Eran cerca de las diez de la mañana, y Kimberley no había dormido en toda la noche, sus ojos lo indicaban con nitidez. Hacía media hora que su madre había ingresado en cirugía. Sus pasos marcan una línea, aunque un tanto curva porque caminaba de un lado al otro por los últimos quince minutos.
—¿Cuándo tendremos noticias? —inquirió a su hermana sin dejar de caminar.
—El doctor dijo que era una operación complicada, Kim —comunicó la hermana.
—Mi amor, tranquila. Está en manos de uno de los mejores cirujanos de toda California.
—No dudo de tu hermano —espetó la joven dejando de caminar—. Es que la espera me mata.
—Ya dijo Dustin, que mínimo tardarían unas cuatro o cinco horas, y a tu madre no ibas a poder verla por unas cua
—¿Por qué haces todo tan difícil? —inquirió la joven de repente. —¡Disculpa! —espetó el joven confundido. —Cuestionas lo que hago con mis hijos, quieres imponer tus ideas y que se haga lo que tú quieres —acotó con la voz cortada. —¿De qué estás hablando Kimberley? —Parpadeó aturdido. —Estás ilusionando a los niños con que seremos una familia, que finalmente tendrán un padre, y yo ni siquiera estoy segura de que quiera casarme. —¿Cómo? —inquirió perplejo—. ¿Cómo que no quieres casarte? —Sí, no estoy segura de ser la mujer que tu necesites —comentó con los ojos llenos de lágrimas. —Sé que estás estresada por lo de tu madre —indicó
Fue lo que colocó la joven en el mensaje de texto y lo envió luego de titubear unos instantes. Quedó con su mirada clavada en el móvil, tras varios segundos que parecieron eternos, vio que el joven estaba en línea. Segundos después apareció en el estado que el joven estaba escribiendo hasta que apareció el mensaje en su pantalla. —Hola Kim. —Acompañó con una carita sonriente—. ¡Qué sorpresa recibir tu mensaje! Claro que podemos hablar, y ¿cómo estoy? Siendo sincero, extrañándote. —Colocó una carita apenada. —¿Me llamas? —preguntó la joven. —No sería mejor si voy a tu casa para hablar —respondió el joven. —Creo que sí. —Le escribió dubitativa. —Estaré en veinte minutos —acotó el joven. Kimberley ayudó a su madre a bajar escalón por escalón, lo hicieron de manera lenta y pausada. Cuando llegaron al piso inferior al pie de las escaleras, se encontraba Francis sosteniendo las pizzas, se había quedado allí cuando las vio bajar.El joven sonrió a ambas mujeres, y saludó a la mayor con cuidado.—¡Qué bueno verte! —comunicó Rose.—Se la ve muy bien, señora Roux. Me alegra que esté recuperándose con rapidez.—Eso parece, aunque aún me siento un poco débil —indicó la mujer.—Es lógico, ha sido una gran operación —comentó el joven.Capítulo 17
Dustin se encontraba lejos del hospital, de la rutina y de sus padres taladrando su cabeza con que se casara y formara una familia. Luego del fin de semana de locura que pasó con sus padres, se juró que los visitaría lo menos posible. La frustración que experimentó al volver a su hogar, nunca la había sentido, incluso su novia se había percatado de ello. Tenía una menta en su boca, llevaba una semana sin saber nada de su hermano, ni su prometida. Se preguntaba porque le era tan familiar. Sintió unas cálidas manos atravesar por debajo de sus axilas hacia delante y terminar sobre su pecho cruzadas. Leila apoyó su cabeza sobre el hombro del joven, y le dio un beso en el cuello. —¿En qué piensas? —indagó la joven. —En muchas cosas aburridas y que solo arruinarán el momento. —Sujetó con fuerza los brazos de la joven y
El día pasó rápido para la pareja, desayunaron como habían previsto, y el resto del día lo pasaron fuera del hotel dónde regresaron para recoger sus bolsos y tomar el vuelo que los llevaría de vuelta a la rutina. Durante el viaje Dustin fantaseó con dejar California, pedir el pase para otro hospital y comenzar una nueva vida junto a su futura esposa. El vuelo descendió junto con el sol, habían tomado el último horario que quedaba para poder disfrutar al máximo la estadía, y por la diferencia horaria entre cada costa, los jóvenes pudieron ver dos veces el mismo atardecer, aunque los colores no eran iguales, ni siquiera el clima se sentía igual. Al salir del aeropuerto, tomaron un taxi y viajaron hacia el apartamento del joven. —¡Hogar dulce hogar! —exclamó el joven al cruzar la puerta de su casa.
Francis ingresó nuevamente en la casa al escuchar a los niños discutir por algo que no supo muy bien, hasta que pudo llegar a la sala y se dio cuenta de que era el control remoto. Tironeaban cada uno de una punta con sus pequeñas manitos. Cruzó los brazos sobre el pecho y chistó a los mellizos que se dieron vuelta enseguida dejando de pelear. —¿Qué sucede? —preguntó con cariño. —No me deja el control remoto —chilló la pequeña. —¿Para qué quieres el control? —inquirió Francis. —Porque quiero ver mis dibus favoritos —protestó la niña—. Y él no me deja. —Sus dibujitos apestan —retrucó el pequeño y Francis tuvo que taparse la boca para no reírse. —¡Oye! —regañó su madre bajando
La semana de actividades comenzó para los dos por igual, solo que la tarea de cuidar a los pequeños se la dividieron, Francis estaba un poco más cansado de costumbre, pero Kimberley le explicó que era falta de práctica de estar con los mellizos. Él supo lo agotador que había sido para la joven estar con niños con tanta energía sola, durante cinco años. Pero no podía quejarse, los amaba. Eran dos encantos cómo él los definía. Fue una semana difícil para la joven entre actividades agobiantes en su nuevo puesto de trabajo, los niños y su madre, agradeció tener personas que la ayudaran cómo Amber, su prometido y su hermana, quién también tenía sus propios deberes. A mitad de semana su madre fue a la cita de rutina y al encontrarse todo perfecto, le quitaron los puntos. Se quedó un día más en la casa de su hija, y luego regresó a su hogar. Kimberley sintió la falta de su madre, pero sin duda se sentía aliviada
Escuchó el gritó de la pequeña que provenía del fondo de la casa y unos segundos después apareció su pequeño cuerpo corriendo por toda la sala, seguida de su hermano, ambos con los brazos abiertos para recibir a su progenitora, saludó a Amber que vio la escena de lejos e ingresó a la cocina. La chica se encontraba agachada con todo el peso de su cuerpo apoyado solo en la punta de los pies. La efusividad con la que sus pequeños la abrazaron hicieron que Kimberley terminará sentada de trasero sobre el suelo, y comenzara a reír, algo que contagió a los pequeños. —¿Estás bien? —preguntó consternada la niña. —Sí claro, las pompis de mami hicieron de colchón —espetó la joven riendo. —¡Te extrañé mami! —dijo el niño abrazándola más fuerte. —¡Aw, mi pequeño! Mami también te