Dentro del auto había un silencio sepulcral mientras Carlos cruzaba la montaña a través de una deformada calle de tierra. Los cientos de baches y troncos dispersos en el camino hacían la vía intransitable, pero el hombre manejaba con pericia. Demostraba que no era la primera vez que pasaba por aquel lugar.
—¿Cómo vamos a entrar en una zona militar? —preguntó Tania sin dejar de evaluar los alrededores con nerviosismo.
—Ya verás —fue lo único que él respondió.
La incertidumbre la agobiaba. Desde que se había independizado, siempre procuró tener el control de su vida. Le gustaba conocer los posibles riesgos antes de tomar cualquier decisión. Así evitaba que la sorprendieran de nuevo y la dejaran abandonada en la entrada de algún sitio tétrico y desolado en contra de su voluntad.
—Si pretendes que te ayude a liberar a Lucas de su cautiverio, tendrás que decirme a dónde vamos, qué encontraremos allí y cómo demonios saldremos —decretó— Ahhh, y qué puedo hacer, además de gritar despavorida y llorar de angustia.
En esa oportunidad, a Carlos se le dibujó una media sonrisa. Tania abrió con amplitud los ojos al notarla.
—¿Qué? —preguntó él con incomodidad.
—Nunca sonríes, ¿cierto? —quiso saber ella. El hombre endureció el rostro y gruñó—. Vamos, no te molestes. Es que siempre estás enojado o nervioso, no te había visto sonreír y parece que te dio trabajo el gesto —dijo con picardía—. Aunque… lo haces bien —finalizó, siendo honesta.
Carlos no giró el rostro hacia ella, pero sí los ojos, para observarla por el rabillo. Sus palabras lo afectaron.
—Además, aquí la ofendida debería ser yo —expuso Tania ignorando los sentimientos del hombre—. Te burlabas de mí, justo en el momento en que mi vida pende de un hilo. ¿Estás consciente de que podrían matarnos a ambos por mi culpa?
—Aquí nadie va a morir… por lo menos, hoy no —aseguró él.
Carlos miró al cielo con preocupación. Ella lo imitó e intentó ver en las inmensas nubes grises el anuncio de alguna desgracia.
—Dios, lo que nos faltaba. ¡Ahora va a llover! —se quejó ella—. Y de seguro, será una lluvia torrencial que desprenderá la montaña a pedazos y nos hará rodar por algún peligroso barranco.
El hombre la observó perplejo y redujo la velocidad.
—¿No sé dónde está el verdadero peligro, si en el sitio al que vamos o en tus pavorosas predicciones?
—¿Pavorosas predicciones? No hay que ser vidente para saber lo que puede suceder en una montaña como esta cuando llueve con intensidad y esas nubes parecen traer un vendaval.
—Deja de ser pájaro de mal agüero y guarda silencio, me pones nervioso —declaró Carlos, con el ceño fruncido.
Como una niña malcriada, Tania calló y cruzó los brazos en el pecho dirigiendo su rostro enfadado hacia la vegetación, bien lejos del hombre antipático que estaba sentado a su lado. Pero el enfado con rapidez fue sustituido por el temor al escuchar una detonación y ver como algo se estrellaba en el parabrisas astillando en miles de pedazos el cristal.
No tuvo tiempo ni de gritar. Carlos detuvo con rudeza el vehículo y la sacó a empujones por la puerta del piloto. Ella cayó al suelo al salir y se golpeó la cadera, pero el hombre la levantó y la sostuvo con un solo brazo para remolcarla. Buscaba ocultarse de los disparos que comenzaban a caer de forma desordenada a su alrededor.
Él corría como un profesional, saltaba troncos y esquivaba ramas a toda velocidad. Ella, en cambio, volaba cual cometa, llevándose por delante cualquier elemento que se atravesara en el camino.
Varios metros más adelante, los disparos se redujeron y las detonaciones se escuchaban lejanas. Carlos aligeró la marcha, haciendo que Tania sintiera cierto alivio, pero como en una pesadilla, la calma le duró poco.
Ella se detuvo al ver que Carlos caía abatido. Un disparo le había perforado el muslo izquierdo y la sangre le bullía a borbotones.
No sabía qué hacer, lo miraba revolverse y soportar el dolor en medio de quejidos. Se inclinó para calmarlo, pero él intentó alejarla.
—¡Corre, Tania! Estamos cerca. No permitas que te atrapen.
—¿Qué…?
El terror la invadió. Carlos le pedía seguir, pero ella ni siquiera sabía dónde estaba parada en ese momento.
—Toma —dijo y sacó del bolsillo de su pantalón un papel doblado en varias partes que colocó en las manos temblorosas de la joven—. Con este mapa y el diario llegarás hasta Lucas. ¡Vete ya!
—¡No te dejare! —gritó la chica, viendo con terror la herida que no dejaba de sangrar.
—Estoy bien, apenas sane te buscaré.
Ella lo observó con desconfianza pudiendo notar que los ojos negros del hombre comenzaban a aclararse y tornarse ámbar.
Aquel cambio le recordó los registros anotados en el diario: «el efecto del medicamento parece perturbar la capa superior de melanina de los ojos, volviéndolos más claros. Con el tiempo, los nuevos seres tendrán una apariencia diferente y podrán regenerarse a voluntad, siendo inmunes a los desgastes del día a día».
Impactada, se alejó de él. No podía creer que fuera uno de esos «nuevos seres».
—¡Vete!
El grito autoritario del hombre y el sonido de más disparos la hicieron reaccionar. Continuó la carrera intentando evitar tropezarse con algún obstáculo.
A lo lejos escuchaba voces y risas de hombres, ladridos de perros y detonaciones. Tania no quería ni imaginar lo que harían con ella si lograban alcanzarla.Tampoco quiso pensar en Carlos, para no angustiarse más. Lo dejó solo y herido, pero lo peor, era no saber qué cosa era. Según el diario, aquellos seres podían perder por completo la humanidad después de los experimentos.Había corrido varios metros cuando llegó a un río de bajo caudal, lo cruzó sin problemas y se escondió tras un inmenso árbol para revisar el mapa que Carlos le había dado.Nunca en su vida había estado de campamento, mucho menos, sabía leer un mapa. Todo eso le deparaba una única realidad: pronto moriría, o asesinada por los hombres que la perseguían o tragada por aquella inhóspita selva.Con manos temblorosas desdobló el papel manchado con la sangre de Carlos. A pesar de que debía ser un poco más del mediodía, el lugar estaba cubierto por sombras, originadas por la tupida vegetación y por un cielo abrigado con p
El peligro había pasado. Era lo que Tania creía. No parecían producirse otros sonidos dentro de la caverna, aunque era poco lo que su mente embotada podía procesar. Lucas se adueñó por completo de sus sensaciones y emociones.Tenía en su espalda el cuerpo tibio del hombre apoyado en ella con descaro, con su miembro rígido descansando sobre sus nalgas. Y a su alrededor, sus brazos la acunaban de forma protectora, sin darle posibilidad a moverse.Lucas aprovechaba la ocasión para acariciarle el vientre y subía por él hasta tocarla bajo los senos mientras la aferraba. Ella disfrutaba de las atenciones. No se había percatado que había estado urgida de su contacto. Jamás había sentido una necesidad como esa, era como si el momento o la situación desataran nuevos instintos en su organismo. Unos más básico y salvajes.A pesar de las deliciosas sensaciones que le provocaba y del hecho de que él no dejaba de lisonjearle el cuello y el lóbulo de la oreja con cientos de besos, ella arrugó el ceñ
El grupo se sobresaltó ante el ataque, no obstante, se mantuvieron en el sitio, alertas a los movimientos de los enemigos. La única que temblaba como gelatina era Tania, que estaba a punto de correr y gritar como una loca.Los hombres se acercaron aún más mientras los perros rasgaban la tierra en medio de gruñidos, anhelando ser liberados, pero una explosión producida a varios metros de distancia llamó la atención de los animales, quienes lograron librarse del agarre de sus amos para correr hacia el sonido. Lucas y el resto del grupo aprovecharon la ocasión para escapar, llevando consigo remolcada a Tania, que apenas podía mover las piernas.Los hombres, por un momento, quedaron perturbados por la explosión. El intenso sonido les afectó los tímpanos. Sin embargo, pronto se recuperaron y se dividieron en dos bandos de cuatro miembros. Unos corrieron hacia el estallido para recuperar a los animales y los otros fueron detrás de los escapistas, al tiempo que cargaban los cartuchos de sus
Unas horas después, Tania se encontraba en medio de la selva. Caminaba sin saber a dónde y completamente agotada. Tenía cientos de preguntas en la cabeza, pero primero, necesitaba un baño, comida caliente y una cama mullida para poner las ideas en orden.Lo peor, era tener que soportar la mala cara del musculoso y la de la mujer, quienes cada vez que podían la fulminaban con su rencor; o el rostro curioso y algunas veces divertido del rubio, que la hacía pensar que se burlaba de ella. Sin embargo, lo que más la inquietaba era la intensa mirada de Carlos, que la escondía cada vez que ella lo observaba.Lucas, en cambio, avanzaba silencioso, pensativo y molesto. No se detenía ni amilanaba el paso y nunca le soltaba la mano. Por un lado la hacía sentir segura, pero por otro, la enfurecía. Él sabía que ella necesitaba, aunque sea, ánimo para continuar. Su mutismo la enervaba.—A pocos metros hay unas cuevas. Allí podremos pasar la noche y atacar el galpón en la mañana.El musculoso había
Tania abrió los ojos, pero encontró oscuridad. Esperó un largo minuto mientras se acostumbraba a la penumbra y sus nervios se serenaban, no quería entrar en pánico. Lo único que captaba eran fuertes olores. Todos desagradables.Cuando logró que la vista se le aclarara, levantó el torso y se apoyó en los codos. El corazón casi le estalló en el pecho al ver a una mujer de silueta delgada y de larga y desordenada melena sentada a su lado, con la atención fija en ella. Procuró no hacer movimientos bruscos mientras se alejaba para afirmar la espalda en la pared. Llegó al límite casi enseguida, entendiendo que el lugar donde se hallaba era bastante pequeño.—¿Quién eres?... ¿Dónde estamos? —preguntó con esfuerzo. La garganta le ardía.—Tiene días sin hablar, es inútil que le preguntes algo.Una voz femenina, con un marcado acento extranjero, se escuchó a varios metros. Tania forzó la mirada para ver a la persona que le había hablado, aunque le fue imposible. Lo que sí pudo notar fue la imag
Al despertar, sintió un leve dolor de cabeza. Había soñado con perros furiosos que la perseguían para clavar sus filosos dientes en ella.Se sobresaltó al ver a Lucas a su lado. La observaba con seriedad.—¿Cómo te sientes?Ayudada por él, se sentó sobre la mesa de hierro.—Creo que voy a vomitar —dijo. Cerró los ojos y se sostuvo la cabeza con una mano para esperar a que le pasara el mareo.—Si puedes, hazlo. Eso te ayudará a sentirte mejor. Tenemos que salir pronto de aquí.Enseguida todos los recuerdos cayeron en su mente. Comenzó a mirar nerviosa cada rincón. Buscaba algún rastro de sus captores.Los dos hombres que la habían apresado y el que le colocó la inyección, estaban en el suelo, inconscientes. El musculoso y el rubio ayudaban a la mujer que viajaba con ellos a sacar a las prisioneras. Y Carlos, vigilaba el exterior desde la puerta, con heridas sangrantes en el cuerpo, pero se veía firme. Mantenía los puños y el rostro endurecido, atento a cualquier movimiento.—¿Qué suced
Al despertar, una luz brillante y azulada le segó la visión. Se cubrió los ojos por instinto e intentó levantarse, pero unas manos enguantadas en látex la obligaron a acostarse de nuevo. El terror la dominó y comenzó a luchar para soltarse del agarre. Sin embargo, una cálida voz familiar sonó junto a ella y la calmó.—Tranquila, Tania. Estás a salvo.Forzó la vista y pudo notar que se encontraba en la sala de un hospital, rodeada por otros pacientes, por algunas enfermeras y por Carlos, que estaba a su lado y le acariciaba los cabellos.—¿Qué sucedió?—Te desmayaste.—¿Cuándo…? —Esperó a que una enfermera terminara de revisar la vía que tenía en el brazo para conversar con él en privado—. Lo último que recuerdo es que nos rodearon unos militares, pero después… todo se vuelve confuso.—Estabas muy asustada, llorabas y temblabas. Los nervios te vencieron.Quedó pensativa, hacía un gran esfuerzo por recordar.—Estamos en el Jarillo. Nos trajeron al hospital del pueblo. Pronto regresarás
Los sonidos armoniosos de los pájaros la despertaron. Una luz tenue entraba por la ventana abierta, acompañada de una brisa cálida y agradable. Se movió en la cama sintiéndose a gusto en ese colchón mullido. Sonrió mientras se restregaba como un gatito, bajo unas sábanas de seda.De pronto, un ramalazo de cordura le abrió el entendimiento. ¿Dónde demonios estaba?Sus ojos se abrieron de par en par para observar con recelo la habitación de paredes de madera. Afuera se escuchaban sonidos selváticos, que incluían el paso de un río. Se sentó de golpe sin apartar la mirada de la puerta cerrada. El tamborileo del corazón le agitaba la respiración y le agolpaba la sangre en la cabeza.Giró el rostro y se percató que sobre la mesita de noche se encontraba un frasco sin etiqueta, similar al que se había hallado en el fatídico cuarto de control del que escapó una semana atrás.Bajó de la cama y salió a toda velocidad de allí. La habitación contigua era un espacio pequeño que fungía como cocina