El ascensor privado del Velvet Dreams se detuvo en el tercer piso. Nathan ajustó su reloj mientras las puertas se abrían al área VIP, donde las luces tenues y la música suave creaban una atmósfera de falsa intimidad.Walter se acercó, su postura tensa bajo el traje impecable. —Mario tiene los accesos controlados, Reed y Thompson cubren la entrada principal, y el resto del equipo está en posición.Nathan asintió. Mujeres hermosas deambulaban con la misma apatía que el mobiliario, sus miradas vacías eran una constante en su mundo. Ilenka llevaba un trago para James con la misma gracia que se postró de rodillas ante él en el avión.Dimitri Volkov, el socio ruso de Lazic, ya ocupaba uno de los sillones de cuero, su mano descansando posesiva sobre el muslo de una rubia. James Kingston conversaba con él en voz baja, ambos hombres ignorando deliberadamente a las mujeres que los rodeaban.—Todo está listo —informó Walter, señalando discretamente las salidas—. ¿Crees que intentará algo?—No —
Isabella atravesó el vestíbulo de la mansión Kingston a media mañana. Había vuelto de Legacy esperando que Nathan ya se hubiese marchado para recoger su maleta sin preguntas. Su mente repasaba la lista de todo lo que debía llevarse, pero la ansiedad convertía cada pensamiento en un eco caótico. Subió las escaleras con pasos ligeros, con el pulso latiendo en sus sienes. Solo tenía que sacar la maleta y desaparecer antes de que alguien notara su regreso.—¿Señorita Isabella?La voz de Rita la detuvo a medio camino. Estaba en el umbral de la cocina, secándose las manos en el delantal. Sus ojos oscuros estudiaron a Isabella con esa mezcla de preocupación maternal que siempre la hacía sentir como una niña descubierta en medio de una travesura.—¿No estaba en la oficina? —preguntó Rita, siguiéndola escaleras arriba.—Tengo que salir —respondió Isabella, dirigiéndose al armario donde guardaban la ropa de invierno. Sus dedos rozaron los abrigos hasta encontrar la maleta oculta.—¿El señor Na
El Brisa Marina se deslizaba suavemente sobre las aguas, mientras Isabella observaba la costa desde la cubierta. El viaje "de trabajo" para valorar la propiedad en Rock Springs se había convertido en algo mucho más íntimo de lo que esperaba. La brisa marina jugaba con su cabello mientras escuchaba a Emma chapotear en la pequeña piscina de popa.—¿Vino? —Richard apareció a su lado, ofreciéndole una copa.—Gracias —la aceptó, consciente de su proximidad.Emma corrió hacia ellos, el agua goteando de su traje de baño.—¡Isabella! ¡Tienes que ver los peces! La risa de Isabella brotó espontáneamente ante el entusiasmo de la niña, un sonido claro y musical que hizo que Richard la mirara con un gesto extraño. Emma se detuvo a medio salto, sus ojos grandes y azules fijos en ella.—Tu risa... —murmuró la niña—. Suena como...—Como las olas —interrumpió Richard rápidamente, pero Isabella notó la tensión en su mandíbula—. Ve a prepararte para almorzar, princesa. Nosotros nos cambiaremos para buc
—Permítanme, mis princesas —Richard hizo una inclinación exagerada al apartar las sillas para que se sentaran, provocando que Emma celebrara divertida, imitando gestos refinados con sus pequeñas manos extendidas como una bailarina.Isabella se sentó, conteniendo una sonrisa genuina ante la escena. La brisa marina agitaba el mantel blanco mientras los empleados servían el almuerzo en la cubierta del yate.Para su sorpresa, Richard no mencionó el encuentro en el camarote. Durante el almuerzo, mantuvo una conversación estrictamente profesional sobre la valuación de la propiedad y sus expectativas con su trabajo durante el proyecto. Ella tomó nota, consciente de cómo sus dedos se demoraban al pasarle los documentos, cómo su rodilla rozaba ocasionalmente la suya bajo la mesa.Sin embargo, la forma en que la miraba por encima de su copa la inquietaba; como si estuviera saboreando lentamente el momento antes de atacar. Esta versión calculada y paciente de Richard la desconcertaba más que su
La cena transcurrió con una calma engañosa, las velas proyectando sombras suaves mientras el aroma del vino flotaba entre ellos. Se había portado como un caballero, recordándole por qué todo el que lo conocía caía rendido ante él. Emma se había quedado dormida poco después del postre, acurrucada en una de las tumbonas con King a su lado.—La llevaré a su habitación —murmuró Richard, levantándose para cargar a la niña con una delicadeza que contrastaba con su figura imponente.Isabella se acercó a la barandilla para contemplar la oscuridad del océano, con el corazón en un puño al darse cuenta que si la buscaba, ella caería de manera irremediable. Richard se acercó por detrás, tan cerca que ella podía sentir el calor emanando de su cuerpo.—Hay una subasta benéfica mañana —su voz era suave, seductora—. Me gustaría que fueras mi acompañante.Isabella se giró para enfrentarlo, consciente del espacio reducido entre ellos. La brisa marina jugaba con su cabello, llevando consigo el aroma d
El jet privado descendió sobre la costa y Nathan no apartó la vista de la pantalla de su teléfono. El punto rojo parpadeante en Rock Springs confirmaba lo que Mario le había informado: Isabella estaba allí. Aterrizó en la pista privada y descendió sin perder el tiempo. Un breve intercambio con el personal del aeropuerto, y ya estaba al volante de su auto de alquiler.Apenas puso las manos sobre el volante, sintió cómo la tensión se enroscaba en su pecho, creciendo con cada kilómetro recorrido. Su pulso martillaba y su rabia era casi incontenible. Cuando finalmente cruzó las puertas del club, deslizó la mano bajo su chaqueta y rozó el arma con los dedos.Las palabras de Gallagher lo corroían. Necesitaba saber cómo lo había descubierto. Al mismo tiempo, el cansancio del viaje se mezclaba con una furia latente, una que amenazaba con consumirlo todo.En el club, el sonido de la brisa marina se entrelazaba con las conversaciones de la élite local. Nathan se movía entre ellos como una somb
El estacionamiento del club estaba parcialmente cubierto por pérgolas con buganvilias, ofreciendo sombra a los vehículos de lujo. Nathan los guió entre los autos, el metal presionado contra el costado de Richard, cuando un auto se detuvo bruscamente, interrumpiéndolos.—¡Richard! No mencionaste que vendrías. —Amelia emergió de un Audi negro, con una expresión calculada. Se detuvo en seco al verlos y se interpuso entre ellos con naturalidad estudiada—. ¿Nathan...? ¿No estabas con nuestro padre?Richard se tensó bajo la amenaza, su voz tensa cuando preguntó:—Amelia, ¿qué haces aquí?Ella parpadeó, y Nathan reconoció esa recuperación instantánea tan característica de los Kingston. Sus ojos se movieron calculadamente hacia Isabella antes de responder.—Represento a la joyería —su sonrisa era tensa pero perfecta—. La pregunta es qué haces tú aquí.Nathan maldijo internamente. La voz de su hermana había atraído la atención de un grupo que regresaba de la playa privada.—¡Nathan Kingston! —
—Abre la boca.El sabor metálico persistía en su labio partido mientras Isabella se incorporaba. Se arrodilló frente a él, observando cómo Nathan enredaba los dedos en su cabello con esa brutalidad que otros temían.En ese momento, Nathan cometió el error de subestimarla.Isabella lo tomó sin advertencia, arrancándole un gruñido desde lo profundo de su garganta. Sus manos se tensaron en su cabello, pero ella ya había encontrado el ritmo preciso que erosionaba su control, ignorante de que ella ya tenía otros planes.Usó su lengua justo donde sabía que lo volvía loco, alternando entre succiones suaves y profundas que lo hacían gemir. Sus piernas se tensaron cuando ella se detuvo en la punta, torturándolo con movimientos lentos y precisos.Tiró de su cabello, intentando recuperar el dominio. Ella respondió tomándolo más profundo, usando sus manos para controlarlo mientras él se deshacía en gemidos cada vez más desesperados.Lo mantuvo al borde del precipicio, retrocediendo con precisión