La risa de Jorge resonó desde el salón, profunda y despreocupada, interrumpiendo el silencio con el que cruzaron juntos el umbral de la mansión. Una sonrisa instintiva asomó en sus labios, pero se desvaneció en cuanto reconoció la voz de Sophia.En la sala estaban Mario, Jorge y algunos hombres más, todos vestidos con camisetas negras y pantalones cargo. En el sofá principal, con una postura que insinuaba que el lugar le pertenecía, se reía despreocupada, y cuando sus ojos se encontraron, la sonrisa de Sophia se ensanchó.—No esperaba verla de pie tan pronto —comentó en tono ligero, lo suficientemente alto para que todos la escucharan, sin molestarse en dirigirle la mirada.Mario levantó la vista de su tablet, y Jorge dejó escapar un resoplido bajo, pero ninguno habló y la tensión en la sala se volvió palpable, como si esperaran su reacción.Isabella mantuvo la compostura. Sin prisa, giró el rostro hacia Nathan y cerró la distancia entre ellos. Sus labios se encontraron con la natural
Nathan detuvo el auto justo a tiempo para verla inclinar la cabeza hacia atrás y echarse a reír, tan relajada que él sonrió también. Pero cuando la base de cemento dejó a la vista a su acompañante, su mandíbula se endureció.No habían pasado ni cuarenta y ocho horas desde que la sostuvo entre sus brazos, rota por lo de Walter, y que le prometió que esto había terminado. Y ahí estaba ella, permitiendo que Richard se inclinara, susurrándole algo al oído. Isabella respondió con otra risa ligera, su brazo apenas rozando el suyo cuando caminaron juntos hacia el auto de ella. Un roce intencional. Intolerable.Salió de su Porsche sin molestarse en ser sigiloso. Isabella lo vio primero, y su sonrisa se congeló por un instante antes de recuperar la compostura. Richard, por su parte, palideció, pero mantuvo su postura junto a ella, aunque sus dedos temblaron al ajustarse la corbata.—Nathan —dijo casi con total naturalidad—. Viniste por mí.—Es evidente —respondió.Richard dio un paso hacia ad
La pretensión de normalidad que James imponía en cada almuerzo familiar no engañaba a nadie. Amelia apenas probaba bocado, removiendo la comida en su plato hasta que dejó los cubiertos con un suspiro.—No tengo hambre. Iré a caminar un poco.James no se molestó en mirarla.—No tardes.Amelia se levantó sin añadir nada más, su postura rígida mientras se alejaba por el sendero que conducía a la zona de servicio.Una vibración insistente distrajo a Nathan. Isabella apagó el teléfono con un movimiento calculado. La ira se deslizó por su columna como una dosis de adrenalina.James tamborileó los dedos contra su copa, su tono ligero, pero con la carga de un mensaje más profundo.—No dejes esperando a un socio, Isabella. Los negocios no pueden detenerse por un almuerzo.Ella le sostuvo la mirada un segundo antes de responder:—No es nada urgente.James esbozó una sonrisa perezosa.—¿Seguro? Su insistencia dice lo contrario.Nathan dejó su copa sobre la mesa con un golpe seco, sin molestarse
La intensidad del momento aún latía en su piel, una mezcla incómoda de vergüenza y placer. Había pasado semanas construyendo un muro entre ellos, negándose a ceder, pero en cuestión de minutos Nathan lo había reducido a escombros con sus manos, su boca, su cuerpo. Y lo peor era que él lo sabía. Podía verlo en su sonrisa satisfecha, que ni siquiera intentaba ocultar mientras atravesaban la cocina tomados de la mano. Estaba por decirle algo cuando Amelia apareció desde el pasillo lateral y la envolvió en un abrazo que la tomó por sorpresa.—Gracias —susurró Amelia contra su hombro—. Por escucharme hoy.Isabella se tensó un momento antes de responder con voz controlada:—No hice nada.—No tengo con quién hablar —murmuró Amelia, apartándose. Sus ojos seguían enrojecidos—. Aquí todos tienen sus propias agendas.La sombra de la amistad que una vez compartieron se agitó en su pecho. Deslizó ambas manos por sus mechones laterales y le sonrió con ternura, como antes.Un gesto tan familiar...
El vapor llenaba el baño cuando Nathan entró a la habitación. Los últimos días se habían convertido en una sucesión de reuniones tardías y llamadas interminables. Entre la oficina, los preparativos y las indirectas constantes de Sophia, apenas había compartido un momento con Isabella, encontrándola dormida al llegar o ausente por su trabajo en Legacy.Pero esa mañana algo cambió. El sonido del agua corriendo lo atrajo hacia el baño principal, un eco de intimidad en medio de sus días caóticos. Su rutina había sido un caos, cada día alejándolo más de ella. Pero en ese momento, mientras la observaba a través del cristal empañado, sintió que nada de eso importaba. Solo quería tocarla, recordar que seguía siendo suya.Se detuvo un momento, aflojándose la corbata al encontrarse con la silueta de Isabella a través del vidrio empañado. La había extrañado, aunque no lo admitiría en voz alta.Se desnudó en silencio antes de abrir la puerta de la ducha. Isabella se sobresaltó y se giró con el
El ascensor privado del Velvet Dreams se detuvo en el tercer piso. Nathan ajustó su reloj mientras las puertas se abrían al área VIP, donde las luces tenues y la música suave creaban una atmósfera de falsa intimidad.Walter se acercó, su postura tensa bajo el traje impecable. —Mario tiene los accesos controlados, Reed y Thompson cubren la entrada principal, y el resto del equipo está en posición.Nathan asintió. Mujeres hermosas deambulaban con la misma apatía que el mobiliario, sus miradas vacías eran una constante en su mundo. Ilenka llevaba un trago para James con la misma gracia que se postró de rodillas ante él en el avión.Dimitri Volkov, el socio ruso de Lazic, ya ocupaba uno de los sillones de cuero, su mano descansando posesiva sobre el muslo de una rubia. James Kingston conversaba con él en voz baja, ambos hombres ignorando deliberadamente a las mujeres que los rodeaban.—Todo está listo —informó Walter, señalando discretamente las salidas—. ¿Crees que intentará algo?—No —
Isabella atravesó el vestíbulo de la mansión Kingston a media mañana. Había vuelto de Legacy esperando que Nathan ya se hubiese marchado para recoger su maleta sin preguntas. Su mente repasaba la lista de todo lo que debía llevarse, pero la ansiedad convertía cada pensamiento en un eco caótico. Subió las escaleras con pasos ligeros, con el pulso latiendo en sus sienes. Solo tenía que sacar la maleta y desaparecer antes de que alguien notara su regreso.—¿Señorita Isabella?La voz de Rita la detuvo a medio camino. Estaba en el umbral de la cocina, secándose las manos en el delantal. Sus ojos oscuros estudiaron a Isabella con esa mezcla de preocupación maternal que siempre la hacía sentir como una niña descubierta en medio de una travesura.—¿No estaba en la oficina? —preguntó Rita, siguiéndola escaleras arriba.—Tengo que salir —respondió Isabella, dirigiéndose al armario donde guardaban la ropa de invierno. Sus dedos rozaron los abrigos hasta encontrar la maleta oculta.—¿El señor Na
El Brisa Marina se deslizaba suavemente sobre las aguas, mientras Isabella observaba la costa desde la cubierta. El viaje "de trabajo" para valorar la propiedad en Rock Springs se había convertido en algo mucho más íntimo de lo que esperaba. La brisa marina jugaba con su cabello mientras escuchaba a Emma chapotear en la pequeña piscina de popa.—¿Vino? —Richard apareció a su lado, ofreciéndole una copa.—Gracias —la aceptó, consciente de su proximidad.Emma corrió hacia ellos, el agua goteando de su traje de baño.—¡Isabella! ¡Tienes que ver los peces! La risa de Isabella brotó espontáneamente ante el entusiasmo de la niña, un sonido claro y musical que hizo que Richard la mirara con un gesto extraño. Emma se detuvo a medio salto, sus ojos grandes y azules fijos en ella.—Tu risa... —murmuró la niña—. Suena como...—Como las olas —interrumpió Richard rápidamente, pero Isabella notó la tensión en su mandíbula—. Ve a prepararte para almorzar, princesa. Nosotros nos cambiaremos para buc