A pocos kilómetros de allí, Abigaíl ordenó el jardín trasero de su casa y aunque esa mañana se había levantado muy cansada por el agitado ritmo de vida que llevaba, el extraño y tenso encuentro con su profesor, ese al que soñaba a diario, la había dejado enérgica y de muy buen humor.Sacó la basura sin decir mucho, con los auriculares alrededor del cuello, escuchando un poco de música y moviéndose rítmica por todo el lugar. Sus hermanos estaban allí, ayudándole con el orden y la limpieza y aunque restaban unos cuantos días para que su madre regresara, la joven disfrutaba de aquella rutina que la liberaba de todas sus aprensiones.—Abi, ¿mañana estarás con nosotros o debes trabajar? —preguntó Bastián, uno de sus tres hermanos menores.Abigaíl suspiró, pero no cansada, si no entristecida por lo que aquello significaba. Los niños anhelaban estar con ella, encontrar entre sus brazos, palabras y deliciosas comidas, a una madre, pero aquello significaba sacrificios que ya empezaban a supe
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