A la mañana siguiente Kimberley giró su cabeza hacia el lado donde se encontraba Francis, luego de que sonara la alarma. Una sonrisa amplia se escapó de sus labios por lo plena que se sentía que todo estuviera saliendo tan bien en su vida, estuvo varios minutos así que fue descubierta por el joven cuando abrió sus párpados, el gesto de la joven lo contagió.
—¡Buenos días! —musitó con voz ronca.
—¡Buen día! —Saludó acariciando la mejilla de su prometido.
—¿Siempre será así? —inquirió el joven lamiendo sus labios.
—¿A qué te refieres? —Sonrió d
La situación se tornó tensa, los niños estaban escondidos detrás de su madre, y ella sintió que no podía respirar hasta que sintió el agarre de él en señal de contención. Él silencio reinaba en el lugar y solo habían miradas de reproche, sobre todo de parte de su madre. Fue su hermano Dustin quien al reconocer a la joven, rompió el silencio.—Hola, Kimberley —saludó amablemente el hombre—. Nunca imaginé que éramos familia.—¿La conoces? —preguntó Francis confundido.—Seré quien opere a su madre, nos conocimos en la primera noche de internación de su madre. —Se giró hacia ella—. Ahora entiendo porque me veías raro. &md
Antes de salir de San Diego cumplieron la promesa a los pequeños y fueron por el helado que ninguno de los dos pudo terminarlo. Tocó a los adultos hacerlo.Tras una hora y media de viaje los mellizos se durmieron. Kimberley le pidió que se detuviera unos minutos para poder taparlos con un cobertor, así no tenían frío. Cuando volvió a subir se dispuso a poner un poco de música suave para que los acompañara en el viaje, antes de salir a la ruta pasaron por un drugstore y compraron algunos dulces y snack para comer. De acuerdo al tiempo que habían estimado iban a llegar a Fresno a la medianoche. Con tiempo cronometrado llegaron justo diez minutos antes de la hora pensada.El joven le sonrió a Kimberley
Francis quitó la camisa que tenía puesta Kimberley, desabrochando botón por botón, deslizó la tela por sus hombros y se dispuso a besarlos. Sentir la tersa piel de su prometida lo excitaba más que nada. Ella desabrochó las mangas y se quitó la prenda arrojándola hacia el suelo. Él pasó las manos hacia atrás y tomó los broches del sostén para quitarlo, amaba deleitarse mirando a la mujer.Las manos de la joven descendieron en forma de caricia hasta el final de la camisa que tenía puesta él y desató el cinturón para poder quitarla de adentro del pantalón negro que usaba Francis, las manos de él pasaron de la cintura de la joven a sus pechos, los acarició con intensidad haciendo que los pezones de la joven se excitaran. Ambos se sonrieron mirándose a los ojo
Kimberley bajó las escaleras de prisa y cuando llegó al piso inferior le envió un mensaje a su hermana para responder el audio que le había enviado. Tomó las llaves del auto del recipiente central de la sala donde las había dejado la noche anterior, y se precipitó hacia el garaje para sacar su auto.Diez minutos después se encontraba conduciendo en dirección al hospital donde su madre se encontraba internada. La salud de la mujer la tenía muy alterada, había sido una semana intensa, con muchos eventos importantes, algunos bonitos y otros no tan positivos y sintió que la vida la estaba llevando por delante. Las lágrimas volvieron a aparecer en sus ojos y se agolparon en el párpado inferior. Se resistió a dejarlas salir, pero llegó un momento que el pestañeo que hizo provocó que algunas abandonaran sus cuencas.Soltó el volante por un momento y las secó, se miró en el espejo retrovisor al detenerse en un semáforo para corroborar que el maquillaje no se le hubiera corrido. Quería parar,
—Le pido que se quedé aquí, atenderán a su madre y le avisaremos cualquier eventualidad —espetó la enfermera y volvió a ingresar a la sala. Desde ese momento pasaron cuarenta minutos hasta que lograron estabilizar a la madre, pero recomendaron que no hubiera nadie en la habitación, y que no podría tener visitas. Kimberley se dispuso a llamar a Francis para avisarle de la novedad. —Hola mi cielo —respondió el joven desde el otro lado de la línea. —Hola Fran —musitó la joven entre lágrimas. —¿Qué pasó? —preguntó preocupado, cambiando completamente su actitud. —Mi mamá sufrió un paro cardiorespiratorio, pudieron restablecer sus signos vitales, pero me han sacado y no dejan que nadie entre. —Sorbió las lágrimas—. Quería avisarte que no vengas con los niños, yo hablaré con mi hermana, y ni bien sepa algo más iré a casa. —No quieres que vaya para hacerte compañía, puedo llamar a Amber para que se quede una hora con los niños —consultó. —No, no hace falta. Es el día de descanso de Amb
—Oye, casi me agarras la mano —vociferó ofuscado.—¿A dónde crees que vas? —inquirió el joven interponiéndose entre él y el auto.—A mi casa, a donde más —respondió intentando apartar a su hermano.—No puedes irte en un momento cómo este, Kimberley te necesita —retrucó Dustin.—Ella lo que necesita es espacio —comentó el joven—. Ahora deja que me vaya.—No Francis, ella te necesita. No ves que está pasando por un momento delicado.—Tú no sabes nada de mi vida. —Lo apuntó con el índice—. Más de lo que he hecho no puedo hacer, si está en plan de niña caprichosa, la dejaré sola. Cuando se le pase, hablaremos. Ahora correte —ordenó Francis.—No cambias más —espetó su hermano rendido alejándose de la puerta—. Eres el mismo egoísta de siempre. —Metió las manos en los bolsillos de su bata y aleteó levemente.—Claro que no soy egoísta. —Giró sobre su eje y enfrentó a su hermano—. Tú no sabes nada sobre mi relación con Kimberley.—Apenas me entero de que estabas con alguien, si nunca hablas. P
Eran cerca de las diez de la mañana, y Kimberley no había dormido en toda la noche, sus ojos lo indicaban con nitidez. Hacía media hora que su madre había ingresado en cirugía. Sus pasos marcan una línea, aunque un tanto curva porque caminaba de un lado al otro por los últimos quince minutos. —¿Cuándo tendremos noticias? —inquirió a su hermana sin dejar de caminar. —El doctor dijo que era una operación complicada, Kim —comunicó la hermana. —Mi amor, tranquila. Está en manos de uno de los mejores cirujanos de toda California. —No dudo de tu hermano —espetó la joven dejando de caminar—. Es que la espera me mata. —Ya dijo Dustin, que mínimo tardarían unas cuatro o cinco horas, y a tu madre no ibas a poder verla por unas cua
—¿Por qué haces todo tan difícil? —inquirió la joven de repente. —¡Disculpa! —espetó el joven confundido. —Cuestionas lo que hago con mis hijos, quieres imponer tus ideas y que se haga lo que tú quieres —acotó con la voz cortada. —¿De qué estás hablando Kimberley? —Parpadeó aturdido. —Estás ilusionando a los niños con que seremos una familia, que finalmente tendrán un padre, y yo ni siquiera estoy segura de que quiera casarme. —¿Cómo? —inquirió perplejo—. ¿Cómo que no quieres casarte? —Sí, no estoy segura de ser la mujer que tu necesites —comentó con los ojos llenos de lágrimas. —Sé que estás estresada por lo de tu madre —indicó