Kimberley ayudó a su madre a bajar escalón por escalón, lo hicieron de manera lenta y pausada. Cuando llegaron al piso inferior al pie de las escaleras, se encontraba Francis sosteniendo las pizzas, se había quedado allí cuando las vio bajar.
El joven sonrió a ambas mujeres, y saludó a la mayor con cuidado.
—¡Qué bueno verte! —comunicó Rose.
—Se la ve muy bien, señora Roux. Me alegra que esté recuperándose con rapidez.
—Eso parece, aunque aún me siento un poco débil —indicó la mujer.
—Es lógico, ha sido una gran operación —comentó el joven.
Dustin se encontraba lejos del hospital, de la rutina y de sus padres taladrando su cabeza con que se casara y formara una familia. Luego del fin de semana de locura que pasó con sus padres, se juró que los visitaría lo menos posible. La frustración que experimentó al volver a su hogar, nunca la había sentido, incluso su novia se había percatado de ello. Tenía una menta en su boca, llevaba una semana sin saber nada de su hermano, ni su prometida. Se preguntaba porque le era tan familiar. Sintió unas cálidas manos atravesar por debajo de sus axilas hacia delante y terminar sobre su pecho cruzadas. Leila apoyó su cabeza sobre el hombro del joven, y le dio un beso en el cuello. —¿En qué piensas? —indagó la joven. —En muchas cosas aburridas y que solo arruinarán el momento. —Sujetó con fuerza los brazos de la joven y
El día pasó rápido para la pareja, desayunaron como habían previsto, y el resto del día lo pasaron fuera del hotel dónde regresaron para recoger sus bolsos y tomar el vuelo que los llevaría de vuelta a la rutina. Durante el viaje Dustin fantaseó con dejar California, pedir el pase para otro hospital y comenzar una nueva vida junto a su futura esposa. El vuelo descendió junto con el sol, habían tomado el último horario que quedaba para poder disfrutar al máximo la estadía, y por la diferencia horaria entre cada costa, los jóvenes pudieron ver dos veces el mismo atardecer, aunque los colores no eran iguales, ni siquiera el clima se sentía igual. Al salir del aeropuerto, tomaron un taxi y viajaron hacia el apartamento del joven. —¡Hogar dulce hogar! —exclamó el joven al cruzar la puerta de su casa.
Francis ingresó nuevamente en la casa al escuchar a los niños discutir por algo que no supo muy bien, hasta que pudo llegar a la sala y se dio cuenta de que era el control remoto. Tironeaban cada uno de una punta con sus pequeñas manitos. Cruzó los brazos sobre el pecho y chistó a los mellizos que se dieron vuelta enseguida dejando de pelear. —¿Qué sucede? —preguntó con cariño. —No me deja el control remoto —chilló la pequeña. —¿Para qué quieres el control? —inquirió Francis. —Porque quiero ver mis dibus favoritos —protestó la niña—. Y él no me deja. —Sus dibujitos apestan —retrucó el pequeño y Francis tuvo que taparse la boca para no reírse. —¡Oye! —regañó su madre bajando
La semana de actividades comenzó para los dos por igual, solo que la tarea de cuidar a los pequeños se la dividieron, Francis estaba un poco más cansado de costumbre, pero Kimberley le explicó que era falta de práctica de estar con los mellizos. Él supo lo agotador que había sido para la joven estar con niños con tanta energía sola, durante cinco años. Pero no podía quejarse, los amaba. Eran dos encantos cómo él los definía. Fue una semana difícil para la joven entre actividades agobiantes en su nuevo puesto de trabajo, los niños y su madre, agradeció tener personas que la ayudaran cómo Amber, su prometido y su hermana, quién también tenía sus propios deberes. A mitad de semana su madre fue a la cita de rutina y al encontrarse todo perfecto, le quitaron los puntos. Se quedó un día más en la casa de su hija, y luego regresó a su hogar. Kimberley sintió la falta de su madre, pero sin duda se sentía aliviada
Escuchó el gritó de la pequeña que provenía del fondo de la casa y unos segundos después apareció su pequeño cuerpo corriendo por toda la sala, seguida de su hermano, ambos con los brazos abiertos para recibir a su progenitora, saludó a Amber que vio la escena de lejos e ingresó a la cocina. La chica se encontraba agachada con todo el peso de su cuerpo apoyado solo en la punta de los pies. La efusividad con la que sus pequeños la abrazaron hicieron que Kimberley terminará sentada de trasero sobre el suelo, y comenzara a reír, algo que contagió a los pequeños. —¿Estás bien? —preguntó consternada la niña. —Sí claro, las pompis de mami hicieron de colchón —espetó la joven riendo. —¡Te extrañé mami! —dijo el niño abrazándola más fuerte. —¡Aw, mi pequeño! Mami también te
Cuando los pequeños terminaron su cena, Kimberley le dio el dulce que había llevado para ellos y los llevó hasta la habitación de ella para que pudieran ver dibujitos tranquilos, mientras comían chocolate. Les dejó ver el juguete de regalo que traía y luego se llevó todo para que no hubieran accidentes innecesarios. Al regresar a la cocina, Francis estaba descorchando un vino tinto dulce para acompañar la carne. Ella sonrió al verlo y se acercó para darle el beso que tanto quería desde que lo había visto en la tarde. —Antes que llegue tu hermano quería contarte unas novedades —espetó abrazándolo. —¿Cuáles novedades? —preguntó el joven. —Esta tarde cuando te fuiste del trabajo, me tomé un tiempo más para ver más ideas, y vi los salones de fiesta. Concerte cita con tre
Dustin la condujo hasta la sala de emergencias para averiguar qué había sucedido con su madre, en el camino le indicó que no podría estar mucho tiempo porque tenía una nueva operación. Llegaron al lugar y el médico se comunicó con los doctores de guardia para saber, mientras el hombre hablaba, Kimberley vio a su hermana hecha un mar de lágrimas acercándose.La mujer no pudo hacer más que abrazar sin consuelo a su hermana, la joven vio confundida cómo Dustin hablaba con un compañero y cambiaba su expresión por completo, en el mismo momento en que Jennifer le decía al oído que su madre había fallecido. Los músculos de la joven se aflojaron todos y sintió que su cuerpo se desplomaba en el suelo, si no fuera porque su hermana alcanzó a sujetarla, mientras pedía ayuda.Vio que Dustin corría hacia ella en cámara lenta, antes de cerrar los ojos y perder la consciencia completamente. El médico pidió con urgencia una camilla para llevarla a un lugar más privado y poder tomar sus signos vitales
Siena corrió para regresar tomada de la mano con su hermano. Kimberley los esperó a mitad de la escalera y los ayudó a bajar, ambos lucían sus pijamas y estaban descalzos.—Quiero mi jugo —reiteró la pequeña.—Ahora te lo doy —indicó la madre y los tomó a cada uno de la mano—. Antes quiero presentarles a dos personas.—¿Quiénes mami? —inquirió el niño bajando las escaleras para acercarse a la pareja.—Ellos son Leila y Dustin —mencionó la madre.—No, mami ese es papi Francis —retrucó la niña.—Yo estoy aqu&