Atemorizada por lo ocurrido, la joven corrió acobardada por el amplio y verdoso campus, respirando con tanta dificultad que en algún segundo pensó que iba a desmayarse.
Al no tener una escapatoria, y arrancando como si el mismo demonio estuviera persiguiéndola, terminó metiéndose a la fuerza en el sector de la piscina, donde solo el equipo de natación tenía autorizado ingresar.
Sin pensárselo dos veces, se lanzó al agua con ropa, todo con el fin de encontrar calma a tanto ardor que la sometía.
Pensó que se estaba volviendo loca.
Dejó que el agua helada le enfriara los pensamientos y aunque se iba a tener que ir escurriendo a casa, nada le importó en ese momento, y solo se concentró en recordar la cara que el profesor había puesto.
Cuando asimiló los hechos, se carcajeó descontrolada y salió a flote para celebrar. Chilló también cuando entendió lo que había ocurrido, más cuando recordó lo que había hecho.
«Eres grotesca». —Molestó su lado prudente—. «¿Qué va a decir de nosotras ahora?» —Lamentó, pensando lo peor.
La joven arrugó los ojos y la nariz, todo en un divertido gesto que la hacía lucir adorable.
«Que mujer tan dramática, lo que diga la gente no es importante, además, el profe es un caballero, y no podíamos desperdiciar un momento así». —Insistió su lado sensual.
Abigaíl supo que eso le traería problemas y nadó con lentitud por la parte profunda, moviendo las piernas con mucha gracia.
«Es tu profesor, quién sabe cuántos años mayor». —Exageró sensata.
La joven se sintió más lasciva entonces y es que recordar a Oliver la ponía a sudar.
«Yo quiero ser tu profe, mejor dicho, profesor, el que te enseñe del amor, lo que sabes y disimulas; quisiera que me mientas cuando pregunte tú edad, quiero volverme tan vulgar…». —Cantó Lujuriosa y Abigaíl bailó en el centro de la piscina, siguiendo el ritmo de la música de Miranda.
«Patéticas». —Remató prudente y tal vez mojigata, terminando por fin esa celebración.
Y la joven terminó el debate con ella misma cuando se hundió en el agua cubriéndose la nariz y sus dos personalidades opuestas se ahogaron con todo el resto de sus oscuros y sucios pensamientos.
En el otro extremo de la universidad, al profesor Lane le ardían las orejas y tuvo que mojarse el rostro, la nuca y los brazos para quitarse esa sensación de calor que lo invadía por entero.
Suspiró y se rindió encima del lavabo con la respiración agitada, sosteniéndose con las manos, mirándose al espejo con temor.
Sabía que existían límites con el grupo estudiantil, sabía bien que debía separar las cosas y, aun así, se había pasado por el culo todo aquello que conocía bien.
No pudo evitar sentirse peor al recordar lo bien que su cuerpo había reaccionado ante el contacto de la descarada jovencita.
Había sido tan delicioso como nadar en la playa en un caluroso verano y tan liberador como caminar al aire libre en una tarde de primavera.
Había sido todo, pero con tan gusto a poco que continuaba confundido con todas esas emociones que seguían recorriéndolo de pies a cabeza.
—Compañero, ¿por qué está tan escondido? —preguntó uno de sus compañeros al ingresar al cuarto de baño y lo observó con ojo crítico.
Oliver dio un respingo en su posición y fingió una sonrisa. Él no se estaba escondiendo, ¿o sí? Especuló nervioso y se movió para mostrarse más relajado.
—¿Te sientes bien, hermano? —insistió el otro profesor y lo miró con lástima.
El hombre pensó en la pregunta y se apuró para responder, y es que nada le incomodaba más que esas miradas cargadas en lástima que lo hacían sentir peor, que lo hacían sentir el principal culpable de todos sus errores.
—Mejor que nunca —contestó cuando entendió lo ocurrido y sonrió con confianza.
Abigaíl Andrade, la estudiante fracasada había conseguido lo imposible.
Y es que no era un secreto lo que su esposa le había hecho, pero si era un secreto la disfunción eréctil que padecía, la que lo perturbaba incluso entre sueños y pesadillas; la que le quitaba el apetito y las ganas de avanzar.
La que le quitaba absolutamente todo.
Se secó el rostro con papel y caminó triunfante por el pasillo, sintiéndose mejor que nunca. Recuperar la fuerza y dureza de su amigo era algo que llevaba esperando por un largo periodo de tiempo y nada le entregaba más seguridad ahora que su compañero —el de abajo—, estaba de vuelta.
Como vivía cerca de la sede universitaria en la que enseñaba, caminó a casa y aunque moría de ganas de empinarse una cerveza bien helada entre los labios y celebrar con ganas, tenía otras responsabilidades con las que lidiar, obligaciones que lo hacían aterrizar en el mundo real y que lo mantenían con los pies en la tierra y con los ojos bien abiertos.
—¡Anto! ¡Paulita! Ya llegó el papá —gritó Simona, la mejor amiga de Oliver y le miró con gracia—. Qué bueno que llegaste temprano, quería ir a un bar con una amiga —agregó moviendo las cejas y Oliver rodó los ojos.
—¿Cómo estuvo el día?
Quiso saber, pero los chillidos de las niñas ensordecieron incluso a los vecinos y sus pisadas agitadas repercutieron por toda la propiedad, llenando de vida esos muros vacíos y blancos que le transmitían tristeza a cualquiera.
Las risas vinieron después, esas que se convertían en el combustible de Oliver para levantarse cada día.
—Hoy toca parque. —Antonella, su hija mayor dominó y Oliver le prestó atención con los ojos brillantes.
—No, playa —peleó la menor y se acomodó las manos en la cintura.
Oliver miró a sus hijas con dulzura.
—Parque hoy y playa mañana —respondió él con alegría y paciencia y acarició la espalda de Paula que se acercó a él con mayor confianza—. Es viernes y tenemos el fin de semana para nosotros solitos —agregó después cuando vio a sus hijas confundidas.
—¡Los tres mosqueteros! —gritó Antonella feliz y se colgó del cuello de su padre, ese que se había agachado para estar a su altura.
Las niñas se rieron alegres al ver que su padre estaría con ellas mucho tiempo, y es que, en sus minutos de niñas, un día completo no bastaba, ellas siempre querían y también necesitaban más.
—Lavé su ropa de escuela y terminé con la cocina —acotó Simona colgándole el delantal colorido y floreado a Oliver en el cuello. Las niñas se rieron—. Volveré a la noche para que cenemos.
—Está bien —agregó Oliver y recibió el beso que su amiga depositó en su mejilla—. Se va la tía, ¿cómo se dice?
—Adiós, tía Simona —se despidieron las niñas al unísono. Paula más triste que Antonella—. Gracias por ayudarnos y cuidarnos.
—Nos vemos mañana en la playa —continuó ella y besó la mejilla de las dos niñas con una sonrisa satisfecha entre sus labios.
Oliver acompañó a Simona hasta la parte trasera de la propiedad, sin antes pedirle a sus hijas que recogieran los juguetes que desordenaban la sala.
Su escritorio, donde trabajaban en las tardes preparando sus clases, eran otro asunto serio.
—Hoy día traes brillo en los ojos, ¿qué te pasó? —preguntó Simona antes de ponerse el casco.
Oliver negó con los labios fruncidos y se cruzó de brazos encima del pecho.
Sabía bien que debía hablar con su amiga y encontrar consejo en sus palabras, pero a veces la joven mujer terminaba burlándose de sus desgracias y tomándoselas con demasiada gracia.
—A la noche hablamos más tranquilos —respondió nervioso y es que recordar lo que su estudiante le había hecho no estaba para nada bien.
Más si le sumaba la parte de la erección.
—Entonces me vas a contar algo sucio —burló su amiga con el casco ya puesto y no dejó al hombre refutar.
Encendió la motocicleta con prisa y movió el acelerador para generar un ensordecedor sonido que solo llevó a Oliver a sonreír y a negar con la cabeza, conforme se despidió de su amiga agitando su mano.
Suspiró y volvió a casa, donde sus niñas esperaban a por él, y donde debía olvidar todo dolor para demostrar que todo estaba bien.
A pocos kilómetros de allí, Abigaíl ordenó el jardín trasero de su casa y aunque esa mañana se había levantado muy cansada por el agitado ritmo de vida que llevaba, el extraño y tenso encuentro con su profesor, ese al que soñaba a diario, la había dejado enérgica y de muy buen humor.Sacó la basura sin decir mucho, con los auriculares alrededor del cuello, escuchando un poco de música y moviéndose rítmica por todo el lugar. Sus hermanos estaban allí, ayudándole con el orden y la limpieza y aunque restaban unos cuantos días para que su madre regresara, la joven disfrutaba de aquella rutina que la liberaba de todas sus aprensiones.—Abi, ¿mañana estarás con nosotros o debes trabajar? —preguntó Bastián, uno de sus tres hermanos menores.Abigaíl suspiró, pero no cansada, si no entristecida por lo que aquello significaba. Los niños anhelaban estar con ella, encontrar entre sus brazos, palabras y deliciosas comidas, a una madre, pero aquello significaba sacrificios que ya empezaban a supe
Como si estuvieran conectados, en ese preciso momento, Oliver Lane gritaba de emoción al recordar los hechos, conforme su amiga Simona, esa que ya había regresado de su escape al bar, lo escuchaba con atención.—Vale, voy a usar mis años de psicología —dijo seria, casi profesional.—Los que tiraste a la basura por dedicarte a dibujar —agregó Oliver ofreciéndole más aceitunas.Simona rodó los ojos. —¿Y tú? Podrías haber sido un buen futbolista, incluso un técnico con un buen salario, pero preferiste enseñar —burló con tono socarrón, recordándole su pasado.—Jaque mate —contestó él y le dio un sorbo a su cerveza. —Entonces, ¿por qué estás tan feliz? —preguntó Simona. Oliver suspiró y se metió un puñado de almendras saladas a la boca para analizar bien las palabras que iba decir. No quería equivocarse y no quería arruinar las cosas.—Hoy día pasó algo y debo decir que, por fin, después de tres largos meses, tuve una erección —relató con orgullo y se le hinchó el pecho.—¡¿Se te paró?!
Aunque el lunes llegó con prisa, ni Oliver ni Abigaíl dejaron de pensar en lo ocurrido en la sede universitaria y en todo aquello que había ocurrido entre ellos. Las miradas, las cosquillas, el revoltijo de panza. Tal vez la joven usó aquello a su favor para distraer su mente y se masturbó cada vez que encontró́ la oportunidad perfecta para reconectarse con ella misma. Disfrutó de tener a Oliver Lane entre sus pensamientos, lo gozó en la cama, en la bañera e incluso mientras estudiaba. Se durmió pensando en él y anheló ese reencuentro que de seguro la dejaría soñando despierta otro par de días. Esa mañana se alistó como siempre, conforme desayunó lo que su hermana había preparado para toda la familia
Ella ingresó primero, robándose unas cuantas miradas y él esperó a que la cosa estuviera tranquila para volver, conforme la persiguió con la mirada, analizando cada uno de sus simpáticos detalles. Sus zapatos bajos y las faldas simples que usaba todo el tiempo, incluso en invierno.Regresó a su escritorio porque se obligó a hacerlo y organizó el trabajo para aquella mañana.—Quiero hacer una retroalimentan de los informes en los que trabajaron en marzo, para que podamos mejorar en mayo, ¿está bien? —preguntó, acomodando una pila de documentos en el filo de su escritorio—. Sabemos que esta carrera requiere de práctica, pero también de teoría, así que trabaja
Aunque Oliver esperaba a que la cosa se suavizara un poco, nada salió como él esperaba.Todo eran tan impredecible. Tener a su alumna frente a él, con esa actitud tan seductora le ponía a temblar y a alucinar cosas que no debía, mucho menos en una sala de clases y rodeado de tantos ojos curiosos.Oliver se tomó un tiempo para hablar con sus alumnos y guiarlos en los errores que habían cometido en sus informes. Le costó concentrarse, porque, en el fondo, podía ver a Abigaíl leyendo.No sabía que leía, pero, demonios, se veía preciosa cuando se concentraba. Se castigó por tener pensamientos tan... lujuriosos, más con una alumna. Eso no era correcto. No era correcto de ninguna forma. Aunque ese no era el primer año de Oliver enseñando en esa universidad, era el primer año en el que una alumna llamaba su atención de formas tan atrevidas. Sí, había tenido alumnas que habían intentado seducirlo, pero siempre se había mantenido al margen.No entendía qué era lo que le estaba pasando con A
Oliver se escapó a la sala de profesores, donde el resto de sus colegas se reunía a trabajar o a pasar el rato. Pensó que allí encontraría un poco de alivio a todo lo que sentía.Eligió una mesa al fondo, lejos de todos y se sirvió una taza de café. Aunque no tenía clases hasta después de almuerzo, aprovechó de que sus hijas estaban en la escuela para revisar exámenes pendientes y organizar su horario de trabajo.El fin de semana tenía que salir con las niñas. No quería defraudarlas, mucho menos ahora que su madre cada vez se alejaba más y más. Las tenía en el olvido. —El café no te hace bien —siseó Victoria admirándolo con una sonrisa desde la puerta de entrada.Oliver escuchó su voz y aunque su compañera de trabajo siempre lo hacía sentir aliviado, en ese momento, solo se sintió agobiado. No tenía cabeza para hablar con nadie. —Me ayuda a tener energía —contestó y dejó lo que hacía para verla con atención.No podía negar que era atractiva, tal vez más que su esposa, pero existía
Abigaíl le miró con desconfianza y no se calló:—Me está castigando por lo de la banana, ¿verdad? —Los dos se miraron con intensidad—. Y por lo de la pierna… con esa sí que me pasé —se rio nerviosa.—No, no lo hiciste —contestó él sin pensar.Su cuerpo le pedía más, aunque no sabía que tan lejos podía llegar. O que tan lejos ella le permitiría llegar. La estudiante no pudo ocultar la sorpresa que su respuesta le causó. Le tomó unos instantes reaccionar, pero, cuando lo hizo, una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios. Una sonrisa que la delató. —Aquí no podemos —susurró y miró a todos lados antes de tocarlo.Ya no podía aguantarse. Le tenía tantas ganas y lo había soñado tantas noches que, nada le urgía más que saber cómo se sentía su calor. Atrevida, le puso una mano sobre el hombro. Oliver siguió su toque delicado con su mirada y no pudo negar lo mucho que lo calmó ese contacto femenino. Lo había extrañado.El corazón se le prendió como un viejo motor. Quiso contener la respi
Oliver regresó a casa hecho una furiaSe tuvo que escabullir por las escaleras y meterse a la ducha. Necesitaba blanquear sus pensamientos y cavilar con claridad.Se había vuelto tan loco que, hasta había pensado en ir a buscar a Abigaíl a los restaurantes de sushi de la ciudad y salvarla de esa cita forzosa con Javier.Pero Javier también era su estudiante. Si hacía algo así, se expondría terriblemente y sus problemas comenzarían. Simona y sus hijas lo estaban esperando, mientras preparaban la cena. Por supuesto que su amiga supo que algo más estaba ocurriendo y no dudó en servirle la cena a las niñas y llevarlas a la sala para hablar con él en privado. Oliver le contó todo lo sucedido en el mercado con Abigaíl. Simona lo escuchó boquiabierta. Rápido sus muecas se convirtieron en preocupación y, aunque verdaderamente estaba preocupada por su amigo, tuvo que reírse fuerte.Se rio tan escandalosa que las hijas de Oliver estuvieron intrigadas. —¿Qué es tan gracioso, tía Simona? —preg