El estruendo de cristales rotos la recibió cuando cruzó el umbral de la mansión. Los gritos y golpes sordos la guiaron hasta el vestíbulo, donde Walter y Nathan se enfrentaban como dos bestias salvajes. Escuchó el impacto de sus puños contra carne y hueso, indiferentes a la sangre que manchaba la alfombra persa.James observaba desde un rincón, rodeado de sus hombres, y la diversión que bailaba en sus ojos le heló la sangre. Era evidente que no era la primera vez que sucedía algo así, pero en esta, ella tenía la culpa.—¡Nathan! —El nombre escapó de sus labios en un grito ahogado cuando el destello metálico de los cuchillos captó su atención.Walter aprovechó la distracción de este, y su puño conectó con la mandíbula de Nathan, enviándolo al suelo. Él respondió con una patada que derribó al otro, y ambos volvieron a enzarzarse en un torbellino de puños y gruñidos primitivos.—James, por favor... —Isabella se giró hacia él, odiando la súplica que teñía su voz.Con un suspiro teatral y
El silencio por la revelación de Rita se rompió cuando Jeremy apareció tras la puerta, susurrando el nombre de su esposa con angustia. Nathan abrió y el anciano se detuvo en seco, como si su cuerpo se negara a aceptar lo que veían sus ojos. La incredulidad drenó el color de su rostro, sus piernas flaquearon y tuvo que aferrarse al marco de la puerta.—Entonces… era verdad —murmuró con la voz temblorosa.Nathan avanzó rápido y sostuvo el brazo del hombre antes de que cayera.—Siéntate, Jeremy.Su voz no dejaba espacio a discusión.El mayordomo obedeció sin resistencia, hundiéndose en la silla más cercana. Sus manos temblaban sobre sus rodillas y su mirada iba de Nathan a Isabella, incapaz de enfocarse en uno solo. Cuando al fin se detuvo en su esposa, su expresión se quebró.—Señor… lo siento, yo… —Su voz se rompió y se llevó las manos al rostro—. Rita y yo lo comentamos, pero… Dios… no lo creo.Nathan sintió algo extraño en el pecho. Era la segunda vez en su vida que veía a Jeremy per
La consciencia llegó lentamente, como una marea que arrastraba sensaciones deliciosas por todo su cuerpo. La calidez la envolvía, un calor firme, protector... familiar. Pero cuando su mente terminó de despertar, comprendió lo que significaba: Nathan.El peso de su brazo sobre su cintura, la extensión de su mano bajo sus senos, la respiración acompasada contra su nuca... era íntimo, natural. El cuerpo de Isabella se paralizó por un instante, controlando su reacción mientras la familiaridad de su cercanía amenazaba con desarmarla. La muralla de almohadas yacía olvidada en el suelo, como una rendición inconsciente que no podía permitirse, a pesar de haber encontrado en él, el refugio que necesitaba después del susto de anoche. No tenía por qué extrañarlo cuando él eligió revolcarse con Sophia. Se deslizó fuera de su agarre con movimientos lentos y controlados. Se detuvo con el gruñido de Nathan en sueños por la pérdida de contacto y rodó sobre su espalda. La sábana se deslizó con el mo
Nathan esperaba por Isabella en la entrada, pero ella ni lo miró cuando iba hacia su auto. No quería que se marchara pensando que la amenaza velada de su padre sobre Emma tenía algún peso. —Tienes prisa. —Se apoyó contra la puerta del auto, impidiéndole abrirla.Isabella apenas alzó la mirada. A pesar de haber dormido a su lado, parecía más distante que nunca.—Tengo cosas que hacer.Nathan entrecerró los ojos, estudiando sus gestos.—¿Qué pasa?—Nada.Él se inclinó, invadiendo su espacio personal con deliberada intención. Solo quería recordarle que ella era lo único que realmente le importaba proteger.—Sabes que no tienes que manejar todo sola, ¿verdad? Si es por lo que dijo mi padre, te ayudaré. Si quieres verla, lo organizaré, y si quieres ponerle un rastreador…—No necesito que hagas nada.Estaba a punto de volver a preguntar qué le sucedía, pero Isabella cerró la puerta y encendió el motor antes de agregar:—Nos vemos en la noche —añadió ella, apretando el volante.Nathan la ob
Isabella observó a Nathan seguir a Sophia hacia el privado. Sus dedos se cerraron sobre el vaso con tanta fuerza que temió romperlo. El whisky ya no le quemaba la garganta después de tantas copas, pero el dolor en su pecho era insoportable.Dio un paso para seguirlos y enfrentarlo, pero la mano de James en su brazo la detuvo.—Querida —le sonrió con falsa dulzura—, en nuestro mundo hay que saber escoger las batallas. Las mujeres inteligentes no se humillan en público.La risa de una mesera a su lado llamó su atención. —Ahí va otra vez —dijo entre risas a su compañera mientras recogían los vidrios rotos de la pelea de Sophia—. Es como su ritual de apareamiento, ¿verdad? Isabella vació su vaso de un solo trago, ignorando la sonrisa condescendiente de James. Al otro lado de la barra, Walter la miraba. Sus ojos se entrecerraron levemente antes de levantar su vaso en un brindis silencioso.—Ven. —Walter se acercó—. Vamos a jugar billar.Isabella miró el vaso en su mano. El líquido ámbar
El teléfono vibró cuando Nathan cruzó el umbral de la mansión. La rabia le nublaba el juicio; ni siquiera recordaba a qué guardaespaldas le había arrebatado el auto. La voz de Mario sonó tensa al otro lado.—Jefe, encontramos la señal del teléfono de su novia —hizo una pausa demasiado larga— en el Ivy Club.Se detuvo, sintiendo que sacaban todo el oxígeno de su pecho al recordar las palabras venenosas de Sophia cuando le dijo que muchos estarían encantados de mostrarle lo cruel que podía ser su mundo.—¿Estás seguro? Su voz traicionó un temor que jamás se permitía mostrar.—Completamente. La señal estuvo activa ahí por casi una hora antes de apagarse. Hay un empleado que tiene información para nosotros. Voy en camino —Mario dudó un momento—. Y el Aston que ella conduce… sigue en el Black Tide.La comprensión lo golpeó como un puñetazo, y el miedo le dejó un regusto amargo en la boca.—Nos vemos allá. —Se pasó una mano por el cabello—. Mario... que busquen el auto de Walter.***El Iv
Elizabeth se ajustó el vestido negro frente al espejo del pasillo, tirando de la tela para disimular un poco sus curvas. Suspiró, vencida. Desde el nacimiento de Emma, su cuerpo se negaba a volver al que fue, a pesar de su constante lucha con ejercicios y dietas que no parecían funcionar. Se pasó las manos por las caderas, recordando cómo Richard le susurraba lo hermosa que era. Ahora, esos momentos parecían tan lejanos.La mirada de reprobación que le dio en el auto, hizo evidente que no estaba de acuerdo con el vestido que eligió, pero ya no tenían tiempo para que ella se cambiara.Al llegar, Richard dudó entre ayudarle a bajar o dejar que el conductor lo hiciera, pero al sentirse observado, balbuceó algo y le ofreció su mano. Después de forzar una sonrisa con los anfitriones, su esposo desapareció de su lado y ella tuvo que llevar a Emma con los demás niños, pero la incomodidad persistía en su pecho.Al volver al salón principal, Richard se le acercó y sin molestarse en ocultar su
Nathan siguió la voluptuosa figura de Liz con la mirada hasta que se perdió dentro del salón. Algo en su vulnerabilidad siempre despertó un instinto protector en él, pero esta vez lo aplastó de inmediato. No era momento para distracciones. Marcus Chen, el imbécil que le debía dinero a su padre, acababa de escabullirse hacia el baño.Lo siguió con calma y al entrar tras él, lo encontró inclinado sobre el lavabo. Así que lo agarró por el cuello de la camisa y lo estrelló contra la pared.—Una semana de retraso. Te advertí que no jugaras conmigo.Chen tartamudeó excusas patéticas, pero Nathan lo silenció con un puñetazo en el estómago y lo vio desplomarse al suelo con un quejido lastimero.La puerta se abrió de golpe y al voltear, notó el rostro de Richard Crawford contrayéndose al ver la escena, pero intentó disimular su nerviosismo con esa sonrisa falsa que tanto despreciaba.—James mencionó que irían al golf. ¿Vas a…?Nathan lo miró sin expresión. Crawford era un parásito, alimentándo