Isabella distinguió una figura oscura en el balcón y disparó tres veces en rápida sucesión. La vio desplomarse sobre la baranda antes de precipitarse al nivel principal, desapareciendo en el tumulto. Otra permaneció colgada de unos cables, abatida por Walter.El pánico inundó el club. Cuerpos se abalanzaban hacia las salidas mientras Isabella buscaba desesperadamente a Emma entre la multitud. La encontró protegida por Jorge, quien la cubría con su cuerpo.—¡EMMA! —gritó Isabella.Richard emergió de la multitud, el brazo aún inmovilizado en un cabestrillo. Con el rostro aún magullado, arrebató a la niña de los brazos de Jorge. Su expresión mostraba una preocupación genuina que contrastaba con el cálculo habitual de sus gestos.—Me la llevo, este no es lugar para una niña y se lo dije al bastardo. —Lo vio salir, sin darle tiempo de responder.El corazón de Isabella se contrajo al ver a Emma desaparecer entre la multitud. Su instinto le gritó que corriera tras ella, pero el caos se tragó
Isabella llevaba cuatro horas en la misma incómoda silla del hospital, esperando noticias de Nathan. Detrás de las puertas herméticas del quirófano, su vida pendía de un hilo.Las voces de médicos y enfermeras se difuminaban bajo el rugido de su propio pulso, hasta que el hospital entero perdió sentido.En su mente, el tiroteo se reproducía sin cesar: Nathan interceptando la bala destinada a James, la sangre extendiéndose por su camisa blanca, los gritos atravesando el aire festivo.Se levantó de golpe y deambuló por los pasillos, luchando por alejarse del olor a antiséptico y muerte. Necesitaba aire. Silencio.Sus pies la condujeron a la pequeña capilla del hospital, un santuario en medio del caos.La puerta se cerró tras ella. El aroma a cera y madera vieja la envolvió mientras la tenue luz de las velas iluminaba el pequeño espacio. Se desplomó en un banco y el peso de todo lo ocurrido cayó sobre ella.Por segunda vez desde el tiroteo, se quebró.—¿Cómo llegué a esto? —Su voz se aho
El vértigo la sacudió tras la salida de James y Amelia. Se aferró al banco, intentando estabilizarse, pero la náusea ascendió con violencia, cerrándole la garganta. Apenas tuvo tiempo de correr al baño antes de inclinarse sobre el inodoro.El frío del suelo le caló las rodillas mientras las arcadas la sacudían, su cuerpo convulsionando bajo el esfuerzo. El sudor frío resbalaba por sus sienes, mezclándose con lágrimas involuntarias.Se apoyó en el lavabo y dejó correr el agua sobre su rostro ardiente, intentando calmar el malestar persistente. Sus manos se aferraron al borde de porcelana cuando alzó la vista al espejo manchado.—¿Se encuentra bien, señora?Isabella levantó la mirada. Una enfermera de mediana edad la observaba desde la puerta entreabierta. Su expresión mostraba preocupación, pero no alarma. Ojos curtidos por años de experiencia que ya habían visto demasiado.—Sí, es solo... —Isabella pasó una mano húmeda por su cabello—. Un día complicado.La enfermera entró y cerró la
El pitido del monitor cardíaco era lo único que rompía el silencio. Monótono, inquebrantable. Cada leve variación le recordaba que Nathan aún estaba allí… y que podía irse en cualquier momento.La UCI VIP era un espacio pulcro, clínico, con paredes insonorizadas y tecnología de punta. Un lujo que no significaba nada cuando el hombre que amaba yacía inmóvil, con la piel más pálida de lo que recordaba.Se miró en la ventana. Apenas se reconocía. Ojeras violáceas, labios agrietados, piel marchita. Sus manos, firmes incluso al disparar, temblaban ahora al sostener un vaso de agua que una enfermera le dejó horas atrás.El chirrido de unos zapatos rompió la quietud opresiva. Isabella levantó la mirada para encontrarse con la jefa de enfermeras en su recorrido de rutina. Nathan era prioridad para todos.—Debería descansar, señora Kingston —dijo sin apartar la vista de las constantes vitales—. El doctor Morales pasará en una hora.Isabella apenas reaccionó.—Estoy bien.Era mentira. Su voz so
Isabella cerró la puerta y dejó caer la máscara de compostura. La farsa aún le quemaba en la garganta cuando el doctor Morales alzó la vista de la tablet.—La inflamación cerebral está disminuyendo —anunció él sin preámbulos—. Los signos vitales están más estables.—¿Cuándo despertará? —La pregunta salió más desesperada de lo que pretendía.—No puedo darle un tiempo exacto. —Le revisó las pupilas con la linterna y luego la miró—. El doctor Brennan llamó. Está preocupado por su salud. El estrés prolongado y la falta de descanso...Ella ignoró el comentario y mantuvo la vista en el monitor cardíaco, atenta a cada latido de su esposo.—Estoy bien.—Entiendo... —dijo sin insistir. Cuando él se fue, Isabella se dejó caer en la silla. Seguro que ya estaba harto de ella. Tomó la mano de Nathan entre las suyas, como si pudiera transferirle su propia vitalidad. La piel fría de él contrastaba con el calor febril de sus palmas.—Nathan, soy yo. —Susurró, luchando contra el nudo en su garganta—
El amanecer filtraba una luz tenue a través de las persianas cuando Isabella entró a la UCI. Asintió al guardia de la organización apostado junto a la puerta y dejó su bolso sobre la silla.—Buenos días, señora Kingston —saludó la enfermera de turno, una mujer de mediana edad con expresión amable—. Ha habido cambios durante la noche.Isabella sintió que su corazón se aceleraba y se acercó a la cama de inmediato.—¿Nathan está bien?—Hubo respuesta a estímulos y movimientos oculares dirigidos. Vamos por buen camino.Tomó la mano de Nathan, evitando mover la vía intravenosa.—Estoy aquí —susurró, acariciando su mejilla.Una punzada de culpa la atravesó. No estuvo presente cuando despertó por primera vez; estaba ocupada ejecutando un plan que ponía a todos en riesgo. La operación en el puerto ya debía haberse puesto en marcha.—Vas a mejorar —Se inclinó al besarle la frente—. Y yo estaré aquí contigo.Horas después, el doctor Morales llegó para su revisión matutina.—Dentro de unos días
Lo primero que sintió fue el dolor: agudo, punzante, como si cada terminación nerviosa despertara a la vez. Nathan intentó moverse, pero una ola de agonía lo paralizó mientras los pitidos acelerados de un monitor cercano lo irritaron.Abrió los ojos con esfuerzo. La luz artificial le quemó las retinas y cuando quiso tragar, el tubo en su garganta lo asfixió.Quiso arrancárselo, pero sus brazos parecían de plomo. Las alarmas de los monitores aumentaron su frecuencia, mezclándose con el zumbido constante en sus oídos.Un rostro familiar apareció en su campo de visión. Isabella, con los ojos enrojecidos, se inclinó sobre él. —No, Nathan —lo reprendió—. Te vas a lastimar. No hagas eso. El doctor ya viene.Quiso sujetarla, pedirle que no se fuera, pero sus dedos apenas se movieron. La frustración lo invadió al verla alejarse para buscar ayuda.El doctor llegó poco después con dos enfermeras. Lo examinaron mientras Isabella observaba desde un rincón, los brazos cruzados, la mirada fija en
El pasillo del hospital se extendía como un túnel sin fin. Isabella avanzó sin sentir el suelo, con la orden de James martillando en su mente: matar a Richard, el hombre que la hizo pedazos en más de un sentido.Entró al baño, cerró la puerta y se apoyó en el lavamanos. Su respiración se agitaba, como si intentara contener la tormenta que rugía en su interior.El espejo le devolvía la imagen de una extraña. Ya no quedaba rastro de Elizabeth Crawford, salvo la venganza que la sostenía.Y ahora que el momento había llegado, dudaba.Su teléfono sonó y leyó el nombre de Mario en la pantalla antes de responder:—Dime.—Tenemos que vernos. Jorge se enteró de algo… algo que tiene que ver con...—Ahora no, Mario. Pero necesito tu ayuda —dijo sin preámbulos—, con credenciales para entrar a Legacy sin levantar sospechas, y agrega el plano de seguridad.Se hizo un breve silencio al otro lado de la línea. Cuando Mario habló de nuevo, su tono era medido:—¿Estás segura? ¿Nathan lo sabe?—Él no dec