos. Sacrificios son sacrificios, señor Lane —explicó y el hombre se sintió frustrado—. Muchas gracias por traerla, yo la cuidaré ahora.
—¿Y cuáles son los cuidados? —quiso saber, ansioso por lo que ocurría.
—Esperaré a que despierte y la llevaré a comer —agregó risueña, como si fuera lo más normal del mundo. El hombre se quedó tieso y con la cara roja—. Vuelva a su clase y no se preocupe, ella es fuerte.
El hombre se rascó el mentón con fuerza y se revolvió la crecida, pero bien cuidada barba con ansiedad.
No le gustaba lo que había escuchado y no le gustaba para nada lo que veía, pero ¿cómo se separaba la relación profesor estudiante sin parecer un acosador?
El profesor se marchó a paso veloz, dejando atrás a Abigaíl Andrade y esas locas ganas que sentía de brindarle su ayuda. Y es que, en el fondo, aunque tenía un corazón blando y amable, necesitaba velar por la seguridad de su trabajo, ese que requería urgentemente.Y eso significaba alejarse de alumnas problemáticas como Abigaíl. Se olvidó de la joven durante toda la mañana, o al menos eso quiso hacer, pues cuando la hora de la almuerzo llegó y los profesores se reunieron en el casino a compartir y a relajarse en su hora libre, Oliver Lane no pudo pensar en otra cosa que no fuera en Abigaíl Andrade.Se comió la ensalada con un trago amargo en la garganta y apenas pudo probar el pollo con especias que él mismo había preparado en la mañana, y cuando llegó a la fruta que había metido en su bolso, no pudo comérsela.Solo podía pensar en que esa joven no tenía para comer y se le quitaba el apetito. —Estás muy callado —siseó Victoria, la consejera estudiantil con quien salía de vez en cua
Atemorizada por lo ocurrido, la joven corrió acobardada por el amplio y verdoso campus, respirando con tanta dificultad que en algún segundo pensó que iba a desmayarse.Al no tener una escapatoria, y arrancando como si el mismo demonio estuviera persiguiéndola, terminó metiéndose a la fuerza en el sector de la piscina, donde solo el equipo de natación tenía autorizado ingresar.Sin pensárselo dos veces, se lanzó al agua con ropa, todo con el fin de encontrar calma a tanto ardor que la sometía.Pensó que se estaba volviendo loca. Dejó que el agua helada le enfriara los pensamientos y aunque se iba a tener que ir escurriendo a casa, nada le importó en ese momento, y solo se concentró en recordar la cara que el profesor había puesto.Cuando asimiló los hechos, se carcajeó descontrolada y salió a flote para celebrar. Chilló también cuando entendió lo que había ocurrido, más cuando recordó lo que había hecho.«Eres grotesca». —Molestó su lado prudente—. «¿Qué va a decir de nosotras ahora?
A pocos kilómetros de allí, Abigaíl ordenó el jardín trasero de su casa y aunque esa mañana se había levantado muy cansada por el agitado ritmo de vida que llevaba, el extraño y tenso encuentro con su profesor, ese al que soñaba a diario, la había dejado enérgica y de muy buen humor.Sacó la basura sin decir mucho, con los auriculares alrededor del cuello, escuchando un poco de música y moviéndose rítmica por todo el lugar. Sus hermanos estaban allí, ayudándole con el orden y la limpieza y aunque restaban unos cuantos días para que su madre regresara, la joven disfrutaba de aquella rutina que la liberaba de todas sus aprensiones.—Abi, ¿mañana estarás con nosotros o debes trabajar? —preguntó Bastián, uno de sus tres hermanos menores.Abigaíl suspiró, pero no cansada, si no entristecida por lo que aquello significaba. Los niños anhelaban estar con ella, encontrar entre sus brazos, palabras y deliciosas comidas, a una madre, pero aquello significaba sacrificios que ya empezaban a supe
Como si estuvieran conectados, en ese preciso momento, Oliver Lane gritaba de emoción al recordar los hechos, conforme su amiga Simona, esa que ya había regresado de su escape al bar, lo escuchaba con atención.—Vale, voy a usar mis años de psicología —dijo seria, casi profesional.—Los que tiraste a la basura por dedicarte a dibujar —agregó Oliver ofreciéndole más aceitunas.Simona rodó los ojos. —¿Y tú? Podrías haber sido un buen futbolista, incluso un técnico con un buen salario, pero preferiste enseñar —burló con tono socarrón, recordándole su pasado.—Jaque mate —contestó él y le dio un sorbo a su cerveza. —Entonces, ¿por qué estás tan feliz? —preguntó Simona. Oliver suspiró y se metió un puñado de almendras saladas a la boca para analizar bien las palabras que iba decir. No quería equivocarse y no quería arruinar las cosas.—Hoy día pasó algo y debo decir que, por fin, después de tres largos meses, tuve una erección —relató con orgullo y se le hinchó el pecho.—¡¿Se te paró?!
Aunque el lunes llegó con prisa, ni Oliver ni Abigaíl dejaron de pensar en lo ocurrido en la sede universitaria y en todo aquello que había ocurrido entre ellos. Las miradas, las cosquillas, el revoltijo de panza. Tal vez la joven usó aquello a su favor para distraer su mente y se masturbó cada vez que encontró́ la oportunidad perfecta para reconectarse con ella misma. Disfrutó de tener a Oliver Lane entre sus pensamientos, lo gozó en la cama, en la bañera e incluso mientras estudiaba. Se durmió pensando en él y anheló ese reencuentro que de seguro la dejaría soñando despierta otro par de días. Esa mañana se alistó como siempre, conforme desayunó lo que su hermana había preparado para toda la familia
Ella ingresó primero, robándose unas cuantas miradas y él esperó a que la cosa estuviera tranquila para volver, conforme la persiguió con la mirada, analizando cada uno de sus simpáticos detalles. Sus zapatos bajos y las faldas simples que usaba todo el tiempo, incluso en invierno.Regresó a su escritorio porque se obligó a hacerlo y organizó el trabajo para aquella mañana.—Quiero hacer una retroalimentan de los informes en los que trabajaron en marzo, para que podamos mejorar en mayo, ¿está bien? —preguntó, acomodando una pila de documentos en el filo de su escritorio—. Sabemos que esta carrera requiere de práctica, pero también de teoría, así que trabaja
Aunque Oliver esperaba a que la cosa se suavizara un poco, nada salió como él esperaba.Todo eran tan impredecible. Tener a su alumna frente a él, con esa actitud tan seductora le ponía a temblar y a alucinar cosas que no debía, mucho menos en una sala de clases y rodeado de tantos ojos curiosos.Oliver se tomó un tiempo para hablar con sus alumnos y guiarlos en los errores que habían cometido en sus informes. Le costó concentrarse, porque, en el fondo, podía ver a Abigaíl leyendo.No sabía que leía, pero, demonios, se veía preciosa cuando se concentraba. Se castigó por tener pensamientos tan... lujuriosos, más con una alumna. Eso no era correcto. No era correcto de ninguna forma. Aunque ese no era el primer año de Oliver enseñando en esa universidad, era el primer año en el que una alumna llamaba su atención de formas tan atrevidas. Sí, había tenido alumnas que habían intentado seducirlo, pero siempre se había mantenido al margen.No entendía qué era lo que le estaba pasando con A
Oliver se escapó a la sala de profesores, donde el resto de sus colegas se reunía a trabajar o a pasar el rato. Pensó que allí encontraría un poco de alivio a todo lo que sentía.Eligió una mesa al fondo, lejos de todos y se sirvió una taza de café. Aunque no tenía clases hasta después de almuerzo, aprovechó de que sus hijas estaban en la escuela para revisar exámenes pendientes y organizar su horario de trabajo.El fin de semana tenía que salir con las niñas. No quería defraudarlas, mucho menos ahora que su madre cada vez se alejaba más y más. Las tenía en el olvido. —El café no te hace bien —siseó Victoria admirándolo con una sonrisa desde la puerta de entrada.Oliver escuchó su voz y aunque su compañera de trabajo siempre lo hacía sentir aliviado, en ese momento, solo se sintió agobiado. No tenía cabeza para hablar con nadie. —Me ayuda a tener energía —contestó y dejó lo que hacía para verla con atención.No podía negar que era atractiva, tal vez más que su esposa, pero existía