La voz del señor Luca nos interrumpe y por primera vez me alegro de que este hombre metiche haya aparecido con sus malos comentarios como el de hace un momento.
—Solo estoy indagando con mi asistente a qué se debe su malestar, pero parece que no tiene la confianza suficiente para con su jefe.
Observo a ambos hombres que a su vez me miran esperando una explicación y dado que mi jefe se ha portado muy bien conmigo en todo este tiempo, decido ser sincera y le cuento todo lo que pasó con la bruja que está obsesionada con él.
—Bueno, ahora ya sabemos cómo es que conseguía información tan detallada sobre tu agenda —interviene el señor Luca encaminándose a la oficina de mi jefe.
—Ahora eso es lo que menos me importa —sisea furioso mi jefe—. Luciano, quiero que vayas al servicio médico —me ordena sin dejar de fruncir el ceño y provocando que sus orbes azules casi toquen sus cejas.
—Yo estoy bien…
—No me hagas repetirlo.
—Fui ayer después de que ese hombre me golpeó —miento, sintiendo como un sudor frío me recorre el cuerpo. No puedo permitir que alguien se dé cuenta de que soy mujer, me grita mi subconsciente a cada instante—. Me dijo que estoy bien y que con unos analgésicos se me pasará el malestar.
Mi jefe me observa con los ojos entrecerrados, como tratando de descubrir si estoy mintiendo y dado que siempre he sido mala para ello, me obligo a sostenerle la mirada para que no sospeche.
—Bien, puedes retirarte, no te exijas de más y, en caso de que te sientas mal, puedes regresar a tu casa.
Asiento con rapidez y salgo de su oficina, no sin antes escuchar un poco de la charla de ambos hombres.
—¿Crees que con esto pueda demandarla?
—No tienes pruebas.
—Golpeó a mi empleado, no puedo permitir que vuelva a hacer algo semejante.
—Aun así, no tienes pruebas…
El resto del día continúo con mis labores y, aunque muchas veces el dolor me impide moverme, por algunos segundos me esfuerzo por concluir mi día.
Estoy terminando de apagar mi computador cuando la puerta de la oficina de mi jefe se abre y con esa sonrisa que lo caracteriza se acerca hasta mi escritorio.
—Toma tus cosas, Luciano, ya no vamos.
—¿Perdón?
—Que tomes tus cosas, ya nos vamos —repite con calma.
—¿Tiene alguna cita agendada de último momento? —lo cuestiono aterrada. Yo deseaba llegar a casa y no moverme por el resto de la tarde.
—No, pero desde hoy te llevaré a tu casa —me informa sin dejar de sonreír.
—¿P-por qué haría algo semejante?
—Hablé con Luca y acordamos que esto es lo mejor, así evitamos que Evelina te vuelva a buscar.
—Eso me parece un poco exagerado —rebato aun sin poder creer en sus palabras.
—Luciano, eres el mejor asistente que he tenido hasta el momento y el hecho de que te hayas negado a pasarle información a Evelina sobre mi agenda me hace querer tenerte a mi lado —confiesa, colocando sus manos sobre mis hombros—. Ya no confío en alguien más como para hacer tu trabajo, así que sí, desde hoy te llevaré a tu casa.
—¿Eso no generaría chismes?
—¿Chismes de qué tipo? Eres mi asistente, solo pensarán que nos llevamos muy bien —musita encogiéndose de hombros y solo hasta que recuerdo que estoy fingiendo ser hombre, me arrepiento de mis palabras. ¿Quién podría desconfiar de que mi jefe tenga una relación conmigo?
Nadie podría decir que mi jefe es gay solo porque me acerque a mi casa. Este hombre supura masculinidad por cada poro de su sexi cuerpo.
Sin más remedio, tomo mis cosas y cuando llegamos al subterráneo subo con mucho cuidado de mi lado. Con un poco de discreción observo cada uno de los movimientos de mi jefe, como acomoda su cabello, su blanca dentadura que casi podría deslumbrar a cualquiera, esos enormes brazos cubiertos por su saco o sus manos llenas de tatuajes y sin poder evitarlo siento como mis mejillas se tornan carmesí por el rumbo que están tomando mis pecaminosos pensamientos, por lo que debo girar mi rostro y evitar que mi jefe se dé cuenta de lo que su presencia provoca en mí.
—¿Hueles eso? —cuestiona después de salir del subterráneo—. Huele como a frutas, casi podría jurar que a fresa —musita sin despegar la vista de la avenida.
—N-no percibo ese aroma, tal vez pasamos cerca de una tienda de postres —miento. «¡Maldita sea! Seguro es mi shampoo», me lamento, creí que con la peluca ese delicado aroma sería imperceptible.
Por suerte, mi jefe no insiste en el tema y me prometo que debo de cambiar mis productos de baño para que Liam no me descubra. Nunca imaginé que tendría un olfato tan fino.
—¿Dónde vives? —pregunta, cambiando de tema y, aunque en parte lo agradezco, también me arrepiento de haber accedido a su petición.
—P-puede dejarme en la estación de metro más cercana.
—Te dije que te llevaría a tu casa y eso haré, además, por culpa de Evelina, es que estás así.
—En verdad no es necesario, es más, puedo bajarme aquí.
—¿No deseas que te lleve o es por qué me estás escondiendo algo? —me cuestiona con un tono de voz más duro del que suele emplear.
—No es eso, es solo que vivo en un barrio p-peligroso y si un auto como este entra a esa zona, podrían asaltarlo —confieso, evitando mirarlo a la cara.
Escucho como mi jefe lanza un suspiro y después de asegurarme que me dejará lo más cerca que se pueda, el silencio se instala entre nosotros. Por suerte, al cabo de unos minutos me deja en una parada de camión, lo cual me permite volver a respirar con normalidad.
Los siguientes días, como si fuese una rutina habitual mi jefe espera por mí y me lleva hasta la misma parada de camión, pero con el paso del tiempo Liam comienza a contarme un poco sobre su familia, como que su madre fue asistente del señor Cavalluci o que su hermana en lugar de continuar con el negocio familiar prefirió dedicarse a la política al igual que su familia materna.
Yo, por mi parte, miento al respecto al decirle que no tengo familia y, gracias a esa farsa, es que no insiste en saber sobre mi vida.
Liam
—Bueno, cuñadito lo prometido es deuda, aquí está lo que me pediste —me informa Luca en cuanto la puerta se cierra detrás de Luciano.
Estiro la mano para tomar el sobre que me tiende, pero antes de que pueda alcanzarlo, Luca lo retira y me sonríe como un niño pequeño que ha hecho una travesura.
—Con esto me debes un favor y te lo cobraré hoy mismo.
—Ya se me hacía raro que me hicieras un favor sin pedir nada a cambio, ¿qué es lo que quieres?
—Después de que lo leas, te diré que es lo que necesito.
Niego con la cabeza y tomo los papeles, después de darles un breve vistazo me siento un poco más tranquilo.
—Como puedes ver, tu asistente no ha tenido más contacto con tu novia psicópata…
—No es mi novia y nunca lo será —rebato con el ceño fruncido.
—Para tu buena suerte, Evelina no ha contactado a Luciano. Supongo que ya sabe que lo llevas hasta su casa o que por lo menos lo acercas y es por ello por lo que no lo ha contactado. En cuanto a que vive en un vecindario peligroso, eso es cierto —asegura mostrándome unas fotos—, en verdad no entiendo cómo puede vivir en un lugar así.
—¿Y está con amistades peligrosas?
—No, por el contrario, ese hombre es raro.
—¿Por qué?
—En cuanto llega a su casa, se encierra en ella y no sale, ni siquiera los fines de semana. Yo esperaba que por lo menos tuviese un poco de acción, pero ese hombre parece no estar interesado en las mujeres y mira que eso es extraño con todas las hermosas mujeres que están detrás de él.
—¿Y por qué sería extraño? No porque tú seas un promiscuo, quiere decir que todos los hombres deban de serlo.
—¿Es mi imaginación o en estos últimos días lo defiendes mucho? —se queja lanzando un bufido.
—Sabes que mi amor solo te pertenece a ti y con la única persona con quien estoy dispuesto a compartirte es con mi hermana —me burlo, sin dejar de observar el informe de mi asistente.
—¡Cállate! Si mi hermosa ojiazul te llega a escuchar, perderé cualquier oportunidad de conquistarla.
—Pues con la idiotez que hiciste el fin de semana, da por hecho que la perdiste.
—¿Q-qué te dijo?
—Que te comportaste como un vil puberto al llevar a la reunión de nuestras madres a una de tus exuberantes asistentes —veo como Luca ensancha su sonrisa y antes de reventarle como globo esa felicidad que cree estar experimentando, le ruedo los ojos.
—¿Se puso celosa? —cuestiona, sentándose más derecho y sacando su pecho—. ¡Hazme caso! Le prestas más atención a tu asistente que a mí, que soy tu amigo y casi cuñado —se queja, cuando se percata de que continúo leyendo todo lo que investigó sobre mi asistente.
—¿Es mi imaginación o noto un poco de celos de tu parte hacia mi asistente?
—¡Déjate de bromas!, quiero saber qué te dijo Alessia.
—Primero, si quieres que mi hermana se interese en ti, debes de hacer que confíe en ti —hago énfasis en las últimas palabras—. Mi hermana es del tipo de mujer que odia cuando un hombre intenta darle celos con otra, así que agradece que no te retiró la palabra como lo hizo con el idiota de su ex, que por querer demostrarles a todos que Alessia era como cualquier mujer que se encelaba de todo, durante un tiempo llevo a todos lados a su asistente, una tipa cabeza hueca que lo único que sabía hacer era mascar chicle, pintarse las uñas y freírse el cerebro por tanto peróxido.
»El muy idiota, lo único que consiguió fue que mi hermana lo mirase como si fuese una cucaracha antes de terminar su noviazgo y dejarle en claro frente a todos que no era un puberto del instituto para actuar así. Te deseo mucha suerte en intentar conquistar a mi hermana.
—¿Por qué nunca me dijiste que tu hermana odiaba ese tipo de cosas?
—Nunca lo preguntaste y, además, yo, cómo iba a saber qué llevarías a esa mujer sin mencionar que tu comportamiento data de un niño pequeño.
—¡Maldita sea!, ¿ahora qué haré para que Alessia no piense que soy como el idiota de su ex? —me cuestiona preocupado, pasando sus manos por su cabello.
—Haz lo que me aconsejaste, —sugiero después de guardar silencio por unos segundos—, reemplaza a todas tus asistentes mujeres por hombres. Te aseguro que también son muy eficientes, por lo menos Luciano lo es.
—¿Y perderme de ver el lindo contoneo de sus caderas, acompañado de sus lindas piernas, cada vez que entran a mi oficina para recordarme mis pendientes? —se queja con amargura.
—Entonces no vengas a llorar cuando Alessia encuentre novio.
—Está bien, lo haré. Todo sea por ganarme el corazón de Alessia, te aseguro que Luca De Simone es el mejor prospecto para ella. Créeme, cuñadito, tu hermana está a nada de ser mi novia, solo que ella aún no lo sabe y te aseguro que a esa rubia no la suelto en cuanto me dé el sí.
»Creo que ya sé cómo puedes pagarme el favor que te hice al investigar a tu asistente —musita con alegría.
—Ese favor te lo acabo de pagar al decirte lo que mi hermana odia.
—Ese no es ningún favor —se queja haciendo berrinche como niño pequeño.
—Claro que lo es, si no fuese por mí seguirías haciendo tus tonterías de querer darle celos a Alessia.
Luca sigue refunfuñando por un rato y cuando se da cuenta de que no podrá conseguir algo de mí, sale de mi oficina bastante ofendido.
Agnes Schiaparelli—Más te vale que me digas dónde diablos está tu hija o de lo contrario te irá peor que la última vez —me amenaza Silvano, enredando su mano en mi cabello y tirando de él para acercar mi rostro al suyo.—N-no lo sé, ¿c-cómo podría saberlo cuando ni siquiera me di cuenta en qué momento mi hija huyo? —gimoteo, tomando su mano en un intento porque no continúe lastimándome.—No me quieras ver la cara de imbécil, estoy seguro de que el vago ese que es amigo de tu hija sabe dónde está o puede que ese idiota la esté escondiendo.—Te lo juro que no lo sé, ni siquiera he hablado con él —asevero con lágrimas en los ojos—. ¿Crees que no estoy preocupada sin saber dónde se encuentra Arlette? Es mi única hija y es obvio…—Qué harías todo lo posible por mantenerla alejada de aquí. Solo te advierto que en cuanto encuentre a esa estúpida me las pagará por arruinar mi negocio, por culpa de ella el juez Barone está furioso conmigo, él ya se imaginaba casado con ella.»Cuando la encuen
Los días han pasado y aunque en un principio observaba a mi asistente solo para confirmar mi teoría de que huye de las mujeres porque en realidad es gay, poco a poco algo en ese hombre comenzó a llamar mi atención. La forma en que muerde su pulgar, mientras está concentrado o esa forma tan delicada que tiene al caminar que casi podría jurar que si se cae podría romperse en mil pedazos, la manera en que frunce su ceño cuando alguna mujer coquetea descaradamente con él y sus labios, esos labios regordetes que resaltan con esa barba que adorna su rostro.Llego a mi piso y como cada mañana observo desde lejos como ordena las cosas en su escritorio antes de entrar a mi oficina y dejar los documentos que debo de revisar. Estoy por dirigirme a él cuando una irritante voz que conozco me obliga a dar un brinco en mi lugar.—Cuñadito, ¿sabes que eres un acosador de primera? Ni yo hago eso con mi hermosa rubia, aunque claro, si hiciera algo semejante mi suegro es capaz de dejarme sin descendenci
Después de ese vergonzoso incidente donde encontré a mi jefe y el señor Luca en el baño, nuestra relación continuó como si nada hubiese sucedido, con la única diferencia de que ahora tenía más cuidado a la hora de usar el sanitario para no pasar por una situación similar.[…]Como ya es habitual, el señor Luca visita a mi jefe para hablar de negocios y cuando lo deja a solas, tomo mis cosas para recordarle sobre las próximas reuniones que tiene agendas. Me acerco a su puerta y en el momento en que estoy por tocar a su puerta esta se abre, encontrándome de frente con mi jefe, quien con un tono que nunca le había escuchado me informa que debe de salir, ignorando por completo los pendientes que le estoy enumerando.Sorprendida por cómo se ha portado, regreso a mi lugar y continúo trabajando. Después de casi media hora, un sutil chirrido metálico anuncia que alguien está subiendo por el ascensor y esperando que se trate de mi jefe, levanto la mirada de mi trabajo solo para encontrarme la
—¿Qué haces aquí, Luciano? —me cuestiona sin dejar de mirarme con los ojos entrecerrados.—Yo… vine aquí… por…—¿Qué es lo que tienes entre tus manos? —inquiere, señalando con su barbilla mi camisa sucia.—M-me ensucié la camisa y me tomé el atrevimiento de cambiarme en su sala, me disculpo por ello —musito avergonzada.—¿Cómo fue que te ensuciaste? —insiste, taladrándome con esos pozos azules que muchas veces me ponen nerviosa. Rasco mi cuello y debido a que no puedo evitarlo, decido ser sincera y le cuento como sucedieron las cosas.»Ni porque le prohibí la entrada a esa mujer deja de ser un dolor de cabeza —se queja con pesar. Pasa su mano por sus ojos y después de unos segundos suelta un hondo suspiro—. Desde mañana pasaré a recogerte a la parada de autobús y te traeré a la oficina.—¡¿Qué?! —chillo, dando un paso atrás.—Lo que escuchaste Luciano, mañana pasaré por ti. Evelina ya demostró que es capaz de esperarte a que llegues para molestarte, así que sí, pasaré por ti y se acab
Una vez que estoy lejos de mi jefe y su indiscreto amigo me encierro en la salita de café, donde me dejo caer y entierro mi cabeza entre mis piernas, demasiado anonadada por lo que sucedió. —¡Maldita sea! Ese hombre frotó su pene contra el mío. ¡Es un pervertido! —chillo al recordar cómo me movía sobre su cuerpo, pero de un momento a otro recuerdo que yo no tengo pene, ante lo cual no sé si sentirme aliviada o aún más confundida de lo que ya estoy. »¿Por qué tenía que entrar el señor Luca en el momento en que caí sobre mi jefe? —me lamento—. Ahora pensará que estaba seduciendo a mi jefe gay, no me cabe duda de que le gustan los hombres y por eso coquetea conmigo. ¡Puede que incluso esté enamorado de un hombre que no existe! —musito al recordar el beso que nos dimos y la forma en que me mira desde hace unas semanas. Desde hace un tiempo me he planteado la posibilidad de renunciar debido a la actitud de mi jefe para conmigo, pero solo me abstengo debido a que gran parte de mi sueldo
—S-señor Luca —lo saludo con una sonrisa tensa y cuando me percato de que lo acompaña una mujer muy parecida a él, estoy segura de que ella es la señora Clarisse Stratford, la dueña de los mejores hoteles de Europa.—Estoy esperando Luciano —me advierte con el ceño fruncido.—¡Luca! —interviene la señora Clarisse.—Acabo de conocer a la señorita Alessia. Es una mujer muy hermosa, es por eso por lo que ahora comprendo por qué está tan enamorado de ella —confieso con las mejillas coloradas y mirando hacia donde se encuentran los hermanos Cavalluci.—Ni pienses en posar tus ojos en ella, esa mujer ya está apartada —sisea en un tono tan bajo que me cuesta entenderle.—¡Luca! Alessia no es ningún objeto sobre el que tengas derecho. ¡Eres un bruto igual que tu padre! —lo reprende la mujer mayor, soltando un golpe en su brazo—. Da gracias que no estamos solos o de lo contrario te jalaría la oreja, para que aprendas a tratar a una mujer. Si quieres que ella se fije en ti, debes de cortejarla.
Muy en el fondo de mi nublado cerebro creía que lo que sucediese en esta habitación sería algo que tanto Liam como yo olvidaríamos al día siguiente, es por ello por lo que cuando la sorpresa abandonó el cuerpo de mi jefe, su beso urgente me obliga a abrir la boca y saborear en la boca del otro el licor que ambos bebimos.Soltando un pequeño gemido que me hace ruborizarme, mi jefe comienza a quitarse su saco para después hacer lo mismo con el mío y cuando siento como sus cálidas manos acarician mi abdomen, un ligero escalofrío recorre mi cuerpo.Tal vez se deba a todo el alcohol que Liam ingirió, pero el hecho de que no muestre sorpresa alguna al percatarse de que unas grandes vendas cubren mis senos me hace sentir aliviada. Con una delicadeza exasperante se deshace de ellas, dejando a la vista mi piel blanquecina y deslumbrante gracias a la luz de la Luna, y sin más palabras baja su rostro para besar desde mi cuello hasta llegar al nacimiento de mis senos.Cuando su lengua se enrosca
El fin de semana pasa como si fuese un pequeño parpadeo y cuando es momento de volver a reencontrarme con mi jefe siento como un nudo se forma en mi estómago. Suelto un hondo suspiro y cuando veo que se acerca el auto de Liam, mis piernas me fallan a tal extremo que debo sostenerme de la pared para no caerme.Subo al auto de mi jefe y cuando contemplo su expresión para ver si él recuerda algo de lo que pasó en el Hotel Stratford, la enorme sonrisa que siempre adorna su rostro es como un duro golpe a la realidad.—¡Hola Luciano, buenos días! ¿Qué tal tu fin de semana? —me cuestiona con esa alegría habitual en él.—¡Hola jefe! Estuvo… bien —miento, forzando una pequeña sonrisa que se asemeja más a una mueca.Mi jefe comienza a parlotear sobre todo el trabajo que tenemos y los nuevos clientes que nos llegaran después de nuestro evento de aniversario, y solo me limito a fingir que lo escucho. No sabría decir si estoy molesta, decepcionada o feliz de que mi jefe sea el mismo de siempre, y