La joven salió de la cocina en dirección al baño, buscó las pastillas en el botiquín, unos instantes después regresó al lugar y le entregó las pastillas, continuó hacia la nevera y tomó una botella de vidrio pequeña para entregarsela a Kimberley. La joven empinó la botella y tragó las pastillas rápidamente.
—Puedo dejar la cena preparada para que solo tengas que calentarla.
—No hace falta Amber. Eres muy amable, pero estaré bien. Ocuparme de los niños será bueno para distraerme de los problemas.
—Sí, esos pequeños pueden ser un bonito cable a tierra cuando las cosas no están bien.
—Así es.
Jennifer recordó que una de sus compañeras de los dos años que estudió medicina, trabajaba en el mismo hospital en el cual estaba internado Francis y con el favor de la doctora quien era jefa de guardia en terapia intensiva, podría verlo. No le importaba que fueran unos cuantos minutos por día, para la joven era suficiente. Nadie se enteró de que ella lo visitaba, ni siquiera sus suegros. Era tal el grado de desesperación que tenía la joven, que sentía que su vida pendía de un hilo. Estaba tan llena de pensamientos oscuros, que había olvidado por completo la boda. En el pasado había reducido el número de invitados, justo unos días antes de que las invitaciones fuesen enviadas. Sería una boda simple, solo para compartir con los más allegados. Cada noche cuando se acostaba, se prometía en llamar a primera hora al día siguiente a la joven que planificaba su boda, y el día la absorbía en actividades que provocaban que se olvidase. Fue a las dos semanas de aquel fatídico evento que llama
La jefa de guardia de terapia intensiva se despidió y Kimberley giró hacia la puerta, suspiró profundo y tomó la perilla para abrirla.—¿Estás lista bebe? —preguntó a Lana, aunque sabía que no recibiría respuesta.—¿Quién es? —preguntó Francis con un poco de carraspera en su voz.—Soy yo, Fran. —La joven apareció en su campo de visión.—¿Kim, mi Kim? —espetó él, aunque la veía, le parecía increíble—. Viniste con los niños. ¿Dónde están los mellizos?—Solo vine con Lana. —Se acercó a la cam
En el interior se encontraban los mellizos, la bebe que ya había cumplido los tres meses, junto a su niñera Amber.—¡Biennido papi! —exclamaron al unísono los pequeños y corrieron a recibirlo.—Que linda sorpresa —expresó el joven al ver a los niños.—Hicimos una canparta con mami —comunicó Misael.—Es pancarta, Mis —corrigió su madre con una sonrisa.—Eso mismo —dijo el niño con timidez.—Es muy bonita —espetó cariñosamente Francis.—Subeme papi —pidió la ni&ntild
Francis le dio un suave beso en los labios a Kimberley, y luego caminó en dirección al cuarto de baño de la planta en la que estaba, su prometida se cruzó de brazos y ladeó levemente hacia un lado la cabeza mientras observaba el caminar del joven.—Soy afortunada de tenerlo —confesó, sin darse cuenta de que lo había dicho en voz alta.—Sí lo eres. Tienes una familia preciosa, pocas veces he visto a personas tan unidas como ustedes.—¡Gracias! —musitó un tanto avergonzada.—Espero algún día tener con mi novio, una familia así de bonita. —Sonrió.—La tendrás.—Francis me hace acordar mucho a mi novio, tiene mucho de él. Es un gran hombre tu prometido.—Gracias —espetó a espaldas de la chica por lo que hizo que se diera vuelta.—Solo hablo con la verdad, no hay muchos hombres, al menos, no he conocido muchos que sean como tú —espetó con seguridad la niñera—. No creo que cualquiera aceptase salir con una mamá soltera de mellizos.—Será porque la sangre tiraba —espetó el joven abrazando a
Francis quedó solo en la cocina y a su móvil un llamado. El joven tomó el aparato entre ambas manos y visualizó que la llamada entrante era de su madre. No estaba seguro de si quería atender en ese momento, porque los reclamos serían demasiado y no podía darse el lujo de alejarse más de sus padres si buscaba que retiraran el amparo. Decidió declinar la llamada, y se unió al resto de la familia.Tras la cena, decidieron dividirse la tarea de dormir a los niños. Francis se encargó de los mellizos, y Kimberley se quedó con Lana ya que debía alimentarla también.—¡Vaya! Había olvidado lo difícil que son los mellizos para dormir. Extrañaba esta rutina —espetó Francis al ingresar a la habitación.—Son todo un desafío, ¿verdad?—Lo son. —Se sentó en el borde de la cama—. ¿Qué hay de Lana?—Ya está durmiendo en su moisés —Lo señaló con el índice.—Mi pequeña hada. —Sonrió—. Hay algo que no te dije en la tarde porque no quería que nuestra tarde empeorara.—¿Qué sucedió? —inquirió ella mientra
Sin más comenzó a caminar y subió al elevador para ascender hasta la habitación donde se encontraba su hermano, no necesitó preguntar. Estaban en el mismo piso hasta el día anterior. Buscó por el corredor el número de habitación y tras golpear la puerta, ingresó.—Francis —musitó su padre levantándose.—Hola papá. —Lo saludó con un beso.—¿Cómo te sientes?—Estoy mejor. Gracias.—No creí que vendrías por mucho tiempo, ni siquiera te han quitado los puntos, ¿verdad?—Es cierto, pero me siento bien.—¿Cómo está tu esposa?—Aún no estoy casado, padre.—Pero vives con ella, ¿o no? —El joven asintió—. El papel es mera formalidad.—No para mí. Si fuera una formalidad, no me sentiría tan desesperado por el movimiento que ustedes han hecho.—¿Cuál movimiento? —Lo miró con rareza.—El amparo que han colocado.—Sabía que era una mala idea en cuanto el abogado lo propuso.—Da igual, no importa eso ahora. Mamá dijo que hablaría con el abogado, las cosas ya se complicaron de todas formas.—¿Por qu
Francis no esperó a que sus padres respondieran, se dio media vuelta y dejó el lugar. Tampoco escuchó que alguno de los dos tuviera la intención de detenerlo. Salió del hospital y se dirigió hacia su auto, donde subió y permaneció varios minutos antes de arrancar el vehículo. El teléfono sonó justo en el momento en que se detuvo un semáforo. Atendió y lo puso en altavoz, colocándolo en un portamóvil.—¡Hola mi amor! Me pasaste la dirección, pero no la hora de encuentro. Te lo pregunté, pero no me respondiste.—No vi el mensaje —espetó cortante.—¿Qué sucede? ¿Pasó algo malo?—Discutí con mis padres.—Creí que estaba todo bien.—Sí, lo estaba. Hasta que a mi madre le da la locura de hablar mal de ti.—Está bien, no te hagas problemas por eso.—No, no está bien Kim. Ellos deben respetarte, eres la madre de sus nietos. De los tres.—Lo sé —dijo triste—. Pero no puedes obligar a las personas a aceptar a gente que no le cae bien.—No eres una mujer soberbia, fría. No eres una mala persona
Kimberley aparcó el auto donde le indicó Francis y ambos bajaron del auto para ayudar a los niños a hacerlo. Luego de un delicioso almuerzo y algunos paseos por la zona, caminaron hacia la playa para poder observar el atardecer. Los niños jugaron bastante tiempo en la arena, la pareja amaba ver divertirse a los mellizos con la arena. La noche llegó muy rápido para todos porque cuando uno se divierte el tiempo pasa rápido.—Creo que es hora de regresar, ¿verdad? —indicó Francis al ver los últimos rayos de sol desaparecer.—Sí, pienso igual. Los niños deben darse un baño, comer y acostarse a dormir.—¡Mis, Ena, vamos! —Los llamó el joven.—Un ratito más —protestó Misael.—No podemos, es tarde. El sol ya se fue, y ustedes deben comer algo.—¿Podemos ir a comer una hamburguesa? —preguntó la niña.—¿Podemos mamá? —consultó el joven a Kimberley.—Claro.—¿Qué dices si nos quedamos en un hotel esta noche, y regresamos mañana a casa?—Fran, no tengo nada de los niños para cambiarlos, debes cu