Hizo un esfuerzo por tocar la puerta con suavidad, pero la ansiedad le tenía ganada la batalla. Dio un respingo cuando esta se abrió de forma brusca y apareció la figura llena de músculos de Carlos.
Al principio, él parecía furioso, pero luego, la miró con alarmante sorpresa.
—¡¿Qué demonios haces aquí?! —preguntó—. Cuando te dejé en tu casa te dije que esperaras noticias mías.
Tania tenía el corazón desbocado. Sin embargo, se paró recta frente a él y colocó las manos sobre las caderas.
—De aquí no me voy sin saber de Lucas.
Por la cara del hombre pasaron cientos de emociones que le desfiguraron el rostro y lo hicieron más aterrador. Pero pronto, se relajó.
Miró con extrema precaución a ambos lados de la calle y luego la hizo entrar a los empujones en la casa para después cerrar de un portazo.
—¡¿Te volviste completamente loca?! —gruñó.
—Necesito hablar contigo, eres el único que puede darme respuestas.
—¿Estás consciente de que acabas de sentenciar tu vida?
La mirada iracunda del sujeto la estremeció. A pesar de sus temores, ella se envalentonó y volvió a asumir una pose recia con los brazos cruzados en el pecho.
Él estaba a punto de estallar por los nervios. Se pasó una mano por la cabeza para liberar parte de su angustia.
—¿Cómo me encontraste? —inquirió agobiado.
—Tu nombre y dirección están aquí —expuso Tania, y sacó del bolsillo trasero de su pantalón el diario que le había entregado Don Severiano.
Carlos, al verlo, se impactó de tal manera que la hizo pensar que caería en el suelo afectado por un infarto mortal.
—¡¿De dónde sacaste ese libro?! —gritó.
—Aquí la de las preguntas soy yo —acusó Tania con severidad.
Carlos se acercó con el rostro tenso y enrojecido y la tomó con fuerza de un brazo.
—Esto no es un juego, niña, la vida de muchas personas está en peligro. Así que responde.
La chica perdió todo el valor que con esfuerzo había reunido. El cuerpo le temblaba y el corazón le galopaba con energía.
—Lucas pidió que me lo entregaran si algo le sucedía. Me lo dio el dueño de la librería donde trabaja.
Carlos la soltó con brusquedad y la miró con unos ojos encendidos en cólera.
—¿Que Severiano hizo qué…? —se quejó, pero de forma instantánea se le apagó la voz.
Los ojos se le cerraron con fuerza y apretó las manos en puños, segundos después respiró hondo y aflojó la postura. Cada vez le costaba más mantener el control.
—¿Qué está sucediendo? —preguntó Tania con angustia.
—Tenemos que salir de aquí.
Carlos se dirigió apresurado a la cocina, con Tania pegada a su espalda. Se detuvo frente a un armario de hierro, que al abrirlo, reveló una amplia variedad de armas de diferentes tamaños, calibres y modelos.
—¿Qué… qué…? —balbuceó ella.
Aquella visión le heló la sangre. Si era necesario el uso de tales objetos, entonces, la situación era más complicada de lo que había imaginado.
—Tienes que decirme qué sucede —exigió, con la voz entrecortada—. El diario habla de reacciones que experimentaron ciertas personas sometidas a extrañas pruebas… —Carlos ignoraba su charla mientras seleccionaba las armas que debía llevarse y las cargaba con las municiones correspondientes—. Casi todas murieron después de haber sufrido horrorosos dolores —continuó—. ¿Qué tipo de experimentos son esos? ¿Por qué trabajan con humanos? ¿Qué sucedió con los que quedaron vivos?...
El hombre seguía concentrado en su labor. Guardaba las armas elegidas en un bolso. Luego se dirigió a los estantes de la cocina para introducir algunos comestibles.
—¿Qué contuvieron las inyecciones que les aplicaron? —exigía Tania con los ojos húmedos—. No entiendo de química, aquí colocan formulas muy largas y hablan de plantas que desconozco… hasta de animales. ¡Les extraen sangre a animales para experimentar! —comentó alarmada.
Harta de que el hombre la ignorara, se paró firme frente a él para impedirle que continuara con su tarea.
—¡¿Dónde está Lucas?! —demandó.
Carlos la miró con dureza, pero cierto rastro de admiración se reflejó en su rostro.
—En la Zona 68.
Ella abrió la boca y los ojos en su máxima expresión.
—¿Lo tienen los militares?
—No.
—¡Pero esa es una zona militar!
—¡Lo sé! —exclamó Carlos, harto de la actitud histérica de la mujer.
—Si está en una zona militar, lo deben tener los militares —expuso ella—. ¿Qué hizo?
Él respiró hondo y la apartó para retomar su faena.
—Por favor, dime algo —rogó Tania—. ¿Quiénes son ustedes: terroristas, narcotraficantes, sicarios…? —Se quedó de piedra como si acabara de comprender lo que ocurría y señaló al hombre con un dedo acusador— ¡Quieren asesinar al presidente!
—¡NO! —rugió él y se dirigió con rapidez a una puerta ubicada al lado del estante de las armas—. No todo lo que sucede dentro de una zona militar está dirigido por militares —respondió, sin darle la cara. Ocupado en pasar la infinidad de cerrojos que bloqueaban esa entrada—. Son áreas restringidas que pueden ser utilizadas por empresas o personas allegadas al gobierno, para realizar una actividad privada que beneficie a la nación.
—Entonces, ¿el gobierno está incluido en lo que Lucas escribió en este diario? —concluyó ella.
—¡No! —repitió alterado—. Ellos suponen que es otro tipo de actividades la que se lleva a cabo allí.
Cuando la puerta al fin se abrió, Carlos se giró hacia ella y la observó con mucha atención.
—Somos pocas las personas que conocemos la verdad y todas estamos sentenciadas a muerte —explicó e hizo un esfuerzo por mantener la calma—. Esta casa está vigilada, al venir aquí, marcaste tu destino. No hay vuelta atrás, Tania. Si Lucas te eligió para que formaras parte de nuestro equipo es porque estás capacitada para enfrentar la más dura de las realidades.
Ella quedó inmóvil ante esas palabras y se aferró al diario como si fuera la única balsa disponible en medio de un mar embravecido.
¿En qué locura la había metido Lucas? Ese hombre no solo se conformó con robarle el corazón, también parecía querer llevarse su vida.
—Yo solo soy… una recepcionista —confesó, con una voz débil. Su trabajo en el pueblo consistía en atender llamadas en el hotel más visitado de la zona.
Carlos se irguió y la miró con detenimiento.
—Eres más especial de lo que crees —reveló—, pero ya habrá tiempo para explicarte todo, debemos marcharnos. Si descubren que tenemos el diario, no descansaran hasta matarnos.
El hombre se paró bajo el marco que daba acceso a un pasillo poco iluminado. Tania estaba inmóvil. Carlos le había hablado de secretos y muerte, esa información la dejó perpleja.
—Vamos, mujer —insistió él.
Ella observó con desconfianza el pasillo lleno de sombras e imaginó que así sería su futuro si aceptaba seguirlo, una vida envuelta en misterios y oscuridad.
Y todo por haberse dejado embrujar por el brillo de la mirada de Lucas. Una que la hechizaba cada vez que posaba sus ojos en ella.
Al recordarlo, se le comprimió el corazón. Lo necesitaba, anhelaba volver a ver su sonrisa deslumbrante, sentir sus cálidas manos sobre las suyas y disfrutar de sus sorpresivos besos. Ni siquiera el terror que sentía en ese momento por el destino incierto que la aguardaba era capaz de apagar su ansiedad por estar de nuevo entre sus brazos.
Sin más dilataciones pasó por el lado de Carlos para bajar las escaleras mientras sostenía con fuerza el diario en su mano. Tenía millones de dudas, pero una sola certeza: estaba dispuesta a llegar a donde fuera por Lucas, para estar a su lado.
Dentro del auto había un silencio sepulcral mientras Carlos cruzaba la montaña a través de una deformada calle de tierra. Los cientos de baches y troncos dispersos en el camino hacían la vía intransitable, pero el hombre manejaba con pericia. Demostraba que no era la primera vez que pasaba por aquel lugar.—¿Cómo vamos a entrar en una zona militar? —preguntó Tania sin dejar de evaluar los alrededores con nerviosismo.—Ya verás —fue lo único que él respondió.La incertidumbre la agobiaba. Desde que se había independizado, siempre procuró tener el control de su vida. Le gustaba conocer los posibles riesgos antes de tomar cualquier decisión. Así evitaba que la sorprendieran de nuevo y la dejaran abandonada en la entrada de algún sitio tétrico y desolado en contra de su voluntad.—Si pretendes que te ayude a liberar a Lucas de su cautiverio, tendrás que decirme a dónde vamos, qué encontraremos allí y cómo demonios saldremos —decretó— Ahhh, y qué puedo hacer, además de gritar despavorida y
A lo lejos escuchaba voces y risas de hombres, ladridos de perros y detonaciones. Tania no quería ni imaginar lo que harían con ella si lograban alcanzarla.Tampoco quiso pensar en Carlos, para no angustiarse más. Lo dejó solo y herido, pero lo peor, era no saber qué cosa era. Según el diario, aquellos seres podían perder por completo la humanidad después de los experimentos.Había corrido varios metros cuando llegó a un río de bajo caudal, lo cruzó sin problemas y se escondió tras un inmenso árbol para revisar el mapa que Carlos le había dado.Nunca en su vida había estado de campamento, mucho menos, sabía leer un mapa. Todo eso le deparaba una única realidad: pronto moriría, o asesinada por los hombres que la perseguían o tragada por aquella inhóspita selva.Con manos temblorosas desdobló el papel manchado con la sangre de Carlos. A pesar de que debía ser un poco más del mediodía, el lugar estaba cubierto por sombras, originadas por la tupida vegetación y por un cielo abrigado con p
El peligro había pasado. Era lo que Tania creía. No parecían producirse otros sonidos dentro de la caverna, aunque era poco lo que su mente embotada podía procesar. Lucas se adueñó por completo de sus sensaciones y emociones.Tenía en su espalda el cuerpo tibio del hombre apoyado en ella con descaro, con su miembro rígido descansando sobre sus nalgas. Y a su alrededor, sus brazos la acunaban de forma protectora, sin darle posibilidad a moverse.Lucas aprovechaba la ocasión para acariciarle el vientre y subía por él hasta tocarla bajo los senos mientras la aferraba. Ella disfrutaba de las atenciones. No se había percatado que había estado urgida de su contacto. Jamás había sentido una necesidad como esa, era como si el momento o la situación desataran nuevos instintos en su organismo. Unos más básico y salvajes.A pesar de las deliciosas sensaciones que le provocaba y del hecho de que él no dejaba de lisonjearle el cuello y el lóbulo de la oreja con cientos de besos, ella arrugó el ceñ
El grupo se sobresaltó ante el ataque, no obstante, se mantuvieron en el sitio, alertas a los movimientos de los enemigos. La única que temblaba como gelatina era Tania, que estaba a punto de correr y gritar como una loca.Los hombres se acercaron aún más mientras los perros rasgaban la tierra en medio de gruñidos, anhelando ser liberados, pero una explosión producida a varios metros de distancia llamó la atención de los animales, quienes lograron librarse del agarre de sus amos para correr hacia el sonido. Lucas y el resto del grupo aprovecharon la ocasión para escapar, llevando consigo remolcada a Tania, que apenas podía mover las piernas.Los hombres, por un momento, quedaron perturbados por la explosión. El intenso sonido les afectó los tímpanos. Sin embargo, pronto se recuperaron y se dividieron en dos bandos de cuatro miembros. Unos corrieron hacia el estallido para recuperar a los animales y los otros fueron detrás de los escapistas, al tiempo que cargaban los cartuchos de sus
Unas horas después, Tania se encontraba en medio de la selva. Caminaba sin saber a dónde y completamente agotada. Tenía cientos de preguntas en la cabeza, pero primero, necesitaba un baño, comida caliente y una cama mullida para poner las ideas en orden.Lo peor, era tener que soportar la mala cara del musculoso y la de la mujer, quienes cada vez que podían la fulminaban con su rencor; o el rostro curioso y algunas veces divertido del rubio, que la hacía pensar que se burlaba de ella. Sin embargo, lo que más la inquietaba era la intensa mirada de Carlos, que la escondía cada vez que ella lo observaba.Lucas, en cambio, avanzaba silencioso, pensativo y molesto. No se detenía ni amilanaba el paso y nunca le soltaba la mano. Por un lado la hacía sentir segura, pero por otro, la enfurecía. Él sabía que ella necesitaba, aunque sea, ánimo para continuar. Su mutismo la enervaba.—A pocos metros hay unas cuevas. Allí podremos pasar la noche y atacar el galpón en la mañana.El musculoso había
Tania abrió los ojos, pero encontró oscuridad. Esperó un largo minuto mientras se acostumbraba a la penumbra y sus nervios se serenaban, no quería entrar en pánico. Lo único que captaba eran fuertes olores. Todos desagradables.Cuando logró que la vista se le aclarara, levantó el torso y se apoyó en los codos. El corazón casi le estalló en el pecho al ver a una mujer de silueta delgada y de larga y desordenada melena sentada a su lado, con la atención fija en ella. Procuró no hacer movimientos bruscos mientras se alejaba para afirmar la espalda en la pared. Llegó al límite casi enseguida, entendiendo que el lugar donde se hallaba era bastante pequeño.—¿Quién eres?... ¿Dónde estamos? —preguntó con esfuerzo. La garganta le ardía.—Tiene días sin hablar, es inútil que le preguntes algo.Una voz femenina, con un marcado acento extranjero, se escuchó a varios metros. Tania forzó la mirada para ver a la persona que le había hablado, aunque le fue imposible. Lo que sí pudo notar fue la imag
Al despertar, sintió un leve dolor de cabeza. Había soñado con perros furiosos que la perseguían para clavar sus filosos dientes en ella.Se sobresaltó al ver a Lucas a su lado. La observaba con seriedad.—¿Cómo te sientes?Ayudada por él, se sentó sobre la mesa de hierro.—Creo que voy a vomitar —dijo. Cerró los ojos y se sostuvo la cabeza con una mano para esperar a que le pasara el mareo.—Si puedes, hazlo. Eso te ayudará a sentirte mejor. Tenemos que salir pronto de aquí.Enseguida todos los recuerdos cayeron en su mente. Comenzó a mirar nerviosa cada rincón. Buscaba algún rastro de sus captores.Los dos hombres que la habían apresado y el que le colocó la inyección, estaban en el suelo, inconscientes. El musculoso y el rubio ayudaban a la mujer que viajaba con ellos a sacar a las prisioneras. Y Carlos, vigilaba el exterior desde la puerta, con heridas sangrantes en el cuerpo, pero se veía firme. Mantenía los puños y el rostro endurecido, atento a cualquier movimiento.—¿Qué suced
Al despertar, una luz brillante y azulada le segó la visión. Se cubrió los ojos por instinto e intentó levantarse, pero unas manos enguantadas en látex la obligaron a acostarse de nuevo. El terror la dominó y comenzó a luchar para soltarse del agarre. Sin embargo, una cálida voz familiar sonó junto a ella y la calmó.—Tranquila, Tania. Estás a salvo.Forzó la vista y pudo notar que se encontraba en la sala de un hospital, rodeada por otros pacientes, por algunas enfermeras y por Carlos, que estaba a su lado y le acariciaba los cabellos.—¿Qué sucedió?—Te desmayaste.—¿Cuándo…? —Esperó a que una enfermera terminara de revisar la vía que tenía en el brazo para conversar con él en privado—. Lo último que recuerdo es que nos rodearon unos militares, pero después… todo se vuelve confuso.—Estabas muy asustada, llorabas y temblabas. Los nervios te vencieron.Quedó pensativa, hacía un gran esfuerzo por recordar.—Estamos en el Jarillo. Nos trajeron al hospital del pueblo. Pronto regresarás