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Sam estaba en una pequeña celda en la cárcel de Martutene, el único centro penitenciario de Guipuzcoa, el único sitio en la comunidad en el que lo podían tener para la cárcel preventiva antes del juicio.
Aún y todo, Sam era feliz. Había comprendido que el hecho de que Ibai besase al inspector no era más que una estratagema para camelarlo y así poder sacarle a él de la cárcel.
Estaba tan metido en su mundo de fantasía, que este comenzó a agarrarse a la realidad. Día tras día en esa celda, su fantasía se pegaba un poco más al mundo real, hasta que un día terminó de pegarse y no distingu&iac
Yerai miraba bajo el paraguas a unos metros la lápida de piedra gris. Junto a la lápida, un agujero en el que estaban metiendo un ataúd, el ataúd de un joven de 23 años que había muerto envenenado por algo que el forense no había conseguido describir, pero que habría sido suficiente con lavar el estómago para que no lo matase.Yerai bajó la mirada, no sabia que hacia exactamente allí, no quería despedirse de ese cuerpo que ocupaba el ataúd, y menos después de todo lo que había sucedido. El cadáver que había en esa caja adornada y, por alguna extraña razón, cómoda, se merecía una vida larga a ojos de Yerai y de casi cualquiera que lo conociese y tuviese más de dos dedos de frente.
La lluvia caía fina sobre la tierra. La poca luz solar que se colaba entre las nubes negras era de un pálido mortecino. Cada rayo de sol escalaba las frías piedras de mármol pulido hasta alcanzar la madera de roble color champán que protegía a la joven pálida que no respiraba desde hacía un par de días.Todo era perfecto para la ocasión, o al menos eso le parecía a la figura encapuchada que miraba desde la lejanía el funeral. Se recreó en la joven que subía al atril a decir unas palabras. Su piel pálida, con un leve rubor que la declaraba en vida, los ojos azules como el cielo y el pelo rubio oscuro corto que apenas le llegaba a los hombros.-La verdad es que no soy la más indicada para esto, hablar en público nunca me gustó y tampoco se me dio bien jamás, pero... no puedo dejar que la persona que más he amado en mi vida se vaya de este mundo así sin más, sin despedirme... -La voz y el cuerpo de la joven temblaban por varias razones. Llevaba un rato llorando, la rabia de perder a su p
Las vacaciones de verano... esa época de ocio, esparcimiento y descanso... una época que acababa de acabar.El despertador hizo que Ibai abriese los ojos y viese el techo de su piso. Hacía ya tres años que había empezado la universidad, era su último año en ese infierno que otros llenaban de fiestas.Se levantó despacio de la cama, no tenía nada que hacer antes de la universidad, no desayunaba, no tenía nadie a quien saludar y nadie se le acercaba demasiado en el día a día, así que no importaba mucho si ducharse le daba algo de pereza y lo dejaba para después de comer.Pululó por las habitaciones de la casa buscando su ropa y sus deportivas, perdiendo el tiempo en hacer varios viajes de un lado a otro antes de por fin meterse en el baño y abrir la ducha. Dejó que el agua cayese por su espalda, sin meter la cabeza bajo el chorro, no quería despejarse, no aún, no quería meterse en la realidad aún.Cuando terminó de ducharse, cogió la toalla y se la puso a la cintura mientras salía al f
------PRESENTE------—S-sí... ¿Han vuelto a atacarte? —Ibai negó, tampoco había tenido mucha interacción social desde que dio la charla para los nuevos.Miró lo que traía entre los brazos, un archivador verde, de plástico semitransparente, con los bordes de tela negra, parecía hecho por ella. Llevaba una hoja cuadrada de unos cinco por cinco perdida por la zona que se veía a través de la tapa traslúcida. En la hoja había un garabato al que no le dio importancia.Dejó a la chica sola en el pasillo sin tiempo a que ella dijese otra cosa, no quería que le hiciese preguntas sobre lo que pasó, no quería hablar con una chica que no conocía, no le gustaba casi hablar con la gente que sí conocía de la universidad.Subió al segundo piso y miró por la ventana antes de meterse en el aula y ponerse en su sitio de siempre, al fondo en la esquina más alejada de la puerta. Tardó poco en sacar el portátil, no iba a pasar muchas horas en la universidad, solo tenía que estar para un par de asignaturas
Cuando Yerai llegó a la escena del crimen vio un ambulancia, cosa poco común, dado que la gente que descubre los cadáveres no suele tener tanto miedo como para que les de un ataque de pánico o de ansiedad, pero siempre había una primera vez.Al acercarse a la muchedumbre tuvo que abrirse paso entre los estudiantes curiosos y los profesores entrometidos.Al llegar a la cinta policial y enseñar su credencial pudo librarse del agobio de la gente y se fijó bien en la escena.—¿Y el cadáver? —Miró al forense que tenía cerca, que estaba en su trabajo de buscar pistas.—¿No se lo han dicho? La chica estaba viva... a duras penas, tiene la traquea destrozada, pero esta viva —Al oír eso, Yerai se sorprendió gratamente —. Obviamente la intención era matarla, pero no sé el que ha sido lo que ha impedido que lo haga.—Vale, muchas gracias... ¿Has visto a un chaval que intente cruzar la cinta pero no le dejan?—Sí, insiste en que puede pasar... Lo tienen esposado en el coche policial, ¿Lo con
El encapuchado lanzó el cuchillo hacia su víctima sin pensárselo ni apuntar, dando justo en el blanco, atravesando su mano con el cuchillo y destrozando la palma, haciéndole gritar de dolor y terror.—Siempre vi que eras horrible con los demás... es hora de que pagues... niño rico y asqueroso...Antes de llegar a terminar la frase estaba lanzando un segundo cuchillo, también de esa misma cocina, a la otra mano, agujereándola igual que la anterior. Teniendo a su víctima indefensa, con las manos abiertas.—¿Qué pasa? ¿Con agujeros en las manos se te escapa el dinero? ¿Sin dinero no tienes poder? ... ¿O es que tienes miedo porque estás solito?
Cuando volvió a su piso, Ibai estaba muerto de cansancio, agotado física y mentalmente. Pensaba meterse en la cama, coger el portátil y ver alguna serie en Netflix, pero algo lo detuvo a mitad del salón.La estancia era pequeña, un sofá con su mesa de café, un mueble para un televisor bastante más grande del que él podía permitirse y una zona libre cubierta por una alfombra que usaba para tirarse ahí a jugar a juegos de mesa cuando venía algún amigo que no tuviese un segundo mando para la consola.Se acercó lentamente a la mesita de café, donde esperaba un sobre negro con un sello de lacre rojo. Se sentó en el sofá sin dejar de mirarlo, sin saber qué hacer con ello, y dejo la mochila lentamente a su la
Alicia no dejó que un contratiempo así parase su ritmo de vida. Si, era cierto, podía morir, pero también era cierto que, si paraba todos los planes que tenía para hacer, mucha más gente morirá.Tras las clases cogió el autobús 5 para ir al bulevar, descansando los 20 minutos que duraba el viaje sentada en las incómodas sillas. Se arrepentía de no haber cogido su bici esa mañana, habría sido más barato y menos contaminante haber ido en bici en vez de en autobús.Cuando bajó se fue directamente hacia el río y luego giró a la izquierda, buscando el portal en el que se encontraba la Fundación Adsis, en la que hacía voluntariado.Entr&oa