La chica salió de la habitación segundos después de retirarse del baño. Se tumbó sobre la cama armada con la bata de toalla puesta, y el cabello sujeto en un rodete. Sus ojos estaban abiertos de par en par y se encontraban tan brillantes que parecía iluminar la habitación. Pestañeó varias veces y las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas, ya estaba cansada de llorar, pero no podía hacer otra cosa, el agua brotaba por sí sola de los ojos. Se recostó sobre un lado y vio un portarretrato con la foto de ambos en una fiesta a la cual habían asistido hacía casi un año.
El agotamiento la fue venciendo hasta que se quedó dormida, y pesé al esfuerzo que hacía para no hacerlo. Se despertó súbitamente a la mañana siguiente cuando sus pequeños mellizos saltaron enérgicamente sobre la cama a la vez que gritaban.
—¡Maldita sea! —musitó enojada.
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Kimberley le sonrió al hombre y bajó del vehículo, miró a su alrededor por sentirse desorientada hasta que divisó el lugar donde tenía la oficina su abogada. Ingresó cabizbaja a pesar del buen momento en el taxi, y Amelie se levantó de su asiento para abrazarla.La asistente la había hecho pasar sin anunciarla.—¡Estás fatal, cariño! —exclamó al ver el rostro de la joven—. Siéntate y cuéntame todo.—De acuerdo. —La joven obedeció.—¿Quieres algo para tomar?—Solo un vaso de agua.—¡De acuerdo! —La abogada
—Señorita, digo Kimberley llegaste —espetó Amber al verla en un movimiento de cabeza que había hecho.—Sí, perdón por no anunciarme, pero estaba disfrutando de la escena.—Los niños han estado corriendo desde que te fuiste. —Se levantó y recién ahí los pequeños se percataron de la presencia de su madre.—¡Mami! —exclamaron al unísono y se acercaron a abrazar a la joven por las piernas.—Hola bonitos míos. —Saludó la mujer—. Vi lo bonito que estaban jugando.—Mis era un monstruo que perseguía a la princesa, o sea, yo —expresó a su mamá con
La joven salió de la cocina en dirección al baño, buscó las pastillas en el botiquín, unos instantes después regresó al lugar y le entregó las pastillas, continuó hacia la nevera y tomó una botella de vidrio pequeña para entregarsela a Kimberley. La joven empinó la botella y tragó las pastillas rápidamente.—Puedo dejar la cena preparada para que solo tengas que calentarla.—No hace falta Amber. Eres muy amable, pero estaré bien. Ocuparme de los niños será bueno para distraerme de los problemas.—Sí, esos pequeños pueden ser un bonito cable a tierra cuando las cosas no están bien.—Así es.
Jennifer recordó que una de sus compañeras de los dos años que estudió medicina, trabajaba en el mismo hospital en el cual estaba internado Francis y con el favor de la doctora quien era jefa de guardia en terapia intensiva, podría verlo. No le importaba que fueran unos cuantos minutos por día, para la joven era suficiente. Nadie se enteró de que ella lo visitaba, ni siquiera sus suegros. Era tal el grado de desesperación que tenía la joven, que sentía que su vida pendía de un hilo. Estaba tan llena de pensamientos oscuros, que había olvidado por completo la boda. En el pasado había reducido el número de invitados, justo unos días antes de que las invitaciones fuesen enviadas. Sería una boda simple, solo para compartir con los más allegados. Cada noche cuando se acostaba, se prometía en llamar a primera hora al día siguiente a la joven que planificaba su boda, y el día la absorbía en actividades que provocaban que se olvidase. Fue a las dos semanas de aquel fatídico evento que llama
La jefa de guardia de terapia intensiva se despidió y Kimberley giró hacia la puerta, suspiró profundo y tomó la perilla para abrirla.—¿Estás lista bebe? —preguntó a Lana, aunque sabía que no recibiría respuesta.—¿Quién es? —preguntó Francis con un poco de carraspera en su voz.—Soy yo, Fran. —La joven apareció en su campo de visión.—¿Kim, mi Kim? —espetó él, aunque la veía, le parecía increíble—. Viniste con los niños. ¿Dónde están los mellizos?—Solo vine con Lana. —Se acercó a la cam
En el interior se encontraban los mellizos, la bebe que ya había cumplido los tres meses, junto a su niñera Amber.—¡Biennido papi! —exclamaron al unísono los pequeños y corrieron a recibirlo.—Que linda sorpresa —expresó el joven al ver a los niños.—Hicimos una canparta con mami —comunicó Misael.—Es pancarta, Mis —corrigió su madre con una sonrisa.—Eso mismo —dijo el niño con timidez.—Es muy bonita —espetó cariñosamente Francis.—Subeme papi —pidió la ni&ntild
Francis le dio un suave beso en los labios a Kimberley, y luego caminó en dirección al cuarto de baño de la planta en la que estaba, su prometida se cruzó de brazos y ladeó levemente hacia un lado la cabeza mientras observaba el caminar del joven.—Soy afortunada de tenerlo —confesó, sin darse cuenta de que lo había dicho en voz alta.—Sí lo eres. Tienes una familia preciosa, pocas veces he visto a personas tan unidas como ustedes.—¡Gracias! —musitó un tanto avergonzada.—Espero algún día tener con mi novio, una familia así de bonita. —Sonrió.—La tendrás.—Francis me hace acordar mucho a mi novio, tiene mucho de él. Es un gran hombre tu prometido.—Gracias —espetó a espaldas de la chica por lo que hizo que se diera vuelta.—Solo hablo con la verdad, no hay muchos hombres, al menos, no he conocido muchos que sean como tú —espetó con seguridad la niñera—. No creo que cualquiera aceptase salir con una mamá soltera de mellizos.—Será porque la sangre tiraba —espetó el joven abrazando a
Francis quedó solo en la cocina y a su móvil un llamado. El joven tomó el aparato entre ambas manos y visualizó que la llamada entrante era de su madre. No estaba seguro de si quería atender en ese momento, porque los reclamos serían demasiado y no podía darse el lujo de alejarse más de sus padres si buscaba que retiraran el amparo. Decidió declinar la llamada, y se unió al resto de la familia.Tras la cena, decidieron dividirse la tarea de dormir a los niños. Francis se encargó de los mellizos, y Kimberley se quedó con Lana ya que debía alimentarla también.—¡Vaya! Había olvidado lo difícil que son los mellizos para dormir. Extrañaba esta rutina —espetó Francis al ingresar a la habitación.—Son todo un desafío, ¿verdad?—Lo son. —Se sentó en el borde de la cama—. ¿Qué hay de Lana?—Ya está durmiendo en su moisés —Lo señaló con el índice.—Mi pequeña hada. —Sonrió—. Hay algo que no te dije en la tarde porque no quería que nuestra tarde empeorara.—¿Qué sucedió? —inquirió ella mientra