Nathan esperaba por Isabella en la entrada, pero ella ni lo miró cuando iba hacia su auto. No quería que se marchara pensando que la amenaza velada de su padre sobre Emma tenía algún peso. —Tienes prisa. —Se apoyó contra la puerta del auto, impidiéndole abrirla.Isabella apenas alzó la mirada. A pesar de haber dormido a su lado, parecía más distante que nunca.—Tengo cosas que hacer.Nathan entrecerró los ojos, estudiando sus gestos.—¿Qué pasa?—Nada.Él se inclinó, invadiendo su espacio personal con deliberada intención. Solo quería recordarle que ella era lo único que realmente le importaba proteger.—Sabes que no tienes que manejar todo sola, ¿verdad? Si es por lo que dijo mi padre, te ayudaré. Si quieres verla, lo organizaré, y si quieres ponerle un rastreador…—No necesito que hagas nada.Estaba a punto de volver a preguntar qué le sucedía, pero Isabella cerró la puerta y encendió el motor antes de agregar:—Nos vemos en la noche —añadió ella, apretando el volante.Nathan la ob
Isabella observó a Nathan seguir a Sophia hacia el privado. Sus dedos se cerraron sobre el vaso con tanta fuerza que temió romperlo. El whisky ya no le quemaba la garganta después de tantas copas, pero el dolor en su pecho era insoportable.Dio un paso para seguirlos y enfrentarlo, pero la mano de James en su brazo la detuvo.—Querida —le sonrió con falsa dulzura—, en nuestro mundo hay que saber escoger las batallas. Las mujeres inteligentes no se humillan en público.La risa de una mesera a su lado llamó su atención. —Ahí va otra vez —dijo entre risas a su compañera mientras recogían los vidrios rotos de la pelea de Sophia—. Es como su ritual de apareamiento, ¿verdad? Isabella vació su vaso de un solo trago, ignorando la sonrisa condescendiente de James. Al otro lado de la barra, Walter la miraba. Sus ojos se entrecerraron levemente antes de levantar su vaso en un brindis silencioso.—Ven. —Walter se acercó—. Vamos a jugar billar.Isabella miró el vaso en su mano. El líquido ámbar
El teléfono vibró cuando Nathan cruzó el umbral de la mansión. La rabia le nublaba el juicio; ni siquiera recordaba a qué guardaespaldas le había arrebatado el auto. La voz de Mario sonó tensa al otro lado.—Jefe, encontramos la señal del teléfono de su novia —hizo una pausa demasiado larga— en el Ivy Club.Se detuvo, sintiendo que sacaban todo el oxígeno de su pecho al recordar las palabras venenosas de Sophia cuando le dijo que muchos estarían encantados de mostrarle lo cruel que podía ser su mundo.—¿Estás seguro? Su voz traicionó un temor que jamás se permitía mostrar.—Completamente. La señal estuvo activa ahí por casi una hora antes de apagarse. Hay un empleado que tiene información para nosotros. Voy en camino —Mario dudó un momento—. Y el Aston que ella conduce… sigue en el Black Tide.La comprensión lo golpeó como un puñetazo, y el miedo le dejó un regusto amargo en la boca.—Nos vemos allá. —Se pasó una mano por el cabello—. Mario... que busquen el auto de Walter.***El Iv
Elizabeth se ajustó el vestido negro frente al espejo del pasillo, tirando de la tela para disimular un poco sus curvas. Suspiró, vencida. Desde el nacimiento de Emma, su cuerpo se negaba a volver al que fue, a pesar de su constante lucha con ejercicios y dietas que no parecían funcionar. Se pasó las manos por las caderas, recordando cómo Richard le susurraba lo hermosa que era. Ahora, esos momentos parecían tan lejanos.La mirada de reprobación que le dio en el auto, hizo evidente que no estaba de acuerdo con el vestido que eligió, pero ya no tenían tiempo para que ella se cambiara.Al llegar, Richard dudó entre ayudarle a bajar o dejar que el conductor lo hiciera, pero al sentirse observado, balbuceó algo y le ofreció su mano. Después de forzar una sonrisa con los anfitriones, su esposo desapareció de su lado y ella tuvo que llevar a Emma con los demás niños, pero la incomodidad persistía en su pecho.Al volver al salón principal, Richard se le acercó y sin molestarse en ocultar su
Nathan siguió la voluptuosa figura de Liz con la mirada hasta que se perdió dentro del salón. Algo en su vulnerabilidad siempre despertó un instinto protector en él, pero esta vez lo aplastó de inmediato. No era momento para distracciones. Marcus Chen, el imbécil que le debía dinero a su padre, acababa de escabullirse hacia el baño.Lo siguió con calma y al entrar tras él, lo encontró inclinado sobre el lavabo. Así que lo agarró por el cuello de la camisa y lo estrelló contra la pared.—Una semana de retraso. Te advertí que no jugaras conmigo.Chen tartamudeó excusas patéticas, pero Nathan lo silenció con un puñetazo en el estómago y lo vio desplomarse al suelo con un quejido lastimero.La puerta se abrió de golpe y al voltear, notó el rostro de Richard Crawford contrayéndose al ver la escena, pero intentó disimular su nerviosismo con esa sonrisa falsa que tanto despreciaba.—James mencionó que irían al golf. ¿Vas a…?Nathan lo miró sin expresión. Crawford era un parásito, alimentándo
Liz entró en la oficina esa mañana, desvelada, pero disfrutando el silencio del fin de semana. El sábado era su día favorito para ponerse al día con los reportes de las nuevas propiedades, porque solía imaginar en lo que podían convertirse después de hacer su magia con las renovaciones, como cuando era niña y acompañaba a su padre.Se sentó en su escritorio, respirando hondo, y luego vio a Richard entrar a su oficina. El corazón le dio un vuelco al verlo fresco y campante. No había vuelto a casa después de la fiesta, y aunque se excusó por un mensaje por algo del trabajo, su presencia tan temprano la tomó por sorpresa.—No estoy lista para esto —murmuró, concentrándose en el correo que estaba redactando.Liz evitó mirarlo durante un par de horas y el tiempo pasó demasiado lento hasta que el ruido de tacones resonó en el pasillo. Al levantar la vista, vio a Amelia entrar en la oficina con su característica energía.—¿Qué haces aquí? —preguntó extrañada, porque no tenía nada pendiente q
Nathan observó el Black Tide desde su asiento habitual, y aunque extraño, encontraba reconfortante el aroma a madera vieja del lugar. Walter entró como un vendaval, golpeando el hombro de un cliente que se apartó de inmediato al reconocerlo y negó sonriendo. Su amigo era un maldito engreído. Gloria se acercó a su mesa, su característico moño gris enmarcando un rostro curtido, pero aún atractivo. Sus ojos astutos y una leve sonrisa coqueta le daban un aire de sabiduría y picardía que delataba sus años como propietaria del bar. —¿Las chicas de siempre para los caballeros? —preguntó, deslizando una uña con delicadeza por el cuello de Walter.La mención de su padre borró cualquier diversión que pudiera sentir Nathan por el nerviosismo de su amigo ante el gesto de la madura mujer. Su mandíbula se tensó, y Gloria captó la señal, alejándose con cadencia. Lo mejor era que mantuvieran la distancia: ella no estaba para juegos, y Walter era demasiado volátil para una vida tranquilaLo observó
El fin de semana fue tenso entre ellos, pero Liz mantuvo la esperanza de que al llegar a la oficina todo mejoraría con la noticia que tenía. Vio cómo le servían el café y cuando estaba por pedir más azúcar, Richard entró al comedor y arrojó algo sobre la mesa. Reconoció el contrato en el que había estado trabajando de inmediato.—¿Crees que soy un tonto? —preguntó en voz baja mientras apoyaba ambas manos en el otro extremo de la madera.Liz levantó la mirada, confundida, y luchó por mantener la calma.—Richard, logré cerrar el acuerdo de renta para el edificio. Creí que estarías… orgulloso —al final de la frase su voz tembló.La sonrisa gélida de Richard le heló la sangre al verlo acercarse, acorralándola en la silla y, por instinto, se puso de pie. Pero no esperaba que la siguiera hasta que chocó la espalda contra la fría pared.—¿Orgulloso? Todo lo que haces es sabotearme, Liz. Sabes que lucho a diario por mantener un pie tu legado, pero tú, con tus “decisiones” solo me dejas como u