"La Reina y la Sombra" Georgina sentía que cada día en Ferreira Corp se volvía más insoportable desde la llegada de Verónica Ortiz. No solo le robaba la atención de Emanuel, sino que ahora se estaba ganando el respeto de todos en la empresa. Y eso era inaceptable. "¿Quién se cree que es?", pensó mientras miraba a Verónica en su escritorio. Serena. Profesional. Intocable. No iba a permitirlo. Aquella mañana, decidió atacarla directamente. Se acercó con su andar seguro, dejando caer su melena sobre un hombro y sonriendo con aparente amabilidad. El veneno estaba en cada uno de sus movimientos. —Verónica, ¿tienes un minuto? —preguntó con dulzura fingida. Verónica levantó la mirada con calma. —Claro, Georgina. ¿En qué puedo ayudarte? Esa tranquilidad la sacaba de quicio. Georgina se cruzó de brazos, adoptando una postura dominante. —Quería hablar sobre la reunión con los directivos. Creo que sería más apropiado que yo presente los informes. Llevo más tiempo aquí, conozco mejor la
"El Lado Oculto de la Ambición" Georgina se removía entre las sábanas de su lujoso apartamento, el frío de la noche calándole los huesos a pesar de que la calefacción estaba en su punto más alto. La soledad tenía un eco cruel. No era solo el vacío físico de la cama; era la certeza de que Emanuel la había reemplazado. Que la había cambiado por esa mujer. Verónica Ortiz. Su nombre le sabía amargo. Como una traición. Como una herida abierta. Apretó los dientes, recordando la última vez que vio a Emanuel entrar a la empresa con ella. Su Emanuel. La sonrisa relajada en su rostro, la forma en que inclinaba la cabeza para escuchar lo que Verónica decía. Esa expresión solo la había visto cuando él hablaba de su difunta esposa. Eso era lo peor de todo. No solo la había cambiado por otra. La había cambiado por una mujer que no tenía nada de especial. Se sentó en la cama de golpe, con el pecho agitado. No era solo celos. Era furia. Se levantó de un salto y caminó hasta el ventanal, miran
"Fronteras Invisibles" Verónica hojeaba distraídamente unos documentos, pero su mente estaba en otro lugar. Desde que había comenzado a trabajar en la empresa, cada día parecía más confuso. Lo que al principio era solo una estrategia, una mentira cuidadosamente tejida, empezaba a sentirse... real. Desde el primer momento en que aceptó ser parte del plan de Emanuel, supo que su relación sería una farsa ante los demás. Pero lo que no esperaba era que la complicidad entre ellos fuera tan natural. A los ojos de la empresa, Verónica Ortiz era la mujer que había logrado lo imposible: devolverle la vida a Emanuel Ferreira. Los empleados susurraban en los pasillos. "Desde que ella llegó, el jefe sonríe más..." "Nunca lo habíamos visto así." "Se nota que le hace bien." Era inevitable. No importaba cuán falsa fuera su relación, lo cierto era que cada gesto, cada risa compartida, se sentía cada vez menos como parte del plan y más como parte de algo que ni ella ni Emanuel podían definir.
"El encanto de Georgina y su verdadera cara" Ismael sintió una mezcla de emociones al recibir el mensaje de Georgina. La extrañaba más de lo que estaba dispuesto a admitir. Había intentado enfocarse en sus estudios, en su futuro, en todo lo que su padre le repetía constantemente, pero el vacío que ella había dejado en su vida se hacía cada vez más evidente. No importaba cuánto tratara de convencerse de que Georgina solo le traía problemas, su corazón seguía latiendo con fuerza cada vez que pensaba en ella. —Te extraño. Envió el mensaje sin dudarlo, sin medir las consecuencias, sin pensar en todo lo que había sufrido por ella. Esperaba que esta vez fuera diferente, que sus dudas fueran infundadas, que el dolor que sintió cuando ella lo evitó hubiera sido solo un malentendido. Cuando el teléfono vibró con su respuesta, sintió una chispa de esperanza. —¿Dónde quieres que nos veamos? Había algo en su interior que le advertía que se estaba metiendo otra vez en terreno peligroso, pero
Emanuel estaba sentado en una mesa de su restaurante favorito, frente a Verónica. La cena transcurría entre risas y conversaciones profundas, entre miradas que parecían comprenderse sin necesidad de palabras. Había algo en el aire, una sensación de comodidad que no sentía desde hacía mucho tiempo. Con Verónica, no tenía que fingir nada. —No sé cómo hemos pasado tanto tiempo sin tener una charla como esta, Vero —dijo Emanuel, apoyando los codos en la mesa y mirándola con calidez. Verónica sonrió, tomando su copa de vino con delicadeza, girando el líquido lentamente antes de responder. —Supongo que a veces la vida se interpone. Pero me alegra que finalmente estemos aquí. Emanuel la miró fijamente. Sí, finalmente estaban ahí. El teléfono de Emanuel vibró en la mesa, sacándolo del momento. Ismael. La sorpresa se reflejó en su rostro al ver la llamada de su hijo. Contestó con tono cálido. —Hola, hijo. —Papá, ¿puedo pasar a verte? Me gustaría hablar contigo. Emanuel miró a Verónica,
Emanuel no podía dejar de sonreír mientras conducía de regreso a su casa. Las palabras de Ismael apoyándolo y la imagen de Verónica aún fresca en su mente lo tenían atrapado en un torbellino de emociones que no experimentaba desde hacía años. El beso. Ese beso inesperado que había comenzado como un simple gesto impulsado por su hijo, pero que, apenas sus labios rozaron los de Verónica, el mundo entero pareció desvanecerse por un instante. En su mente, se repetía el momento en cámara lenta. La calidez de su aliento, la suavidad de sus labios, la chispa que recorrió su piel en cuanto el beso se profundizó ligeramente, como si el deseo contenido en ellos hubiese encontrado una brecha para salir. Verónica había sonreído contra su boca, sorprendida, pero sin apartarse. Y antes de que pudiera detenerse a pensarlo demasiado, Emanuel se inclinó más, sin poder resistirse. Fue un beso que comenzó con timidez, con la vacilación de dos personas que habían olvidado cómo era ese contacto since
El lunes por la mañana, la empresa bullía con energía. El aniversario de la fundación estaba a solo unos días de celebrarse, y la preparación para la gran noche era un frenesí de empleados organizando detalles, proveedores entrando y saliendo y reuniones llenas de tensión. Era una fecha especial. No solo porque celebraban un año más del éxito de la empresa, sino porque la fiesta llevaba el recuerdo de Sandra, la fallecida esposa de Emanuel. El único año que no se había celebrado fue cuando ella enfermó. Y, aun en su lecho de muerte, le pidió a Emanuel que nunca dejara morir la tradición. "No quiero que nuestra historia se desvanezca con el tiempo, Emanuel." Y él lo cumplió. Cada año, sin falta. Pero ese año… ese año era diferente. Porque había alguien maquinando en las sombras. Desde su oficina, Georgina observaba el ajetreo con una sonrisa maliciosa. Sabía lo importante que era la fiesta para Emanuel, lo significativa que había sido Sandra para todos en la empresa. Incluso e
La semana previa a la gran fiesta transcurrió como una cuenta regresiva silenciosa, cada día cargado de expectativas y tensión. Cada persona en la empresa estaba sumida en los preparativos, asegurándose de que todo estuviera perfecto para el evento más importante del año. Pero, en medio de la emoción y los últimos detalles, Georgina estaba en su propio mundo, tramando lo que consideraba su jugada maestra. No se había comunicado con Ismael ni una sola vez. No le interesaba. No se preocupó por su examen, ni por su bienestar. Para ella, Ismael había cumplido su propósito, y ahora, su única prioridad era asegurarse de quedar grabada en la memoria de Emanuel esa noche. Su estrategia estaba meticulosamente planeada. Sabía que la fiesta de la empresa sería su mejor oportunidad. Ismael no estaría allí. El camino estaría despejado. Pasó horas ensayando en su mente lo que diría, cómo lo diría, incluso qué expresiones usaría para despertar en Emanuel un interés que ella estaba convencida