―Ethan, me contenta que estés aquí, hijo ―Sutton, me abraza y me da un par de palmadas en la espalda― ¿Ya conociste a Victoria?
Respiro profundo. No es el momento de perder el control y comportarme como un idiota resentido. Debo mantener la mente fresca y controlarme mientras esa mujer ande en los alrededores.
―Bueno, conocerla no es la palabra correcta, ya que acaba de llegar ―expreso con pedantería―, pero imagino que tendré el tiempo suficiente para hacerlo, es lo que espero ―comienza el ataque. Quiero que sepa que no es bienvenida―. Encantado de conocerla, señorita Kent ―miento―. Espero que esté a la altura del puesto que ha venido a desempeñar y que el tiempo le alcance para demostrarlo.
Con mis palabras le envío, un mensaje claro y certero que espero haya captado. Sonó bastante fuera de lugar, lo admito, pero la intención no es ser condescendiente con ella, al contrario, espero que comprenda que, en mí, no encontrará a un amigo. Mucho menos a un aliado.
―Perdone… ¿Usted es?
El gesto contrariado que se dibuja en su lindo rostro de porcelana, indica que recibió el mensaje. Se ve enojada, pero sabe disimularlo como la buena actriz de cine que es. La he dejado fuera de lugar. Punto para mí. Puedo notar que mis palabras no han sido de su agrado.
―Soy el director de marketing de la empresa, Ethan Callaway.
Extiendo la mano para estrechar la suya. Estuve a punto de dejarla metida en el bolsillo de mi pantalón y hacerle un desplante, pero no es mi estilo. Al contrario, impongo la palma de mi mano en el saludo para indicarle que esta no es una declaración de buenas intenciones, sino una lucha por establecer jerarquía; que soy el que manda y ella es la intrusa.
―Encantada de conocerlo, Señor Callaway ―sonríe al saludarme, pero la tensión en sus hombros y ese pequeño gesto imperceptible en su ojo derecho, es la prueba inequívoca que sabe de qué va esto―, están de más las presentaciones, ya que estuvo presente en la reunión de empleados, por lo tanto, supongo está enterado de quién soy ―por supuesto que esperaba su ataque, está más que consciente que fui el único que no estuvo dispuesto a tenderse a sus pies como un perro faldero―. Además, debo aclararle, señor Callaway, que tengo decididas intensiones de quedarme en este lugar por mucho tiempo.
Pero mírenla pues. Arrojada, además de inteligente. Ha captado con total claridad la señal, sin embargo, hizo caso omiso de ella con gran aplomo. Le muestro una enorme sonrisa para no quedar en evidencia, puesto que, por dentro, estoy que me reviento de la rabia gracias a su desfachatez. Tampoco deseo que note lo furioso que me ha puesto. A cambio, me devuelve una sonrisa satisfecha para darme a entender que comprende con claridad de lo que va el jueguecito. Me dice que acepta el reto y que, con todo gusto, recoge el guante que acabo de lanzarle.
―Ethan, hijo ―Anderson interviene sin darse cuenta de lo que está sucediendo entre nosotros―, quiero dejar a Victoria a tu entera responsabilidad ―pero… ¡¡¿Qué narices?!!―, necesito le prestes toda la ayuda y colaboración que pueda necesitar en su proceso de adaptación en la empresa. Eres la única persona en la que confío para hacerlo ―entonces, ¿por qué carajos no soy el nuevo director ejecutivo?―. ¿Qué te parece si la llevas ahora mismo a dar un recorrido por las instalaciones de la empresa? ―me quedo mirándolo como si acabaran de salirle dos nuevas cabezas―, para comience a familiarizarse con el entorno.
¡Esto era lo único que me faltaba, convertirme en el maldit0 niñero de la arribista!
―Por supuesto, Anderson ―respondo con hipocresía―, con todo gusto llevo a nuestra nueva jefa dar ese recorrido ―lo digo con sarcasmo―. No vamos a permitir que se pierda en los corredores en su primer día en esta empresa.
¡Mátenme ahora mismo!
―No esperaba menos de ti, hijo ―indica emocionado―. Victoria, lamento despedirme de ti ―mi mentor toma sus manos entre las suyas y la mira con cariño, como muestra de afecto sincero―, pero tengo urgentes obligaciones que atender, te dejo en buenas manos.
Ella asiente, pero en el fondo puedo ver que no está a gusto con la idea. Pero pasa desapercibido antes lo ojos del viejo.
―Agradezco la enorme oportunidad, me siento como una más de la familia.
Estoy a punto de rodar los ojos por nueva ocasión, pero me resisto. Es una bruja aduladora.
―Por supuesto que lo eres, Victoria ―estoy a punto de sacar el móvil y poner música con violines de fondo ―. Ethan, Victoria es toda tuya.
Recibo un gran abrazo, luego se retira del salón no sin antes despedirse de todos los presentes. Respiro profundo y hago lo que el viejo me encargó. De mala gana.
―Señorita Anderson… cuando guste.
Sonrío de manera cínica, al mismo tiempo en que hago un gesto para indicarle que camine adelante. No tiene la más mínima idea de que estoy dispuesto a darle un recorrido inolvidable. Uno que no va a olvidar en mucho tiempo.
Su entrecejo se frunce debido a la desconfianza que le genera la falsa amabilidad que le muestro, sobre todo, después de la manera en la que la he tratado. Endereza su cuerpo con altivez y levanta su barbilla con altanería antes de comenzar a moverse. La sigo de cerca, sin dejar de notar ese precioso y terso trasero que se gasta y el delicioso contoneo de sus dulces caderas al andar. Esta mujer tiene una hermosa figura llena de curvas en los lugares adecuados. Que sea una arribista no quita que la condenada mujer está más buena que comer con los dedos. Además, hay que ser un ciego para no ver que esa mujer es todo un monumento.
Mientras seguimos caminando mantengo la mirada fija en el precioso reloj de arena que llevo delante de mí. No puedo apartar mi vista de ella por más que luche por hacerlo. ¿Dije luchar? Río y niego con la cabeza. No pienso privar a mis ojos del fascinante paisaje; ni imbécil que fuera.
Mis díscolos pensamientos son súbitamente interrumpidos cuando con un movimiento brusco se detiene y me hace chocar contra su espalda. Se voltea con actitud molesta, pero antes de decir o hacer lo que tiene pensado, da un vistazo rápido para comprobar que no hay nadie más por los alrededores. Luego se acerca lo suficiente, tanto que, puedo sentir su aliento dulce golpear contra la piel de mi rostro.
―¿Qué te parece si nos quitamos las máscaras y arreglamos este asunto de una vez por todas?
¿Qué demonios?
Su respuesta es inesperada. Su aparente fragilidad engaña hasta al más astuto, pero es una fiera salvaje de garras letales y afiladas.―¿Puedes explicarme qué carajos es lo que pasa contigo? ―grita furiosa, con esa boca tan viperina y ágil que me deja perplejo. Sin embargo, lo que me deja con la boca seca en esa actitud desafiante que muestra, es ese par de pezones duros taladrando mi pecho― ¿Cuál es el motivo que te impulsa actuar con esa actitud malsana contra mí?¡Vaya con la señorita! Sí que sabe usar los tacos como un perfecto camionero. Su reacción causa un efecto extraño en mí. En lugar de sentirme enfadado y predispuesto, solo siento admiración por esa actitud combativa y salvaje que la hace ver… ¿sexy y sensual?―¿Perdona?... no entiendo a qué te refieres ―pregunto cómo quien no entiende la cosa.Estoy a punto de soltar una gran carcajada, pero decido seguirle la corriente. Es emocionante verla furiosa y frustrada. Así que respondo con humor y sarcasmo para que entienda que s
¿Acaso perdí la cabeza? ¿Cómo me atreví a llamarle de esa manera? Fui vulgar, imprudente y desatinada. Nunca antes me había dirigido a alguien de forma tan grosera y despectiva. Le falté el respeto a uno de los ejecutivos más importantes de esta empresa como nunca me atreví a hacerlo con nadie más. Y nada más y nada menos que al predilecto del jefe. No me sorprendería si le va con la novedad y recibo una carta de despido antes de que siquiera llegue a ocupar mi oficina. Nada justifica ese comportamiento, pero su insoportable arrogancia me hizo explotar de la rabia. Respiro profundo y trato de calmarme. No es la única ocasión en la que alguien de mi entorno laboral intenta sabotearme, pero sí es la primera vez que respondo de manera tan irracional. Ahora para el mayor de mis disgustos ni siquiera tengo idea que dirección tomar para dirigirme a mi oficina. Se supone que luego del dichoso recorrido, él me llevaría a ella. Lo más conveniente es que me calme, solo así podré pensar con coh
Entro a mi apartamento sintiendo que el día mejora a cada segundo que pasa. Coloco el juego de llaves en la bandeja dispuesta sobre la mesita ubicada al lado de la entrada, me desprendo del saco y la corbata y los cuelgo en el perchero. Me lanzo sobre el sofá y apoyo la cabeza en el respaldo. Cierro los ojos, respiro profundo y dejo que el mal humor se disipe. De repente, estoy pensando en lo que sucedió esta mañana. En la mujer de cabellera dorada y de cuerpo escultural que se ha convertido en mi enemiga, pero también en alguien que ha comenzado a robarse toda mi concentración. Maldigo por lo bajo. ¿Es qué ni en mi propia casa voy a librarme de esa mujer? Me levanto del sillón, influenciado por mi mal temperamento y me dirijo hasta el mueble bar. Necesito un trago. Sé que es muy temprano para comenzar a beber, no obstante, la situación lo amerita. Tomo un vaso de cristal y lo lleno con algunos cubos de hielo. Destapo la botella de whisky y lo lleno hasta rebosar. Cojo el vaso de la
Salgo de la oficina para encontrarme con Dalton y a lo largo de todo el recorrido, recibo agradables gestos de bienvenida de los trabajadores que voy encontrando en mi camino. > Si cree que puede hacer lo que se le dé la gana mientras está bajo mi mando, está bien equivocado. Voy a tener que aclarar esta situación de una vez por todas. > ―¡Claro que no lo hago! Me respondo a mí misma. Su actitud me saca de quicio y me transforma en un ser impulsivo e irracional. Nunca había tenido tantas diferencias con alguien y tampoco tantos contratiempos como los he tenido con él. Ethan se ha convertido en un interruptor para mi mal temperamento. > ¡No me
―Disculpen la interrupción, pero… creo que la señorita Kent y yo, tenemos una reunión urgente y de suma importancia. Su pose intimidante y el tono con el que remarca y pronuncia cada palabra no pasa desapercibido. ―¿Y usted es? Dalton interviene colocándose delante de mí para protegerme del inminente desconocido ―Ethan Callaway, su compañero de trabajo y uno de los ejecutivos de esta empresa. No se amilana ante la reacción de mi prometido y como todo un espartano listo para la batalla, se acerca a él, revelando su nombre, pero manteniendo su mirada fija sobre mí mientras lo hace. Su actitud desafiante me pone nerviosa. ―Dalton Prescott… su prometido. Responde en un intento de reafirmar su propiedad sobre mí, por lo que intervengo, ya que esto acaba de convertirse en un concurso de meadas que me está incomodando. ―Por supuesto, señor Callaway, nos reuniremos en breves minutos. Balbuceo con nerviosismo, lo que me hace sentir furiosa, porque no quiero que él piense que su presenc
Estoy temblando de pies a cabeza. ¿Qué es lo que acaba de suceder? Lucy me observa tan sorprendida como yo lo estoy. ¿Qué puedo decirle que sirva de excusa o explicación a lo que a sus ojos es tan evidente? Sigo aturdida, confundida y preocupada por lo que acaba de pasar entre Ethan y yo, sobre todo, porque mi asistente ha sido testigo de ello. ―Este… ―intenta decirme algo, no obstante, solo es capaz de señalarme con su dedo índice en dirección hacia mi cabello, preocupada por comunicarme algo que no logro entender―, su cabello está… ―aclara su garganta y baja su mirada al tiempo que reacomoda sus anteojos―. Creo que debería ir al baño y mirarse al espejo para arreglar un poco el desorden. Abro los ojos como platos cuando logro entender lo que ha estado tratando de explicarme. Mi cara enrojece como nunca antes. Elevo las manos y trato de arreglar el desastre, sin embargo, vuelve a señalarme en dirección hacia mi boca. Esta vez tiene toda mi atención, no sé cómo ocultar el bochorno q
Intento olvidarme de todo lo que pasó entre Victoria y yo, con mucho trabajo. Me hundo entre los papeles que hay sobre mi escritorio durante largas horas. Repaso cada detalle sobre el proyecto de diseño que debemos presentar el lunes a primera hora a un nuevo cliente potencial. Sin embargo, no logro concéntrame por mucho que lo intento. Repeticiones muy vívidas del beso apasionado que nos dimos y las ansias con las que nos devoramos me distraen de mis obligaciones. Lanzo el bolígrafo contra el escritorio y maldigo en voz baja, decepcionado por mi descontrol y por el hecho de que por más que quiera engañarme, quiero más. Deseo más de lo que Victoria pueda darme. Logro centrarme por fin en mi trabajo. Decido quedarme algunas horas más para dejarlo todo listo y recuperar el tiempo que perdí entre tantas divagaciones. Todos los empleados se han retirado, por lo que decido apagar las luces que han quedado encendidas. Logro avanzar unos pocos metros cuando percibo un destello de luz procede
Victoria se desmaya entre mis brazos. Un latigazo de miedo recorre mi espina dorsal al verla perder la conciencia. En mi vida me había sentido tan nervioso como en este momento. Noto su cartera tirada a un lado de su cuerpo, la recojo del suelo con una de mis manos mientras sujeto a Victoria con la otra. Una vez que la tengo, meto uno de mis brazos por debajo de sus rodillas y la levanto. La traslado hasta mi auto y con un poco de dificultad logro sacar el mando del bolsillo de mi pantalón. Abro la puerta del copiloto y la acomodo en el asiento. Mis manos están temblando. La sujeto con el cinturón de seguridad mientras observo su hermoso rostro palidecido. Por un instante siento el impulso de acariciarlo, pero me contengo. Me alejo de ella y cierro la puerta, antes de rodear el vehículo a una velocidad vertiginosa. Me ubico en mi asiento, la miro una vez más y arranco a toda velocidad. Salgo del aparcamiento como bólido endemoniado y tomo la vía principal que me llevará directo al hos