Francis quedó solo en la cocina y a su móvil un llamado. El joven tomó el aparato entre ambas manos y visualizó que la llamada entrante era de su madre. No estaba seguro de si quería atender en ese momento, porque los reclamos serían demasiado y no podía darse el lujo de alejarse más de sus padres si buscaba que retiraran el amparo. Decidió declinar la llamada, y se unió al resto de la familia.Tras la cena, decidieron dividirse la tarea de dormir a los niños. Francis se encargó de los mellizos, y Kimberley se quedó con Lana ya que debía alimentarla también.—¡Vaya! Había olvidado lo difícil que son los mellizos para dormir. Extrañaba esta rutina —espetó Francis al ingresar a la habitación.—Son todo un desafío, ¿verdad?—Lo son. —Se sentó en el borde de la cama—. ¿Qué hay de Lana?—Ya está durmiendo en su moisés —Lo señaló con el índice.—Mi pequeña hada. —Sonrió—. Hay algo que no te dije en la tarde porque no quería que nuestra tarde empeorara.—¿Qué sucedió? —inquirió ella mientra
Sin más comenzó a caminar y subió al elevador para ascender hasta la habitación donde se encontraba su hermano, no necesitó preguntar. Estaban en el mismo piso hasta el día anterior. Buscó por el corredor el número de habitación y tras golpear la puerta, ingresó.—Francis —musitó su padre levantándose.—Hola papá. —Lo saludó con un beso.—¿Cómo te sientes?—Estoy mejor. Gracias.—No creí que vendrías por mucho tiempo, ni siquiera te han quitado los puntos, ¿verdad?—Es cierto, pero me siento bien.—¿Cómo está tu esposa?—Aún no estoy casado, padre.—Pero vives con ella, ¿o no? —El joven asintió—. El papel es mera formalidad.—No para mí. Si fuera una formalidad, no me sentiría tan desesperado por el movimiento que ustedes han hecho.—¿Cuál movimiento? —Lo miró con rareza.—El amparo que han colocado.—Sabía que era una mala idea en cuanto el abogado lo propuso.—Da igual, no importa eso ahora. Mamá dijo que hablaría con el abogado, las cosas ya se complicaron de todas formas.—¿Por qu
Francis no esperó a que sus padres respondieran, se dio media vuelta y dejó el lugar. Tampoco escuchó que alguno de los dos tuviera la intención de detenerlo. Salió del hospital y se dirigió hacia su auto, donde subió y permaneció varios minutos antes de arrancar el vehículo. El teléfono sonó justo en el momento en que se detuvo un semáforo. Atendió y lo puso en altavoz, colocándolo en un portamóvil.—¡Hola mi amor! Me pasaste la dirección, pero no la hora de encuentro. Te lo pregunté, pero no me respondiste.—No vi el mensaje —espetó cortante.—¿Qué sucede? ¿Pasó algo malo?—Discutí con mis padres.—Creí que estaba todo bien.—Sí, lo estaba. Hasta que a mi madre le da la locura de hablar mal de ti.—Está bien, no te hagas problemas por eso.—No, no está bien Kim. Ellos deben respetarte, eres la madre de sus nietos. De los tres.—Lo sé —dijo triste—. Pero no puedes obligar a las personas a aceptar a gente que no le cae bien.—No eres una mujer soberbia, fría. No eres una mala persona
Kimberley aparcó el auto donde le indicó Francis y ambos bajaron del auto para ayudar a los niños a hacerlo. Luego de un delicioso almuerzo y algunos paseos por la zona, caminaron hacia la playa para poder observar el atardecer. Los niños jugaron bastante tiempo en la arena, la pareja amaba ver divertirse a los mellizos con la arena. La noche llegó muy rápido para todos porque cuando uno se divierte el tiempo pasa rápido.—Creo que es hora de regresar, ¿verdad? —indicó Francis al ver los últimos rayos de sol desaparecer.—Sí, pienso igual. Los niños deben darse un baño, comer y acostarse a dormir.—¡Mis, Ena, vamos! —Los llamó el joven.—Un ratito más —protestó Misael.—No podemos, es tarde. El sol ya se fue, y ustedes deben comer algo.—¿Podemos ir a comer una hamburguesa? —preguntó la niña.—¿Podemos mamá? —consultó el joven a Kimberley.—Claro.—¿Qué dices si nos quedamos en un hotel esta noche, y regresamos mañana a casa?—Fran, no tengo nada de los niños para cambiarlos, debes cu
La joven ingresó a la casa y Francis al auto emprendiendo viaje hacia el hospital. Durante el trayecto, práctico que iba a decirles a sus padres. Sabía que él merecía una disculpa, pero seguramente sus padres también. Bajó del vehículo tras estacionarlo y se dirigió a recepción a preguntar por su hermano.—¡Buenas tardes! Quisiera saber sobre Dustin Galanis—¿Es usted familiar?—Soy el hermano.—El paciente se encuentra en la habitación 210 de terapia intermedia.—¿Lo han trasladado?—Sí, en el día de anoche. Ahora está sedado porque tuvo un ataque de histeria, pero es normal en pacientes como él.—Entiendo. ¿Hay alguien con él ahora?—No me figura nada en el sistema, pero no es horario de visita hasta dentro de una hora.—Sé que te comprometo, pero por favor, déjame subir.—Lo siento, no puedo arriesgarme —espetó con pesar.—Está bien, iré a dar una vuelta hasta que se haga la hora. Gracias de toda forma.—Por supuesto.El joven se retiró del mostrador y comenzó a caminar hacia la sa
Francis se apresuró a subir al elevador y en pocos minutos estaba en el piso que correspondía a la habitación de su hermano. Buscó el número porque no recordaba en que ala estaba y al divisarla, ingresó.Dentro había una enfermera atendiendo a su mellizo.—¡Francis! —exclamó feliz.—Hola Dustin. —Acarició el brazo del joven en señal de saludo.—Con permiso —espetó la enfermera y se retiró de la sala.—Veo que te has recuperado bien —indicó Dustin.—Un poco, estuve en coma.—Los Galanis somos huesos duros de roer —bromeó el joven—. Sé sincero, ¿cómo te sientes?—Algo débil, pero los doctores dicen que me recuperaré.—Claro que sí.—¿Cómo está Kimberley? ¿Y los niños?—¡Vaya! Qué extraño que preguntes por ellos primero y no por Leila.—Ellos son más importantes.—¿Por qué?—Porque son familia, Francis. Kimberley será pronto tu esposa. Leila ya ni siquiera es mi prometida.—¿Disculpa? ¿Cómo tu familia?—No escuchaste bien Francis —espetó molesto—. Dije familia, no: mi familia.—Es igual.
Francis salió de la habitación con una sensación de angustia en el pecho. Había creído que la conversación con su hermano sería distinta y lo aliviaría, pero sin embargo lo dejó más confundido que antes. Buscó a sus padres por el hospital y al hallarlos le informó que los esperaba. Luego decidió dejar el lugar hacia su hogar. Antes de llegar a la casa, pasó por un drugstore a comprar algunas cosas para los pequeños, y un presente para ella. Estacionó el auto frente al garaje y tardó unos segundos antes de bajar, pero al hacerlo se sintió aliviado de estar en su hogar con su familia. —Familia llegué —exclamó desde la puerta. —¡Papi! —Corrió a su encuentro Siena. —Papi Francis. —La secundó Misael. —Mis pequeños. ¿Cómo están? —Muy bien —respondió la niña por los dos. —¡Hola mi amor! —Saludó a Kimberley al verla. —Hola, amor —respondió ella—. ¿Cómo te ha ido? —No me ha ido mal, pero tampoco cómo esperaba. —Bajó su mirada hacia la bebe—. Hola mi pequeña hadita. —Hoy estaba un poco
Francis la tomó entre sus brazos y la abrazó. La joven se acurrucó y cerró los ojos para descansar. Kimberley tardó dos días en tomar la decisión que le había pedido Dustin de poder ver a los pequeños, pero cuando finalmente lo hizo se los comunicó a sus hijos y ellos se pusieron muy contentos de qué su tío Dustin estuviera sanando.A mitad de semana cuando regresaron del kinder, volvieron a preguntar.—¿Cuándo veremos al tío Dustin?—El viernes, aún faltan dos días.—¿Y por qué no podemos ir hoy?—Porque durante la semana ustedes tienen actividades, pero el viernes ya estarán libres.—¿Le podemos hacer dibujos cómo a papi Francis? —preguntó Misael.—Claro que sí, seguramente eso le guste.—¿Podemos ir por un dulce, mami? —consultó Siena.—Papi es quien está manejando, pregúntale a él.—¿Papi podemos? —inquirió la pequeña.—Por supuesto, podemos. Algo rico, para comer luego de la cena. ¿Qué dicen?—Sííí. —respondieron a dúo.—¿Qué les parece un pastel de chocolate y crema?—¡Oh, eso s