—Le pido que se quedé aquí, atenderán a su madre y le avisaremos cualquier eventualidad —espetó la enfermera y volvió a ingresar a la sala. Desde ese momento pasaron cuarenta minutos hasta que lograron estabilizar a la madre, pero recomendaron que no hubiera nadie en la habitación, y que no podría tener visitas. Kimberley se dispuso a llamar a Francis para avisarle de la novedad. —Hola mi cielo —respondió el joven desde el otro lado de la línea. —Hola Fran —musitó la joven entre lágrimas. —¿Qué pasó? —preguntó preocupado, cambiando completamente su actitud. —Mi mamá sufrió un paro cardiorespiratorio, pudieron restablecer sus signos vitales, pero me han sacado y no dejan que nadie entre. —Sorbió las lágrimas—. Quería avisarte que no vengas con los niños, yo hablaré con mi hermana, y ni bien sepa algo más iré a casa. —No quieres que vaya para hacerte compañía, puedo llamar a Amber para que se quede una hora con los niños —consultó. —No, no hace falta. Es el día de descanso de Amb
—Oye, casi me agarras la mano —vociferó ofuscado.—¿A dónde crees que vas? —inquirió el joven interponiéndose entre él y el auto.—A mi casa, a donde más —respondió intentando apartar a su hermano.—No puedes irte en un momento cómo este, Kimberley te necesita —retrucó Dustin.—Ella lo que necesita es espacio —comentó el joven—. Ahora deja que me vaya.—No Francis, ella te necesita. No ves que está pasando por un momento delicado.—Tú no sabes nada de mi vida. —Lo apuntó con el índice—. Más de lo que he hecho no puedo hacer, si está en plan de niña caprichosa, la dejaré sola. Cuando se le pase, hablaremos. Ahora correte —ordenó Francis.—No cambias más —espetó su hermano rendido alejándose de la puerta—. Eres el mismo egoísta de siempre. —Metió las manos en los bolsillos de su bata y aleteó levemente.—Claro que no soy egoísta. —Giró sobre su eje y enfrentó a su hermano—. Tú no sabes nada sobre mi relación con Kimberley.—Apenas me entero de que estabas con alguien, si nunca hablas. P
Eran cerca de las diez de la mañana, y Kimberley no había dormido en toda la noche, sus ojos lo indicaban con nitidez. Hacía media hora que su madre había ingresado en cirugía. Sus pasos marcan una línea, aunque un tanto curva porque caminaba de un lado al otro por los últimos quince minutos. —¿Cuándo tendremos noticias? —inquirió a su hermana sin dejar de caminar. —El doctor dijo que era una operación complicada, Kim —comunicó la hermana. —Mi amor, tranquila. Está en manos de uno de los mejores cirujanos de toda California. —No dudo de tu hermano —espetó la joven dejando de caminar—. Es que la espera me mata. —Ya dijo Dustin, que mínimo tardarían unas cuatro o cinco horas, y a tu madre no ibas a poder verla por unas cua
—¿Por qué haces todo tan difícil? —inquirió la joven de repente. —¡Disculpa! —espetó el joven confundido. —Cuestionas lo que hago con mis hijos, quieres imponer tus ideas y que se haga lo que tú quieres —acotó con la voz cortada. —¿De qué estás hablando Kimberley? —Parpadeó aturdido. —Estás ilusionando a los niños con que seremos una familia, que finalmente tendrán un padre, y yo ni siquiera estoy segura de que quiera casarme. —¿Cómo? —inquirió perplejo—. ¿Cómo que no quieres casarte? —Sí, no estoy segura de ser la mujer que tu necesites —comentó con los ojos llenos de lágrimas. —Sé que estás estresada por lo de tu madre —indicó
Fue lo que colocó la joven en el mensaje de texto y lo envió luego de titubear unos instantes. Quedó con su mirada clavada en el móvil, tras varios segundos que parecieron eternos, vio que el joven estaba en línea. Segundos después apareció en el estado que el joven estaba escribiendo hasta que apareció el mensaje en su pantalla. —Hola Kim. —Acompañó con una carita sonriente—. ¡Qué sorpresa recibir tu mensaje! Claro que podemos hablar, y ¿cómo estoy? Siendo sincero, extrañándote. —Colocó una carita apenada. —¿Me llamas? —preguntó la joven. —No sería mejor si voy a tu casa para hablar —respondió el joven. —Creo que sí. —Le escribió dubitativa. —Estaré en veinte minutos —acotó el joven. Kimberley ayudó a su madre a bajar escalón por escalón, lo hicieron de manera lenta y pausada. Cuando llegaron al piso inferior al pie de las escaleras, se encontraba Francis sosteniendo las pizzas, se había quedado allí cuando las vio bajar.El joven sonrió a ambas mujeres, y saludó a la mayor con cuidado.—¡Qué bueno verte! —comunicó Rose.—Se la ve muy bien, señora Roux. Me alegra que esté recuperándose con rapidez.—Eso parece, aunque aún me siento un poco débil —indicó la mujer.—Es lógico, ha sido una gran operación —comentó el joven.Capítulo 17
Dustin se encontraba lejos del hospital, de la rutina y de sus padres taladrando su cabeza con que se casara y formara una familia. Luego del fin de semana de locura que pasó con sus padres, se juró que los visitaría lo menos posible. La frustración que experimentó al volver a su hogar, nunca la había sentido, incluso su novia se había percatado de ello. Tenía una menta en su boca, llevaba una semana sin saber nada de su hermano, ni su prometida. Se preguntaba porque le era tan familiar. Sintió unas cálidas manos atravesar por debajo de sus axilas hacia delante y terminar sobre su pecho cruzadas. Leila apoyó su cabeza sobre el hombro del joven, y le dio un beso en el cuello. —¿En qué piensas? —indagó la joven. —En muchas cosas aburridas y que solo arruinarán el momento. —Sujetó con fuerza los brazos de la joven y
El día pasó rápido para la pareja, desayunaron como habían previsto, y el resto del día lo pasaron fuera del hotel dónde regresaron para recoger sus bolsos y tomar el vuelo que los llevaría de vuelta a la rutina. Durante el viaje Dustin fantaseó con dejar California, pedir el pase para otro hospital y comenzar una nueva vida junto a su futura esposa. El vuelo descendió junto con el sol, habían tomado el último horario que quedaba para poder disfrutar al máximo la estadía, y por la diferencia horaria entre cada costa, los jóvenes pudieron ver dos veces el mismo atardecer, aunque los colores no eran iguales, ni siquiera el clima se sentía igual. Al salir del aeropuerto, tomaron un taxi y viajaron hacia el apartamento del joven. —¡Hogar dulce hogar! —exclamó el joven al cruzar la puerta de su casa.