La consciencia llegó lentamente, como una marea que arrastraba sensaciones deliciosas por todo su cuerpo. La calidez la envolvía, un calor firme, protector... familiar. Pero cuando su mente terminó de despertar, comprendió lo que significaba: Nathan.El peso de su brazo sobre su cintura, la extensión de su mano bajo sus senos, la respiración acompasada contra su nuca... era íntimo, natural. El cuerpo de Isabella se paralizó por un instante, controlando su reacción mientras la familiaridad de su cercanía amenazaba con desarmarla. La muralla de almohadas yacía olvidada en el suelo, como una rendición inconsciente que no podía permitirse, a pesar de haber encontrado en él, el refugio que necesitaba después del susto de anoche. No tenía por qué extrañarlo cuando él eligió revolcarse con Sophia. Se deslizó fuera de su agarre con movimientos lentos y controlados. Se detuvo con el gruñido de Nathan en sueños por la pérdida de contacto y rodó sobre su espalda. La sábana se deslizó con el mo
Nathan esperaba por Isabella en la entrada, pero ella ni lo miró cuando iba hacia su auto. No quería que se marchara pensando que la amenaza velada de su padre sobre Emma tenía algún peso. —Tienes prisa. —Se apoyó contra la puerta del auto, impidiéndole abrirla.Isabella apenas alzó la mirada. A pesar de haber dormido a su lado, parecía más distante que nunca.—Tengo cosas que hacer.Nathan entrecerró los ojos, estudiando sus gestos.—¿Qué pasa?—Nada.Él se inclinó, invadiendo su espacio personal con deliberada intención. Solo quería recordarle que ella era lo único que realmente le importaba proteger.—Sabes que no tienes que manejar todo sola, ¿verdad? Si es por lo que dijo mi padre, te ayudaré. Si quieres verla, lo organizaré, y si quieres ponerle un rastreador…—No necesito que hagas nada.Estaba a punto de volver a preguntar qué le sucedía, pero Isabella cerró la puerta y encendió el motor antes de agregar:—Nos vemos en la noche —añadió ella, apretando el volante.Nathan la ob
Isabella observó a Nathan seguir a Sophia hacia el privado. Sus dedos se cerraron sobre el vaso con tanta fuerza que temió romperlo. El whisky ya no le quemaba la garganta después de tantas copas, pero el dolor en su pecho era insoportable.Dio un paso para seguirlos y enfrentarlo, pero la mano de James en su brazo la detuvo.—Querida —le sonrió con falsa dulzura—, en nuestro mundo hay que saber escoger las batallas. Las mujeres inteligentes no se humillan en público.La risa de una mesera a su lado llamó su atención. —Ahí va otra vez —dijo entre risas a su compañera mientras recogían los vidrios rotos de la pelea de Sophia—. Es como su ritual de apareamiento, ¿verdad? Isabella vació su vaso de un solo trago, ignorando la sonrisa condescendiente de James. Al otro lado de la barra, Walter la miraba. Sus ojos se entrecerraron levemente antes de levantar su vaso en un brindis silencioso.—Ven. —Walter se acercó—. Vamos a jugar billar.Isabella miró el vaso en su mano. El líquido ámbar
El teléfono vibró cuando Nathan cruzó el umbral de la mansión. La rabia le nublaba el juicio; ni siquiera recordaba a qué guardaespaldas le había arrebatado el auto. La voz de Mario sonó tensa al otro lado.—Jefe, encontramos la señal del teléfono de su novia —hizo una pausa demasiado larga— en el Ivy Club.Se detuvo, sintiendo que sacaban todo el oxígeno de su pecho al recordar las palabras venenosas de Sophia cuando le dijo que muchos estarían encantados de mostrarle lo cruel que podía ser su mundo.—¿Estás seguro? Su voz traicionó un temor que jamás se permitía mostrar.—Completamente. La señal estuvo activa ahí por casi una hora antes de apagarse. Hay un empleado que tiene información para nosotros. Voy en camino —Mario dudó un momento—. Y el Aston que ella conduce… sigue en el Black Tide.La comprensión lo golpeó como un puñetazo, y el miedo le dejó un regusto amargo en la boca.—Nos vemos allá. —Se pasó una mano por el cabello—. Mario... que busquen el auto de Walter.***El Iv
El dolor llegó antes que la conciencia. No era un malestar pasajero ni el peso de una simple resaca. La luz que se filtraba por las ventanas sugería que era muy tarde, pero Isabella no tenía idea de cuánto tiempo había pasado desde… el Ivy. Los recuerdos llegaban en fragmentos confusos, como fotografías movidas.Era un dolor profundo, denso, incrustado en cada músculo, como brasas ardiendo en su piel. Intentó moverse, pero sus extremidades no le respondieron de inmediato. Una punzada aguda le recorrió el muslo, arrancándole un gemido ahogado.El perfume floral flotaba en el aire, dulzón y espeso, mezclándose con el rastro penetrante del tabaco. El estómago se le revolvió. Se obligó a abrir los ojos, parpadeando contra la luz tenue que iluminaba la habitación. Todo a su alrededor se sentía desconocido.Intentó incorporarse, pero el vértigo la golpeó con fuerza y la obligó a recostarse de nuevo.—Despacio —una voz femenina rompió el silencio—. Tu cuerpo necesita tiempo para recuperarse.
El Audi olía a cuero, pero la tensión en el aire sofocaba más que el espacio cerrado. Nathan conducía por calles desiertas. Sus ojos se desviaban constantemente hacia ella, catalogando cada marca visible en su rostro. La mordida en su cuello, un mapa rojizo de dientes y rabia, le hacía apretar la mandíbula hasta que sus muelas crujían. Pero las marcas rojas en sus muñecas le revolvían el estómago: huellas recientes de ataduras, de sometimiento.La vio encogerse cuando tomó una curva demasiado rápido. El movimiento, apenas perceptible, fue como ácido en sus venas. Walter la había condicionado a esperar dolor en cuestión de horas. Ese pensamiento lo llevó a pisar el acelerador con más fuerza.—Deberíamos ir al hospital... —comenzó, su voz un gruñido contenido.—Samuel —lo cortó ella, su perfil oculto tras una cortina de cabello oscuro—. Solo Samuel.Él asintió, tomando la salida hacia la clínica. Los dedos de Isabella estaban crispados sobre sus muslos, los nudillos blancos. Apenas res
El reflejo del sol en los cristales de la farmacia dificultaba que Isabella distinguiera a Nathan entre los estantes, pero por su altura destacaba entre los demás clientes. Los analgésicos que Samuel le recetó apenas mitigaban el dolor.Rozó las marcas en sus muñecas, preguntándose qué había cambiado en él desde que llegaron juntos al Black Tide. Era extraño verlo así, inclinado sobre un mostrador, escaneando etiquetas de medicamentos con la misma precisión con la que estudiaba a sus enemigos. Como si sus manos, acostumbradas al caos, hubieran aprendido otro propósito.Las palabras de Samuel resonaron en su mente mientras Nathan esperaba en la fila para pagar: «Mario me lo confirmó. Lo que tuvo con Sophia era importante, pero la dejó por ti, Isabella. Lo conozco desde los dieciséis años, y cuando Nathan hace una promesa, la cumple sin importar nada.»Cuando él regresó con una bolsa de papel marrón llena de medicamentos, el aroma antiséptico se mezcló con su colonia, un recordatorio de
La risa de Jorge resonó desde el salón, profunda y despreocupada, interrumpiendo el silencio con el que cruzaron juntos el umbral de la mansión. Una sonrisa instintiva asomó en sus labios, pero se desvaneció en cuanto reconoció la voz de Sophia.En la sala estaban Mario, Jorge y algunos hombres más, todos vestidos con camisetas negras y pantalones cargo. En el sofá principal, con una postura que insinuaba que el lugar le pertenecía, se reía despreocupada, y cuando sus ojos se encontraron, la sonrisa de Sophia se ensanchó.—No esperaba verla de pie tan pronto —comentó en tono ligero, lo suficientemente alto para que todos la escucharan, sin molestarse en dirigirle la mirada.Mario levantó la vista de su tablet, y Jorge dejó escapar un resoplido bajo, pero ninguno habló y la tensión en la sala se volvió palpable, como si esperaran su reacción.Isabella mantuvo la compostura. Sin prisa, giró el rostro hacia Nathan y cerró la distancia entre ellos. Sus labios se encontraron con la natural