No registró el disparo hasta que su pierna cedió. El fuego estalló en su cadera como un golpe seco. Nathan le había advertido que sería así, pero nada la había preparado para el dolor abrasador. El mundo se tambaleó. No podía rendirse al dolor. No todavía. Tenía que seguir moviéndose. Ella apretó los dientes, obligándose a mantener el ritmo, pero cada paso era un castigo. El maletín con los tres millones pesaba cada vez más.—¡Muévanse! —gritó, reconociendo los callejones que Mario le había mostrado la noche anterior. La ruta de escape era un laberinto diseñado para perder a la policía.Las sirenas sonaban demasiado cerca. Su pierna ardía con cada paso mientras se internaban en la red de pasajes industriales. El sudor comenzaba a empapar su uniforme y su labio partido palpitaba con cada respiración agitada.Walter jadeó detrás de ella antes de sujetarla contra su pecho.—¿Qué demonios...?—Cállate —gruñó, arrebatándole el maletín—. Incluso cojo, sigo siendo más rápido.Isabella inten
Nathan aceleró por la autopista, ignorando los límites de velocidad mientras escuchaba el mensaje de Mario. No había podido revisarlo hasta regresar al jet. Viajó a Chicago para encontrar el cuerpo de Lazic, pero no obtuvo pruebas de su muerte y ahora su ausencia tenía consecuencias que no había previsto.El auto derrapó en la entrada. Nathan saltó fuera sin molestarse en cerrar la puerta y subió los escalones de dos en dos.—¡¿Dónde está?! —Su voz retumbó por el vestíbulo, haciendo que Jeremy apareciera de inmediato—. ¡Isabella!—En su habitación, señor Kingston. El doctor Brennan ya la atendió.—¿Por qué nadie me informó? —Nathan sintió la sangre pulsando en sus sienes. El rugido de su propia sangre en los oídos ahogó las palabras de Jeremy. Subió las escaleras de dos en dos, con un nudo formándose en su pecho. En su mundo, «herida leve» como lo llamó Mario, podía significar cualquier cosa, desde un rasguño hasta una bala cerca de un órgano vital.Abrió la puerta sin llamar. Isabel
Nathan descendió las escaleras, absorto en sus siguientes movimientos, y no advirtió la presencia de James hasta que estuvo frente a él, en el vestíbulo principal.—¿Qué averiguaste? —preguntó su padre, sin preámbulos.—El maldito parece haberse esfumado, pero Gallagher se enteró de mi visita y dijo que, para él, el tema estaba cerrado —respondió Nathan—. En cuanto a Isabella…James asintió, ajustando los gemelos de su camisa con esa precisión meticulosa que Nathan conocía demasiado bien. —Demasiados cabos sueltos —musitó con calma—. Lo de tu chica… ya tiene solución. Amelia aprenderá de su error.Nathan permaneció en silencio. Había aprendido desde niño que su padre nunca iniciaba una conversación sin tener una estrategia definida.—Isabella puede tomarse un descanso mientras se recupera. Richard fue astuto y la despidió. ¿Puedo saber qué le hiciste?—Si le hubiera hecho algo a tu perro faldera ya no respiraría, papá. En cuanto a Isabella, no le pasó nada grave. Saldremos mañana, es
La bodega estaba en penumbra. Solo las luces de seguridad arrojaban destellos amarillentos, distorsionando las sombras. Así era mejor: la oscuridad obligaba a los hombres a mostrar su verdad cuando la luz los alcanzaba.Nathan avanzó entre contenedores hasta el área central. Se quitó la chaqueta, desabrochó el chaleco y comprobó su arma.Los Kingston tenían reglas no escritas sobre estas cosas. Los asuntos personales se resolvían con las manos, pero siempre necesitabas un seguro.El sonido de la puerta de servicio abriéndose rompió el silencio. Pasos firmes se acercaron, demasiado seguros para alguien que sabía lo que le esperaba.Walter emergió de las sombras. Dos horas después de la reunión con los Petrov, su expresión ya era una mezcla de cautela y desafío. Se había deshecho del traje del Ivy; ahora vestía jeans y una camiseta negra. Ropa para pelear.—Llegas tarde —le dijo, sin moverse de su posición.—Tuve que hacer una parada —respondió Walter, deteniéndose a cinco metros de dis
Isabella apagó el motor frente al Centro Comunitario Cristo Redentor y bajó el espejo retrovisor. Logró que el maquillaje disimulara las sombras bajo sus ojos, pero no podía hacer más contra el dolor persistente en su cadera.Solo esperaba que la dosis de analgésicos fuera suficiente para mantenerla de pie durante las próximas horas.Al bajar del vehículo, notó las miradas evaluadoras de varias mujeres en la entrada. Antes, ese escrutinio le habría inquietado; ahora apenas lo notaba.Se ajustó la correa de su bolso, sintiendo el peso familiar de la pistola en su interior. James había sido claro:—En nuestro mundo, la complacencia mata.En otro momento, habría considerado paranoico llevar un arma a un evento benéfico. Ahora era simple prudencia.Al entrar al edificio, enderezó la espalda resistiendo hacer una mueca, pero no podía mostrar ni un indicio de debilidad, porque conocía este mundo donde las apariencias lo eran todo. Los vitrales centenarios filtraban la luz en destellos de c
Isabella empujó la puerta del dormitorio y se detuvo. Nathan estaba frente al espejo, abotonándose una camisa limpia. Sobre la cama había otra, con una mancha carmesí extendiéndose por el costado.Se detuvo en el umbral, estudiando su reflejo. Los músculos de su espalda estaban tensos bajo la tela blanca, y sus movimientos calculados delataban que era consciente de su presencia.—¿A quién tuviste que disciplinar esta vez?Nathan continuó abotonándose sin mirarla, sus dedos moviéndose con precisión estudiada.—Nadie que deba preocuparte.Isabella avanzó hasta quedar a unos pasos de él, ignorando el dolor persistente en su cadera. —Hace tiempo que dejaste de hablar conmigo —su voz era contenida, pero sus ojos desafiaban su reflejo—. ¿Ya no confías en mí?Nathan se giró con lentitud, sus movimientos calculados como si midiera el peso de cada palabra antes de hablar.—¿Tienes cara para preguntarlo? —su voz estaba impregnada de desprecio—. Cada vez que salgo de viaje, parece que aprovecha
La mano helada de Isabella se posó sobre la suya. Notó su rostro angustiado, pero no respondió al gesto. No podía. Tampoco se apartó, pero si se aferraba a ella, si permitía que el calor de su piel lo anclara en ese momento, la máscara se resquebrajaría y no sabría cómo afrontar que el mundo que creía conocer se desmoronara pieza por pieza.Nathan mantuvo la mirada fija en la firma de su padre en uno de los documentos. Las pruebas eran irrefutables: el sanguinario e implacable Walter, moldeado a su antojo por James, era su hermano.El aire en el reservado se espesaba con cada segundo. Sentía la presencia de Isabella junto a él, su cuerpo atrapado en una quietud forzada.No lo presionaría, pero su sola presencia bastaba para recordarle que ella también asimilaba la verdad. La observó por el rabillo del ojo y su perfil sereno ocultaba la tormenta que él sabía se agitaba bajo la superficie.Alzó la mirada hacia el hombre que les había arrojado esa verdad a los pies. Los observaba con la
Isabella acomodó su cabello y observó su reflejo. La mujer en el espejo tenía la mirada afilada y la postura de quien había aprendido a dominar su destino. Ya no era la sombra que alguna vez fue.Nathan entró en la habitación con la piel perlada de sudor tras entrenar. Cada movimiento tensaba sus músculos, atrayendo su mirada como un imánÉl se acercó por detrás y la abrazó, buscando el contacto físico que había reemplazado las palabras en los últimos días.Disfrutó de su cercanía y el calor de su cuerpo más que nunca. Sin embargo, esta mañana parecía que Nathan deseaba algo más. Susurró en su oído con voz ronca:—Verte así me provoca corromperte.Ella contuvo una risita, pero respondió con un tono desafiante:—Atrévete a decir ese tipo de cosas en el bazar.Nathan sonrió y acercó sus labios al cuello de Isabella.—Buscaré el momento para llevarte hasta la sacristía para que alabe mi nombre.Isabella lo empujó hacia el baño con una sonrisa.—Deja de blasfemar y apresúrate.En ese mome