Pasaron tres días y Tania no tenía noticias de Lucas.
El misterioso Carlos, el día en que la había dejado en su casa, le aconsejó esperar a que él le trajera noticias, pero a ella tanta espera no le aportaba ningún tipo de beneficio.
Como un león enjaulado se paseaba por su habitación recibiendo el frío del suelo por los pies desnudos. Las mañanas de noviembre siempre despuntaban con poca temperatura en el Jarillo, un pueblo montañoso de Venezuela habitado por un pequeño grupo de familias de ascendencia alemana que vivían de la agricultura y el turismo. Allí Tania había decidido establecer su residencia para estar alejada de las ciudades. Se ocultaba para que su pasado jamás pudiera encontrarla.
Harta por la incertidumbre, se colocó con rapidez los zapatos y salió a la calle en busca de respuestas. Tenía que encontrar a Lucas lo más pronto posible, algo dentro de ella la movía a actuar con urgencia.
El alba comenzó a brillar en el horizonte cuando ella puso un pie en el exterior, aún faltaba para que los negocios de la zona abrieran sus puertas, por eso la calle principal se encontraba desolada. La chica se adentró por un oscuro callejón hasta ubicar al único establecimiento que a esa hora tenía encendido el cartel de «abierto»: la Librería Oráculo, el sitio dónde había conocido a Lucas.
Nunca se interesó en comprender las razones por las que el dueño iniciaba sus labores tan temprano, solo agradecía el gesto, ya que eso le facilitaba curiosear entre sus estantes sin apuro antes de ir a su trabajo.
Respiró hondo al entrar, necesitaba llenarse de valor y de paciencia. Enfrentar a Don Severiano, el dueño, no era un asunto fácil. Él se levantaba cada mañana dispuesto a molestar al mundo que lo rodeaba con su mala actitud. Si no fuera porque el viejo se las arreglaba para tener los mejores títulos a precios razonables, ella ni en sueños se hubiera acercado a ese lugar.
Abrió la puerta con suavidad mientras escuchaba el chirriar de las bisagras. Sabía que aquel angustiante sonido no pretendía aportar más misterio a sus problemas, sino que era una estrategia de Don Severiano. El viejo se negaba a realizarle mantenimiento para aprovechar el ruido como anuncio de la llegada de clientes.
—Buenos días —saludó a la bóveda de libros que se mostraba frente a ella. El lugar era pequeño y la gran cantidad de libros que cubría las paredes y llenaba los pasillos lo hacía más reducido—. ¿Don Severiano? —insistió.
A pesar de que las luces estaban encendidas, parecía no haber nadie. Tania comenzó a sentir temor.
Con lentitud se fue adentrando en los oscuros pasillos donde en más de una ocasión se había tropezado con Lucas, terminando embrujada por su sonrisa. Él se sumergía entre los estantes abarrotados y encontraba en tiempo record lo que ella había ido a buscar. Parecía saber dónde estaba ubicado cada libro.
A pesar de que Don Severiano no tenía ningún tipo de orden en aquella librería, solía ubicar las nuevas adquisiciones donde divisara un espacio libre, bastaba con decirle a Lucas el título o el autor para que él lo hallara como si olfateara su esencia.
—¿Don Severiano? ¡Es Tania!
Aún no recibía respuestas y eso le preocupaba. ¿Y si los secuestradores de Lucas se habían llevado también al pobre anciano?...
No. Esa idea era imposible. Cualquiera que secuestrara a Don Severiano se arrepentiría en menos de un minuto por el error cometido. En vez de pedir rescate por su vida, serían capaces de entregarse voluntariamente a la policía para alejarse de él. Era muy testarudo.
—Aquí, niña. ¡Al fondo!
Se sobresaltó de alegría al escuchar la voz añeja y severa del viejo, que resonaba al fondo del negocio. Se apresuró por llegar a él, imaginaba que podía hallarse en un serio apuro, pero quedó petrificada al toparse con un caos.
Al final del pasillo decenas de libros se encontraban esparcidos en el suelo de forma desordenada, y Don Severiano estaba en medio, con el rostro crispado.
—¿Qué sucedió?
—Menos mal que viniste, me ahorraste un viaje a tu casa —respondió el hombre.
Uno de los estantes había sido vaciado. Muchos libros se hallaban apilados en torres deformes en el piso y otros estaban tirados con las t***s abiertas. ¿Qué habría sucedido para que el meticuloso anciano tratara a sus preciados libros de aquella manera?
—Me costó trabajo encontrarlo, pero aquí está.
Con el rostro sudoroso por el esfuerzo, Don Severiano le entregó a Tania una agenda pequeña y delgada de hojas amarillentas, con las cubiertas forradas en cuero negro.
—¿Qué es?
—Un diario que Lucas escondió aquí y me pidió que te entregara si algo llegaba a sucederle.
Ella quedó atónita y con la mirada fija en el rostro arrugado del anciano, que estaba enmarcado por una desordenada masa de cabello blanco.
—¿Lucas le pidió que me lo entregara? ¿Por qué?
—¡¿Qué voy a saber yo?! Ustedes los jóvenes son los seres más extraños del planeta, siempre andan por ahí, con la cabeza sumergida en otros mundos.
Severiano caminó con dificultad por el pasillo en dirección a su escritorio ubicado a un costado de la puerta de entrada. Hablaba entre gruñidos mientras sacudía una mano en el aire como si reprendiera a alguien.
Tania se quedó inmóvil por un minuto, sorda a sus quejas. Cientos de preguntas revolotearon su cabeza.
Al darse cuenta de que había quedado sola, corrió presurosa tras el hombres.
—¿No dijo nada respecto al diario? ¿Por qué lo escondió? ¿Por qué había que sacarlo si algo le sucedía?...
Severiano se giró y la calcinó con una mirada obstinada.
—Ese chico ha sido uno de mis mejores empleados y me pidió un favor que le estoy concediendo sin preguntar. Haz tú lo mismo.
Sin decir más, el anciano se sentó en el escritorio y comenzó a ordenar, con evidente fastidio, una gran pila de facturas. Actuaba como si ella no estuviera presente.
Tania tenía miles de dudas, pero sabía que aquel hombre no iba a ayudarla. Cuando Severiano se encerraba en su cólera no había manera de sacarlo de allí. Debía buscar otras fuentes. Al menos, tenía aquel diario que podría darle alguna respuesta.
Sin despedirse salió de la librería hacia su casa, ansiosa por revisar el objeto. Esperaba hallar en él una pista para encontrar a Lucas.
Severiano la observó partir con una sonrisa forzada en los labios.
—Ya todo está hecho, solo espero que Lucas no se haya equivocado —murmuró y con su habitual seriedad se levantó del escritorio y se hundió de nuevo en los pasillos.
Hizo un esfuerzo por tocar la puerta con suavidad, pero la ansiedad le tenía ganada la batalla. Dio un respingo cuando esta se abrió de forma brusca y apareció la figura llena de músculos de Carlos.Al principio, él parecía furioso, pero luego, la miró con alarmante sorpresa.—¡¿Qué demonios haces aquí?! —preguntó—. Cuando te dejé en tu casa te dije que esperaras noticias mías.Tania tenía el corazón desbocado. Sin embargo, se paró recta frente a él y colocó las manos sobre las caderas.—De aquí no me voy sin saber de Lucas.Por la cara del hombre pasaron cientos de emociones que le desfiguraron el rostro y lo hicieron más aterrador. Pero pronto, se relajó.Miró con extrema precaución a ambos lados de la calle y luego la hizo entrar a los empujones en la casa para después cerrar de un portazo.—¡¿Te volviste completamente loca?! —gruñó.—Necesito hablar contigo, eres el único que puede darme respuestas.—¿Estás consciente de que acabas de sentenciar tu vida?La mirada iracunda del suj
Dentro del auto había un silencio sepulcral mientras Carlos cruzaba la montaña a través de una deformada calle de tierra. Los cientos de baches y troncos dispersos en el camino hacían la vía intransitable, pero el hombre manejaba con pericia. Demostraba que no era la primera vez que pasaba por aquel lugar.—¿Cómo vamos a entrar en una zona militar? —preguntó Tania sin dejar de evaluar los alrededores con nerviosismo.—Ya verás —fue lo único que él respondió.La incertidumbre la agobiaba. Desde que se había independizado, siempre procuró tener el control de su vida. Le gustaba conocer los posibles riesgos antes de tomar cualquier decisión. Así evitaba que la sorprendieran de nuevo y la dejaran abandonada en la entrada de algún sitio tétrico y desolado en contra de su voluntad.—Si pretendes que te ayude a liberar a Lucas de su cautiverio, tendrás que decirme a dónde vamos, qué encontraremos allí y cómo demonios saldremos —decretó— Ahhh, y qué puedo hacer, además de gritar despavorida y
A lo lejos escuchaba voces y risas de hombres, ladridos de perros y detonaciones. Tania no quería ni imaginar lo que harían con ella si lograban alcanzarla.Tampoco quiso pensar en Carlos, para no angustiarse más. Lo dejó solo y herido, pero lo peor, era no saber qué cosa era. Según el diario, aquellos seres podían perder por completo la humanidad después de los experimentos.Había corrido varios metros cuando llegó a un río de bajo caudal, lo cruzó sin problemas y se escondió tras un inmenso árbol para revisar el mapa que Carlos le había dado.Nunca en su vida había estado de campamento, mucho menos, sabía leer un mapa. Todo eso le deparaba una única realidad: pronto moriría, o asesinada por los hombres que la perseguían o tragada por aquella inhóspita selva.Con manos temblorosas desdobló el papel manchado con la sangre de Carlos. A pesar de que debía ser un poco más del mediodía, el lugar estaba cubierto por sombras, originadas por la tupida vegetación y por un cielo abrigado con p
El peligro había pasado. Era lo que Tania creía. No parecían producirse otros sonidos dentro de la caverna, aunque era poco lo que su mente embotada podía procesar. Lucas se adueñó por completo de sus sensaciones y emociones.Tenía en su espalda el cuerpo tibio del hombre apoyado en ella con descaro, con su miembro rígido descansando sobre sus nalgas. Y a su alrededor, sus brazos la acunaban de forma protectora, sin darle posibilidad a moverse.Lucas aprovechaba la ocasión para acariciarle el vientre y subía por él hasta tocarla bajo los senos mientras la aferraba. Ella disfrutaba de las atenciones. No se había percatado que había estado urgida de su contacto. Jamás había sentido una necesidad como esa, era como si el momento o la situación desataran nuevos instintos en su organismo. Unos más básico y salvajes.A pesar de las deliciosas sensaciones que le provocaba y del hecho de que él no dejaba de lisonjearle el cuello y el lóbulo de la oreja con cientos de besos, ella arrugó el ceñ
El grupo se sobresaltó ante el ataque, no obstante, se mantuvieron en el sitio, alertas a los movimientos de los enemigos. La única que temblaba como gelatina era Tania, que estaba a punto de correr y gritar como una loca.Los hombres se acercaron aún más mientras los perros rasgaban la tierra en medio de gruñidos, anhelando ser liberados, pero una explosión producida a varios metros de distancia llamó la atención de los animales, quienes lograron librarse del agarre de sus amos para correr hacia el sonido. Lucas y el resto del grupo aprovecharon la ocasión para escapar, llevando consigo remolcada a Tania, que apenas podía mover las piernas.Los hombres, por un momento, quedaron perturbados por la explosión. El intenso sonido les afectó los tímpanos. Sin embargo, pronto se recuperaron y se dividieron en dos bandos de cuatro miembros. Unos corrieron hacia el estallido para recuperar a los animales y los otros fueron detrás de los escapistas, al tiempo que cargaban los cartuchos de sus
Unas horas después, Tania se encontraba en medio de la selva. Caminaba sin saber a dónde y completamente agotada. Tenía cientos de preguntas en la cabeza, pero primero, necesitaba un baño, comida caliente y una cama mullida para poner las ideas en orden.Lo peor, era tener que soportar la mala cara del musculoso y la de la mujer, quienes cada vez que podían la fulminaban con su rencor; o el rostro curioso y algunas veces divertido del rubio, que la hacía pensar que se burlaba de ella. Sin embargo, lo que más la inquietaba era la intensa mirada de Carlos, que la escondía cada vez que ella lo observaba.Lucas, en cambio, avanzaba silencioso, pensativo y molesto. No se detenía ni amilanaba el paso y nunca le soltaba la mano. Por un lado la hacía sentir segura, pero por otro, la enfurecía. Él sabía que ella necesitaba, aunque sea, ánimo para continuar. Su mutismo la enervaba.—A pocos metros hay unas cuevas. Allí podremos pasar la noche y atacar el galpón en la mañana.El musculoso había
Tania abrió los ojos, pero encontró oscuridad. Esperó un largo minuto mientras se acostumbraba a la penumbra y sus nervios se serenaban, no quería entrar en pánico. Lo único que captaba eran fuertes olores. Todos desagradables.Cuando logró que la vista se le aclarara, levantó el torso y se apoyó en los codos. El corazón casi le estalló en el pecho al ver a una mujer de silueta delgada y de larga y desordenada melena sentada a su lado, con la atención fija en ella. Procuró no hacer movimientos bruscos mientras se alejaba para afirmar la espalda en la pared. Llegó al límite casi enseguida, entendiendo que el lugar donde se hallaba era bastante pequeño.—¿Quién eres?... ¿Dónde estamos? —preguntó con esfuerzo. La garganta le ardía.—Tiene días sin hablar, es inútil que le preguntes algo.Una voz femenina, con un marcado acento extranjero, se escuchó a varios metros. Tania forzó la mirada para ver a la persona que le había hablado, aunque le fue imposible. Lo que sí pudo notar fue la imag
Al despertar, sintió un leve dolor de cabeza. Había soñado con perros furiosos que la perseguían para clavar sus filosos dientes en ella.Se sobresaltó al ver a Lucas a su lado. La observaba con seriedad.—¿Cómo te sientes?Ayudada por él, se sentó sobre la mesa de hierro.—Creo que voy a vomitar —dijo. Cerró los ojos y se sostuvo la cabeza con una mano para esperar a que le pasara el mareo.—Si puedes, hazlo. Eso te ayudará a sentirte mejor. Tenemos que salir pronto de aquí.Enseguida todos los recuerdos cayeron en su mente. Comenzó a mirar nerviosa cada rincón. Buscaba algún rastro de sus captores.Los dos hombres que la habían apresado y el que le colocó la inyección, estaban en el suelo, inconscientes. El musculoso y el rubio ayudaban a la mujer que viajaba con ellos a sacar a las prisioneras. Y Carlos, vigilaba el exterior desde la puerta, con heridas sangrantes en el cuerpo, pero se veía firme. Mantenía los puños y el rostro endurecido, atento a cualquier movimiento.—¿Qué suced