Capítulo LVIII

—¿Quieres mermelada de zarzamora?

Me gustaría que viese la sonrisa infantil que tengo justo ahora.

—Sí, por favor, pero en un frasco. Me encantaría compartirla con mi padre. —Se ríe—. Por cierto, Eva, no tienes que hablarme. Me distraes de mi labor.

—Eh, que solo vine a ofrecer un dulcecillo. —Me palmea el abdomen—. Además, necesitas engordar.

Antes de recibir contestación, se va con una fina carcajada a su paso.

Niego.

Este lugar es hermoso; el bosque se torna casi cómico, pues a los alrededores de las cuevas, matorrales de flores amarillentas y naranjas tienen el lugar avivado. No solo eso, los pinos tienen más vida en su follaje, los troncos son más claros y el moho que los cubre parece una prenda en su corteza.

Con el tiempo te acostumbras a mantener de pie por horas.

Falta mucho para tener un relevo.

Daño mi compostura luego de unos segundos y empiezo a dar vueltas por el sitio con el ojo pegado a cada cosa

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