A lo lejos escuchaba voces y risas de hombres, ladridos de perros y detonaciones. Tania no quería ni imaginar lo que harían con ella si lograban alcanzarla.
Tampoco quiso pensar en Carlos, para no angustiarse más. Lo dejó solo y herido, pero lo peor, era no saber qué cosa era. Según el diario, aquellos seres podían perder por completo la humanidad después de los experimentos.
Había corrido varios metros cuando llegó a un río de bajo caudal, lo cruzó sin problemas y se escondió tras un inmenso árbol para revisar el mapa que Carlos le había dado.
Nunca en su vida había estado de campamento, mucho menos, sabía leer un mapa. Todo eso le deparaba una única realidad: pronto moriría, o asesinada por los hombres que la perseguían o tragada por aquella inhóspita selva.
Con manos temblorosas desdobló el papel manchado con la sangre de Carlos. A pesar de que debía ser un poco más del mediodía, el lugar estaba cubierto por sombras, originadas por la tupida vegetación y por un cielo abrigado con pesadas nubes de lluvia.
Como lo había sospechado, no entendía el mapa. Estaba trazado en lápiz y pudo notar la presencia de un río cerca de tres pequeños cuadrados dispuestos en forma de «V». Un poco más alejado se encontraba el bosquejo de una montaña con una puerta, que estaba rodeada por un círculo rojo y señalada por una flecha del mismo color.
Respiró hondo y oteó la vegetación. Nada le aseguraba que el río que se encontraba tras ella era el mismo que estaba dibujado en el mapa, pero las voces de los asesinos se acercaban y la obligaron a tomar una decisión.
Guardó el documento junto al diario y continuó la huida. No sabía a dónde llegaría, solo debía alejarse de aquellos hombres. Su veloz andar se detuvo unos metros más adelante.
Entró en un claro y se topó con tres cabañas dispuestas en forma de «V». Las dos primeras se hallaban en medio del claro, pero la tercera, la más grande, estaba sumergida entre la vegetación.
Tania no sabía si acercarse a pedir ayuda o continuar su carrera. Las cabañas le recordaron lo señalado en el diario: «tres centros experimentales fueron asentados en la montaña. Uno para los animales, otro para el resguardo de las diferentes especies de plantas y el último, para contener a los que lograban sobrevivir».
Retrocedió un paso al acordarse del cambio en los ojos de Carlos y de las descripciones de las actitudes violentas de los sobrevivientes apuntadas en el cuaderno. Ya sabía qué hacer: huiría de allí, pero el cercano sonido de cientos de animales que corrían hacia ella y ladraban con furia la hizo cambiar de opinión.
Con ímpetu se acercó a la primera cabaña, abrió la puerta y se ocultó dentro de ella. Al quedar encerrada, la oscuridad la absorbió. Arrugó el ceño al percibir que todos los sonidos de afuera se habían silenciado, como si nunca la hubiesen perseguido.
No obstante, el gruñido de un fiero animal, que se hallaba dentro de la cabaña, le aclaró el entendimiento.
«Corre…», su mente no paraba de darle instrucciones, pero el terror era dueño y señor de su cuerpo y lo mantenía rígido, apoyado contra la puerta de la cabaña.
Con lágrimas en los ojos trató de agudizar los sentidos. Captaba un olor intenso, a orine de animal, y sentía mucho calor, como si estuviera dentro de interior de una caldera.
Un nuevo gruñido la agitó y provocó que algunas lágrimas escaparan de sus ojos. Esperaba recibir una muerte violenta, pero se percató que los minutos pasaban y nada sucedía, los bufidos se hacían cada vez más bajos y menos amenazantes. Eso le dio valor para tantear la pared en busca del interruptor de la luz.
Al hallarlo, respiró hondo y pasó el botón.
Para su sorpresa, no había uno, sino docenas de animales encerrados en pequeñas jaulas de hierro. Eran perros de diversas razas y quien los había escogido supo elegir a las más aterradoras: Pitbull, Bulldog, Dobermann, Rottweiler y Mastiff, eran los que ella reconocía. No tenía idea del tipo de raza de los demás, pero por los ojos enrojecidos, los cuerpos inmensos y musculosos y los filosos dientes que le mostraban, sospechaba que eran parte de las razas más letales.
Los animales se mantenían quietos, echados en sus reducidas jaulas con los rostros tensos, sin apartar su mirada asesina de ella. Algunos aún gruñían y le enseñaban sus poderosas dentaduras, otros, la observaban con atención; esperaban algún movimiento brusco para reaccionar.
Con ligereza abrió la puerta y salió. Al quedar afuera, cerró con suavidad y se quedó inmóvil unos instantes, con la mirada fija en la selva. Hacía un esfuerzo por escuchar algún movimiento que la ayudara a determinar dónde podían ubicarse sus perseguidores. El silencio era atenazador y le ponía la piel de gallina.
Al sentirse a salvo, corrió a toda velocidad hacia el final del claro, para alejarse de las cabañas y tomar el camino hacia la montaña resaltada en el mapa.
Jadeante, se internó en la selva, mientras sentía que algo o alguien la acechaba. No se molestó en mirar atrás. Siguió a toda velocidad.
Unos metros más adelante se topó con un cercado de alambre. Al ver un orificio en un extremo lo cruzó con rapidez. Le sorprendió el hecho de que el cercado no estuviera electrificado o disparara alguna alarma que anunciara su invasión. Sus nervios la motivaron a continuar, sin perder tiempo en analizar la terrible falta de seguridad que había en aquella zona militar.
No detuvo la carrera hasta llegar a una entrada ubicada al pie de la zona rocosa de una montaña. Abrió la puerta de hierro y entró en el lugar para dejar afuera lo que la perseguía. Se apoyó en la puerta mientras respiraba con dificultad. Estaba dentro de un cuarto semioscuro que precedía a un túnel tallado en el cerro, cuyo final no podía distinguir por la falta de luz. Las paredes, el suelo y el techo eran de tierra, lo que hacía que se estremeciera por el vértigo. Cualquier sacudida podía enterrarla viva, no habían vigas o algún tipo de base que la protegiera de un derrumbe.
Vencida por el agobio se dejó caer al suelo, para sentarse, y se abrazó a sus rodillas llorando una amarga pena. Dejó salir a través de las lágrimas el miedo y la angustia que tenía anclados en el alma, pero a los pocos minutos un extraño sonido le silenció el llanto. Era como un martilleo constante realizado con algún objeto metálico.
Con mano temblorosa se limpió las lágrimas e intentó agudizar los sentidos. El corazón casi le fue expulsado por la boca al escuchar una voz conocida que la llamaba por su nombre en la lejanía y le hacía fluir la sangre en las venas a una velocidad vertiginosa.
—Lucas —susurró con emoción. Se levantó del suelo dispuesta a acercarse hacia el sonido, pero a lo lejos, el túnel se hacía más oscuro. El resplandor que entraba por una ventana alta y estrecha era la única fuente de luz.
Tania no sabía que tan lejos debía llegar para encontrar a Lucas, en la oscuridad le iba a ser imposible seguir su rastro.
Indagó a su alrededor y divisó diversos materiales de construcción: palas, espátulas, trozos de madera y cadenas gruesas, pero medio escondida bajo una lona vislumbró una linterna. La tomó enseguida y se adentró con la poca luz que emitía al interior del cavernoso túnel. La voz la llamaba con insistencia, acompañada además, del sonido de cadenas que eran arrastradas.
Al llegar a una intercepción que dividía el túnel en tres caminos diferentes, los sonidos se silenciaron. El corredor se encontraba en su parte más oscura, siendo visible para Tania solo el espacio que la débil linterna alumbraba. El resto era un manto de oscuridad total. Su piel estaba tan susceptible que podía captar el terror recorriéndole las venas.
En uno de los pasillos pudo divisar un resplandor que se producía al pasar la luz de la linterna, eso la animó a tomar ese rumbo mientras el ambiente se cargaba con una extraña estática. Bastaron algunos pasos para llegar a un pasillo repleto de jaulas vacías, similares a las que había encontrado en la cabaña de los animales.
Con un sudor frío que le bajaba por la sien, se adentró más en el túnel.
—Lucas —intentó llamar con labios temblorosos. Le costó tres intentos pronunciar un sonido audible, pero lo único que recibió en respuesta fue un fiero gruñido que la paralizó.
Sin previo aviso, alguien le arrancó de un manotazo la linterna y la apagó, para sumirla en una horrible oscuridad. Tania iba a gritar justo en el momento en que otra persona la tomó por detrás y la encerró entre sus brazos hasta taparle con fuerza la boca.
—Calla, o morimos todos.
La extrema calidez de la voz que le susurró al oído y de un cuerpo semidesnudo y sudoroso que se apretaba al de ella le frenó los instintos de sobrevivencia. Era la voz de Lucas, fue capaz de reconocerla. No era necesario mirarlo para tener esa certeza.
Cerró los ojos y obligó a su corazón a calmarse, así los desbocados latidos no los delataban. Pudo percibir que de las muñecas de Lucas colgaban gruesas cadenas, lo habían apresado, y algo se movía dentro de la cueva. Ligeras pisadas y gruñidos bajos pasaban frente a ellos.
Lucas la abrazó con más fuerza y bajó el rostro hasta su cuello para aspirar su aroma y dejarle un silencioso beso que a ella le calentó la piel, sacudiendo parte de su miedo.
—Sabía que vendrías —le susurró al oído.
Tania le acarició el brazo que le rodeaba la cintura y se aferró a su abrazo. Esperó en silencio que la muerte pasara de largo, sin notar su presencia.
Poco le importaba el peligro que la acechaba. Mientras estuviera allí, entre los brazos de Lucas, cualquier amenaza podía ser soportada con valentía.
El peligro había pasado. Era lo que Tania creía. No parecían producirse otros sonidos dentro de la caverna, aunque era poco lo que su mente embotada podía procesar. Lucas se adueñó por completo de sus sensaciones y emociones.Tenía en su espalda el cuerpo tibio del hombre apoyado en ella con descaro, con su miembro rígido descansando sobre sus nalgas. Y a su alrededor, sus brazos la acunaban de forma protectora, sin darle posibilidad a moverse.Lucas aprovechaba la ocasión para acariciarle el vientre y subía por él hasta tocarla bajo los senos mientras la aferraba. Ella disfrutaba de las atenciones. No se había percatado que había estado urgida de su contacto. Jamás había sentido una necesidad como esa, era como si el momento o la situación desataran nuevos instintos en su organismo. Unos más básico y salvajes.A pesar de las deliciosas sensaciones que le provocaba y del hecho de que él no dejaba de lisonjearle el cuello y el lóbulo de la oreja con cientos de besos, ella arrugó el ceñ
El grupo se sobresaltó ante el ataque, no obstante, se mantuvieron en el sitio, alertas a los movimientos de los enemigos. La única que temblaba como gelatina era Tania, que estaba a punto de correr y gritar como una loca.Los hombres se acercaron aún más mientras los perros rasgaban la tierra en medio de gruñidos, anhelando ser liberados, pero una explosión producida a varios metros de distancia llamó la atención de los animales, quienes lograron librarse del agarre de sus amos para correr hacia el sonido. Lucas y el resto del grupo aprovecharon la ocasión para escapar, llevando consigo remolcada a Tania, que apenas podía mover las piernas.Los hombres, por un momento, quedaron perturbados por la explosión. El intenso sonido les afectó los tímpanos. Sin embargo, pronto se recuperaron y se dividieron en dos bandos de cuatro miembros. Unos corrieron hacia el estallido para recuperar a los animales y los otros fueron detrás de los escapistas, al tiempo que cargaban los cartuchos de sus
Unas horas después, Tania se encontraba en medio de la selva. Caminaba sin saber a dónde y completamente agotada. Tenía cientos de preguntas en la cabeza, pero primero, necesitaba un baño, comida caliente y una cama mullida para poner las ideas en orden.Lo peor, era tener que soportar la mala cara del musculoso y la de la mujer, quienes cada vez que podían la fulminaban con su rencor; o el rostro curioso y algunas veces divertido del rubio, que la hacía pensar que se burlaba de ella. Sin embargo, lo que más la inquietaba era la intensa mirada de Carlos, que la escondía cada vez que ella lo observaba.Lucas, en cambio, avanzaba silencioso, pensativo y molesto. No se detenía ni amilanaba el paso y nunca le soltaba la mano. Por un lado la hacía sentir segura, pero por otro, la enfurecía. Él sabía que ella necesitaba, aunque sea, ánimo para continuar. Su mutismo la enervaba.—A pocos metros hay unas cuevas. Allí podremos pasar la noche y atacar el galpón en la mañana.El musculoso había
Tania abrió los ojos, pero encontró oscuridad. Esperó un largo minuto mientras se acostumbraba a la penumbra y sus nervios se serenaban, no quería entrar en pánico. Lo único que captaba eran fuertes olores. Todos desagradables.Cuando logró que la vista se le aclarara, levantó el torso y se apoyó en los codos. El corazón casi le estalló en el pecho al ver a una mujer de silueta delgada y de larga y desordenada melena sentada a su lado, con la atención fija en ella. Procuró no hacer movimientos bruscos mientras se alejaba para afirmar la espalda en la pared. Llegó al límite casi enseguida, entendiendo que el lugar donde se hallaba era bastante pequeño.—¿Quién eres?... ¿Dónde estamos? —preguntó con esfuerzo. La garganta le ardía.—Tiene días sin hablar, es inútil que le preguntes algo.Una voz femenina, con un marcado acento extranjero, se escuchó a varios metros. Tania forzó la mirada para ver a la persona que le había hablado, aunque le fue imposible. Lo que sí pudo notar fue la imag
Al despertar, sintió un leve dolor de cabeza. Había soñado con perros furiosos que la perseguían para clavar sus filosos dientes en ella.Se sobresaltó al ver a Lucas a su lado. La observaba con seriedad.—¿Cómo te sientes?Ayudada por él, se sentó sobre la mesa de hierro.—Creo que voy a vomitar —dijo. Cerró los ojos y se sostuvo la cabeza con una mano para esperar a que le pasara el mareo.—Si puedes, hazlo. Eso te ayudará a sentirte mejor. Tenemos que salir pronto de aquí.Enseguida todos los recuerdos cayeron en su mente. Comenzó a mirar nerviosa cada rincón. Buscaba algún rastro de sus captores.Los dos hombres que la habían apresado y el que le colocó la inyección, estaban en el suelo, inconscientes. El musculoso y el rubio ayudaban a la mujer que viajaba con ellos a sacar a las prisioneras. Y Carlos, vigilaba el exterior desde la puerta, con heridas sangrantes en el cuerpo, pero se veía firme. Mantenía los puños y el rostro endurecido, atento a cualquier movimiento.—¿Qué suced
Al despertar, una luz brillante y azulada le segó la visión. Se cubrió los ojos por instinto e intentó levantarse, pero unas manos enguantadas en látex la obligaron a acostarse de nuevo. El terror la dominó y comenzó a luchar para soltarse del agarre. Sin embargo, una cálida voz familiar sonó junto a ella y la calmó.—Tranquila, Tania. Estás a salvo.Forzó la vista y pudo notar que se encontraba en la sala de un hospital, rodeada por otros pacientes, por algunas enfermeras y por Carlos, que estaba a su lado y le acariciaba los cabellos.—¿Qué sucedió?—Te desmayaste.—¿Cuándo…? —Esperó a que una enfermera terminara de revisar la vía que tenía en el brazo para conversar con él en privado—. Lo último que recuerdo es que nos rodearon unos militares, pero después… todo se vuelve confuso.—Estabas muy asustada, llorabas y temblabas. Los nervios te vencieron.Quedó pensativa, hacía un gran esfuerzo por recordar.—Estamos en el Jarillo. Nos trajeron al hospital del pueblo. Pronto regresarás
Los sonidos armoniosos de los pájaros la despertaron. Una luz tenue entraba por la ventana abierta, acompañada de una brisa cálida y agradable. Se movió en la cama sintiéndose a gusto en ese colchón mullido. Sonrió mientras se restregaba como un gatito, bajo unas sábanas de seda.De pronto, un ramalazo de cordura le abrió el entendimiento. ¿Dónde demonios estaba?Sus ojos se abrieron de par en par para observar con recelo la habitación de paredes de madera. Afuera se escuchaban sonidos selváticos, que incluían el paso de un río. Se sentó de golpe sin apartar la mirada de la puerta cerrada. El tamborileo del corazón le agitaba la respiración y le agolpaba la sangre en la cabeza.Giró el rostro y se percató que sobre la mesita de noche se encontraba un frasco sin etiqueta, similar al que se había hallado en el fatídico cuarto de control del que escapó una semana atrás.Bajó de la cama y salió a toda velocidad de allí. La habitación contigua era un espacio pequeño que fungía como cocina
El regreso del musculoso evitó que Tania pudiera saber más de lo ocurrido. Lucas salió al exterior para hablar con el hombre y calmarlo, pero constantemente miraban hacia donde ella se encontraba. Eso la incomodó.Fue a la habitación donde antes estaba para tener privacidad y pensar en su situación y en lo que haría. Sin embargo, fue poco el tiempo en que logró estar sola, Lucas entró mirándola con atención y se dirigió hacia una de las mesitas de noche para sacar de la gaveta una libreta de anotaciones y un bolígrafo.—Te dejaré los tiempos en que debes tomar la medicina. Si los cumples, mantendrás tus impulsos controlados, sino, te dominarán las necesidades.Él escribía absorto en la libreta mientras ella lo detallaba. Lo notaba diferente. Bajo la camisa percibía músculos que antes no habían existido y los pantalones vaqueros parecían quedarle más ajustados.—Regresaré en unas horas. No salgas, afuera lo único que encontrarás será selva. —Al culminar, dejó la libreta sobre la mesa y