Capítulo 2

—¡Buenas noches doctor! —Saludó Jennifer, porque su hermana no salía de su asombro, así que decidió presentarla—. Ella es mi hermana menor Kimberley. Nuestra madre fue internada hace unas horas, sé que el horario de visita ha pasado, pero quisiera saber si puede hacer una excepción por ella para que pueda verla unos minutos.

—Hablamos de la paciente Rose Roux, ¿correcto? —Jennifer asintió—. Disculpe que lo corroboré, pero a veces me pasan mal las fichas.

—Descuide —espetó sonriente la mujer.

—Acompañenme por aquí.

Kimberley quedó frizada en el lugar mientras ambos comenzaron a caminar. Su hermana se percató de la reacción que había tenido la menor, y luego de regresar por ella y hablarle al oído, los tres se dirigieron hacia el elevador para ir a la zona de internación. Cuando estuvieron allí, el doctor le indicó la puerta.

—Solo tiene cinco minutos, ya que debo volver a mis rondas nocturnas —comunicó mirando su reloj de muñecas—. La unidad de cuidados es un sector con muchos resguardos por eso las visitan solo duran media hora.

—Entendemos —espetó Jennifer—. Kim, vamos… entra. —Le tocó el hombro para que saliera de su ensimismamiento.

—De acuerdo, me apresuraré.

La joven no tardó más de tres minutos en estar de nuevo fuera, Dustin lo controlaba en su reloj. Y cuando se dio un sentido abrazo con su hermana, el joven doctor entendió el motivo. No era fácil para ella, esa situación. Nunca lo era para nadie.

—Si quiere puedo darle unos minutos más a solas con su madre —sugirió el doctor.

—No, está bien. Prefiero volver mañana —habló por primera vez la joven.

—Por supuesto —indicó el hombre—. Bajemos entonces.

—Doctor, quiero saber si se pondrá bien.

—No conozco su cuadro, pero podemos acercarnos a recepción para que me brinden su historial y pueda comentarle el panorama a ambas.

Luego de que el doctor Galanis le leyera el estado de su madre y les indicara a las jóvenes ir a descansar hasta el siguiente día. Decidieron abandonar el lugar en sus respectivos vehículos. La mente de Kimberley se había clavado en un solo pensamiento. ¿Quién era aquel hombre?

Lo único que la quitó de su ensimismamiento fueron dos suaves voces llegando a su oídos cuando abrió la puerta de entrada.

—¡Mami! —escuchó a ambos al unísono.

—Mis pequeños terremotos —. Se arrodilló para abrazarlos con efusividad—. ¿Cómo les ha ido durante el día? —preguntó al oído de sus hijos aferrándose a sus pequeños cuerpos.

—¡Muy bien! —respondieron a dúo.

—Hoy hicimos un dibujo en clase —comentó Misael cuando ella los apartó para verlos a los ojos.

—¿Por qué lloras mami? —preguntó la pequeña al ver una lágrima en el ojo izquierdo de su madre.

—Les cuento en un momento. —Se levantó—. Debo hablar con Amber primero. Vean un rato más dibujos en la televisión.

—¡Sííí! —exclamaron los niños al unísono y salieron corriendo hacia la sala.

—¿Cómo está su madre? —preguntó la chica cuando estuvieron solas.

—Pude verla solo tres minutos, se encuentra en la unidad de cuidados intensivos. —La joven se cruzó de brazos—. Sé que mañana es sábado, pero necesitaría que te vengas a quedar unas horas con ellos para poder ir a ver a mi madre. Claro, si no tienes planes —Se apresuró a decir.

—Por supuesto señora, no habrá problema.

—Ya te he dicho que no me digas señora, me haces sentir vieja —espetó con una sonrisa en su rostro.

—Tienes razón, Kimberley. —acotó sonrojada—. Puedo venir, no se preocupe. ¿A qué hora? —preguntó la joven.

—Sí estás aquí a las nueve, será perfecto. Prometo estar de vuelta al mediodía.

—Bien, estaré a esa hora —comentó la joven.

—Llámame cuando llegues a tu casa —ordenó Kimberley. La chica asintió y la acompañó hasta la puerta—. ¿En mi ausencia dejaron algún recado?

—Solo llamó Francis, porque no pudo comunicarse a su móvil —respondió la chica—. Los niños ya comieron y están bañados.

—Muchas gracias por todo, y te espero mañana. —La chica comenzó a caminar hacia la acera—. No olvides de llamarme o enviarme un mensaje cuando llegues —espetó con tono maternal.

Amber se perdió en la calle y la joven cerró la puerta cuando su niño la llamó.

—¡Mami! —espetó Misael.

—Aquí estoy —comunicó ella—. ¿Quién quiere un abrazo oso de mami? —inquirió la joven ingresando a la sala.

—¡Yo! —exclamaron ambos casi al unísono.

—Cómo los extrañé, mis enanos bellos —exclamó la mujer abrazándolos a la misma vez.

—También te extrañé mami —espetó Siena dulcemente.

—¿Y tú mi guerrero? —Le preguntó al niño, quien asintió con su cabeza en señal de que también lo había hecho—. Mami tienes que contarle algo que es un poco triste.

—¿Qué es mami? —preguntó la niña.

—Siéntense en el sofá. —Los chicos obedecieron—. Hoy la abuela Rose fue al mercado para hacer una compra y se lastimó. —Los niños se taparon la boca sorprendidos.

—¿Qué le pasó? —preguntó la niña.

—Se desmayó, ella está bien. No está lastimada, pero aún no despierta, está internada en un hospital.

—¿Se va a despertar? —inquirió Siena.

—Claro que sí, la abuela es fuerte y volverá a abrir los ojos para jugar con ustedes cómo lo hizo en el pasado.

—¿Está enferma? —preguntó tímidamente el niño.

—No lo sabemos aún, los doctores están revisándola para saber si tiene algo. —A los niños se les anegaron los ojos de lágrimas por ver a su mamá llorando—. ¿Pero verdad que ustedes le mandaran toda su buena energía para que se cure?

—Sí, mami —musitó Misael asintiendo con la cabeza.

—Yo haré un dibujo para que se lo lleves a la abuela —comentó Siena.

—¡De acuerdo! Pero ahora deben ir a la cama a descansar. —La joven se levantó.

—Un rato más —pidió Siena.

—Sí, mami solo un rato más —suplicó el niño.

—De acuerdo —Kimberley no se pudo resistir cuando los niños hicieron ojitos—. Haré un llamado en el escritorio, y luego iremos a dormir. —Los niños asintieron—. Es más, por esta noche dormirán con mami en la cama grande. ¿Qué dicen?

—Sí —festejaron los niños alzando sus brazos por sobre sus cabezas, felices por la noticia.

—Muy bien, vuelvo en unos minutos. No hagan nada más que ver dibujitos, no se muevan de aquí —ordenó la joven y los niños asintieron.

Kimberley caminó quitándose los zapatos hacia el escritorio para poder hablar tranquila con Francis, cerró la puerta y se arrojó a lo largo, sobre el sofá. Marcó el número y esperó a que atendiera.

—Hola mi amor —respondió del otro lado un joven de cabellos rubios y ojos claros.

—Hola Fran —espetó ella conteniendo el llanto—. ¿Cómo estás?

—Muy bien, extrañándote. —Le arrojó un beso—. ¿Cómo te ha ido en la reunión? ¿Era lo que suponías?

—Sí. —Sonrió vagamente—. Me ascendieron a gerente general.

—¿Qué sucede? ¿No era lo que tanto anhelabas? —indagó el joven.

—Sí, sí. —La joven estalló en un llanto angustiado.

—¿Qué sucede mi amor? —inquirió Francis—. ¿Pasó algo con los niños? —Ella negó.

—Mi madre sufrió una descompensación está tarde, y se encuentra internada en cuidados intensivos. No saben que tienen, los doctores han hecho varios estudios y recién mañana estarán los resultados, algunos recién el lunes. —Secó las lágrimas que le nublaban la vista.

—¡Ay cielo! ¡Cuánto lo siento! —indicó apenado el joven—. ¿Quieres que vaya a tu casa?

—No, está bien. Está noche dormiré con los niños, pero si mañana me pasas a buscar a las nueve, estará bien. No quiero ir sola.

—Por supuesto —indicó el joven.

—Estoy cansada y quiero dormir. No te molesta si hablamos mañana.

—Claro que no —espetó Francis—. Ve con tus niños a descansar, mañana cuando salga de casa te envío un mensaje para que estés lista.

—¡De acuerdo! —musitó la chica.

Kimberley le dio un beso a la pantalla y finalizó el llamado, con su cuestionamiento en el interior. ¿Quién era el doctor Galanis?

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo