Esa noche, tuvieron que esperar un tiempo prudencial para volver a revisar el túnel inactivo. El cambio de guardia implicaba también cambios de horarios. Además, los amigos de Kevin ya no estaban, así que debían ser más precavidos.Tania y Lucas simularon estar en la sala revisando el computador con las ventanas abiertas para que todos los ojos estuviesen sobre ellos. Tenían a diez en los alrededores haciendo rondas.Lo único que habían podido retrasar era la instalación de las cámaras de seguridad y las tobilleras electrónicas, que, según el propio ministro de Justicia, era una condición impuesta por organismos internacionales.Si no se lo colocaban, ellos exigirían la inclusión de grupos militares extranjeros, no simples representantes, ya que Tania era considerada un peligro para la región.No pudieron rebatir sus argumentos, pero igual movieron todos los mecanismos posibles para emitir un reclamo. De esa forma distraían la atención de esa gente mientras terminaban de establecer su
Llegaron a una pista de aterrizaje privada desde donde partían avionetas de carga a varios puntos del país.Guerra había contactado al amigo de un amigo que tenía una finca en la región y solía realizar vuelos regulares para trasportar semillas o fertilizantes. En esa ocasión los llevarían a ellos hasta el estado Vargas, cerca de Caracas, donde estaba ubicado el supuesto depósito.Antes de partir, Guerra le dio los primeros auxilios a Lucas y a Tania, quienes tenían algunas heridas. Las de la chica sanaban de manera acelerada, pero las de Lucas tardaban. El hombre ni siquiera era capaz de caminar por su cuenta.A los pocos minutos alzaron el vuelo, estaban nerviosos. No sabían si los militares los buscaban, o algún hombre/bestia.Necesitaban poner kilómetros de distancia entre ellos y ese gran problema, para así pensar en su próxima acción.—Si tenemos suerte, te declararán muerta —dijo Guerra a Tania una vez que se encontraban en el aire.—Si no es así, estaremos metidos en un lío mo
Había pasado un año desde su salida de Venezuela. Ella ya no se llamaba Tania, sino Melissa y vivía en una hermosa casita junto al mar en un pueblito de Italia. Cosechaba flores, que vendía a los turistas en ramos o macetas, y tenía una afición por cultivar bonsáis.Lucas, quien ahora era Federico, trabajaba como carpintero y herrero en el puerto. No tenían grandes posesiones, pero sí un hogar propio, un auto que nunca los dejaba varados en ningún sitio y un perro lanudo cariñoso.No necesitaban nada más, sentían que tenían más de lo que jamás hubiesen imaginado.El hecho de estar tranquilos, felices y juntos era de por sí una maravilloso regalo. Por eso lo disfrutaban hasta la saciedad.En las noches daban largas caminatas por la playa, tomados de las manos. Disfrutaban del mar y de las estrellas antes de regresar para amarse como si no hubiese un mañana.Los días que no tenían trabajo se iban al cine, a comer en algún lugar de moda, a recorrer los alrededores o se perdían en los cam
Tania miró su reloj de muñeca una vez más y luego dirigió su rostro cansado hacia el cielo. La luna llena se mostraba esplendorosa en el firmamento, como si estuviera cubierta por un velo mágico, pero pesadas nubes de lluvia se acercaban con rapidez, atraídas por una brisa fría que presagiaba tormenta.Por enésima vez evaluó la calle, ansiosa porque el cuerpo delgado, pero bien constituido de Lucas, el sujeto que trabajaba en la librería que ella frecuentara, apareciera. Horas antes había recibido un mensaje de texto del hombre, donde le pedía que se encontrara con él en esa parada de bus exactamente a las ocho de la noche. No recibió más detalles, solo un escueto: «es urgente».Cuando a ella le nombraban esa palabra se le erizaba la piel. Urgencia era igual a problemas y eso era lo que menos quería en su vida.Sin embargo, le fue imposible negarle algo a Lucas. Cada vez que él se acercaba, ella sentía que en su interior se desataba un vendaval de emociones. El simple hecho de pensar
Pasaron tres días y Tania no tenía noticias de Lucas.El misterioso Carlos, el día en que la había dejado en su casa, le aconsejó esperar a que él le trajera noticias, pero a ella tanta espera no le aportaba ningún tipo de beneficio.Como un león enjaulado se paseaba por su habitación recibiendo el frío del suelo por los pies desnudos. Las mañanas de noviembre siempre despuntaban con poca temperatura en el Jarillo, un pueblo montañoso de Venezuela habitado por un pequeño grupo de familias de ascendencia alemana que vivían de la agricultura y el turismo. Allí Tania había decidido establecer su residencia para estar alejada de las ciudades. Se ocultaba para que su pasado jamás pudiera encontrarla.Harta por la incertidumbre, se colocó con rapidez los zapatos y salió a la calle en busca de respuestas. Tenía que encontrar a Lucas lo más pronto posible, algo dentro de ella la movía a actuar con urgencia.El alba comenzó a brillar en el horizonte cuando ella puso un pie en el exterior, aún
Hizo un esfuerzo por tocar la puerta con suavidad, pero la ansiedad le tenía ganada la batalla. Dio un respingo cuando esta se abrió de forma brusca y apareció la figura llena de músculos de Carlos.Al principio, él parecía furioso, pero luego, la miró con alarmante sorpresa.—¡¿Qué demonios haces aquí?! —preguntó—. Cuando te dejé en tu casa te dije que esperaras noticias mías.Tania tenía el corazón desbocado. Sin embargo, se paró recta frente a él y colocó las manos sobre las caderas.—De aquí no me voy sin saber de Lucas.Por la cara del hombre pasaron cientos de emociones que le desfiguraron el rostro y lo hicieron más aterrador. Pero pronto, se relajó.Miró con extrema precaución a ambos lados de la calle y luego la hizo entrar a los empujones en la casa para después cerrar de un portazo.—¡¿Te volviste completamente loca?! —gruñó.—Necesito hablar contigo, eres el único que puede darme respuestas.—¿Estás consciente de que acabas de sentenciar tu vida?La mirada iracunda del suj
Dentro del auto había un silencio sepulcral mientras Carlos cruzaba la montaña a través de una deformada calle de tierra. Los cientos de baches y troncos dispersos en el camino hacían la vía intransitable, pero el hombre manejaba con pericia. Demostraba que no era la primera vez que pasaba por aquel lugar.—¿Cómo vamos a entrar en una zona militar? —preguntó Tania sin dejar de evaluar los alrededores con nerviosismo.—Ya verás —fue lo único que él respondió.La incertidumbre la agobiaba. Desde que se había independizado, siempre procuró tener el control de su vida. Le gustaba conocer los posibles riesgos antes de tomar cualquier decisión. Así evitaba que la sorprendieran de nuevo y la dejaran abandonada en la entrada de algún sitio tétrico y desolado en contra de su voluntad.—Si pretendes que te ayude a liberar a Lucas de su cautiverio, tendrás que decirme a dónde vamos, qué encontraremos allí y cómo demonios saldremos —decretó— Ahhh, y qué puedo hacer, además de gritar despavorida y
A lo lejos escuchaba voces y risas de hombres, ladridos de perros y detonaciones. Tania no quería ni imaginar lo que harían con ella si lograban alcanzarla.Tampoco quiso pensar en Carlos, para no angustiarse más. Lo dejó solo y herido, pero lo peor, era no saber qué cosa era. Según el diario, aquellos seres podían perder por completo la humanidad después de los experimentos.Había corrido varios metros cuando llegó a un río de bajo caudal, lo cruzó sin problemas y se escondió tras un inmenso árbol para revisar el mapa que Carlos le había dado.Nunca en su vida había estado de campamento, mucho menos, sabía leer un mapa. Todo eso le deparaba una única realidad: pronto moriría, o asesinada por los hombres que la perseguían o tragada por aquella inhóspita selva.Con manos temblorosas desdobló el papel manchado con la sangre de Carlos. A pesar de que debía ser un poco más del mediodía, el lugar estaba cubierto por sombras, originadas por la tupida vegetación y por un cielo abrigado con p