Con las manos en los bolsillos de su viejo y gastado pantalón de jeans, Santiago esperaba paciente el ascensor. Desde donde estaba, podía escuchar nítidamente todo el lío que se estaba desatando dentro de la sala de juntas.
Exhaló un suspiro por lo bajo y miró atento las puertas metálicas, esperando a que se abriesen.
—Santi, no puedo permitir que te marches —Santiago rodó los ojos—. Nos debemos una charla, solos tú y yo.
—No te debo nada, padre.
—Es cierto, tú no me debes, pero yo sí, hijo —Sintió una mano ceñirse a su brazo izquierdo—. Ven, acompáñame al despacho, Santi.
—Si no tengo otra opción… —musitó Santiago, dejándose guiar por su padre rumbo a una oficina.
Cuando estaban pasado por al lado de la sala de juntas, su padre se detuvo en la puerta abiert
Todo a su alrededor dejó de existir. Todo cambió y sintió el peso del mismo mundo en su espalda. Dios, ¿cómo pudo ser capaz de semejante atrocidad? ¿Cómo fue que cayó tan bajo? ¿Cómo podía enmendar el que fue el peor error de su vida?A los lejos podía escuchar algo, quizás eran gritos, quizás otra pelea o… No lo sabía. Lo único que pudo hacer fue cerrar los ojos y tratar de calmar el dolor que anidaba en su pecho.El sonido de algo estrellándose le causó un sobresalto y abrió los ojos.—¿Qué hace este hombre aquí? —Vio a Robert, el abogado, precipitarse hacia Wetter—. ¡Por su culpa condenarán a un hombre decente!—¡Andrew escapó! —gritó alguien, era la voz de una mujer.—¡Un descuido de la policía y lo aprove
«—La verdadera historia detrás de la estafa a Metal Desing: Echeverri Andrew, el contador que malversó más de tres millones de dólares a la empresa multimillonaria dirigida por Stefano Brin…».«—A cuatro meses de ser descubierta la estafa a Metal Desing, hoy se realizará el último juicio y se sabrá cuántos años de cárcel se dará a Echeverri Andrew…».«—Metal Desing recupera más de tres millones de dólares: Echeverri Andrew, el verdadero culpable hoy recibirá su condena…».«—Habló el CEO Brin Stefano y pidió disculpas públicamente a Wetter Filipo: “Por mi culpa y por confiar en quien no debía, perdí a uno de mis mejores empleados y a mi amigo”…».Santiago hizo una mueca desde&ntil
En el pasado, Stefano había tomado muchas decisiones equivocadas y, después de mucho reflexionar, comenzó planificar nuevas estrategias para darle una mejor reputación a su empresa. Sin embargo, después de cuatro meses, se dio cuenta de que no todo estaba saliendo según sus planes. Si bien había recuperado una suma de dinero importante, también había perdido cosas importantes en el proceso o, mejor dicho, a personas quienes eran importantes para él. Aquella tarde, después de que el verdadero culpable fuese arrestado por la malversación económica de la sucursal, Stefano fue en busca de su antiguo empleado, Filipo Wetter, con la intensión de pedirle que regresase a la empresa e incluso planeó ofrecerle un puesto mejor con aumento de sueldo, pero el hombre no quiso verlo. Aun así, Stefano le devolvió todo lo que le habían embargado por un delito que Filipo no co
Santiago quedó mirando absorto a aquel niño que correteaba de un lado al otro por el jardín que una vez él mismo pisó. El mismo en el cual hace tiempo atrás estuvo con su caballete y lienzo, con pintura y pinceles… Aquel jardín que lo hechizó y quiso pintarlo y…—¿Quién es usted, señor? ¿Necesita algo? ¿Es algún tipo de vendedor?Santiago salió de su ensimismamiento al oír la voz y fijó la mirada en la persona que habló. Era una mujer de estatura media, de cabellos color cobre con algunos mechones blanquecinos y ojos color marrón. El rostro de la fémina portaba un ceño fruncido y él se percató de la mirada interrogatoria de esta.—No vendo nada, señora —replicó, luego de unos segundos—. Y, siendo honesto, sí, necesito hablar con la señorit
La distancia fue un buen recurso. El tiempo un buen amigo. Las mujeres las compañías. La pintura su dispersión.Escocia fue su elección. Edimburgo su destino. Princes Streer Gardens su refugio.Algunas veces, en el pasado, se le había cruzado por la mente el pensamiento de amor, pero nunca imaginó que terminaría enamorándose de una ciudad. Fue amor a primera vista, por decirlo de alguna manera. Había quedado hechizado, embelesado, embobado a causa de una ciudad que jamás creyó poder visitar.Escuchó decir muchas veces que el tiempo cura todos los males, pero lo cierto era que no había ningún mal que curar porque lo que él tenía y sentía, no tenía cura.Tres años pasaron desde que optó por centrarse únicamente en su vida, lejos de cualquier persona que alguna vez conoció, lejos de su propia familia. Desco
Aquellos sentimientos familiares emergieron desde lo profundo de su ser, arrasando y destruyendo su típica máscara de altanería, aunque, bueno, solo fue por unos pocos segundos.De pie en medio del vestíbulo, su mirada analítica iba y venía, reconociendo cada recoveco en los cuales alguna vez jugó cuando era solo un crío. Una pena, Santiago ya no era ese crío.—Por aquí, señor Brin —Quiso rodar los ojos ante el comentario absurdo de la despampanante mujer—. Su padre lo…—Escúchame, preciosa, estoy en la casa en la cual crecí —imperó, su voz con atisbo de sarcasmo—. La cual, por cierto, también es mía. No necesito una guía turística para saber dónde está mi padre.—El CEO Brin Stefano me ordenó que…—Me importa un comino lo que te ordenó
A los lejos podía oír ecos de lo que supuso eran gritos, pero todo él se encontraba inerte, con los ojos puesto en el hombre que yacía sentado en el lujoso y elegante sofá de cuero negro. El ojo izquierdo del hombre comenzaba a tomar un horrible color violáceo, transformando el rostro impasible en uno dolorido y agónico. Unos ojos color calaíta lo miraban con palpable aflicción y algo en su interior despertó, trayéndolo a la realidad.—Q-qué… hice —murmuró, sus facciones mutando a un gesto agnóstico.—Me lo merecía —habló el hombre—. Hace años que me lo merecía —Sus ojos viajaron por el rostro ajeno, la verdad cayendo y enjaulándolo—. No me veas así, es la verdad.Una risita incrédula escapó de sus labios heridos y negó con la cabeza, asimilando lo que hab
El tiempo se detuvo, todo a su alrededor desapareció y solo quedó él, asimilando las palabras de su padre. No era algo que se debía de tomar a la ligera. Una noticia de tal magnitud era inverosímil que la digiriese así nada más, pero algo en todo el asunto no encajaba, algo estaba fuera de lugar y ese algo era él. Santiago no entendía la razón de que ahora supiese esto, él no tenía nada que ver. Eran cosas de su padre y no suyas, entonces, ¿por qué de pronto sentía que debía de hacer algo?, pero hacer qué exactamente.—¿Estás bien, hijo? —Un escalofrío recorrió por su espina dorsal y miró confuso a su padre—. ¿Te hiciste daño?—¿Qué…? —Frunció el ceño y sus ojos cayeron de nuevo al piso cubierto de pequeños trozos de cristal—.