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De pie frente a la puerta de la habitación del hotel, Abigaíl sintió las lágrimas mojándole las mejillas.

Sabía bien lo que ocurriría. Había estado en esa posición un par de veces, tal vez más de las que le gustaría recordar. Aun estaba a tiempo de huir, pero solo la detenía una cosa: sus hermanos.

No podía permitir que se los llevaran a un orfanato. Ellos eran la única pieza de su familia que le restaba. No podía perderla también.

Miró la cama con un nudo en la garganta y sonrió melancólica al pensar en el profesor.

Siempre quiso disfrutar en un hotel así de elegante con alguien especial, alguien con quien ella sí quisiera acostarse, pero la historia seguía repitiéndose y siempre terminaba en lugares así con la persona equivocada.

Por suerte, todo sucedió rápido. Siempre sucedía rápido. El hombre la tomó sin siquiera ser consiente de cómo, con cada embestida, le arrancaba lágrimas que la destrozaban un poco más.

Abigaíl siempre se sentía repugnante después de un encuentro así, más
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