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¿Te gusta tu asistente?

Los días han pasado y aunque en un principio observaba a mi asistente solo para confirmar mi teoría de que huye de las mujeres porque en realidad es gay, poco a poco algo en ese hombre comenzó a llamar mi atención. La forma en que muerde su pulgar, mientras está concentrado o esa forma tan delicada que tiene al caminar que casi podría jurar que si se cae podría romperse en mil pedazos, la manera en que frunce su ceño cuando alguna mujer coquetea descaradamente con él y sus labios, esos labios regordetes que resaltan con esa barba que adorna su rostro.

Llego a mi piso y como cada mañana observo desde lejos como ordena las cosas en su escritorio antes de entrar a mi oficina y dejar los documentos que debo de revisar. Estoy por dirigirme a él cuando una irritante voz que conozco me obliga a dar un brinco en mi lugar.

—Cuñadito, ¿sabes que eres un acosador de primera? Ni yo hago eso con mi hermosa rubia, aunque claro, si hiciera algo semejante mi suegro es capaz de dejarme sin descendencia —se burla.

—Eres un imbécil —rebato, dándole un codazo en las costillas.

—Yo no tengo la culpa de ser testigo de esa obsesión que tienes para con tu asistente. De todas las veces que te he venido a buscar en los últimos días, siempre te encuentro escondido, mientras espías a ese hombre —guarda silencio unos segundos y después de un debate mental se decide a preguntar aquello que debe de tenerlo sin poder dormir—. ¿Te gusta tu asistente? —inquiere en un susurro.

—Deja de decir estupideces y mejor vamos a mi oficina —refunfuño, ignorando esa pregunta que también ha rondado en mi cabeza desde hace algún tiempo y a la cual tengo miedo de responder con sinceridad.

Sigo de largo hasta mi oficina y cuando Luciano sale de ella me saluda con naturalidad, sin embargo, cuando se percata de que vengo acompañado, la expresión de su rostro se endurece al instante y casi podría jurar que parece nervioso.

—Puedes regresar en unos diez minutos, no creo demorar demasiado atendiendo a Luca —le pido, tomando nota mental de su comportamiento.

—¿Me piensas despachar en ese tiempo? —se queja Luca, saludando a mi asistente y entrando detrás de mí.

—Tengo trabajo por hacer y supongo que tú también tienes bastante —le recuerdo, poniéndole los ojos en blanco.

—Sí, y vengo para hablar sobre trabajo —responde enfurruñado.

Dado que mi reunión con Luca se alarga más de lo esperado, le pido a Luciano que nos traiga un café y cuando nos lo deja en nuestro respectivo lugar, me es imposible apartar la mirada de él, además de que cada vez que nos encontramos tan cerca ese sutil aroma a fresas inunda mis fosas nasales.

—Creo que deberías ser sincero respecto a lo que sientes —me aconseja Luca, antes de ponerse de pie.

—No sé a qué te refieres —lo contradigo, mirándolo con frialdad.

—No es necesario que te explique de qué hablo, cuando es más que obvio. Para mí nunca dejarás de ser mi cuñadito si de un día para otro tus gustos cambian y creo suponer, aunque lo más certero sería decir que estoy seguro de que tus padres tampoco te dejarían de ver como su hijo —musita con seriedad.

—Tengo una idea aproximada de a qué te refieres —ante mis palabras Luca lanza un bufido y niega con su cabeza—, pero te aseguro que no soy el tipo que a él le interesa.

—¿Por qué dices eso?

—Llegué a la conclusión de que le gustas —le comento y gracias a lo cual sus ojos casi se salen de sus órbitas.

—¿De dónde diantres sacas eso? —se queja con un gruñido.

—Sabes que lo he estado observando desde hace días y me he dado cuenta de que cuando alguna de las mujeres del edificio lo persigue o le deja pequeños regalos en su escritorio, él sonríe forzadamente, pero contigo es diferente.

—¿Diferente en qué aspecto? —inquiere con desconfianza.

—Al instante se pone tenso y trata de parecer un hombre más serio, digno de ti —le aseguro, mordiendo mi lengua para no reírme.

—Le diré que muchas gracias por tener tan buen gusto, pero no es mi tipo —responde después de unos segundos y al instante suelto una carcajada por la seriedad que adoptó hace un instante—. ¡Maldita sea! Estabas bromeando —se queja, frunciendo el ceño.

—No te preocupes, estoy seguro de que para nada eres su tipo, al contrario, me parece que rehúye de estar cerca de ti.

—Mejor me voy —se despide y en cuanto me quedo solo, dejo caer mi cabeza en el respaldo de la silla.

Cierro mis ojos y me quedo pensando en esos extraños sentimientos que me han inundado desde hace algunas semanas y aunque lo niegue estoy seguro de que mi asistente tiene algo que me gusta. Nunca llegué a imaginar que un hombre me harían sentir tan nervioso.

Frustrado sin saber cómo reaccionar, tomo mi saco y salgo de la oficina, encontrándome de frente con Luciano, quien lleva entre sus manos una tablet, listo para revisar los pendientes del día.

—Tengo que salir, más tarde regreso —musito, evitando su mirada.

—Pero tiene agendada una reunión en una hora —me indica siguiéndome hasta el ascensor.

—Más tarde regreso —sentencio dirigiendo mi mal humor hacia él.

Subo al ascensor y cuando nuestros ojos se cruzan, los de mi asistente muestran un rastro de confusión por la forma en que le he hablado.

Arlette

Como todos los días, antes de entrar al comedor suelto un fuerte suspiro y me mentalizo de que hoy será diferente a cualquier otro, no obstante mis esperanzas se van por una tubería cuando al tomar mi charola y sentarme en el lugar más alejado me veo rodeada de varias mujeres en cuestión de segundos.

Y aunque al principio creí que se acercaban a mí para indagar sobre mi jefe, esto quedó descartado casi al instante cuando ellas comenzaron a invitarme a salir o cuando incluso alguna de ellas dejó sutiles caricias en mis hombros.

Si bien deseo tomar mis alimentos en otro lugar, mi economía no me lo permite, por lo que debo soportar a todas estas obsesivas mujeres rodeándome como carne fresca a la cual clavarle el colmillo.

Cuando casi estoy por terminar mi comida entre falsas sonrisas y coqueteos descarados, un perfume demasiado dulce, como a vainilla se cuela en mis fosas nasales, anunciándome que se acerca la peor de todas las mujeres con las que he lidiado en esta empresa.

—¡Hola, Lu! ¿Cómo estás? —cuestiona con cariño una sensual voz, la cual me hace estremecer de forma involuntaria, obligándome a sostener con más fuerza mi tenedor.

—¡Hola, Arabela! —saludo, forzándome a sonreír.

Estoy por preguntarle a qué se debe su inesperada visita cuando de un momento a otro se acerca tanto a mí que soy capaz de ver el color de su sostén, casi me voy de espaldas y sin poder terminar mi comida, salto de mi asiento, tomando mi charola para después huir del comedor, aun recordando como su aliento chocó con él mío cuando me invito a salir con ella este fin de semana y porque no aprovechar para conocernos más.

Una vez que llego a mi piso, me encierro en el baño y espero a que pasen los minutos, en un vago intento por calmar mi nerviosismo.

—¡Todos en esta empresa están locos! —me quejo horrorizada al recordar como esas mujeres me han estado persiguiendo desde hace días—. Están a nada de aventarme sus bragas para que les haga caso —refunfuño.

Pensé que disfrazarme de hombre sería algo realmente sencillo de llevar a cabo, pero, viendo cómo me acosan esas mujeres, creo que debí optar por buscar otro empleo.

No quiero ni imaginar lo que dirían si descubren que están coqueteando con otra mujer y que sus miradas lascivas que casi me desnudan van dirigidas a alguien que tiene senos igual que ellas.

Un escalofrío me recorre y después de exhalar varias veces salgo del cubículo donde me escondí; sin embargo cuando me percato de que no estoy sola el alma se me cae a los pies y por instinto volteo hacia lo que hacen el par de hombres. Cuando veo como sus enormes miembros casi me saludan, estoy que me trepo a las paredes ante semejante visión, me lavo las manos tan rápido como puedo y luego salgo corriendo una vez más.

—¡Maldita sea! —chillo después de encerrarme en la salita de café, donde pongo seguro para que nadie me interrumpa—. He visto más penes hoy que en toda mi existencia.

Espero en la salita por alrededor de veinte minutos y cuando creo que ya es tiempo suficiente, regreso a mi escritorio donde continúo con mi trabajo. Por suerte el señor Luca ya se ha marchado, por lo que puedo respirar con normalidad, aún recuerdo la carcajada que soltó cuando salí corriendo del baño y no me creía capaz de soportar su mirada socarrona.

Me encuentro tan ensimismada en mi trabajo que solo levanto la vista de mi computador cuando escucho ruido en la oficina de mi jefe y eso solo indica que en aproximadamente cinco minutos está por salir, y dado que no deseo verlo a la cara después de haber visto su parte más privada me apresuro a apagar mi computador, tomar mis cosas y correr hacia al ascensor.

Cuando casi estoy por lograr el escape perfecto, una mano se posa en mi hombro frustrando mi intento de huida. Me doy la vuelta y los fríos ojos azules de mi jefe me observan con el ceño fruncido.

—¿A dónde vas Luciano? —cuestiona sin soltarme.

—Yo… eh bueno… ya me iba —balbuceo con las mejillas calientes al recordar lo que vi en el baño.

—Me doy cuenta de ello. ¿Dime tanto te molesta que te acerque a tu casa? —inquiere con un deje de dolor y haciéndome sentir culpable de inmediato.

—No es eso, es solo que pensé que estaba muy ocupado.

—Si es por lo que sucedió en el baño, déjame decirte que eso no tiene nada de malo —murmura encogiéndose de hombros, aunque claro que él lo dice porque no sabe que en realidad soy una mujer, de lo contrario no tendría esa expresión tan relajada—. Te aseguro que algún día también veré el tuyo y no por ello nuestra relación de jefe – empleado debe de cambiar.

En cuanto escucho sus últimas palabras, siento como los colores se suben a mi rostro y lo único que puedo hacer es desviar la mirada y asentir lentamente.

—Bien, ahora que ya está todo aclarado es hora de marcharnos —asegura mi jefe, subiendo al ascensor y esperando a que entre detrás de él, sin más opción lo sigo, pero siempre manteniendo una distancia prudente.

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