¿Qué tan difícil puede ser salir con alguien que conociste a través de una pantalla? Spoiler: ¡no tengo idea!
∘◦❁◦∘ ═══ ∘◦❁◦∘ ═══ ∘◦❁◦∘ Con el corazón latiendo rápido, deslicé el dedo por la pantalla de mi teléfono para abrir el mensaje. "Hola, Emma," comenzaba el mensaje. "Tu perfil me llamó la atención y me pareció muy interesante. Me encantaría conocerte y ver si podemos ayudarnos mutuamente. ¿Qué te parece tomar un café?" Una sonrisa se extendió por mi rostro mientras leía el mensaje una y otra vez. Era emocionante y, al mismo tiempo, un poco aterrador. ¿Quién era esta persona? ¿Sería realmente el compañero de boda ideal que estaba buscando o sería un asesino en serie? Una pequeña descarga de nervios recorrió mi cuerpo, vamos, Emma no puedes estar tan emocionada por un mensaje de un completo extraño, ¿verdad? le dije a la nada, aunque mi estómago rebotaba como si hubiera bebido tres espressos dobles. El mensaje parpadeaba en la pantalla de mi teléfono, cada palabra resonaba en mi mente mientras intentaba procesar lo que acababa de suceder. ¿Un café? ¿Con un desconocido que había encontrado en una aplicación de citas en línea? La idea era emocionante pero también inquietante. ¿Qué tan seguro sería conocer a alguien así? Sin embargo, mi curiosidad y la necesidad de encontrar un acompañante para la boda de Rachel superaban mis dudas. Decidida a enfrentar mis miedos, respondí al mensaje con un toque de emoción. ¡Claro, me encantaría! ¿Dónde y cuándo nos vemos? La respuesta no tardó en llegar. "Genial, ¿qué tal si nos encontramos mañana por la tarde en el café del centro a las 4 pm?" "Perfecto," respondí rápidamente, sintiendo una mezcla de nervios y anticipación. Había dado el primer paso para encontrar un acompañante para la boda, y estaba emocionada por ver lo qué pasaría. Después de enviar el mensaje, dejé mi teléfono a un lado y me recosté en el sofá, perdida en mis pensamientos. La idea de encontrarme con un extraño me llenaba de emociones encontradas: nerviosismo, emoción, ansiedad. ¿Cómo sería esta persona? ¿Qué debería esperar de esta cita? La noche pasó lentamente mientras mi mente daba vueltas, imaginando posibles escenarios y conversaciones. Me preguntaba qué tipo de persona respondería a un perfil como el mío y qué tan bien nos llevaríamos en persona. …… Desperté con el sonido irritante del despertador, abrí un ojo, luego el otro y, como siempre, me quedé cinco minutos más pegada a las sábanas, preguntándome por qué no nací millonaria y sin preocupaciones. La luz del sol se filtraba por las cortinas, pero mi cerebro seguía en modo zombie. Me levanté arrastrando los pies como si tuviera ladrillos atados a los tobillos y fui directo a la cocina en busca de mi elixir de vida. Puse la cafetera a trabajar mientras me recargaba contra la encimera, tratando de encontrar fuerzas para enfrentar el día. El aroma del café recién hecho empezó a despejar un poco la neblina en mi cabeza, pero no lo suficiente como para olvidar la razón de mis nervios. El café no fue más que una excusa para dejar de pensar en la boda de rach y en el encuentro con tom. Tom, mi ex, el infiel, el hombre que decidió que su cumpleaños era el momento perfecto para presentarme, inconscientemente claro está , a su amante. Todavía me dolía pensar en esa escena, pero hoy no iba a dejar que eso arruinara mi día. Al menos no tanto. Me serví una taza y, con el primer sorbo, algo parecido a la cordura comenzó a regresar. Al terminar mi café, me levanté del sofá con la firme intención de poner mi vida en orden… o al menos fingir que sabía lo que estaba haciendo. Caminé hacia la cocina, dejé la taza, regresé a mi habitación. Aunque mi mente estaba en la cita, tenía responsabilidades que atender. Ser maestra no era fácil, y menos cuando tu cabeza estaba en otro lugar. ¿Y si era un desastre? ¿Y si resultaba ser increíblemente agradable? Entré directo a la ducha, dejando que el agua caliente me despejara un poco. Al salir, me envolví en la toalla y caminé hacia el closet. No tenía mucho tiempo, así que opté por un pantalón de vestir gris y una blusa blanca elegante, algo cómodo pero adecuado para la escuela. Me maquillé de forma sutil, solo un poco de base y rímel para mantener todo sencillo, también agregué unos pendientes discretos y un collar delicado que complementaban mi atuendo sin ser demasiado llamativos. Decidí dejar mi pelo suelto, cayendo en ondas naturales sobre mis hombros, y con todo listo, estaba preparada para enfrentar el día. Tomé mi cartera y salí de mi departamento con un poco de prisa, asegurándome de que todo estuviera en su lugar antes de cerrar la puerta. para variar, iba tarde. Cuando finalmente llegué a la calle, me detuve en seco. —¿Dónde demonios dejé las llaves del auto? —murmuré, revisando compulsivamente cada bolsillo como si las llaves fueran a materializarse por arte de magia. al encontrar las llaves caminé hacia mi coche al llegar, apreté el botón del llavero para destrabar las puertas y, como siempre, el auto soltó ese bip-bip que suena más feliz de lo que debería para un vehículo con la pintura un poco desgastada y una antena doblada. Abrí la puerta del conductor y me dejé caer en el asiento con un suspiro, tirando el bolso al asiento del copiloto. Al meter la llave en el encendido, recé en silencio para que el motor arrancara sin problemas (porque, sinceramente, "shelby" tiene sus días buenos y otros no tanto). Giré la llave y, después de un pequeño gruñido, el motor se encendió. Uf, una preocupación menos. Encendí la radio, esperando distraerme durante el trayecto, pero por supuesto, la primera canción que sonó fue una balada deprimente sobre amores perdidos. —Genial, universo. Gracias por el ánimo —bufé mientras cambiaba la estación. Metí primera, giré el volante, y me incorporé al tráfico,haciendo una mueca mientras un taxista me cortaba el paso como si estuviera en un videojuego. En la radio sonaba una canción pop del verano pasado que, a pesar de todo, me sorprendí tarareando. No es que amara la hora pico, pero al menos me daba tiempo para repasar mentalmente el desastre que podría ser mi día: clases que preparar, adolescentes hormonales, y una cita pendiente que tenía el potencial de ser genial… o un completo desastre. El tráfico avanzaba a paso de tortuga, y, como siempre, aproveché para hacer algo importante, maldecir silenciosamente a cada conductor que no sabía usar las direccionales. Mi auto, un pequeño hatchback azul , se mezclaba entre el mar de vehículos mientras el aroma a café de mi termo me mantenía medio funcional. Finalmente, tras veinte minutos de maniobras y algún que otro insulto dirigido al universo, llegué al estacionamiento de la escuela. Greenfield High School se alzaba ante mí como un gigante que prometía caos. El edificio principal era una construcción antigua, de ladrillos rojos con algunas ventanas que llevaban años pidiendo una limpieza más seria que un trapo húmedo. El estacionamiento, en cambio, estaba lleno de coches de estudiantes y profesores. El edificio tenía carácter. Esa es la palabra elegante para decir que necesitaba reparaciones urgentes. La cancha de fútbol estaba bien cuidada, pero la pista de atletismo parecía haber sobrevivido al apocalipsis. En el patio trasero, los árboles proporcionaban una sombra agradable durante el almuerzo, aunque también eran el lugar favorito para las peleas “clandestinas” que los estudiantes creían que nadie veía. Frente a la entrada principal, un par de chicos de último año estaban sentados en las escaleras, con auriculares gigantes en la cabeza y mochilas tiradas en el suelo, como si el concepto de responsabilidad no existiera. Una pareja se besaba apasionadamente bajo un cartel que decía “Prohibido demostraciones de afecto”, lo cual me hizo rodar los ojos y recordar que, en esta escuela, cada norma era vista como una sugerencia vaga. Cuando finalmente aparqué en mi lugar habitual —es decir, donde pudiera encontrar un hueco entre los autos de los estudiantes—, agarré mi bolso y respiré hondo. Greenfield High no era solo un trabajo, sino una jungla. Una jungla llena de adolescentes con más energía de la que yo podía manejar antes de las ocho de la mañana. Al cruzar las puertas principales, el sonido de las conversaciones, risas y algún que otro grito me golpeó como una ola. En la recepción, la señora Murphy, nuestra secretaria con expresión eternamente escéptica, me lanzó una mirada de “Ya vas tarde, Davis” sin siquiera levantar la cabeza de su monitor. —¡Buenos días, señora Murphy! —le dije alegremente, tratando de sonar más optimista de lo que realmente me sentía. —¿Buenos? ¿Dónde? —respondió sin siquiera mirarme. Ah, clásico. Seguí caminando por el pasillo, saludando a algunos alumnos que ya estaban abriendo sus casilleros. Los primeros años iban cargados de libros como si los estuvieran entrenando para un maratón académico, mientras que los seniors apenas llevaban cuadernos, como si hubieran renunciado a la educación hace mucho. La clásica evolución del estudiante en Greenfield: del pánico al desinterés en cuatro años. Mi aula estaba en el segundo piso, con vista a la cancha de baloncesto. Entré y encendí las luces, sintiendo que el día apenas comenzaba y ya estaba agotada. El olor a marcador seco y carpetas polvorientas me dio la bienvenida como siempre. Las paredes estaban decoradas con carteles motivacionales, la mayoría comprados en ofertas, que decían cosas como: “¡El conocimiento es poder!” y “Hoy es un buen día para aprender algo nuevo!”. Pero, sinceramente, ni yo me los creía. Dejé mi bolso en la silla y me preparé para recibir a mis estudiantes. La campana sonó como una advertencia de guerra, y escuché el tropel de pies corriendo por el pasillo. Aquí vamos de nuevo. Los primeros alumnos entraron riendo y hablando a gritos, como si les hubieran dado una inyección de cafeína intravenosa. Me apoyé en el escritorio, cruzando los brazos y mirando con una sonrisa falsa de paciencia infinita. —¡Chicos, bienvenidos! —dije, mientras uno de ellos ya intentaba lanzar un papel arrugado al bote de basura desde la puerta—. Espero que traigan toda su energía... porque yo definitivamente no la tengo. Apenas terminó de entrar la última oleada de estudiantes, la puerta se cerró con un golpe seco y la clase entera se asentó en una cacofonía de conversaciones cruzadas. Algunos hablaban de sus aventuras del fin de semana, otros se peleaban por quién había copiado la tarea de matemáticas, y un par estaba en una discusión profunda sobre si era necesario o no usar desodorante. —Bueno, chicos, silencio… —comencé, pero nadie me prestó atención. Respiré hondo. No era mi primera batalla. Sabía que en una high school, ser maestro era una mezcla entre mediador, policía y ocasionalmente payaso. Así que opté por la opción más madura: —¡SI NO SE CALLAN, VOY A HACER UN KARAOKE DE “LET IT GO” AQUÍ MISMO! Un silencio absoluto cayó sobre la clase. Me crucé de brazos, triunfante. ¡Ja! Siempre funciona. Uno de los chicos del fondo, Tommy —ese alumno que ya me daba canas prematuras—, me miró con una media sonrisa. —¿Sería tan malo? —Tommy, ni lo sueñes. —Le señalé con el marcador. Luego añadí—: Y deja de jugar con esa liga elástica. Ya sé que intentas dispararle al ventilador de techo. Dejó la liga con una sonrisa culpable, pero no sin antes apuntar hacia su compañero y murmurar un “cobarde”. —Muy bien, chicos. —Me acerqué a la pizarra y escribí: ¿Qué harías si supieras que solo te queda una semana para vivir? —¡Tarea del día! Vamos a reflexionar un poco sobre la vida y el propósito. Porque, sinceramente, es lunes y necesito que filosofemos en lugar de pelear por sillas. Hubo gemidos colectivos, como si les hubiera pedido que escribieran una tesis doctoral. —¿Tiene que ser serio? —preguntó Sophie, una de mis favoritas, con un tono esperanzador. —¿Parece que soy una persona seria? —le guiñé un ojo. Sophie se encogió de hombros con una sonrisa. A veces olvidaba que, aunque trabajar aquí podía ser agotador, también había momentos donde realmente me encantaba enseñar. Verlos pensar, reírse, y desarrollar sus propias ideas era un pequeño recordatorio de por qué seguía en esto. Aunque claro, esos momentos llegaban entre montañas de papeleo y mil recordatorios para que guardaran el celular. Mientras caminaba entre los pupitres, me aseguré de que todos estuvieran escribiendo algo —incluso si era una lista de lo que harían en una semana llena de videojuegos y siestas. La mayoría de ellos parecían estar en otro mundo, perdidos en su propio universo. Así que me acerqué a la mesa de Josh, un estudiante que tenía la peculiar habilidad de dormir con los ojos abiertos. —Josh, ¿qué tal va ese ensayo? —le pregunté, inclinándome para mirar su cuaderno. Él me miró con una expresión que decía “¿Qué es un ensayo?” mientras giraba lentamente su lápiz en un círculo. —Eh, profesora... estoy en proceso de, uh, inspiración. —Su tono era tan convincente como el de un político en una conferencia de prensa. —Claro, claro —dije, recuerda que la inspiración no viene sola, a veces hay que buscarla como si fuera un Pokémon raro. Los demás se rieron, me dirigí hacia el fondo del aula, donde estaba Sarah, una chica brillante que solía ser un poco tímida, pero que recientemente había comenzado a salir de su caparazón. —Sarah, ¿te importaría compartir con la clase lo que escribiste? —le pedí. Ella me miró como si le hubiera pedido que hiciera una presentación en la ONU. Pero después de un par de alientos profundos y algunas palabras de aliento, terminó compartiendo su historia sobre un mundo donde los videojuegos eran la única forma de comunicación. La clase escuchaba, fascinada, como si estuvieran ante la próxima gran novela de ciencia ficción. Mientras tanto, mi mente divagaba, recordando la cita de esta noche con Jake. La imagen de su rostro se coló en mi mente, y me encontré sonriendo como una tonta. En ese momento, uno de los alumnos me interrumpió. —Profesora, ¿está bien? —preguntó Mark, un chico con el que siempre tenía un tira y afloja. —Sí, claro —respondí, tratando de disimular mi distracción—. Solo... reflexionando sobre cómo voy a dominar el mundo de la educación. Se rió y me lanzó un papelito, que deslicé en mi escritorio con un gesto dramático. Al abrirlo, leí: “Si dominara el mundo, haría que todos tuviéramos pizza en el almuerzo todos los días. Solo una sugerencia.” —Lo tendré en cuenta, Mark —le dije, aguantando la risa. —Pero eso no excusa el hecho de que aún no has entregado tu trabajo de la semana pasada. El resto de la clase se rió mientras él se encogía de hombros, claramente en su propio universo. Continué moviéndome entre los pupitres, alentando discusiones, y tratando de mantener la atención en las asignaciones. Pero mientras más me concentraba, más me distraía pensando en mi inminente cita. ¿Qué me pondría? ¿Había elegido bien en la aplicación de citas? La ansiedad de la primera cita me comenzaba a abrumar. La campana sonó nuevamente, indicando que era hora de la salida. Los estudiantes comenzaron a levantarse y apilar sus cosas, y yo sabía que tenía unos breves minutos antes de que el siguiente grupo entrara. —Chicos, recuerden que la tarea es leer el primer capítulo de “Orgullo y Prejuicio”. —Les lancé un guiño—. Y no vale hacer trampa en G****e. ¿No podemos hacer un TikTok sobre eso en lugar de leerlo? —sugirió Josh, sonriendo. —No, Josh. Pero si quieres, puedo hacer un TikTok donde se explique por qué es una gran novela. —Hice una pausa, dejando que el silencio se llenará de posibilidades—. Aunque lo dudo, no tengo el carisma de los influencers. Mientras recogía mis cosas, no pude evitar sonreír. Había sido un día largo, pero momentos como esos hacen que todo valiera la pena. volví a mi coche, al encender el motor, la música llenó el espacio, La radio estaba sintonizada en una emisora que pasaba todos esos clásicos de los 90 que me hacían sentir como si todavía estuviera en la secundaria. “Wannabe” de las Spice Girls empezó a sonar y no pude evitar cantar a voz en grito, haciendo el mejor intento de imitar sus voces. Si alguien me hubiera visto, habría pensado que estaba teniendo una crisis de mediana edad a los veintitantos. Pero, ¿quién necesita dignidad cuando puedes bailar al ritmo de tu infancia en un coche viejo? Mientras avanzaba por las calles, me dejé llevar por la melodía, moviendo la cabeza al compás. Las luces del tráfico pasaban rápido, y de alguna manera, el estrés del día se desvaneció. El tráfico estaba sorprendentemente ligero, y pronto llegué a la intersección que me llevaba hacia el supermercado. Al estacionar, apagué la música y me bajé del coche, donde el aire fresco de la tarde me dio una cálida bienvenida. Entré al supermercado, el sonido familiar de los carritos y la música suave de fondo me rodeaban. La iluminación era brillante y casi acogedora. Me dirigí hacia la sección de frutas y verduras, tratando de decidir si realmente necesitaba una sandía o si estaba dejándome llevar por el impulso de comer algo fresco. Levanté una sandía del tamaño de un balón de fútbol y le di un ligero golpe. —Perfecta para una cena romántica, ¿verdad? —me dije a mí misma, imaginando cómo la presentaría en la mesa con una pizca de creatividad. Pero luego recordé que probablemente no iba a hacer ninguna cena romántica. Tal vez solo iba a comerla sola con un tenedor mientras miraba un episodio de mi serie favorita. Después de darme un pequeño paseo por la sección de snacks —donde cada paquete parecía llamarme a gritos—, decidí que no podía vivir sin unas palomitas de maíz de mantequilla. Así que las añadí a mi carrito. Lo siguiente fue la sección de lácteos, donde me detuve a contemplar el dilema de elegir entre yogur bajo en grasa o helado. No es que necesitara helado, pero la idea de una cena sin postre me parecía poco emocionante. Así que opté por un pequeño envase de helado de chocolate. Total, siempre podía decir que era parte de la "autocuidado". Mientras me dirigía a la caja, mi mente se desvió de la compra. Volvía a pensar en Jake y en cómo sería la cita. ¿Qué debería ponerme? ¿Y si no sabía de qué hablar? Estas preguntas giraban como un torbellino en mi cabeza. —¿Señorita Davis? —una voz familiar me sacó de mis pensamientos. Era María, la madre de uno de mis alumnos, que también estaba haciendo compras. —¡Hola, María! —dije, intentando ocultar el apuro de mis pensamientos. —¿Cómo estás? —Todo bien, gracias. ¿Comprando para la cena? —preguntó con una sonrisa curiosa. —Eh, algo así. Solo lo básico, ya sabes.¿Tú? —Yo también. Estos adolescentes tienen un apetito insaciable, como si estuvieran en una competencia para ver quién puede comer más. Finalmente, me despedí de María y pasé por la caja, sintiendo un ligero alivio al haber encontrado algo de compañía, incluso si era temporal. Al salir, me topé con el aire fresco de la tarde y me sentí un poco más animada. De vuelta en el coche, dejé las compras en el asiento del pasajero y encendí la música de nuevo. Esta vez, la melodía era “I Will Survive” de Gloria Gaynor, y no pude evitar reírme. Tal vez la vida no era tan mala. Quiero decir, al menos estaba haciendo algo fuera de lo normal: ¡iba a salir en una cita! Después de todo, no eran todos los días que podía tener un ‘novio’ falso para hacer frente a mi ex. Al llegar a casa, aparqué y saqué las compras del coche. Miré a mi alrededor, buscando una señal de mi gata, Mimi, que siempre tenía la habilidad de aparecer justo cuando menos la esperaba. Justo cuando estaba a punto de entrar, la vi, asomándose por la ventana, su mirada curiosa. —¿Lista para otra noche de soledad, Mimi? —le pregunté en voz alta, mientras la llamaba. Ella maulló como si dijera que sí. Con una ligera sonrisa, entré y comencé a vaciar las bolsas. Mientras picaba las verduras, mi teléfono sonó con el tono especial que tenía asignado para mi madre. —"Hola, mamá" —contesté, mientras revolvía la sartén. —"¡Hola, cariño! ¿Cómo va tu día?" —preguntó, con su voz cariñosa. —"Bien, un poco agitado.Soy Jake", respondió, tomando asiento frente a mí. Al escuchar su respuesta, una oleada de pensamientos cruzaron mi mente. Joder, ¿esta es mi cita?, pensé, sintiendo una mezcla de sorpresa y desconcierto. Su apariencia era sorprendentemente atractiva, con ojos de un azul profundo que reflejaban una mirada intensa, mandíbulas resaltadas que daban una impresión de firmeza, labios perfectamente formados y un mentón cubierto de una barba cuidadosamente recortada. Su cabello oscuro le daba un aspecto aún más encantador. Era difícil de creer que alguien así estuviera interesado en mí. Oh por Dios, esto va a ser difícil, murmuré para mis adentros, tratando de ocultar mi sorpresa detrás de una sonrisa educada. "¿Tú eres Jake?" pregunté, tratando de recuperar la compostura mientras lo miraba a los ojos. Jake emitió una suave carcajada y asintió. "Sí, soy Jake", dijo con una pequeña sonrisa. "Es un placer conocerte, Emma." Sus palabras resonaron en mi mente mientras intentaba procesar
Jake Bennett ∘◦❁◦∘ ═══ ∘◦❁◦∘ ═══ ∘◦❁◦∘ Me despierto por el sonido de la alarma a las 4:30 am, como cada mañana. Siempre he creído que la clave del éxito está en la disciplina. El éxito no se construye solo, y eso comienza antes de que el sol haya salido. Me levanto de la cama, mis pies tocan el suelo frío de madera, mientras estiro mis músculos aún adormecidos. Mi rutina me lleva al gimnasio en el segundo piso de mi casa, un espacio diseñado para el rendimiento. En una esquina, el rack de pesas y una caminadora; frente a mí, grandes ventanales que ofrecen una vista impresionante de la ciudad. Me cambio rápidamente: pantalones de chándal negros y una camiseta ajustada. Todo está perfectamente dispuesto en mi armario. No hay espacio para el desorden, ni en mi vida ni en mi casa. Empiezo con unos minutos de estiramientos antes de saltar a la caminadora. El sonido rítmico de mis zapatillas contra la cinta se mezcla con la música clásica que he puesto en los altavoces. Hay algo en
No podía ser. ¿Está aquí? de tantos lugares tenía que aparecer justamente en este ¿ por qué Dios? ¿Acaso estoy pagando alguna penitencia?Sentí mi garganta secarse, y mis ojos se abrieron un poco más de lo normal mientras intentaba enfocarme en Jake, quien seguía hablándome con su mirada tranquila. No escuchaba ni una palabra de lo que decía, porque detrás de él, la figura que acababa de entrar estaba más cerca de lo que me gustaría. Mi respiración se aceleró mientras apretaba las manos bajo la mesa, esperando que no me notara."Emma, ¿estás bien?" preguntó Jake, inclinándose hacia adelante, preocupado.Antes de poder responder, una voz familiar—una que reconocería en cualquier parte—llamó mi atención, helándome por completo."Emma... ¿eres tú?"Mi corazón se detuvo por un segundo. Esa voz. Esa maldita voz.Con todo el coraje que pude reunir, levanté la mirada y ahí estaba, con esa sonrisa arrogante que no había cambiado ni un poco. Tom Harris. Mi ex. El hombre que menos quería ver ho
Cuando la puerta del apartamento se cerró detrás de mí, fue como si todo el peso de la noche finalmente cayera sobre mis hombros. Me quité los zapatos y dejé las llaves en el cuenco junto a la entrada, soltando un largo suspiro. Todavía podía sentir la mezcla de adrenalina y confusión corriendo por mis venas. Me dirigí al sofá y me dejé caer pesadamente. Jake y yo habíamos tenido una cita fantástica, mejor de lo que habría imaginado… hasta que Tom apareció, arruinando mi paz.Habían pasado meses desde la última vez que lo vi, y de alguna manera, verlo allí, en el mismo lugar, me revolvió el estómago. ¿Cómo era posible que, después de tanto tiempo, una simple aparición suya pudiera desestabilizarme de esa forma? Me pasé una mano por el cabello, tratando de ordenar mis pensamientos.Me quedé mirando al techo, intentando ordenar mis pensamientos. La noche había sido una montaña rusa de emociones, y aunque Jake había manejado la situación con una calma envidiable, yo no podía de
Emma Davis∘◦❁◦∘ ═══ ∘◦❁◦∘ ═══ ∘◦❁◦∘Hoy es uno de esos días en los que el universo parece conspirar en mi contra. Ya sabes, es el tipo de día en el que el universo decide ponerse en plan dramático, como si estuviera audicionando para una telenovela.Y aquí estoy yo, Emma Davis, sentada en mi pequeño apartamento en San Francisco, con una taza de café en una mano y el teléfono en la otra, mientras intento procesar el caos emocional en el que me encuentro. Afuera el sol brilla, los pájaros cantan, y el cielo está tan despejado que parece pintado a mano. ¿El motivo de mi angustia? Una boda. y no, no es una boda cualquiera. Es la boda de mi mejor amiga, Rachel, y aunque eso ya es un motivo para estar nerviosa, no es lo peor. El verdadero problema es que mi exnovio, sí, ese que me rompió el corazón en pedacitos como si fuera papel de reciclaje, será el padrino de la boda. Y claro, no puedo permitirme llegar sola a la boda y enfrentarme a él sin compañía, especialmente después de nuestr