CAPÍTULO 20

En la mañana el señor Leo regresa junto con Lalo de la ciudad. Visitan a Vicenzo que yace dormido después de desvelarse en la madrugada.

—Hola, Vicenzo, ¿cómo te sientes? —inquiere don Leo— disculpa, soy Leonardo López, este es mi hijo Lalo. Nosotros te encontramos en la orilla de la carretera, cerca de un barranco.

—Muchas gracias, le debo mi vida a usted y su familia. Créame que le pagaré hasta el último centavo. Se lo prometo —dice Vicenzo agradecido con su salvador y sabiendo de antemano por su hija que estaban en una mala situación económica.

—No, no para nada, muchacho. Eso lo hicimos de corazón —responde don Leo.

—Así es, no es necesario —reafirma Eduardo— además alégrate, pudimos contactar uno de tus familiares y vienen en camino acá por ti. No han de tardar en llegar. Desde ayer les avisamos.

— ¿En serio? ¡Eso es grandioso! —su voz es efusiva, una alegría le invade de repente. Pronto podrá salir de aquel lugar y continuar con sus planes… y

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