Capítulo 3

El sol salió en la ciudad de Fresno, y los ojos de Dustin se abrieron cuando una de sus compañeras tocó el hombro del doctor, quien estaba descansando en su oficina. Dónde había decidido descansar en la última hora después de una larga noche de emergencias, y de esa forma poder continuar un par de horas más para ayudar al personal.

—No tienes que quedarte, tenemos el personal necesario —indicó la doctora—. Vete a descansar, que esta noche tienes una guardia doble.

—No importa, en mi casa nadie me espera. —Coqueteó el joven tomando a la doctora de la cintura—. Y este es el único momento que podemos vernos, puedo hacer horas extras.

—Dustin, debes descansar —espetó sonriente zafándose.

—¿Cuándo tienes tu próximo día libre? —inquirió el joven acercándose hacia ella.

—El fin de semana, le he cambiado el día a Zahara que me había pedido un enroque hace dos meses atrás —comentó Leila acariciando el cuello del ambo que usaba el joven.

—¿Qué te parece si nos vamos el fin de semana a Las Vegas, a divertirnos? —sugirió Dustin.

—Suena bien —exclamó la joven, y le dio un beso en la comisura de los labios—. Ahora vete a descansar.

—Luego de que me des un nuevo beso.

El joven accedió a la petición de su novia y con la mano libre la tomó del mentón para besarla, fue interrumpido cuando el altavoz nombraba una urgencia a la joven doctora. Le dio un último rápido beso y se retiró de la oficina. Dustin se apoyó sobre el borde del escritorio analizando que era una buen momento para pasar al siguiente nivel con su novia de los últimos diez años. Estaba decidido, organizaría un fin de semana para ambos y proponerlo de una forma romántica.

Se separó del escritorio y decidió seguir el consejo de la joven e irse a descansar. Cuando estuvo en su auto relajado y al salir del estacionamiento el sol golpeó sus ojos ensegueciéndolo parcialmente, tomó de la guantera sus anteojos de sol y siguió conduciendo. A los pocos metros sonó su móvil y bajó la insitencia de la llamada, decidió atender.

—¡Hola! —saludó al atender.

—Vaya, esa es la manera en que saludas a tu padre, luego de no hablarle por una semana. —Se escuchó del otro lado.

—¡Hola Padre! —Volvió a saludar—. Lo siento, estoy un poco cansado. Atendí sin ver porque estoy manejando, acabo de salir de una guardia.

—Está bien —espetó risueño.

—¿Por qué llamabas? —inquirió el joven mirando por dónde manejaba.

—Acaso un padre no puede llamar a su hijo solo para saber cómo está —indicó con molestia en su voz, le encantaba regañarlo porque sabía que el joven se enojaba más de la cuenta.

—Papá por favor —protestó molesto.

—Sabes que bromeó —Carcajeó el hombre.

—Sí, claro —musitó—. ¿Cómo está mamá? —preguntó, doblando en una esquina.

—Tu madre está bien, ya desayunamos y salió para atender su jardín.

—Envíale mis saludos —dijo el joven.

—Qué te parece si hoy al mediodía vienes a almorzar con nosotros —sugirió el hombre.

—No puedo papá, tengo guardia doble esta noche y quiero descansar —comunicó Dustin.

—¡Entiendo! —exclamó—. ¿Qué hay del fin de semana? ¿Por qué no te vienes a Santa Bárbara? Le diré a tu hermano. ¿Te has enterado que está de novio con una chica? —preguntó el hombre.

—No, no lo sabía —dijo sin interés—. Y lamento no poder estar allí el fin de semana. —Aparcó el auto en el garaje de su casa—. Pero me iré con Leila a Las Vegas, hace rato que no podemos pasar un tiempo juntos.

—Pues, vengan a pasar el fin de semana a casa, a tu madre le encantará tener la casa llena de gente.

—Lo siento, será en otra oportunidad. —Abrió la puerta de su casa e ingresó arrojando el maletín en el sofá.

—¿Estás peleado con tu hermano? —preguntó preocupado el hombre.

—No, claro que no. —Se apresuró a responder el joven, mientras subía las escaleras.

—Bueno —espetó el hombre sin convencimiento.

—Papá, quiero descansar unas horas, tengo que volver al hospital en la noche y tendré doble guardia.

—Claro, te dejaré descansar —espetó el padre—. Solo no dejes pasar mucho tiempo para dejarme saber que estás bien.

—Por supuesto —indicó el joven—. Envíale mis saludos a mamá.

—Lo haré. ¡Cuídate! —exclamó.

—Ustedes también, espero verlos pronto —espetó bostezando.

—Espero lo mismo —musitó y finalizó el llamado.

Apenas apoyó la cabeza en la almohada se quedó dormido, pero las horas de sueño le parecieron pocas cuando su despertador sonó. Se levantó adormilado y pudo ver por la ventana entrar la luz de una brillante luna, era indició de que debía regresar al hospital. Estaba adormilado cuando se levantó y un pensamiento invadió su mente. Se trataba de un sueño que no podía dilucidar bien, se dio una ducha y allí seguía, pero cada vez con más nitidez, la información iba siendo más clara y cuando estaba preparando un emparedado para comer en el camino al trabajo con su café, un nombre apareció.

Hizo memoria y supo que había soñado con la hija de una de sus pacientes, era la primera vez que le pasaba algo similar, sobre todo por el tono del sueño. Intentó recordar porque le parecía tan conocida, pero no pudo. Ese cuestionamiento lo acompañó hasta el estacionamiento del hospital. Cómo era costumbre en él, llegó antes de comenzar con su labor y al bajar de su automóvil vio que su novia lo esperaba apoyada en su camioneta. El joven se acercó y la saludó cálidamente.

—¿Tu turno no terminó hace una hora?

—Sí, pero quería verte aunque fueran unos minutos antes de que ingreses —respondió ella con una sonrisa..

—¿Cuánto llevas esperando aquí? —inquirió entre besos.

—Unos veinte minutos, pero estuve jugando en el móvil así que pasaron rápido.

—¡Oh nena! —exclamó él con cierta culpa—. Eres perfecta. Acarició su mejilla.

—Porque tú lo eres —acotó la joven—. Creo que es hora de que ingreses —informó mirando el reloj de su móvil.

—¡Lo sé! —bufó el joven con pesar.

—Piensa que el fin de semana será solo nuestro y que mañana nos veremos durante todo el día.

—Es cierto, lo había olvidado. —Le dio un beso y se apartó de ella—. Es lo único que me gusta de las guardias dobles.

—¿Quieres que mañana te traiga algo para desayunar juntos? —consultó la obstetra—. Vendré un rato antes.

—Eso suena interesante, quiero donas bañadas en chocolate. —Elevó las cejas entusiasmado.

—Es un hecho.

—Iré a fichar para comenzar a trabajar. —La tomó de la mano, le costaba dejarla ir—. ¿Tu día estuvo tranquilo?

—No tanto, pero mañana hablamos bien. —Se soltó y caminó hacia la puerta de su camioneta—. ¡Te amo! —Abrió la puerta.

—Yo también te amo —respondió él con una sonrisa—. Descansa y envíame un mensaje cuando llegues a tu apartamento.

—Lo haré —espetó ella bajando la ventanilla para luego cerrar la puerta—. Qué tengas una noche tranquila. —Le auguró la chica.

—Qué así sea —espetó haciendo el gesto de amen.

Dustin quedó viendo como la camioneta partía del estacionamiento y cuando se perdió de su campo de visión, decidió subir hacia su oficina, y la cara de la joven de sus sueños regresó nuevamente a su mente. Las primeras horas de guardia transcurrieron con tranquilidad, pero tras las tres de la madrugada un accidente vial, dejando heridos de gravedad, uno de los cuales tuvo que ser atendido por el cirujano. La misma duró más de cinco horas debido a que el joven tenía varias fracturas, incluso una expuesta, y una de las costillas había generado una hemorragia interna que si no era tratada podría terminar con su vida.

El joven cirujano estaba cansado cuando finalizó la operación y decidió retirarse un momento a su oficina para descansar. Se arrojó con todo el peso de su cuerpo sobre el mullido sofá y se quedó dormido al instante. Un suave beso sobre sus labios fue lo que lo despertó, Dustin se sobresaltó y cuando abrió los ojos vio que Leila estaba sonriendo parada a su lado.

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