El estacionamiento del club estaba parcialmente cubierto por pérgolas con buganvilias, ofreciendo sombra a los vehículos de lujo. Nathan los guió entre los autos, el metal presionado contra el costado de Richard, cuando un auto se detuvo bruscamente, interrumpiéndolos.—¡Richard! No mencionaste que vendrías. —Amelia emergió de un Audi negro, con una expresión calculada. Se detuvo en seco al verlos y se interpuso entre ellos con naturalidad estudiada—. ¿Nathan...? ¿No estabas con nuestro padre?Richard se tensó bajo la amenaza, su voz tensa cuando preguntó:—Amelia, ¿qué haces aquí?Ella parpadeó, y Nathan reconoció esa recuperación instantánea tan característica de los Kingston. Sus ojos se movieron calculadamente hacia Isabella antes de responder.—Represento a la joyería —su sonrisa era tensa pero perfecta—. La pregunta es qué haces tú aquí.Nathan maldijo internamente. La voz de su hermana había atraído la atención de un grupo que regresaba de la playa privada.—¡Nathan Kingston! —
—Abre la boca.El sabor metálico persistía en su labio partido mientras Isabella se incorporaba. Se arrodilló frente a él, observando cómo Nathan enredaba los dedos en su cabello con esa brutalidad que otros temían.En ese momento, Nathan cometió el error de subestimarla.Isabella lo tomó sin advertencia, arrancándole un gruñido desde lo profundo de su garganta. Sus manos se tensaron en su cabello, pero ella ya había encontrado el ritmo preciso que erosionaba su control, ignorante de que ella ya tenía otros planes.Usó su lengua justo donde sabía que lo volvía loco, alternando entre succiones suaves y profundas que lo hacían gemir. Sus piernas se tensaron cuando ella se detuvo en la punta, torturándolo con movimientos lentos y precisos.Tiró de su cabello, intentando recuperar el dominio. Ella respondió tomándolo más profundo, usando sus manos para controlarlo mientras él se deshacía en gemidos cada vez más desesperados.Lo mantuvo al borde del precipicio, retrocediendo con precisión
Isabella estudió el mapa digital donde Sophia marcaba puntos con esa precisión que solo otorga la experiencia militar. La intersección parpadeaba en rojo como una advertencia: un edificio abandonado y un estacionamiento abierto flanqueaban la zona. El escenario perfecto para una emboscada.—Esta es una operación de nivel cinco —anunció Sophia en cuanto James abandonó la sala—. No toleraré improvisaciones ni heroísmos innecesarios.Identificó los puntos de cobertura, calculando tiempos y distancias mientras Sophia continuaba.—Walter e Isabella cubrirán la entrada oeste. La unidad de control mantendrá comunicación constante, sin excepciones.Walter se removió en su asiento, luciendo incómodo.—Nos encargaremos.—Esta no es una de tus cacerías habituales, Parker —Sophia lo atravesó con la mirada—. Cualquier desviación del protocolo y los retiro a ambos.Mario tecleaba sin pausa en su laptop, pero Isabella notó cómo deslizaba su teléfono hacia el borde de la mesa, con la pantalla mostran
—Cambio de planes, señoritas. Gallagher incluirá armamento pesado en la entrega —anunció James, estudiando cada rostro alrededor de la mesa—. Jorge evaluará la mercancía ahí mismo así que quiero que esto salga impecable.El ligero temblor en la mano de Sophia traicionó su fachada de control. Isabella miró de reojo a Walter, que tampoco parecía contento con la noticia. Un nudo se formó en su estómago; si no tomaba las decisiones correctas esta noche, las consecuencias serían devastadoras.—Señor —Sophia mantuvo un tono estudiadamente sereno—, el nivel de riesgo acaba de elevarse. Sugiero tomar el mando de la operación.—¿No confías en tus propios protocolos? —James arqueó una ceja.—Confío en mi experiencia... Permítame al menos supervisar personalmente a Hamilton antes de...—No.Las orejas de Sophia se encendieron cuando asintió con rigidez.—Como ordene, señor.Isabella bajó al área de preparación junto al resto del equipo. La asignación de James como líder de la operación había sid
No registró el disparo hasta que su pierna cedió. El fuego estalló en su cadera como un golpe seco. Nathan le había advertido que sería así, pero nada la había preparado para el dolor abrasador. El mundo se tambaleó. No podía rendirse al dolor. No todavía. Tenía que seguir moviéndose. Ella apretó los dientes, obligándose a mantener el ritmo, pero cada paso era un castigo. El maletín con los tres millones pesaba cada vez más.—¡Muévanse! —gritó, reconociendo los callejones que Mario le había mostrado la noche anterior. La ruta de escape era un laberinto diseñado para perder a la policía.Las sirenas sonaban demasiado cerca. Su pierna ardía con cada paso mientras se internaban en la red de pasajes industriales. El sudor comenzaba a empapar su uniforme y su labio partido palpitaba con cada respiración agitada.Walter jadeó detrás de ella antes de sujetarla contra su pecho.—¿Qué demonios...?—Cállate —gruñó, arrebatándole el maletín—. Incluso cojo, sigo siendo más rápido.Isabella inten
Nathan aceleró por la autopista, ignorando los límites de velocidad mientras escuchaba el mensaje de Mario. No había podido revisarlo hasta regresar al jet. Viajó a Chicago para encontrar el cuerpo de Lazic, pero no obtuvo pruebas de su muerte y ahora su ausencia tenía consecuencias que no había previsto.El auto derrapó en la entrada. Nathan saltó fuera sin molestarse en cerrar la puerta y subió los escalones de dos en dos.—¡¿Dónde está?! —Su voz retumbó por el vestíbulo, haciendo que Jeremy apareciera de inmediato—. ¡Isabella!—En su habitación, señor Kingston. El doctor Brennan ya la atendió.—¿Por qué nadie me informó? —Nathan sintió la sangre pulsando en sus sienes. El rugido de su propia sangre en los oídos ahogó las palabras de Jeremy. Subió las escaleras de dos en dos, con un nudo formándose en su pecho. En su mundo, «herida leve» como lo llamó Mario, podía significar cualquier cosa, desde un rasguño hasta una bala cerca de un órgano vital.Abrió la puerta sin llamar. Isabel
Nathan descendió las escaleras, absorto en sus siguientes movimientos, y no advirtió la presencia de James hasta que estuvo frente a él, en el vestíbulo principal.—¿Qué averiguaste? —preguntó su padre, sin preámbulos.—El maldito parece haberse esfumado, pero Gallagher se enteró de mi visita y dijo que, para él, el tema estaba cerrado —respondió Nathan—. En cuanto a Isabella…James asintió, ajustando los gemelos de su camisa con esa precisión meticulosa que Nathan conocía demasiado bien. —Demasiados cabos sueltos —musitó con calma—. Lo de tu chica… ya tiene solución. Amelia aprenderá de su error.Nathan permaneció en silencio. Había aprendido desde niño que su padre nunca iniciaba una conversación sin tener una estrategia definida.—Isabella puede tomarse un descanso mientras se recupera. Richard fue astuto y la despidió. ¿Puedo saber qué le hiciste?—Si le hubiera hecho algo a tu perro faldera ya no respiraría, papá. En cuanto a Isabella, no le pasó nada grave. Saldremos mañana, es
La bodega estaba en penumbra. Solo las luces de seguridad arrojaban destellos amarillentos, distorsionando las sombras. Así era mejor: la oscuridad obligaba a los hombres a mostrar su verdad cuando la luz los alcanzaba.Nathan avanzó entre contenedores hasta el área central. Se quitó la chaqueta, desabrochó el chaleco y comprobó su arma.Los Kingston tenían reglas no escritas sobre estas cosas. Los asuntos personales se resolvían con las manos, pero siempre necesitabas un seguro.El sonido de la puerta de servicio abriéndose rompió el silencio. Pasos firmes se acercaron, demasiado seguros para alguien que sabía lo que le esperaba.Walter emergió de las sombras. Dos horas después de la reunión con los Petrov, su expresión ya era una mezcla de cautela y desafío. Se había deshecho del traje del Ivy; ahora vestía jeans y una camiseta negra. Ropa para pelear.—Llegas tarde —le dijo, sin moverse de su posición.—Tuve que hacer una parada —respondió Walter, deteniéndose a cinco metros de dis