Seduciendo a mi profesor
Seduciendo a mi profesor
Por: Lila Steph
1

La joven estaba derretida en la silla y con las manos escondidas bajo la mesa; se pellizcaba los muslos por encima de la falda que vestía y apretaba las piernas cada vez que lo veía.

Era perfecto.

Quiso disimular, pero no podía despegar los ojos de él; y es que lo que tenía frente a ella era el mejor espectáculo que había visto nunca.

Cuando el hombre volteó para buscar los apuntes que había preparado la noche anterior, se encontró con la mirada perdida de Abigaíl.

La joven siempre le había causado curiosidad. Siempre atenta, con una bonita sonrisa para él.

—Señorita Andrade, hágame un resumen de lo que dije, por favor —pidió el profesor y se cruzó de brazos encima del pecho.

La aludida se rio con disimulo y es que no podía ser más ridículo.

Cuando se cruzaba de brazos, se le marcaban los músculos por debajo de la camiseta y eso la hacía ponerse terriblemente mal.

—-Usted… —balbuceó suave—. Usted habló del corazón y… —No recordaba nada.

Había estado más pendiente de sus músculos y su bonito trasero, antes de que tomar apuntes de lo que su profesor dictaba durante la clase.

Aunque no podía negarse a lo maravillosos que le resultaban los fonemas de su voz; lo atrayente y masculina que era, esa mañana se había concentrado en otros detalles más... carnales.

El profesor vestía una camiseta blanca ajustada. Abigaíl podía verle los tatuajes desdibujándose por la transparencia de la tela y le encantaba.

—Hablé del corazón, sí —afirmó él mirándola serio—, pero también de los pulmones —continuó mirando el pizarrón y la estudiante se puso más tensa cuando el hombre no le quitó la mirada—. Señorita Andrade, necesito que se quede después de clases, por favor.

Abigaíl tragó duro cuando escuchó aquello. Supo que significaban problemas.

Contuvo la respiración y esperó a que su profesor volteara otra vez para suspirar y desarmarse encima de la silla.

Y su imaginación apareció para volverla completamente loca.

«Mira, mira cochinona, conseguiste lo que querías». —Entró la Abigaíl Lujuriosa, esa que aparecía cuando Oliver, su profesor de Anatomía estaba cerca.

«¿Y ahora qué?» —Molestó la Abigaíl sensata, esa que siempre mantenía el control—. «¿Nos va a reprobar?»

«Claro que no, nos va a castigar encima de su escritorio». —Volvió la lujuria, esa que causaba revuelo entre las hormonas de la joven—. «Qué bueno que traigo falda». —Continuó y la joven pensó que se desmayaba.

—¡Basta! —chilló Abigaíl y se levantó de la silla como una loca, despeinada y jadeando emocionada.

Llamó la atención de todos sus compañeros de clase, incluida la del profesor, quien volteó para mirarla con consternación y señaló la puerta.

Le estaba pidiendo sin palabras que abandonara la clase.

Abigaíl miró la puerta con recelo. No podía perderse otra clase. Terminarían reprobándola por inasistencia.

—No se repetirá —suplicó ella incluso con la mirada.

—Se ha repetido todo el semestre, señorita Andrade —terminó él y volvió a señalar con severidad la puerta de entrada.

La estudiante suspiró entristecida y con los ojos llenos de lágrimas se agachó para coger todas sus pertenencias.

¿Qué le ocurría? Se preguntó sensata, pero complicada.

Bajó los escalones con pesadez, oyendo los murmullos de sus compañeros en su espalda.

Mientras más se acercó a él, al culpable de su caos interior, supo cuál era su problema: Él lo era. Su profesor. Un hombre que quién sabía cuántos años mayor era.

De seguro perdería la cuenta si se ponía a contar la cantidad de años que los diferenciaban, pero, por alguna extraña razón, eso no la asustaba.

—Espéreme afuera, señorita Andrade —pidió él acompañándola hasta la puerta.

La abrió para ella con cortesía. Abigaíl suspiró cuando supo que siempre era un caballero.

La joven lo miró con grandes ojos desde su posición, a pocos metros de su cuerpo hombruno. Las pestañas le aletearon sin nada de control y se ruborizó todavía más. Como si eso pudiera ser posible.

«Oh, sí, nena, llegó la hora». —Burló su lado lujurioso.

Y, aunque la joven intentó controlarse cuando estuvo cara a cara con él, su cuerpo terminó defraudándola y cayó rendida al suelo.

Se desmayó frente a él. Rebotó contra el suelo piernas arriba, creando una escandalosa escena que emocionó a toda la parte masculina de la clase, pero que incomodó al Señor Lane y es que la faldita que su alumna más desastrosa vestía no cubría nada.

Absolutamente nada.

Con prisa buscó su campera y cubrió sus piernas y trasero disimulando que no estaba mirando nada, cuando en el fondo sabía que bien aprovechó para llevarse un buen recuerdo hasta el baño privado.

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