Las vacaciones de verano... esa época de ocio, esparcimiento y descanso... una época que acababa de acabar.
El despertador hizo que Ibai abriese los ojos y viese el techo de su piso. Hacía ya tres años que había empezado la universidad, era su último año en ese infierno que otros llenaban de fiestas. Se levantó despacio de la cama, no tenía nada que hacer antes de la universidad, no desayunaba, no tenía nadie a quien saludar y nadie se le acercaba demasiado en el día a día, así que no importaba mucho si ducharse le daba algo de pereza y lo dejaba para después de comer. Pululó por las habitaciones de la casa buscando su ropa y sus deportivas, perdiendo el tiempo en hacer varios viajes de un lado a otro antes de por fin meterse en el baño y abrir la ducha. Dejó que el agua cayese por su espalda, sin meter la cabeza bajo el chorro, no quería despejarse, no aún, no quería meterse en la realidad aún. Cuando terminó de ducharse, cogió la toalla y se la puso a la cintura mientras salía al frío exterior del baño. La mampara le había mantenido caliente en ese pequeño cubículo, y ahora tenía un frío que le hizo querer vestirse en seguida, pero su reflejo en el espejo se lo impidió. Se miró en ese cristal reflectante que tenía frente a sus ojos. La piel pálida, casi blanquecina, hacía que se viese algo enfermo, sobre todo al contrastarla con sus ojos oscuros, casi negros, y su pelo castaño algo largo. Se fijó en lo poco marcado que estaba, acostumbraba a correr mucho y por eso estaba delgado, pero no estaba tan marcado como todos los demás chicos en su clase, no era capaz de hacerles frente más allá del ámbito de lo intelectual y, a veces, ni eso. Se vistió y se volvió a mirar en el espejo para peinarse, haciéndose la raya a un lado. Lo tenía suficientemente largo como para ladearselo, pero sin conseguir ordenarlo por tenerlo levemente rizado. Cogió la mochila que debería haber preparado la noche anterior y metió el portátil y una botella de agua, se la echó en la espalda y caminó hacia la salida. El sol de principios de septiembre le dio en los ojos cuando salió del portal, Donostia no era la ciudad con más sol del mundo, pero sí que había suficiente como para dejarte ciego los primeros segundos. Se abrió la chaqueta por el calor que le daba y empezó a caminar por la plaza hacia la parada del autobús. La misma rutina de los tres años anteriores, sin cambios siquiera en el horario del autobús. Hastiado, se puso los cascos y desconectó del mundo perdiéndose en la letra y melodía de sus canciones. La media hora de trayecto se le hizo tediosa, las obras del último trecho del trayecto hacían que hubiese atasco hasta la autopista, por lo que el bus apenas se movía. Cuando bajó, junto a otro tropel de estudiantes, cruzó la calle y se dirigió al edificio de derecho. Entró por la puerta baja, evitando la principal por la que se sentía observado, y se acercó a la máquina de café. Cuando estaba por sacar su bebida el brazo de la máquina cedió y tiró al suelo el café, manchándole la camiseta. —Mierda... —Intentó limpiar la mancha entrando al baño y mojando algo de papel, pero no lo consiguió— Bueno, gatito, no sé si estás vivo o muerto, pero manchado estás seguro. Tras reírse de su propio chiste malo salió y se fue a su clase, pasando ya del café. Chocó con una chica por el pasillo, algo más baja que él, con el pelo largo y oscuro y unos ojos del color de la coca cola. —Perdón, no miraba por donde iba... —Ibai la reconoció enseguida, era una de las alumnas de primero, de las cuales él era tutor. —No importa, ten más cuidado... o acabarás chocando con todos los chicos de la facultad... Aunque el de la otra vez era de ADE, ¿no? Creo que se llamaba Javier. —La joven se sonrojó a más no poder y miró al suelo, Ibai no pudo evitar reírse y recordar el momento, no muy agradable para él. -------DÍA DE LA PRESENTACIÓN------- Una patada le dio en el estómago mientras oía las risas de sus torturadores. Llevaban años metiéndose con él, no era nada nuevo que le diesen una paliza. Cada vez que intentaba levantarse le daban otra patada. —Vamos, Ibai, seguro que esta vez la patada que te dé no hace que te caigas. —Las risas se hicieron más intensas. Intentó levantarse de nuevo, pero no recibió ninguna patada, así que se puso de pie. —Agarradlo bien... Sintió cómo le agarraban de cada brazo y le separaban algo más de lo que ya estaban las piernas para luego dar un golpe en la parte trasera de la rodilla y hacer que cayese de rodillas. Cerró los ojos esperando el puñetazo o el rodillazo, pero en lugar de eso, otra cosa lo sorprendió. — ¡Dejadlo en paz! —Abrió los ojos y miró hacia un lado, a donde provenía la voz, un chico pálido, de más o menos su edad, con ojos azules y el pelo medio corto, seguido por una chica algo menor iban hacia allí. Ibai no reaccionó hasta que fue demasiado tarde, se llevó el rodillazo en la cara cuando no estaba preparado para eso. Sus tres torturadores le habían dejado en paz y ahora rodeaban al nuevo, que acababa de aparecer entre Ibai y ellos. —Parad, o enseño lo que he grabado a la policía... —La voz de la chica, que se había puesto junto a Ibai y le ofrecía un clinex para la nariz sangrante, sonaba segura y fría, como si estuviese en una situación de diario. —Mh, no creas que nos asustas... nos vamos porque hay que preparar unas novatadas para los nuevos. Tanto los chicos como la chica se quedaron quietos un rato, sin saber si volverían o no. —¿Cómo estás? —El chico le ofreció una mano mientras la que suponía era su novia se levantaba, Ibai la aceptó y se puso de pie. —Lo mejor que puedo estar... gracias, supongo que no madurarán nunca... Lo que sea, soy Ibai. —Yo Javier... supongo que nos veremos cuando venga a por esta o si te pasas por el edificio de ADE, espero que en una situación mejor. Vámonos boba, te dejo acompañarme a casa. —Él se rió un poco, ella sonrió de forma tímida, algo sonrojada. Mientras la pareja se alejaba Ibai buscó a lo lejos con la mirada. Nada más salir de dar la charla para los nuevos, había visto la misma escena que ellos dos, y había ido con intención de ayudar, pero había acabado siendo él el nuevo objetivo mientras el antes apaleado huía.------PRESENTE------—S-sí... ¿Han vuelto a atacarte? —Ibai negó, tampoco había tenido mucha interacción social desde que dio la charla para los nuevos.Miró lo que traía entre los brazos, un archivador verde, de plástico semitransparente, con los bordes de tela negra, parecía hecho por ella. Llevaba una hoja cuadrada de unos cinco por cinco perdida por la zona que se veía a través de la tapa traslúcida. En la hoja había un garabato al que no le dio importancia.Dejó a la chica sola en el pasillo sin tiempo a que ella dijese otra cosa, no quería que le hiciese preguntas sobre lo que pasó, no quería hablar con una chica que no conocía, no le gustaba casi hablar con la gente que sí conocía de la universidad.Subió al segundo piso y miró por la ventana antes de meterse en el aula y ponerse en su sitio de siempre, al fondo en la esquina más alejada de la puerta. Tardó poco en sacar el portátil, no iba a pasar muchas horas en la universidad, solo tenía que estar para un par de asignaturas
Cuando Yerai llegó a la escena del crimen vio un ambulancia, cosa poco común, dado que la gente que descubre los cadáveres no suele tener tanto miedo como para que les de un ataque de pánico o de ansiedad, pero siempre había una primera vez.Al acercarse a la muchedumbre tuvo que abrirse paso entre los estudiantes curiosos y los profesores entrometidos.Al llegar a la cinta policial y enseñar su credencial pudo librarse del agobio de la gente y se fijó bien en la escena.—¿Y el cadáver? —Miró al forense que tenía cerca, que estaba en su trabajo de buscar pistas.—¿No se lo han dicho? La chica estaba viva... a duras penas, tiene la traquea destrozada, pero esta viva —Al oír eso, Yerai se sorprendió gratamente —. Obviamente la intención era matarla, pero no sé el que ha sido lo que ha impedido que lo haga.—Vale, muchas gracias... ¿Has visto a un chaval que intente cruzar la cinta pero no le dejan?—Sí, insiste en que puede pasar... Lo tienen esposado en el coche policial, ¿Lo con
El encapuchado lanzó el cuchillo hacia su víctima sin pensárselo ni apuntar, dando justo en el blanco, atravesando su mano con el cuchillo y destrozando la palma, haciéndole gritar de dolor y terror.—Siempre vi que eras horrible con los demás... es hora de que pagues... niño rico y asqueroso...Antes de llegar a terminar la frase estaba lanzando un segundo cuchillo, también de esa misma cocina, a la otra mano, agujereándola igual que la anterior. Teniendo a su víctima indefensa, con las manos abiertas.—¿Qué pasa? ¿Con agujeros en las manos se te escapa el dinero? ¿Sin dinero no tienes poder? ... ¿O es que tienes miedo porque estás solito?
Cuando volvió a su piso, Ibai estaba muerto de cansancio, agotado física y mentalmente. Pensaba meterse en la cama, coger el portátil y ver alguna serie en Netflix, pero algo lo detuvo a mitad del salón.La estancia era pequeña, un sofá con su mesa de café, un mueble para un televisor bastante más grande del que él podía permitirse y una zona libre cubierta por una alfombra que usaba para tirarse ahí a jugar a juegos de mesa cuando venía algún amigo que no tuviese un segundo mando para la consola.Se acercó lentamente a la mesita de café, donde esperaba un sobre negro con un sello de lacre rojo. Se sentó en el sofá sin dejar de mirarlo, sin saber qué hacer con ello, y dejo la mochila lentamente a su la
La lluvia caía fina sobre la tierra. La poca luz solar que se colaba entre las nubes negras era de un pálido mortecino. Cada rayo de sol escalaba las frías piedras de mármol pulido hasta alcanzar la madera de roble color champán que protegía a la joven pálida que no respiraba desde hacía un par de días.Todo era perfecto para la ocasión, o al menos eso le parecía a la figura encapuchada que miraba desde la lejanía el funeral. Se recreó en la joven que subía al atril a decir unas palabras. Su piel pálida, con un leve rubor que la declaraba en vida, los ojos azules como el cielo y el pelo rubio oscuro corto que apenas le llegaba a los hombros.-La verdad es que no soy la más indicada para esto, hablar en público nunca me gustó y tampoco se me dio bien jamás, pero... no puedo dejar que la persona que más he amado en mi vida se vaya de este mundo así sin más, sin despedirme... -La voz y el cuerpo de la joven temblaban por varias razones. Llevaba un rato llorando, la rabia de perder a su p