El teléfono vibró cuando Nathan cruzó el umbral de la mansión. La rabia le nublaba el juicio; ni siquiera recordaba a qué guardaespaldas le había arrebatado el auto. La voz de Mario sonó tensa al otro lado.—Jefe, encontramos la señal del teléfono de su novia —hizo una pausa demasiado larga— en el Ivy Club.Se detuvo, sintiendo que sacaban todo el oxígeno de su pecho al recordar las palabras venenosas de Sophia cuando le dijo que muchos estarían encantados de mostrarle lo cruel que podía ser su mundo.—¿Estás seguro? Su voz traicionó un temor que jamás se permitía mostrar.—Completamente. La señal estuvo activa ahí por casi una hora antes de apagarse. Hay un empleado que tiene información para nosotros. Voy en camino —Mario dudó un momento—. Y el Aston que ella conduce… sigue en el Black Tide.La comprensión lo golpeó como un puñetazo, y el miedo le dejó un regusto amargo en la boca.—Nos vemos allá. —Se pasó una mano por el cabello—. Mario... que busquen el auto de Walter.***El Iv
El dolor llegó antes que la conciencia. No era un malestar pasajero ni el peso de una simple resaca. La luz que se filtraba por las ventanas sugería que era muy tarde, pero Isabella no tenía idea de cuánto tiempo había pasado desde… el Ivy. Los recuerdos llegaban en fragmentos confusos, como fotografías movidas.Era un dolor profundo, denso, incrustado en cada músculo, como brasas ardiendo en su piel. Intentó moverse, pero sus extremidades no le respondieron de inmediato. Una punzada aguda le recorrió el muslo, arrancándole un gemido ahogado.El perfume floral flotaba en el aire, dulzón y espeso, mezclándose con el rastro penetrante del tabaco. El estómago se le revolvió. Se obligó a abrir los ojos, parpadeando contra la luz tenue que iluminaba la habitación. Todo a su alrededor se sentía desconocido.Intentó incorporarse, pero el vértigo la golpeó con fuerza y la obligó a recostarse de nuevo.—Despacio —una voz femenina rompió el silencio—. Tu cuerpo necesita tiempo para recuperarse.
El Audi olía a cuero, pero la tensión en el aire sofocaba más que el espacio cerrado. Nathan conducía por calles desiertas. Sus ojos se desviaban constantemente hacia ella, catalogando cada marca visible en su rostro. La mordida en su cuello, un mapa rojizo de dientes y rabia, le hacía apretar la mandíbula hasta que sus muelas crujían. Pero las marcas rojas en sus muñecas le revolvían el estómago: huellas recientes de ataduras, de sometimiento.La vio encogerse cuando tomó una curva demasiado rápido. El movimiento, apenas perceptible, fue como ácido en sus venas. Walter la había condicionado a esperar dolor en cuestión de horas. Ese pensamiento lo llevó a pisar el acelerador con más fuerza.—Deberíamos ir al hospital... —comenzó, su voz un gruñido contenido.—Samuel —lo cortó ella, su perfil oculto tras una cortina de cabello oscuro—. Solo Samuel.Él asintió, tomando la salida hacia la clínica. Los dedos de Isabella estaban crispados sobre sus muslos, los nudillos blancos. Apenas res
El reflejo del sol en los cristales de la farmacia dificultaba que Isabella distinguiera a Nathan entre los estantes, pero por su altura destacaba entre los demás clientes. Los analgésicos que Samuel le recetó apenas mitigaban el dolor.Rozó las marcas en sus muñecas, preguntándose qué había cambiado en él desde que llegaron juntos al Black Tide. Era extraño verlo así, inclinado sobre un mostrador, escaneando etiquetas de medicamentos con la misma precisión con la que estudiaba a sus enemigos. Como si sus manos, acostumbradas al caos, hubieran aprendido otro propósito.Las palabras de Samuel resonaron en su mente mientras Nathan esperaba en la fila para pagar: «Mario me lo confirmó. Lo que tuvo con Sophia era importante, pero la dejó por ti, Isabella. Lo conozco desde los dieciséis años, y cuando Nathan hace una promesa, la cumple sin importar nada.»Cuando él regresó con una bolsa de papel marrón llena de medicamentos, el aroma antiséptico se mezcló con su colonia, un recordatorio de
La risa de Jorge resonó desde el salón, profunda y despreocupada, interrumpiendo el silencio con el que cruzaron juntos el umbral de la mansión. Una sonrisa instintiva asomó en sus labios, pero se desvaneció en cuanto reconoció la voz de Sophia.En la sala estaban Mario, Jorge y algunos hombres más, todos vestidos con camisetas negras y pantalones cargo. En el sofá principal, con una postura que insinuaba que el lugar le pertenecía, se reía despreocupada, y cuando sus ojos se encontraron, la sonrisa de Sophia se ensanchó.—No esperaba verla de pie tan pronto —comentó en tono ligero, lo suficientemente alto para que todos la escucharan, sin molestarse en dirigirle la mirada.Mario levantó la vista de su tablet, y Jorge dejó escapar un resoplido bajo, pero ninguno habló y la tensión en la sala se volvió palpable, como si esperaran su reacción.Isabella mantuvo la compostura. Sin prisa, giró el rostro hacia Nathan y cerró la distancia entre ellos. Sus labios se encontraron con la natural
Nathan detuvo el auto justo a tiempo para verla inclinar la cabeza hacia atrás y echarse a reír, tan relajada que él sonrió también. Pero cuando la base de cemento dejó a la vista a su acompañante, su mandíbula se endureció.No habían pasado ni cuarenta y ocho horas desde que la sostuvo entre sus brazos, rota por lo de Walter, y que le prometió que esto había terminado. Y ahí estaba ella, permitiendo que Richard se inclinara, susurrándole algo al oído. Isabella respondió con otra risa ligera, su brazo apenas rozando el suyo cuando caminaron juntos hacia el auto de ella. Un roce intencional. Intolerable.Salió de su Porsche sin molestarse en ser sigiloso. Isabella lo vio primero, y su sonrisa se congeló por un instante antes de recuperar la compostura. Richard, por su parte, palideció, pero mantuvo su postura junto a ella, aunque sus dedos temblaron al ajustarse la corbata.—Nathan —dijo casi con total naturalidad—. Viniste por mí.—Es evidente —respondió.Richard dio un paso hacia ad
La pretensión de normalidad que James imponía en cada almuerzo familiar no engañaba a nadie. Amelia apenas probaba bocado, removiendo la comida en su plato hasta que dejó los cubiertos con un suspiro.—No tengo hambre. Iré a caminar un poco.James no se molestó en mirarla.—No tardes.Amelia se levantó sin añadir nada más, su postura rígida mientras se alejaba por el sendero que conducía a la zona de servicio.Una vibración insistente distrajo a Nathan. Isabella apagó el teléfono con un movimiento calculado. La ira se deslizó por su columna como una dosis de adrenalina.James tamborileó los dedos contra su copa, su tono ligero, pero con la carga de un mensaje más profundo.—No dejes esperando a un socio, Isabella. Los negocios no pueden detenerse por un almuerzo.Ella le sostuvo la mirada un segundo antes de responder:—No es nada urgente.James esbozó una sonrisa perezosa.—¿Seguro? Su insistencia dice lo contrario.Nathan dejó su copa sobre la mesa con un golpe seco, sin molestarse
La intensidad del momento aún latía en su piel, una mezcla incómoda de vergüenza y placer. Había pasado semanas construyendo un muro entre ellos, negándose a ceder, pero en cuestión de minutos Nathan lo había reducido a escombros con sus manos, su boca, su cuerpo. Y lo peor era que él lo sabía. Podía verlo en su sonrisa satisfecha, que ni siquiera intentaba ocultar mientras atravesaban la cocina tomados de la mano. Estaba por decirle algo cuando Amelia apareció desde el pasillo lateral y la envolvió en un abrazo que la tomó por sorpresa.—Gracias —susurró Amelia contra su hombro—. Por escucharme hoy.Isabella se tensó un momento antes de responder con voz controlada:—No hice nada.—No tengo con quién hablar —murmuró Amelia, apartándose. Sus ojos seguían enrojecidos—. Aquí todos tienen sus propias agendas.La sombra de la amistad que una vez compartieron se agitó en su pecho. Deslizó ambas manos por sus mechones laterales y le sonrió con ternura, como antes.Un gesto tan familiar...