Cuando la niñera llegó y también Andrea, quien venía en el coche de su padre, Abigaíl se marchó, fría como un témpano de hielo y con las intenciones fijas, grabadas y memorizadas.Sabía lo que quería, también lo que necesitaba y esa noche estaba dispuesta a entregarlo todo con tal de ganar. En el caminó repasó con Andrea algunas tácticas que usaban en caso de que la cosa se saliera de control y se repitieron profesionalmente sus falsos nombres. Tenían una palabra clave, la que servía cómo código de ayuda y también de seguridad. Si alguna no se sentía cómoda, podía decir la palabra mágica y la otra interfería sin chistar. —Marcelo es el Doctor, y Roberto nuestro Ingeniero —explicó Andrea cuando bajaron del auto y frente a ellas aparecieron dos hombres mayores—. El Ingeniero es mío, es un cliente antiguo —indicó Andrea, comiendo goma de mascar con pocos modales.Abigaíl la escuchó con el ceño arrugado y miró detenidamente al doctor. Era delgado y de baja estatura. Tenía el cabello b
De pie frente a la puerta de la habitación del hotel, Abigaíl sintió las lágrimas mojándole las mejillas.Sabía bien lo que ocurriría. Había estado en esa posición un par de veces, tal vez más de las que le gustaría recordar. Aun estaba a tiempo de huir, pero solo la detenía una cosa: sus hermanos.No podía permitir que se los llevaran a un orfanato. Ellos eran la única pieza de su familia que le restaba. No podía perderla también. Miró la cama con un nudo en la garganta y sonrió melancólica al pensar en el profesor. Siempre quiso disfrutar en un hotel así de elegante con alguien especial, alguien con quien ella sí quisiera acostarse, pero la historia seguía repitiéndose y siempre terminaba en lugares así con la persona equivocada. Por suerte, todo sucedió rápido. Siempre sucedía rápido. El hombre la tomó sin siquiera ser consiente de cómo, con cada embestida, le arrancaba lágrimas que la destrozaban un poco más.Abigaíl siempre se sentía repugnante después de un encuentro así, más
Cuando se despertó otra vez, lo hizo exaltada. Y se levantó del piso bajo la curiosa mirada de sus hermanos y empezó a buscar el dinero.Por unos instantes, tras recuperarse de su desmayo, creyó que estaba loca y que tal vez había escondido en dinero en otro lugar.Lo buscó sin parar, hasta que Cinthia se acercó para detenerla y contenerla. —¿Era mucho dinero? —preguntó su hermana, con mueca entristecida.Abigaíl jadeó exaltada y se tocó el rostro con las manos para aguantar un grito de rabia. Quiso calmarse, pero pensar que su propia madre había robado el dinero para sus propios hijos, la hinchaba de aborrecimiento.De un sentimiento que jamás había experimentado con tanto ímpetu.—Tranquila, podemos recuperarlo, de alguna u otra forma. —Su hermana solo quería consolarla. Abigaíl se tomó algunos minutos para pensar. No podía llamar a la policía. ¿Cómo iba a explicarles que su propia madre, la que se suponía que vivía con ellos, les había robado dinero que no tenía como justificar?
Se quedó mirando el teléfono algunos segundos, con Simona a su lado, quien le observaba con preocupación.—Di algo, por favor —suplicó la mujer tocándose las manos con ansiedad.Desde que se había encontrado con Abigaíl en la feria local y se enfrentó a ella con la verdad, la mujer cambió por completo su perspectiva de las cosas. Ahora comprendía la profesión secreta de la joven y no la criticaba, muy por el contrario, la comprendía. Entendía que todo tenía una razón noble que la hacía tragarse sus propias palabras de odio. —Viene en camino —contestó Oliver con los ojos brillantes—. ¿Qué se supone que tengo que hacer? —preguntó con ansiedad—. ¿Y si lo arruino todo otra vez?Simona le sonrió con dulzura y le acarició el brazo con la punta de los dedos, intentando transmitirle sosiego y seguridad.—Tienes que decirle la verdad, Oliver —aconsejó ella y se sobresaltó cuando alguien llamó a la puerta—. Ya llegó —dijo emocionada y le palmeó la mejilla para despertarlo.Oliver no lo dudó y
Abigaíl estaba cansada de ser la segunda opción. Era la segunda opción de los hombres, de su madre, incluso de sí misma. Se marchó por las calles frías, con el mentón en alto, sintiéndose y por primera vez, orgullosa de sí misma, de ese primer acto de amor y valor. Nunca fue consiente de cuanto valía hasta ese segundo. A Simone no le quedó de otra que regresar. Cuando Oliver la vio sola, se quedó perplejo. —¡¿Y qué pasó?! —preguntó alterado.—Se fue. Simona tenía una boba sonrisa dibujada en su rostro. Parecía satisfecha con el actuar de Abigaíl. —¿Qué? ¡No, no! —exclamó y salió corriendo de la casa, para luego regresar—. ¿Qué le pasó? ¿Qué le dijiste? —Nada —dijo Simona—. Fue ella la que habló y cuando supo que la Victoria estaba aquí, dijo que ya no quería ser tu segundo plato y se fue. Oliver escuchó todo con tal atención que, se quedó perplejo al oír esa parte tan importante. —¿Segundo plato? —preguntó él, bastante conmocionado. Simona no tuvo que decirle nada, solo m
La joven estaba derretida en la silla y con las manos escondidas bajo la mesa; se pellizcaba los muslos por encima de la falda que vestía y apretaba las piernas cada vez que lo veía. Era perfecto. Quiso disimular, pero no podía despegar los ojos de él; y es que lo que tenía frente a ella era el mejor espectáculo que había visto nunca.Cuando el hombre volteó para buscar los apuntes que había preparado la noche anterior, se encontró con la mirada perdida de Abigaíl.La joven siempre le había causado curiosidad. Siempre atenta, con una bonita sonrisa para él.—Señorita Andrade, hágame un resumen de lo que dije, por favor —pidió el profesor y se cruzó de brazos encima del pecho.La aludida se rio con disimulo y es que no podía ser más ridículo.Cuando se cruzaba de brazos, se le marcaban los músculos por debajo de la camiseta y eso la hacía ponerse terriblemente mal. —-Usted… —balbuceó suave—. Usted habló del corazón y… —No recordaba nada.Había estado más pendiente de sus músculos y
Se mostraron tan alborotados los alumnos con el desmayo de su compañera, que el profesor prefirió la ayuda de una mujer.Llamó a Andrea para dirigirse hasta la enfermería de la universidad.Andrea no era muy cercana a Abigaíl, por lo que no se mostró muy satisfecha de abandonar la clase, pero mantuvo la sonrisa dibujada en la cara cuando vio que el Señor Lane iría con ellas.—De seguro se desmayó porque sabe que va a reprobar —burló la joven que caminó a su lado cargando el bolso y las pertenencias de la afectada.Oliver mantuvo la boca cerrada y es que le requería un gran esfuerzo cargar a la joven desvanecida entre sus brazos, más al notar la poca ropa que vestía. La falda corta era todo un problema para él. Podía sentir la piel de sus piernas rozando sus brazos. Y, de alguna extraña manera, eso lo hacía sentir nervioso e incómodo. La joven ingresó a la enfermería con cara de pocos amigos y miró al profesor Lane con los ojos brillantes. Le parecía tan guapo y masculino que no podí
El profesor se marchó a paso veloz, dejando atrás a Abigaíl Andrade y esas locas ganas que sentía de brindarle su ayuda. Y es que, en el fondo, aunque tenía un corazón blando y amable, necesitaba velar por la seguridad de su trabajo, ese que requería urgentemente.Y eso significaba alejarse de alumnas problemáticas como Abigaíl. Se olvidó de la joven durante toda la mañana, o al menos eso quiso hacer, pues cuando la hora de la almuerzo llegó y los profesores se reunieron en el casino a compartir y a relajarse en su hora libre, Oliver Lane no pudo pensar en otra cosa que no fuera en Abigaíl Andrade.Se comió la ensalada con un trago amargo en la garganta y apenas pudo probar el pollo con especias que él mismo había preparado en la mañana, y cuando llegó a la fruta que había metido en su bolso, no pudo comérsela.Solo podía pensar en que esa joven no tenía para comer y se le quitaba el apetito. —Estás muy callado —siseó Victoria, la consejera estudiantil con quien salía de vez en cua